El Cairo (Martes, 05-11-2013, Gaudium Press) Los ataques contra la Iglesia Católica en Egipto todavía persisten. El último viernes, 1º de noviembre, un grupo de musulmanes radicales habría atacado la iglesia de la Virgen María, en Zaytoun, en la región oriental del Cairo, conocida por la aparición de la Virgen Santísima en el lugar.

El grupo musulmán entró en confrontación con algunos jóvenes católicos que estaban allá, impidiendo a los islamitas de apoderarse del templo.

Por medio de la intervención de algunos transeúntes, una lucha fue impedida, evitando nuevos episodios de violencia. El año pasado, cinco personas murieron durante un ataque contra la iglesia de la Virgen María, en Al-Warraq.

La violencia en Zaytoun se agravó debido a un video publicado en internet, donde aparecía un grupo de islamitas que se dirigía al templo religioso, con carteles que llevaban mensajes ofensivos. Además, ellos garabatearon la fachada de la iglesia, usando frases de bajo calado contra el patriarca católico y los religiosos coptos.

Según fuentes locales, todo viernes, después de la oración del mediodía, musulmanes radicales pasan en frente a la iglesia, siempre gritando insultos y palabras de orden anticristianas.

Para intentar evitar esos problemas, los cristianos están cerrando las puertas de la iglesia.

La iglesia de la Virgen María de Al-Waaraq, así como la de Zaytoun, es conocida en todo Egipto por un milagro: en el día 2 de junio de 1968, la Virgen Santísima habría aparecido sobre la cúpula. Desde entonces, el lugar se convirtió, transformándose en un recinto de peregrinación para los católicos. (LMI)

De la redacción, informaciones Asia News.

Fuente:: Gaudium Press

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«La Cruz Gloriosa»: exposición en honor al Triduo Pascual que ocurre en la Diócesis del Callao, Perú

Callao (Martes, 05-11-2013, Gaudium Press) Hasta el próximo 29 de noviembre tendrá lugar en la Facultad de Teología Redemptoris Mater en la diócesis del Callo, en Perú, la VI Exposición Etnográfica «La Cruz de Cristo, es el árbol de nuestra salvación», una muestra que, como destaca el título de la misma, hace un recorrido por varias representaciones de la Cruz resaltándola como signo de la salvación de la humanidad.

El objetivo de la exposición, como describe información del evento, es «brindar al visitante la oportunidad de interiorizar cuestiones importantes como es el sentido de la vida, el sufrimiento y la muerte».

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La exposición, que cuenta con esculturas, cuadros, fotografías y videos, se ha dividido en tres espacios en honor la Triduo Pascual: Viernes Santo, destacando la Cruz como el árbol de la salvación; Sábado Santo, para recordar el sentido cristiano de la muerte; y Domingo de Pascua, para evocar que la muerte ha sido absorbida en la victoria de la resurrección de Jesucristo.

De esta manera, y por medio de estos tres espacios, los visitantes podrán hacer un recorrido por la historia de la Cruz, profundizar sobre el signo de la Cruz en la Liturgia de la Iglesia, conocer más sobre los tipos de cruces en el arte cristiano, así como algunas cruces peruanas.

Como parte de la muestra los visitantes también pofundizarán sobre la Sábana Santa, y las catacumbas y participar de paneles informativos y conferencias.

La exposición, que comenzó desde el pasado 21 de octubre, fue inaugurada por el Obispo del Callao, Mons. José Luis Palacio, en compañía del Rector dela Facultad de Teología, padre Antonio César Molinero.

En la ocasión, el prelado peruano destacó la importancia de la muestra como una expresión propia de la fe que busca acercar al hombre a Dios desde el signo de la Cruz.

Con información de la Conferencia Episcopal Peruana y de la Diócesis del Callao.

 

Fuente:: Gaudium Press

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Obispos responsables de Medios de Comunicación de los episcopados europeos se darán cita en Barcelona

Barcelona (Martes, 05-11-2013, Gaudium Press) «Evangelizar el alma de Europa a la luz de Inter Mirifica», es el tema del Encuentro de Delegados de Comunicación Social del Consejo de Conferencias Episcopales de Europa (CCEE), que tendrá lugar en Barcelona, España del 8 al 10 de noviembre.

