Córdoba – España (Lunes, 28-10-2013, Gaudium Press) El Obispo de Córdoba, España, Mons. Demetrio Fernández, escribió un mensaje invitando a los fieles a participar de la peregrinación al Santuario de Guadalupe, en España.

Según el prelado, esta peregrinación es como una parábola de la vida, «en la peregrinación existe una meta, el cielo, la vida eterna en la alegría de Dios, simbolizado en un lugar sagrado, un santuario, y en este caso, un santuario mariano, donde María está esperando por nosotros para mostrarnos el bendito fruto de su vientre, Jesús».

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Mons. Demetrio Fernández, Obispo de Córdoba, España.

Mons. Demetrio resaltó que caminar sin Jesús es seguir sin norte, por eso es necesario seguir a Jesús «ir con Él, seguir a Él, vivir como vivió É,l es acertar en la vida. Caminar sin Él es andar sin certezas y sin norte, sería perderse».

Ese camino, realizado en grupo, simboliza la Iglesia y la comunidad, «donde tenemos pastores que nos orientan en el camino de nuestra propia vida», explicó el Obispo, que continuó, «en él encontramos dificultades y alivios, fatiga y consuelo. Es duro caminar horas y horas, pero eso se torna más leve cuando es realizado en grupo». Por este motivo, «el camino en grupo es una oportunidad de servir al otro olvidándose de sí mismo. Cuántas oportunidades en una peregrinación para ejercer el servicio por amor», concluyó. (EPC)

 

Fuente:: Gaudium Press

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Ciudad del Vaticano (27-10-2013, Gaudium Press) Al final de la misa con la cual concluyó el encuentro con las familias del mundo, el Papa Francisco dirigió una oración ante una imagen de la Sagrada Familia de Nazaret, a la que encomendó a Jesús, María y José a todas las familias para que se renueven en ellas las maravillas de la gracia.

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Foto: Radio Vaticano

Antes de terminar la misa el Pontífice saludó y agradeció a todos los peregrinos y familias, venidas de los 4 puntos del orbe para conmemorar a la institución familiar junto al Obispo de Roma.

Acto seguido el Papa saludó a los prelados y fieles de Guinea Ecuatorial, que se encontraban en el Vaticano con ocasión de la ratificación del Acuerdo establecido con la Santa Sede: «La Inmaculada Virgen proteja a su amado pueblo y avancen en el camino de la armonía y de la justicia».

«Y ahora juntos rezaremos el Ángelus, dijo finalmente el Santo Padre. Con esta oración, invocamos la protección de María para las familias de todo el mundo, especialmente para aquellas que viven en situaciones de mayor dificultad. ¡María, Reina de la Familia, ruega por nosotros! Digámoslo todos juntos: ¡María, Reina de la Familia, ruega por nosotros! ¡María, Reina de la Familia, ruega por nosotros! ¡María, Reina de la Familia, ruega por nosotros!

Con información de Radio Vaticano

Fuente:: Gaudium Press

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María, Reina de la Familia, ruega por nosotros
(RV).- Al final de la misa, Francisco dirigió una oración ante una imagen de la Sagrada Familia de Nazareth, El Papa, encomendó a Jesús, María y José, todas las familias para que se renueve en ellas las maravillas de la gracia.
Antes de concluir la celebración eucarística, el Papa dio las gracias y saludó a todos los peregrinos, y especialmente a todas las queridas familias, que vinieron de muchos países del mundo para participar en el gran abrazo de la plaza de san Pedro en torno al Sucesor del Apóstol
Luego, el Papa dirigió un cordial saludo a los obispos y a los fieles de Guinea Ecuatorial, llegados desde el país africano con ocasión de la ratificación del Acuerdo con la Santa Sede. “La Inmaculada Virgen proteja a su amado pueblo y avancen en el camino de la armonía y de la justicia”.
“Y ahora juntos rezaremos el Ángelus, dijo finalmente el Santo Padre. Con esta oración, invocamos la protección de María para las familias de todo el mundo, especialmente para aquellas que viven en situaciones de mayor dificultad. ¡María, Reina de la Familia, ruega por nosotros!
Digámoslo todos juntos:
¡María, Reina de la Familia, ruega por nosotros!
¡María, Reina de la Familia, ruega por nosotros!
¡María, Reina de la Familia, ruega por nosotros!
ER RV

