Mons. Antonio Algora Nos quedan diez días para que celebremos que Jesucristo nace hoy en la vida de muchos católicos y, por nosotros, en cantidad de gentes de buena voluntad que sigue teniendo fe en el ser humano y en su capacidad de ofrecer lo mejor de sí mismo en la construcción de un mundo nuevo.
Ciertamente, es motivo de intensa alegría el nacimiento próximo de Jesucristo. Nacer de una mujer, nacer en marginación y pobreza, nacer sujeto al arbitrio de los poderosos y dominadores de pueblos enteros que eran los romanos, nos invita a la alegría por lo que supone de esperanza, de promesa realizada y que viene de parte de Dios. El Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo no desprecia a esa humanidad tantas veces contraria y destructora de la naturaleza, genocidios incluidos. Nos envía a su Hijo hecho hombre para compartir con nosotros lo más propio nuestro que es la consecuencia del mal y de la muerte que nos damos con demasiada frecuencia.
Por este gran misterio del amor de Dios a la humanidad sabemos del camino, la verdad y la vida que es el Hijo del Hombre que padece, muere en la cruz y resucita… y que, venciendo las barreras del tiempo y del espacio a 2013 años de distancia de su nacimiento, aquí y ahora, nace en su Iglesia pues oímos su Palabra, comulgamos su Cuerpo entregado y, en el «como yo os he amado», disfrutamos la alegría de creer, amar y esperar activamente metidos en la tarea de hacer un mundo nuevo, pues el Reino que se nos da con el niño Dios es de justicia, amor, paz, verdad, vida, santidad y gracia, donde toda persona puede realizar plenamente en sí lo que se nos ha dado «Por Cristo, con Él y en Él». Sí, es en la Misa donde se actualiza el misterio de nuestra fe que nos une a todos como hermanos y nos hace cuerpo místico de Jesucristo en la historia humana.
El amor a su venida, en la Navidad de este 2013, nos ha de llevar a la alegría profunda de quien se siente salvado. Sí, salvado del Euro; el ser humano es más importante que la riqueza soñada o adquirida. Salvado de los poderes al uso; la persona es más importante que lo que puedan decir de ella por sus creencias, como llaman a la fe. Salvado de una ética en la que vale cualquier ocurrencia en búsqueda del placer. Salvado de la soledad y el aislamiento bien en el interior del individuo, bien en el clan de una familia hecha a la medida e insolidaria.
¡Alegraos! Viene quien nos trae la bondad envuelta en la humildad más profunda pues se llega a nosotros «como el que sirve» sin gritos ni puestas en escena de un estéril «aquí estoy yo». Recordaremos lo dicho de Él por los profetas y que se cumple de lleno en su trayectoria vital hasta su misma muerte en el tormento de la cruz: «Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Sobre él he puesto mi espíritu, para que traiga el derecho a las naciones. No gritará, no clamará, no voceara por las calles. La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará. Promoverá fielmente el derecho, no vacilará ni se quebrará, hasta implantar el derecho en la tierra, y sus leyes que esperan las islas. Yo, el Señor, te he llamado con justicia, te he cogido de la mano, te he formado, y te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones. Para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión, y de la mazmorra a los que habitan las tinieblas» (Is 42, 1-4).
¡Alegraos! Podemos vivir estos días del tiempo de Adviento sabiendo que está en nuestra mano alcanzar ese Reino mesiánico que no se agota en nosotros, sino que lo podemos ofrecer en nosotros a todos nuestros contemporáneos.
Vuestro obispo,
† Antonio Algora
Obispo de Ciudad Real
Fuente:: Mons. Antonio Algora