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Durante el encuentro, que contará con la presencia de los Obispos responsables de Medios de Comunicaciones de los episcopados europeos, se reflexionará sobre la contribución del decreto ‘Inter Mirifica’, sobre los medios de comunicación social, y que fue firmado por el Papa Pablo VI en diciembre de 1963.

Mons. Claudio María Celli, presidente del Pontificio Consejo de las Comunicaciones Sociales, participará en este evento como ponente abordando los cambios que a lo largo de la historia han tenido las comunicaciones sociales tras la publicación del decreto ‘Inter Mirifica’.

Como invitado especial, el encuentro contará con la presencia del periodista Gustavo Entrala, quien es director de la Agencia 101 y promovió el ingreso del Papa Benedicto XVI en las redes sociales. El ofrecerá la charla «App Papa, la tecnología al servicio de la Iglesia», sobre el rol del Santo Padre en las redes sociales.

El encuentro tendrá lugar al conmemorarse el 50º aniversario de la publicación del documento de Pablo VI.

Con información de Agencia SIC.

 

Fuente:: Gaudium Press

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Ciudad del Vaticano (Martes, 05-11-2013, Gaudium Press) Según informa la oficina de prensa de la Santa Sede, el proyectil que esta mañana cayó en la sede de la nunciatura de Damasco, capital de siria, no produjo heridos ni grandes daños materiales. La sede de la Nunciatura, ubicada en el céntrico barrio de Malkik, permanece abierta al público con normalidad.

En una entrevista a Radio Vaticano, el nuncio, arzobispo Mario Zenari, ha explicado que las repercusiones han sido limitadas, solo daños materiales, entre otras cosas porque el golpe de mortero ha caído a las 6,35 de esta mañana, cuando todavía los empleados no habían entrado a trabajar en esa sede. El nuncio añadió lamentablemente ese tipo de hechos son el diario vivir en Siria, como por ejemplo el sábado pasado cuando cayeron tres golpes de mortero sobre el convento de los Franciscanos en Alepo y tampoco hubo víctimas, ni heridos, solo daños al techo.

Entretanto, el nuncio insta a la comunidad internacional y a las partes en conflicto a incrementar sus esfuerzos para poner fin al conflicto de Siria porque «la gente sufre más cada día, cada día hay muertos, las personas abandonan sus aldeas y aumenta el número de refugiados y desplazados».

Con información de Radio Vaticano

Fuente:: Gaudium Press

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ucipeUCIP-E, la Unión católica de informadores y periodistas de España celebrará el próximo jueves 21 de noviembre una Misa funeral por el eterno descanso de los socios de UCIP-E fallecidos en 2013, Alejandro Fernández-Pombo y Rafael González.

La celebración, que tendrá lugar a las 20 horas en la parroquia de San Jerónimo el Real (c/ Moreto, 4) de Madrid se ofrecerá en sufragio por estos dos periodistas católicos de reconocida trayectoria en nuestro país.

Alejandro Fernández Pombo

El periodista Alejandro Fernández Pombo, falleció el pasado 13 de julio de 2013 a los 83 años en Madrid.

Casado y padre de 5 hijos, era natural de Mora de Toledo. Fernández Pombo fue número uno de su promoción en la Escuela de Periodismo de la Iglesia de Madrid (1958), escuela que luego dirigió.

Director del diario ‘Ya’ de 1974 a 1980, se ocupó posteriormente de las ediciones especiales de la Editorial Católica (EDICA), hasta la desaparición de esta empresa. También fue presidente de la Asociación de la Prensa de Madrid (APM) entre 1999-2003 y de la Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE) entre 2000-2004. Era miembro Consejo Deontológico de la FAPE desde 2004.

Escritor y ensayista prolífico. Entre los muchos premios y reconocimientos que recibió destaca el premio Bravo de la Conferencia Episcopal Española en 2006.

Rafael González Rodríguez

Rafael González Rodríguez, también conocido en el mundo del periodismo como Rafael Rodríguez-Rojas, falleció el 1 de febrero de 2013 a causa de un grave problema cardíaco. Casado con Amalia Manjavacas desde 1959, el matrimonio tuvo cinco hijas.

González Rodríguez, fue el anterior presidente de la UCIP-E (abandonó el cargo en 2000), además del último director del desaparecido diario “Ya”.