Fuente:: News.va

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Apropiarse de DiosMons.  Jesús Sanz     De entre tantas parábolas y metáforas que Jesús propuso para explicar el Reino de Dios, el secreto de su misericordia y el don de su gratuita salvación, hay una que se nos propone en este domingo que puede sorprendernos. Estemos atentos. Quien se ha encontrado con el Dios vivo alguna vez, quien ha frecuentado su amistad y ha saboreado el amor de Dios, nunca se tendrá por justo, porque justo sólo es Dios; y acercarse al solo Justo supone hacer la experiencia de comprobar nuestra desproporcionada diferencia con Él. Saberse pecador, reconocerse como no justo, no significa vivir tristes, sin paz o sin esperanza, sino situar la seguridad en Dios y no en las propias fuerzas o en una hipócrita virtud. Alguien que verdaderamente jamás ha orado, seguirá necesitando afirmarse y convencerse de su propia seguridad, ya que la de Dios, la única fidedigna, ni siquiera la ha intuido. Y cuando alguien se tiene por justo, y está hinchado de su propia seguridad, es decir, cuando vive en su mentira, suele maltratar a sus prójimos, los desprecia “porque no llegan a su altura”, porque no están al nivel de “su” santidad.


Tenemos, pues, el retrato robot de quien estando incapacitado para orar por estas tres actitudes incompatibles con la auténtica oración, como el fariseo de la parábola, llega a creer que puede comprar a Dios la salvación. La moneda de pago sería su arrogante virtud, su postiza santidad. Hasta aquí el fariseo.

Pero había otro personaje en la parábola: el publicano, es decir, un proscrito de la legalidad, alguien que no formaba parte del censo de los buenos. Y al igual que otras veces, Jesús lo pondrá como ejemplo, no para resaltar morbosamente su condición pecadora, sino para que en ésta resplandezca la gracia que puede hacer nuevas todas las cosas.

Aquel publicano ni se sentía justo ante Dios, ni tenía seguridad en su propia coherencia, ni tampoco despreciaba a nadie. Ni siquiera a sí mismo. Sólo dijo una frase, al fondo del templo, en la penumbra de sus pecados: “Oh Dios, ten compasión de este pecador”. Preciosa oración, tantas veces repetida por los muchos peregrinos que en su vida de oscuridad, de errores, de horrores quizás también, han comenzado a recibir gratis una salvación que con nada se puede comprar.

Jesús nos enseña a orar viviendo en la verdad, no en el disfraz de una vida engañosa y engañada ante todos menos ante Dios. Tratar de amistad con quien nos ama, es reconocer que sólo Él es Dios, que nosotros somos unos pobres pecadores a los que se les concede el don de volver a empezar siempre, de volver a la luz, a la alegría verdadera, a la esperanza, para rehacer aquello que en nosotros y entre nosotros, pueda haber manchado la gloria de Dios, el nombre de un hermano y nuestra dignidad. La verdadera oración siempre glorifica al Señor y bendice a los hermanos.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm

Arzobispo de Oviedo

?@jesussanzmontes

Authors: Mons. Jesús Sanz

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Mons. Casimiro LópezMons. Casimiro López Llorente    Queridos diocesanos:

Hace unos semanas inaugurábamos el curso escolar para los colegios diocesanos con una Santa Misa en la Catedral de Segorbe. Nuestro deseo es que los cuatros colegios, cuyo titular es la diócesis, ofrezcan a los alumnos una educación que les ayude al pleno desarrollo su personalidad y de su ser cristianos, así como que trabajen acordes y concordes con los padres y las parroquias.

Como todos los colegios, también nuestros colegios diocesanos están influenciados por los cambios de la sociedad y de la cultura, por los problemas de la familia, por los continuos cambios del sistema educativo y por las dificultades propias de la acción educativa, que hoy toma la forma de ‘emergencia educativa’. Como dijo Benedicto XVI, cada vez es más ardua la tarea de la educación en general y de la educación cristiana en particular. Cada vez es más arduo “transmitir a las nuevas generaciones los valores fundamentales de la existencia y de un correcto comportamiento”. Ésta es la difícil tarea no sólo de los padres, que ven reducida cada vez más la capacidad de influir en el proceso educativo de sus hijos, sino también del resto de agentes de la educación, comenzando por la escuela.

El objetivo de la educación no es simplemente enseñar cosas útiles, destrezas o habilidades, ni meramente transmitir una serie de conocimientos para ser más competitivos o alcanzar un título que garantice un puesto de trabajo lucrativo. Educar es ayudar a cada educando al pleno desarrollo de su propia personalidad en todas sus dimensiones: físicas, intelectuales, volitivas, afectivas y espirituales. Se trata de ayudar al educando a crecer en libertad y responsabilidad, a aprender a vivir en la verdad y en el bien, con amor, esperanza y perseverancia. Por eso, la educación ayuda al educando a conocerse, a poseerse, a hacerse cargo de lo que es la propia vida en el mundo para ser capaz de desarrollarla lo mejor posible, hacia adentro y hacia afuera, en la sinceridad de la propia conciencia y en el complejo entramado de relaciones interpersonales en que vivimos. Para un cristiano, todo ello ha de hacerse desde la dimensión trascendente de la persona, desde su apertura a Dios, nuestro Padre y Creador.

Por ello, si toda buena educación sólo termina cuando el educando consigue tener ante sí un ideal y un referente concreto de vida, para los cristianos este referente imprescindible es Jesucristo. Él es nuestro ideal absoluto, hombre perfecto y Dios verdadero para nosotros, en quien nos descubrimos en nuestro origen, en nuestra vocación y en nuestro destino. Por ello no hay verdadera educación si los padres católicos, con la ayuda de la escuela, de la parroquia y otros educadores, no son capaces de llevar a sus hijos al descubrimiento, la elección y la estima de Jesucristo como modelo y norma viviente de su pensamiento, de sus deseos y de sus acciones. Jesucristo es la columna vertebral de la educación de todo cristiano.

Todo lo que favorezca el crecimiento en la fe y la vida cristiana de niños y adolescentes, será beneficioso para su educación integral, es decir para el pleno desarrollo de su personalidad. En la educación, padres, escuela y parroquia no pueden ir por separado y menos aún ser contrapuestos, sino que han de caminar acordes y concordes, bien conjuntados y coordinados.

Con mi afecto y bendición,

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

Authors: Mons. Casimiro López Lorente

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AGUSTINCORTÉSMons. Agustí Cortés       La relación de contraste entre los ojos físicos del cuerpo y los ojos creyentes del corazón da lugar a muchos juegos de palabras y a muchas paradojas. El Evangelio de San Juan es en esto un paradigma. Jesús dijo a Santo Tomás, que se resistía a creer: “¿Por qué me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto” (Jn 20,29).

Estos, llamados “dichosos” por Jesús, somos nosotros, que caminamos “como si viéramos lo invisible” (así dice la Carta a los Hebreos que caminaba Moisés por el desierto: Hb 11,27). No es una artimaña, ni una autosugestión. Tampoco caminamos en la oscuridad absoluta, pues nuestra vida está llena de signos, como regalos de la presencia de Dios, como resquicios o reflejos de su luz. Estos signos no son evidencias, pero remiten a una luz más intensa. Decía el beato cardenal Newman que los discípulos de Emaús pasaron del “ver sin creer al creer sin ver” en el momento de la fracción del pan en la cena con Jesús. El signo que les permitió pasar a la fe (creer sin ver) consistió en la fracción del pan. A través de él, es decir, la Eucaristía, se percataron de la presencia de Jesucristo, pues ésta era la forma totalmente peculiar que El tenia de ofrecer su amor.

Dos buenos amigos, J. M. Salaverri y J. S. Vila, con una larga y fecunda vida de sacerdotes a sus espaldas, convenían en la belleza de este poema, que compuso en sus últimos años la escritora Ernestina de Champourcín (1905-1999). Me lo envió uno de ellos, glosado sencillamente con estas palabras: “A nosotros, los que creemos sin ver, esta confianza nos tiene que estimular a aprovechar este tiempo de ‘creer sin ver’, pero iluminado por la fe, llenándolo de amor al Señor y al prójimo”.

“Me queda poco tiempo

con los ojos cerrados

para creer sin ver

para ir caminando,

a ciegas, deslumbrada

-en este mundo opaco-,

por tu Verbo encendido.

Amar, creer en anchos

horizontes sin fin.

¡Qué divino regalo

el de esta vida a oscuras

para vivirla amando!

No me abras los ojos,

hay un cielo más claro

para los que tantean

con su fe entre las manos.”

Es un eco de aquellas palabras de San Pablo, que, convencido de “caminar en la fe, no en la visión” (2Co 5,7), en el contexto de su célebre himno sobre la caridad, afirmaba: “ahora vemos como en un espejo, en enigma, entonces le veremos cara a cara. Ahora conozco de forma parcial, pero entonces conoceré como soy conocido” (1Co 13,12). Poco antes de estas palabras San Pablo había cantado las excelencias del amor sobre las otras virtudes de la fe y de la esperanza. Éstas son para el peregrino, que camina todavía en este mundo. Aquélla, la caridad, es la única que quedará en la vida eterna, porque el amor no acaba nunca. Es, por tanto la virtud que corresponde a la visión cara a cara…

Entonces, si ya aquí, en este mundo, podemos vislumbrar algo de la luz mediante la fe y afrontamos sin desfallecer la vida por la esperanza, es porque la caridad, con su luz, está ya sosteniendo y alimentando nuestro creer y nuestro esperar.