Nacido en Aguadulce (Sevilla), el 7 de noviembre de 1932, Rafael se crió en Osuna. A los 19 años marchó a Madrid. En 1964 se graduó en Periodismo, en la entonces Escuela de Periodismo de la Iglesia. En 1967 se trasladó a Sevilla para dirigir “El Correo de Andalucía”, de la Editorial Católica EDICA, entonces el diario más influyente de Andalucía. En abril de 1969, tras problemas con la censura, se trasladó de nuevo a Madrid.
Asumió entonces el cargo de redactor-jefe de la Agencia Logos, también de EDICA, que dejó en 1973 para pasar a dirigir “El Ideal Gallego”.
En marzo de 1980 fue nombrado subdirector del “Ya” y en 1995 llegó a la dirección del “Ya”, cabecera que dirigió en la última etapa cuando el diario había llegado ya a la situación más crítica de una larga crisis económica que acabó en suspensión de pagos. El rotativo volvió a los quioscos el 26 de abril de 1995 y un año después, el 14 de junio de 1996, salió su último número.
Tras la desaparición del YA fue editorialista de la Cadena COPE y columnista en “El Semanal Digital”, donde firmó como Rafael Rodríguez-Rojas.
Rafael González Rodríguez también escribió libros como “Con la Armada en el Banco sahariano” o las novelas “Farruco” y “La manija”, esta última ambientada en la Andalucía de la posguerra.

Fuente:: SIC

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Ni el poder del mal, ni nada puede separarnos del amor invencible de Dios manifestado en Cristo, recuerda el Papa
(RV).- (Con audio) Ni el poder del mal, ni nada puede separarnos del amor invencible de Dios manifestado en Cristo, recuerda el Papa Esta mañana, a las once y media, en el Altar de la Cátedra de la Basílica papal de San Pedro, el Obispo de Roma presidió – como es tradicional al comienzo del mes de noviembre, marcado por el recuerdo y la oración por los fieles difuntos – la Santa Misa en sufragio por los Cardenales y Obispos que fallecieron en el curso del año. Nueve purpurados y 136 Arzobispos y Obispos de la Iglesia que peregrina en el mundo, a los que el Papa Francisco encomendó a la misericordia del Señor, por intercesión de la Virgen y de san José, para que los reciba en su reino de luz y de paz, donde viven eternamente los justos y los que han sido fieles testigos del Evangelio.
«Porque tengo la certeza de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni los poderes espirituales, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor», evocando estas palabras de san Pablo, en las que el Apóstol presenta el amor de Dios como el motivo más profundo e invencible de la confianza y de la esperanza cristiana, el Santo Padre, puso de relieve que sólo el pecado puede interrumpir estos lazos, pero también en este caso Dios busca al hombre para sanar esa unión que perdura después de la muerte, el amor fiel que Dios tiene para cada uno de nosotros nos ayuda a afrontar con serenidad y fortaleza el camino de todos los días:
«Incluso los poderes demoníacos hostiles al hombre, dejan impotentes frente a la íntima unión de amor entre Jesús y los que lo acogen con fe. Esta realidad del amor fiel que Dios tiene para cada uno de nosotros nos ayuda a afrontar con serenidad y fortaleza el camino de todos los días, que a veces es también lento y cansador. Sólo el pecado del hombre puede interrumpir este vínculo, pero incluso en este caso, Dios siempre buscará al hombre para restaurar con él una unión que perdura también después de la muerte. Aún más, una unión que en el encuentro definitivo con el Padre llega a su culmen. Esta certeza le da a la vida terrena un nuevo y pleno significado y nos abre a la esperanza para la vida más allá de la muerte».
Con el Libro de la Sabiduría, el Papa Francisco destacó que ante la muerte de un ser querido o que conocimos bien, nos preguntamos ¿qué será de su vida, de su trabajo, de su servicio a la Iglesia?, para responder «¡están en las manos de Dios!»:
«Estos pastores celosos que han dedicado su vidas al servicio de Dios y de los hermanos, están en las manos de Dios. Todo de ellos está custodiado y no quedará corroído por la muerte. Están en las manos de Dios sus días entretejidos de gozos y sufrimientos, de esperanzas y de fatigas, de fidelidad al Evangelio y de pasión por la salvación espiritual y material del rebaño que se les confió».
También nosotros estamos en las manos misericordiosas de Dios, manos llagadas de amor, como las de Jesús, nuestra fortaleza y esperanza:
«También nuestros pecados, están en las manos de Dios, manos que misericordiosas, manos «llagadas» por el amor. No es una casualidad que Jesús haya querido conservar las llagas en sus manos para hacernos sentir su misericordia. ¡Y esta es nuestra fuerza y ??nuestra esperanza!
Esta realidad, llena de esperanza, es la perspectiva de la resurrección final de la vida eterna, a la que están destinados «los justos», aquellos que acogen la Palabra de Dios y son dóciles a Su Espíritu.».
Recordando a nuestros queridos hermanos Cardenales y Obispos difuntos «hombres dedicados a su vocación y a su servicio a la Iglesia, que amaron como a una esposa, el Papa Francisco los encomendó a la misericordia divina para sean recibidos donde viven eternamente los justos y los que han sido fieles testigos del Evangelio, alentando a rezar para que el Señor nos prepare a todos a este encuentro.
(CdM – RV)