Agustí Cortés Soriano

Obispo de Sant Feliu de Llobregat

Authors: Mons. Agustí Cortés Soriano

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La oración por los difuntosMons. Atilano Rodríguez     El día 1 de noviembre la Iglesia nos invita a contemplar el testimonio de los santos, a renovar nuestra vocación a la santidad y a pedir a Dios el perdón de nuestros pecados. A partir del siglo XIV, la Iglesia de Roma invita a los cristianos a hacer memoria de todos los difuntos al día siguiente de la festividad de Todos los Santos. En la liturgia de este día, los católicos, además de meditar en la realidad de la muerte como privación de todo lo terreno y como límite de la existencia en el mundo, elevamos nuestras súplicas al Señor por el eterno descanso de aquellos seres queridos que nos han precedido con el testimonio de su fe en Jesucristo.

Aunque la sociedad del bienestar pone todos los medios a su alcance para borrar de la conciencia de las personas la realidad de la muerte, invitando a no pensar en ella y a centrar la atención en el disfrute inmediato y en la posesión de bienes materiales, sin embargo la muerte de los seres queridos siempre nos devuelve a la cruda realidad y nos invita a preguntarnos por el sentido de la existencia en este mundo y por el más allá de la muerte.

Ante la falta de respuestas convincentes para estos interrogantes, los no creyentes se desesperan o toman la decisión de no hacerse preguntas, pues tienen que asumir que todas sus realizaciones y proyectos terminan debajo de una lápida en el cementerio. Al no creer y confiar en alguien que pueda ofrecer vida más allá de la muerte, la existencia humana se convierte en el mayor fracaso y sinsentido. Cuando el hombre piensa que, alejándose de Dios, se encuentra a sí mismo, es más libre y llega a su plena realización, descubre que su existencia termina en el mayor fracaso.

Los cristianos, por el contrario, apoyamos nuestra vida y nuestra esperanza en Jesucristo muerto y resucitado por la salvación de los hombres. En virtud de la encarnación, muerte y resurrección de Jesucristo, Dios se hace cercano a cada ser humano, comparte su misma existencia y le regala la posibilidad de participar de su salvación. Por medio de Cristo, el mismo Dios habita en nuestros corazones y nos ofrece la luz que tiene el poder de iluminar el presente y el final de la existencia.

Injertados en Cristo en virtud del sacramento del bautismo, todos los bautizados estamos convocados a vivir en Él, descubriendo su voluntad, dejándonos guiar por su Palabra y alimentándonos de su misma vida en los sacramentos. De este modo, además de permanecer en Cristo a lo largo de nuestra peregrinación por este mundo, podemos esperar confiadamente la muerte y el encuentro definitivo con Él por toda la eternidad.

Esto no quiere decir que los cristianos no experimentemos dolor y sufrimiento ante la pérdida de nuestros seres queridos o que tengamos claridad total ante la realidad de la muerte. La fe en Jesucristo resucitado y la experiencia de su amor hacia cada ser humano durante la vida terrena nos permiten esperar con paz y esperanza el momento de la muerte, porque también en ese instante el Señor está presente para cumplir sus promesas y librarnos del poder de la muerte: “Quien cree en mí, aunque haya muerto, vivirá y todo el que vive y cree en mí, no morirá para siempre”. Que el Señor renueve nuestra fe en su resurrección y nos ayude a vivir como resucitados ya en esta vida.

Con mi sincero afecto, feliz día del Señor.

+ Atilano Rodríguez,

Obispo de Sigüenza-Guadalajara

Authors: Mons. Atilano Rodríguez

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Mons. Carlos OsoroMons. Carlos Osoro    Me ha impactado tanto el Evangelio del domingo pasado, que no puedo dejar de compartir con todos vosotros la interpelación que en mí provocó y el deseo de comunicaros lo que creo que es esencial para este momento de la historia que estamos viviendo. Hay que evangelizar, hay que salir, nuestras comunidades cristianas tienen que mirar hacia fuera y ser verdaderas exposiciones de arte, en las que cada cristiano muestre la belleza de Dios. ¿Cómo? Viviendo en una apertura absoluta a Dios y a los hombres. Es más, quien se abre a Dios, se abre a todas la realidades creadas por Dios y, muy especialmente, a los hombres, porque Él nos ha mostrado que nuestro título esencial y la belleza más grande la alcanzamos cuando nos abrimos a Él, tal y como nos ha enseñado Jesucristo. Es entonces cuando vivimos siendo conscientes de que somos hijos de Dios y, por ello, hermanos de todos los hombres.

Por eso, os decía que me había impactado el Evangelio del domingo pasado. ¡Es terrible vivir la vida cerrado en uno mismo! ¡Es tremendo vivir la vida solamente con nuestros horizontes! El juez injusto del Evangelio (Lc 18, 1-8) estaba encerrado en sí mismo: ni temía a Dios ni respetaba a los hombres. Algo tenemos que hacer en el mundo en el que vivimos para que la obra de arte más grande que es el hombre vuelva a estar en el centro de la historia. No pongamos en el centro nuestros egoísmos, nuestros negocios, nuestras ideas. Recuperemos lo que, desde el inicio de la creación, ha sido centro, que es el ser humano. La viuda del Evangelio vivía de un modo distinto al juez injusto, vivía en apertura total a quien es la justicia misma que es Dios; y lo hacía en su pobreza, desamparo y situación límite. Confiaba en la verdadera justicia que es Dios mismo, era perseverante y tenaz en pedir justicia, sabía que Dios nunca abandona a quien quiere mostrar la obra de arte que en nosotros, los hombres, hizo. La nueva evangelización nos está pidiendo que mostremos esa obra de arte que es el hombre como imagen de Dios. Lo pide a gritos el momento histórico en el que vive la humanidad. Hay que brillar y dar luz, y nos lo dijo el Señor: “alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5, 16). Hay que irradiar la belleza misma de Dios de la que Él nos hizo portadores a este mundo, pues hemos sido creados a su imagen y semejanza. Y Jesucristo Nuestro Señor, cuando rompimos esa imagen por el pecado, la recuperó para nosotros definitivamente.

Fijaos en los santos. Ellos son quienes más abiertos han vivido a Dios. En Jesucristo encontraron al que da la vida verdadera, a quien muestra el camino auténtico para realizarse, a quien nos expresa la verdad de nosotros y nos descubre la belleza del ser humano cuando vive en comunión con Dios. Los santos dejaron entrar a Dios en sus vidas con todas las consecuencias y, por eso, mostraban con su vida la belleza de Dios. Contemplar a los santos nos anima a todos a dejar, como ellos, en este mundo y en medio de la historia de los hombres, su estela de bien, de belleza, de bondad, de fuerza creadora, de dinamismo que atrae a quienes los conocen y viven junto a ellos.

Estaréis de acuerdo conmigo cuando afirmo que la belleza y la verdad se tocan, pues siempre van unidas. Es necesario que estén juntas. Y la obra de arte en la que mejor se expresa esa unidad es en el ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios. Si fuésemos capaces de no encapsularnos en nosotros mismos, sino de estar abiertos plenamente a Dios y a los hombres, comprobaríamos las consecuencias que tiene vivir siendo esta obra de arte diseñada por Dios mismo. ¿Cómo estar abiertos a Dios? Permaneciendo en diálogo permanente con Él. El Evangelio del domingo nos decía: “orar siempre sin desanimarse… Había un juez en una ciudad… en la misma había una viuda”. El juez ni temía a Dios ni respetaba a los hombres. Sin embargo, la viuda confiaba en la justicia a la que tenía derecho y pedía al juez injusto, sabiendo que Dios se la daría, pues vivía abierta a Él e identificaba la justicia que deseaba recibir con Dios mismo.

Mostremos la belleza de la vida cristiana. ¡Qué bonito es ser cristiano! No dejemos que se meta en esta historia una idea nefasta y mentirosa, que quiere reducir el ser cristiano a un inmenso número de mandamientos, prohibiciones, principios. Ser cristiano es ser lo que nos dice San Pablo “no soy yo, es Cristo quien vive en mí”. Conocemos a Dios, se ha encarnado, se hizo visible, se hizo hombre. ¡Dios ha entrado en la historia! Ser cristianos es ser hombres y mujeres sostenidos por un gran Amor y por una revelación que no es carga sino alas. La clave para mostrar con nuestras vidas a Dios es ser testigos del Amor (cf. NMI 43). No se trata de explicar, hay que mostrar: “ven y lo verás”. El encuentro con el Señor arrastra por sí mismo, tiene fuerza propia, brilla por sí mismo. Por eso, nuestro reto es vivir con coherencia. Decir en nuestro tiempo que la belleza y la verdad se tocan tiene una fuerza especial. Cuando discutimos sobre la racionalidad de la fe, discutimos precisamente del hecho de que la razón no acaba donde acaban los descubrimientos experimentales, no acaba en el positivismo. Por ello, luchamos para que se amplíe la razón y por tanto, para que la razón esté abierta a la Belleza en la que se muestra la verdad más plenamente.