Fuente:: News.va

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Mons. Joan PirisMons. Joan Piris   La celebración de Todos los Santos y la conmemoración de Todos los Fieles Difuntos, que acabamos de vivir, son anuncio gozoso de nuestra fe en Jesús resucitado. Este es un punto central de nuestra vida de cristianos y fuente de consuelo ante la experiencia común y dolorosa provocada por la muerte de una persona amada. Nuestra esperanza en la resurrección se convierte así en fuerza que dinamiza nuestra vida también en el dolor compartido.

Cada día hay más interés social ante situaciones de duelo y se multiplican las atenciones a quienes lo experimentan. Estas iniciativas deben ser reconocidas y sustentadas desde la comunidad cristiana que, sensible a los problemas que angustian a tantas personas, también quiere ofrecerles un buen acompañamiento humano y espiritual en esta etapa oscura de la vida, y ayudar a reconocer la presencia de Dios también en medio del sufrimiento.

Pero necesitamos una adecuada “formación del corazón” para actualizar la caridad con quienes sufren (“Deus Caritas est”, 31) con la correspondiente pastoral del acompañamiento porque, tarde o temprano, todos pasamos por experiencias duras con una serie de sentimientos que piden tiempo para ser superados. El duelo es parte de la vida y los cristianos tenemos que afrontarlo con una sensibilidad particular: “reconoced en vuestros corazones a Cristo como Señor; siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza” (1Pe 3,15).

La esperanza cristiana, la alegría de sentirse fundamentado en la fe en Jesús resucitado, da confianza en el poder liberador y transformador del Evangelio y capacita para vivir con un cierto nivel de valentía, confiando en la fuerza y sabiduría de Dios, y en su Espíritu que nos guía y nos empuja a comprometernos en favor del bien de los demás. Sólo una esperanza más viva puede hacer soportar con serenidad y fortaleza los sufrimientos y las adversidades de la vida, abandonándonos completamente al amor de Dios, “esperando contra toda esperanza”. Pero una esperanza así hay que alimentarla con la oración y la Eucaristía, buscando a Jesucristo con los ojos de la fe y apoyándonos en las mediaciones necesarias por pequeñas que parezcan.

Animo a todos los miembros de nuestras comunidades cristianas a multiplicar los signos de presencia de la Iglesia en las situaciones de duelo demostrando que tenemos experiencias de resurrección cada vez que, en nuestros procesos vitales, el amor triunfa sobre toda forma de enfermedad, limitación y muerte.

Recibid el saludo de vuestro hermano obispo,

+ Joan Piris Frígola,

Obispo de Lleida

Fuente:: Mons. Joan Piris

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Mons. Pérez GonzálezMons. Francisco Pérez   LA IGLESIA CATÓLICA

La Iglesia es universal, está abierta a todos los pueblos de la tierra para anunciarles la buena noticia del Evangelio. Las últimas palabras de Jesús antes de ascender al cielo constituyen su encargo más importante, son su testamento: “Id y bautizad a todas las gentes…” (Mt 28, 19) y“hasta los confines de la tierra” (Hch 1,8). El primer Concilio de Jerusalén indicó que para Dios no hay acepción de personas y que la vocación de la Iglesia es ser universal. Y en nuestros días el Concilio Vaticano II indica que todos los hombres están invitados a formar parte del Pueblo de Dios. “Gracias a este carácter, la Iglesia Católica tiende siempre y eficazmente a reunir a la humanidad entera con todos sus valores bajo Cristo como Cabeza, en la unidad de su Espíritu” (LG 13).