¿No os dais cuenta que los hombres de nuestro tiempo, de maneras diferentes, unas veces explícitamente y otras con interrogantes e incluso negaciones, nos están diciendo lo mismo que aquellos griegos a Felipe, el de Betsaida: “queremos ver a Jesús?” No tengamos la tentación de cerrar los labios, de retornar al silencio, de aturdirnos entre las cosas bajo pretextos diferentes. El silencio siempre es muerte. Dios siempre habla. Es más, la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Escuchemos a Dios. Dialoguemos con Dios. La gran carencia y la gran urgencia de los hombres hoy es la oración que, en definitiva, es la apertura total de sus vidas, salir de sí. Los cristianos no podemos hacer silencio sobre Dios, ni tampoco dejar de hablar de Dios. Hacer esto es suicidar a la humanidad. Sin embargo, hablar de Dios con obras y palabras es entregar salidas verdaderas a todas las situaciones de los hombres. La verdadera historia interior del cristianismo es la larga melodía de los hombres orantes que han repetido con Jesús: “Padre”. Y así, en esta repetición, realizada desde Él, hemos percibido la fraternidad que nos es dada y obligada por aquella filiación. En ella, hemos descubierto que la gran urgencia de la humanidad es amar a los hermanos, es decir, a todos los hombres, con el mismo amor que Jesús nos ha enseñado. La melodía de fondo que necesita siempre la historia es el Padrenuestro. En cada momento, se necesitan intérpretes de esta melodía, hombres y mujeres que sean capaces de decir al Señor, “aquí estoy”, “aquí me tienes”, “me pongo en tus manos”, “quiero ser instrumento que afine cada vez más y mejor la melodía que está inscrita en mí vida”.

“Orar siempre sin desanimarse” (cf. Lc 18, 1-8). Ponerse delante de Dios, estar libre y gratuitamente en presencia de Dios, acogerlo, consintiendo a su amor para ser en Él, desde Él y para Él, entrando en todos los ámbitos de la realidad, sin huir de todas las tareas históricas, transparentando la misericordia y la compasión de Dios revelada en Cristo, es nuestra tarea en la “nueva evangelización”.