Las Iglesias particulares o diócesis, aunque sean pequeñas o pobres o vivan dispersas, están “formadas a imagen de la Iglesia Universal. En ellas y a partir de ellas existe la Iglesia católica, una y única” (LG 23). Son plenamente católicas gracias a la comunión con una de ellas: la Iglesia de Roma “que preside en la caridad” (San Ignacio de Antioquía, Epistula ad Romanos 1, 1). Pedro es quien recibió del Señor la potestad de “atar y desatar” y la Iglesia universal la promesa de que “los poderes del infierno no la derrotarán”. (Mt 16, 18). La universalidad no le viene de la suma de las particularidades sino que lo es por vocación y misión ya que es un mismo objetivo el que se va enraizando “en la variedad de terrenos culturales, sociales, humanos, tomando en cada parte del mundo aspectos y expresiones externas diversas” (EN 62).

Toda la gran familia humana está invitada a formar la unidad católica del Pueblo de Dios. Pertenecen a ella de diversas maneras o a ella están destinados los católicos, plenamente incorporados mediante el bautismo, los lazos de la fe, de los sacramentos y del gobierno eclesiástico y de la comunión (LG 14). Los demás cristianos e incluso todos los hombres en general están llamados a la salvación por la gracia de Dios (LG 13).

LA IGLESIA APOSTÓLICA

La voz que llama y convoca es la de los Apóstoles y sus sucesores. El apóstol es el encargado de despertar la fe y reunir a la comunidad de los creyentes. Se pregunta San Pablo: “¿Cómo podrán creer e invocar a Dios, si no han oído hablar de Él y cómo oirán si nadie es enviado a predicar?” (Rm 10, 17). Las comunidades cristianas surgen de la fe provocada por la predicación. Por lo tanto la apostolicidad de la Iglesia es la base de que exista y sea una, santa, y católica. Decimos que es apostólica porque en su construcción los apóstoles son el fundamento y la piedra angular Cristo. Ellos son los testigos valientes que no pueden dejar de anunciar lo que han visto y oído del Señor.

Los obispos, por tradición apostólica, suceden a los apóstoles como pastores de las almas, en unión con el Papa, para realizar la obra de Cristo pastor eterno (CD 2). Ellos son encargados de propagar la fe, conservar la verdad y la unidad. Los obispos son los primeros misioneros por antonomasia pues han sido enviados a consolidar la obra de Cristo y los Apóstoles a lo largo de los tiempos.

Dice el Catecismo en el número 862: “Así como permanece el ministerio confiado personalmente por el Señor a Pedro, ministerio que debía ser transmitido a sus sucesores, de la misma manera permanece el ministerio de los Apóstoles de apacentar la Iglesia, que debe ser ejercido perennemente por el orden sagrado de los obispos”. Por eso, la Iglesia enseña que “por institución divina los obispos han sucedido a los apóstoles como pastores de la Iglesia. El que los escucha, escucha a Cristo; el que, en cambio, los desprecia, desprecia a Cristo y al que lo envió” (LG 20).

Toda la Iglesia es apostólica porque todos sus miembros estamos enviados a “propagar el Reino de Cristo por toda la tierra” (AA 2). Cada uno lo cumple en su vocación personal, en su trabajo, en su ambiente. Pero para todos, el ejercicio de la caridad, conseguida sobre todo en la Eucaristía, “siempre es como el alma de todo apostolado” (AA 3).

Quedaría incompleto este tema sobre la Iglesia y con un vacío inexcusable si no se concluyese con la joya de la Iglesia Madre que es María, la madre de la Iglesia. Ella es primicia, prototipo y profecía de lo que ha de ser la Iglesia. María está en el corazón mismo del misterio de Cristo y de la Iglesia. María inseparable de Cristo lo es también de la Iglesia. Ya desde el día de Pentecostés está María, como solícita madre, cobijando y acompañando los primeros pasos de la Iglesia por eso recibe con razón el título de Madre de la Iglesia.