Con gran afecto, os bendice

+ Carlos Osoro,

Arzobispo de Valencia

Authors: Mons. Carlos Osoro

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Vivir siempre con fe y simplicidad, como la Sagrada Familia de Nazaret , invitación del Papa
(RV).- (Con audio) La mañana del domingo en la esperada Jornada de la Familia, el Papa Francisco presidió la Santa Misa ante miles de fieles y peregrinos de todo el mundo llegados a Roma en el marco de la Peregrinación de las Familias a la tumba de San Pedro, con el lema de “¡Familia, vive la alegría de la fe!” La oración, la fe y la alegría en familia fueron los tres peldaños de la homilía del Pontífice. Tomando el texto del Evangelio, Francisco puso en evidencia dos modos de orar: uno falso –el del fariseo– y el otro auténtico –el del publicano. «El fariseo encarna la actitud del que no manifiesta la acción de gracias a Dios: se siente justo, se siente en orden, y juzga a los demás desde lo alto de su pedestal», meditó el Papa, recordándonos que la familia que ora, la familia que conserva la fe, es una familia que vive la alegría. Por esto el Obispo de Roma invitó a las familias del mundo a vivir siempre con fe y simplicidad, como la Sagrada Familia de Nazaret. (RC-RV)Homilía del Papa ( audio de la crónica radial): Vivir siempre con fe y simplicidad, como la Sagrada Familia de Nazaret , invitación del Papa
Texto completo de la Homilía del Papa durante la Santa Misa con ocasión de la Jornada de la Familia
Las lecturas de este domingo nos invitan a meditar sobre algunas características fundamentales de la familia cristiana.
1. La primera: La familia que ora. El texto del Evangelio pone en evidencia dos modos de orar, uno falso – el del fariseo – y el otro auténtico – el del publicano. El fariseo encarna una actitud que no manifiesta la acción de gracias a Dios por sus beneficios y su misericordia, sino más bien la satisfacción de sí. El fariseo se siente justo, se siente en orden, se pavonea de esto y juzga a los demás desde lo alto de su pedestal. El publicano, por el contrario, no utiliza muchas palabras. Su oración es humilde, sobria, imbuida por la conciencia de su propia indignidad, de su propia miseria: este hombre verdaderamente se reconoce necesitado del perdón de Dios, de la misericordia de Dios.
La del publicano es la oración del pobre, es la oración que agrada a Dios que, como dice la primera Lectura, «sube hasta las nubes» (Si 35,16), mientras que la del fariseo está marcada por el peso de la vanidad.
A la luz de esta Palabra, quisiera preguntarles a ustedes, queridas familias: ¿Rezan alguna vez en familia? Algunos sí, lo sé. Pero muchos me dicen: ¿Cómo se hace? Pero si se hace como el publicano, es claro: humildemente, delante de Dios. Cada uno con humildad se deja mirar por el Señor y pide su bondad, que venga a nosotros. Pero, en familia, ¿cómo se hace? Porque parece que la oración sea algo personal, y además nunca se encuentra el momento oportuno, tranquilo, en familia… Sí, es verdad, pero es también cuestión de humildad, de reconocer que tenemos necesidad de Dios, ¡como el publicano! Y todas las familias, tienen necesidad de Dios: todas, ¡todas! Necesidad de su ayuda, de su fuerza, de su bendición, de su misericordia, de su perdón. Y se requiere sencillez. ¡Para rezar en familia se requiere sencillez! Rezar juntos el “Padre nuestro”, alrededor de la mesa, no es una cosa extraordinaria: es fácil. Y rezar juntos el Rosario, en familia, es muy bello, da mucha fuerza. Y también rezar el uno por el otro: el marido por la mujer, la mujer por el marido, ambos por los hijos, los hijos por los padres, por los abuelos… Rezar el uno por el otro. Esto es orar en familia, y esto hace fuerte a la familia: la oración.
2. La segunda Lectura nos sugiere otro aspecto: la familia conserva la fe. El apóstol Pablo, al final de su vida, hace un balance fundamental, y dice «He conservado la fe» (2 Tm 4,7) ¿Cómo la conservó? No en una caja fuerte. No la escondió bajo tierra, como aquel siervo un poco perezoso. San Pablo compara su vida con una batalla y con una carrera. Ha conservado la fe porque no se ha limitado a defenderla, sino que la ha anunciado, irradiado, la ha llevado lejos. Se ha opuesto decididamente a quienes querían conservar, «embalsamar» el mensaje de Cristo dentro de los confines de Palestina. Por esto ha hecho opciones valientes, ha ido a territorios hostiles, he aceptado el reto de los alejados, de culturas diversas, ha hablado francamente, sin miedo. San Pablo ha conservado la fe porque, así como la había recibido, la ha dado, yendo a las periferias, sin atrincherarse en actitudes defensivas.
También aquí, podemos preguntar: ¿De qué manera, en familia, conservamos nosotros la fe? ¿La tenemos para nosotros, en nuestra familia, como un bien privado, como una cuenta bancaria, o sabemos compartirla con el testimonio, con la acogida, con la apertura hacia los demás? Todos sabemos que las familias, especialmente las más jóvenes, van con frecuencia «a la carrera», muy ocupadas; pero ¿han pensado alguna vez que esta «carrera» puede ser también la carrera de la fe? Las familias cristianas son familias misioneras. Ayer hemos escuchado, aquí en la Plaza, el testimonio de familias misioneras. Son misioneras también en la vida de cada día, haciendo las cosas de todos los días, ¡poniendo en todo la sal y la levadura de la fe! Conservar la fe en familia y poner la sal y la levadura de la fe en las cosas de todos los días.