+ Francisco Pérez González

Arzobispo de Pamplona y Tudela

Fuente:: Mons. Francisco Pérez

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Mons. VivesMons. Joan E. Vives      «He quedado maravillado al conocer el heroísmo admirable de vuestros compañeros y hermanos; edificado de la firmeza, constancia y dignidad de muchos, al sufrir un martirio más largo y quizás no menos glorioso. Es un patrimonio preciadísimo lo que unos y otros nos han legado», escribía el cardenal Vidal y Barraquer, desde el exilio, en 1937. Setenta años después de aquel terrible período histórico, la Iglesia ha beatificado un grupo numeroso de aquellos «compañeros y hermanos» asesinados durante una verdadera persecución religiosa, comparable a las otras persecuciones de cristianos en el siglo XX, un siglo al que A. Riccardi ha calificado como «el siglo de los mártires», desde los gulags soviéticos hasta los campos de concentración nazis, con el genocidio armenio y la persecución mexicana.

Este domingo la Iglesia diocesana se reúne en Montgai para dar gracias a Dios por los 10 hijos de nuestra Diócesis beatificados, dos del mismo pueblo de Montgai, Mn. Pau Segalà y su hermano carmelita P. Francesc de l’Assumpció, que se entregaron a la muerte en lugar de su madre y un hermano a quienes querían matar, si ellos no se entregaban. Hoy reconocemos y honramos como «mártires» intercesores, «testigos de Jesucristo», aquellos que fueron asesinados sin compasión ni garantías legales de ningún tipo, bajo tormentos y la inmensa mayoría sin juicio previo. Bastaba con que fueran sacerdotes, religiosos o laicos cristianos notorios: éste era su único crimen. Es por ello, sin ninguna motivación política, que la Iglesia los declara beatos intercesores y ejemplos nuestros, e inscribe su nombre en el martirologio cristiano. Al beatificarlos, la Iglesia hace una lectura creyente de su muerte y quiere mostrar que, a pesar de que podía parecer que su vida fracasaba, arrebatada por una muerte cruel, en aquellas muertes resplandecía la fuerza y la vida de Jesucristo, el primer mártir, que dio su vida por amor, en la Cruz. «¡Morir por Cristo es vivir, amigos míos!», decía lleno de fe San Jaume Hilari Barbal, hermano de La Salle hijo de Enviny, en nuestra Diócesis, al ser fusilado en 1937. Todos aquellos mártires son ejemplos de paz y de perdón, de fidelidad y de compasión para todos, especialmente para sus verdugos. Y de ellos tenemos que aprender a amar a todos los que murieron por ambos lados, los sufrimientos de aquella contienda incivil en todas partes, y a saber ofrecer el perdón y la reconciliación definitivos, que tanto necesitamos.

El juicio histórico sobre aquellos años convulsos pide una reflexión más profunda que la generalización sesgada que algunos han hecho. El Papa Juan Pablo II, que invitó a toda la Iglesia a una purificación de la memoria en el inicio del tercer milenio, quería que la Iglesia confiara «la investigación sobre el pasado a la paciente y honesta reconstrucción científica, libre de prejuicios de tipo confesional o ideológico, tanto por lo que respecta a las atribuciones de culpa que se le hacen, como respecto a los daños que ella misma ha sufrido». En este sentido, la Iglesia en Cataluña hace mucho tiempo que reflexiona sobre este período y los Obispos ya afirmábamos en nuestra Carta pastoral de 2011, Al servicio de nuestro pueblo: «Somos conscientes de las carencias y los errores que, como miembros de la Iglesia, hayamos podido cometer en un pasado más o menos lejano, y humildemente pedimos perdón; pero al mismo tiempo somos también conscientes del papel insustituible que ha tenido la Iglesia y el cristianismo en la historia milenaria de Cataluña» (nº 22). Debemos amar la memoria de los mártires y entender, como decía el cardenal Vidal y Barraquer, que son «un patrimonio preciadísimo» no sólo para los católicos, sino también para todos los hombres y mujeres de buena voluntad, que profesan sentimientos de verdadera justicia y reconciliación histórica.