3. Y un último aspecto encontramos de la Palabra de Dios: la familia que vive la alegría. En el Salmo responsorial se encuentra esta expresión: «Los humildes lo escuchen y se alegren» (33,3). Todo este Salmo es un himno al Señor, fuente de alegría y de paz. Y ¿cuál es el motivo de esta alegría? Es éste: El Señor está cerca, escucha el grito de los humildes y los libra del mal. Lo escribía también San Pablo: «Alegraos siempre… El Señor está cerca» (Flp 4,4-5). Eh … Me gustaría hacer una pregunta, hoy. Alguno lleva la alegría en su corazón a casa, ¿eh?Como una tarea que resolver. Y se responde a sí mismo. ¿Cómo es la alegría en tu casa? ¿Cómo es la alegría en tu familia? Eh, den ustedes la respuesta.
Queridas familias, ustedes lo saben bien: la verdadera alegría que se disfruta en familia no es algo superficial, no viene de las cosas, de las circunstancias favorables… la verdadera alegría viene de la armonía profunda entre las personas, que todos experimentan en su corazón y que nos hace sentir la belleza de estar juntos, de sostenerse mutuamente el camino de la vida. A la base de este sentimiento de alegría profunda está la presencia de Dios, la presencia de Dios en la familia, está su amor acogedor, misericordioso, respetuoso hacia todos. Y sobre todo, un amor paciente: la paciencia es una virtud de Dios y nos ensena, en familia, a tener este amor paciente, el uno con el otro. Tener paciencia entre nosotros. Amor paciente. Sólo Dios sabe crear la armonía de las diferencias. Si falta el amor de Dios, también la familia pierde la armonía, prevalecen los individualismos, y se apaga la alegría. Por el contrario, la familia que vive la alegría de la fe la comunica espontáneamente, es sal de la tierra y luz del mundo, es levadura para toda la sociedad.
Queridas familias, vivan siempre con fe y simplicidad, como la Sagrada Familia de Nazaret. ¡La alegría y la paz del Señor esté siempre con ustedes!
(RC-RV)

Fuente:: News.va

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Lima (Domingo, 27-10-2013, Gaudium Press) «En el centro de todo está en la familia y hay que hacer políticas sociales, económicas, deportivas y culturales articuladas alrededor de la familia. No habrá desarrollo, cultura o religión sin familia», reflexionó el Cardenal Juan Luis Cipriani en su programa radial semanal Diálogo de Fe, del sábado 26 de octubre.

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El Arzobispo de Lima reconoció que todos hemos sido formados en la institución familiar, por ello para solucionar los problemas sociales de inseguridad ciudadana se debe privilegiar la protección a la familia.

«Protege la familia, construyamos familia. Siempre que se discute un tema tiene que haber alguien que vea el tema de familia. Y lo digo con urgencia, el Perú está avanzando, tiene muchos problemas pero no solamente veamos formas creativas de involucrar al papá, a la mamá o a la juventud en una idea más bonita de cómo es la familia. La familia hay que hacerla funcionar bien, poniendo un granito de arena», refirió.

«Veo las propuestas de leyes y son todas para debilitar la familia. No premias a los que tienen cuatro hijos. Hoy la mujer está dando a luz y es un problema para la empresa, porque la empresa es inhumana. Si su criterio de selección es espantar a la mujer madre, ¿qué quiere la empresa?», continuó.

Para el Cardenal Cipriani no existen los NN.

«No estemos diciendo que las personas son «NN». La Trinchera Norte no tiene nombre, pero las personas no son «NN», tienen nombre y apellido, nacieron en un hogar, pertenecen a una familia. No se puede tirar el carné de identidad y decir: aquí (en el estadio) somos una tanda de vándalos, hasta nos tapamos las caras. Estás viendo seres sin identidad para ir y meterle un tiro al director del penal. Toda esta manera de corregir a la sociedad, si se quita a la familia no hay futuro. Y vamos viendo las consecuencias», reflexionó.

La realidad del pecado

En otro momento señaló que todos los hombres tienen esa inclinación al mal, por ello exhortó a los fieles a luchar con las tentaciones.

«No quiere decir que seas pesimista. Me doy cuenta de que necesito a Dios. (…) Y Dios es tan bueno que te ha dejado una conciencia para decirte que dentro de ti hay un piloto (la conciencia) que te intenta llevar al bien y a la verdad. Y en el mundo de hoy dices eso (reconocer la realidad del pecado) y se ríen. Porque hay una actitud de decir: qué tiene que ver Dios en la seguridad ciudadana, en la inclusión social, eso se llama agnosticismo, excluyen a Dios», mencionó.

«La humildad es la que se da cuenta y pone todo su esfuerzo para corregir; pero no puedes solo, necesitas de Dios. Por ejemplo en el tránsito, va a ayudar que ese señor que maneja no sea un sinvergüenza, que ese muchacho con su carro bonito no vaya medio borracho. Eso no se arregla solo con semáforos y papeletas sino con una preferencia a la moral», culminó.

Con información de la Oficina de Comunicaciones del Arzobispado de Lima

 

Fuente:: Gaudium Press

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