+ Joan E. Vives

Arzobispo de Urgell

Fuente:: Mons. Joan Piris

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Por nuestros difuntosMons. Demetrio Fernández    La fe cristiana nos enseña que hemos nacido para vivir eternamente, primero en la etapa de la vida terrena, después en la etapa eterna con Dios y con los hermanos. Y que nuestra suerte depende del amor de Dios misericordioso y de nuestras obras en correspondencia a ese amor. Dios nos ha creado para la vida, y para la vida feliz en la eternidad del cielo. Ahora bien, no nos llevará con El forzadamente, sino por la colaboración libre de nuestra voluntad y nuestros actos. La fe nos habla de “otra vida” más allá de la muerte, pues no acaba todo con la muerte, sino que seguiremos viviendo para siempre.

El culto a los difuntos se basa en esta certeza. Si no creyéramos en la otra vida, a qué viene la veneración y el culto a los difuntos. Pues no se trata simplemente de un recuerdo nostálgico de aquellos con los que hemos compartido una etapa –más o menos larga- de nuestra vida pasada, sino de la certeza de que están vivos, a la espera de una plenitud, que llegará en el último día de la historia de la humanidad. Los difuntos nos hablan, por tanto, no sólo de pasado, sino de futuro. Allí donde ellos han llegado, llegaremos cada uno de nosotros, no sabemos cuándo.

La vida del hombre sobre la tierra reviste ese tono de dramatismo, por el hecho de estar sometido a fuerzas contrapuestas, que le llevan a la lucha entre el bien y el mal en su propio corazón y en el escenario de la historia de la humanidad. Nacidos para el cielo, nacidos para Dios, el hombre experimenta la tentación constante de apartarse de Dios, porque lo considera su rival, corriendo el riesgo de perderse eternamente. En esta lucha dramática, la más importante de nuestras tareas, nuestra preocupación estriba en aprender a amar de verdad, para saciarnos plenamente de Dios, que nos llama al amor eterno. Pero también constatamos que muchas veces nos invade el egoísmo, el desamor, todos los vicios capitales, que nos apartan de Dios y de los hermanos.

De nuestros hermanos, que han cruzado el umbral de la muerte, tenemos la certeza de que algunos ya están con Dios, han llegado a la meta con éxito pleno. Son los santos, muchos de los cuales han sido canonizados por la Iglesia, otros muchos más sin canonizar, pero que han recorrido el camino de su vida terrena con éxito, aprendiendo a amar hasta el extremo. Por estos no rezamos, sino que ellos son nuestros referentes, nuestros hermanos mayores que nos ayudan en esa lucha dramática de la vida terrena.

Otros, sin embargo, están en fase de purificación hasta llegar a la plenitud del amor. Habiendo muerto en la amistad de Dios, hay cicatrices de pecados anteriores que han de ser restauradas, hay egoísmos recónditos que han de ser transformados en amor, hay deudas de amor que sólo se curan en el sufrimiento. Estas son las almas de nuestros hermanos difuntos, que todavía no han llegado al cielo, pero que sin embargo ya han alcanzado la salvación eterna. Por estos rezamos, porque nuestra oración les llega y les hace bien. Por ellos participamos de la cruz de Cristo, en el ayuno y la penitencia, para reparar lo que hicieron mal, y nosotros podemos resarcirlo en solidaridad fraterna.

Cabe la suerte de los que libremente se han apartado de Dios para siempre en el infierno. Por esos no podemos rezar, porque la condenación es eterna, y en el infierno es imposible poder amar. No nos consta de nadie, que viva esta situación. Solamente los ángeles caídos, los demonios, que se rebelaron contra Dios y fueron arrojados al infierno, sin posibilidad de redención. Jesús nos avisa en su evangelio de este peligro en nuestra vida, no para asustarnos, sino para mostrarnos que sería una terrible desgracia vivir sin el amor de Dios para siempre, siempre.

En estos días traemos a nuestra memoria a todos los difuntos, para vivir la comunión con ellos en el amor. Visitamos nuestros cementerios, ofrecemos sufragios en favor de sus almas, y de paso caemos en la cuenta de nuestra suerte eterna, para desear el cielo, para purificarnos ya aquí en la tierra, participando de la cruz de Cristo, para acrecentar la esperanza en Dios que nos llama a vivir con él.

Recibid mi afecto y mi bendición:

+ Demetrio Fernández,

Obispo de Córdoba

 

Fuente:: Mons. Demetrio Fernández

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