El cardenal Robert Sarah es el presidente del Pontificio Consejo Cor Unum, desde su nombramiento por el papa Benedicto XVI el 7 de octubre de 2010. Previamente fue secretario de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos. En octubre de 2013 paso por Madrid para participar en el encuentro de consiliarios de Manos Unidas.
¿Cómo nació su vocación?
Mi vocación está muy ligada a la obra de los misioneros. Gracias a la presencia de los Padres de la Congregación del Espíritu Santo nuestro territorio ha conocido a Jesús. Gracias a ellos he comprendido que Jesús me llamaba para servirle en su viña como sacerdote. Yo soy hijo único y, como era monaguillo, iba a misa a diario, a las 6 de la mañana y ayudaba al sacerdote misionero en la celebración de la misa. Un día, el misionero me preguntó si quería ser sacerdote como él. A aquella pregunta contesté inmediatamente que sí; que me hubiera gustado mucho estar tan cerca del Señor y hacer que mucha gente le conociera. Cuando volví a mi casa le dije a mi madre que quería ser sacerdote, al igual que el misionero. Enseguida mi madre me hizo notar que tal vez no iba a ser posible porque nunca se había visto un sacerdote africano en la aldea, y que mi deseo era una locura. Mi padre también opinaba lo mismo, pero al final después de comprobar que mi locura me había sido comunicada por el Padre misionero dieron su consentimiento y me permitieron entrar en el seminario, donde he madurado, aún más, mi idea de responder a la llamada del Señor y ofrecerle toda mi vida.
¿Qué recuerdos tiene del periodo de formación antes de ordenarse sacerdote, en Francia, Senegal, Roma y Jerusalén?
El tiempo del seminario ha sido muy importante para mi vida aunque no siempre muy fácil. Físicamente era un poco frágil y propenso a enfermar, pero a pesar de ello continué, con la ayuda del Señor, y permanecí en el seminario. En aquella época se necesitaban las tres S para continuar en el seminario: salud, ciencia (scienza) y santidad. Me faltaban las tres. A mis padres no les dije nada sobre el hecho que durante el primer año de seminario no me había encontrado bien, porque estaba seguro que habrían intentado convencerme de que volviera a casa, mientras que era mi deseo continuar mi formación en el seminario. En el seminario mayor de Nancy (Francia) pude conocer a muchas personas que me ayudaron a estrechar mi relación de amistad con Dios. En modo particular he sido feliz con el padre espiritual, gracias al cual he continuado en el camino vocacional consiguiendo superar las dificultades que la vida nos puede presentar. Me ordenaron sacerdote el 20 de julio de 1969, el mismo día en que los astronautas americanos pisaron el suelo de la luna. Enseguida después de mi ordenación el obispo me envió a Roma y a Jerusalén para la licenciatura en Teología y Sagrada Escritura. A través del estudio, pero también de la meditación, de la Palabra de Dios y el apoyo de tantas personas mi vida espiritual ha crecido mucho. En Roma pude estrechar lazos de amistad con un hombre santo, tal era el cardenal Gantin, que como un padre siempre me apoyó y ayudó en el camino de la fe. También tuve la gracia de poder continuar el estudio de las Sagradas Escrituras en Jerusalén, una gran suerte que me dio la posibilidad de conocer y vivir en esos lugares donde Jesús vivió, y todo ello resultó ser muy fructuoso para mi sacerdocio.
Cuando recibió la ordenación episcopal, se convertía en el obispo más joven del mundo, con 34 años de edad. ¿Cómo vivió ese momento? ¿A qué “miedos” se enfrentó?
No puedo negar que, cuando recibí la noticia que había sido escogido por el Santo Padre para ser obispo, pensé que no estaría a la altura, porque era muy joven y, además, Guinea estaba viviendo un período muy difícil. De hecho, en mi país había un régimen comunista y dictatorial que persiguió mucho a la Iglesia. Por ejemplo, el obispo, Mons. Marie Raymond Tchidimbo, mi predecesor, estuvo en la cárcel durante más de diez años. Aunque me nombró obispo el papa Pablo VI en el mes de abril de 1978, pero mi nombramiento episcopal no fue del agrado del Gobierno, y sólo después de algunos años, y de varios meses de diálogo con la Santa Sede, dieron el consentimiento a mi ordenación episcopal. Fue Juan Pablo II quien confirmó mi nombramiento en 1979. Puedo afirmar que, precisamente en ese clima de persecución, mi relación con el Señor creció mucho, y siempre he sentido su paterna presencia y su constante apoyo. En mi piel he verdaderamente experimentado que sin el Señor no podemos hacer nada. Es él el Obispo que está dentro de nosotros. Es él, si somos dóciles, el pastor que está dentro de nosotros.
En octubre de 2001, Juan Pablo II le nombró secretario de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos. Háblenos del trabajo que allí desarrolló.
Durante nueve años he tenido la posibilidad de prestar mi humilde servicio en la Congregación para la Evangelización de los pueblos, donde he constatado el deseo de muchas poblaciones de conocer a Jesús, de ser guiadas por la luz de su Evangelio y de ser saciadas por el manantial de su amor que brota de su corazón atravesado. Estaba ocupado todos los días en mantener las relaciones con los países de las misiones que intentábamos ayudar también desde el punto de vista económico. En modo particular la acción de la Congregación para la Propaganda Fide estaba dirigida al anuncio del evangelio y, para que ello fuera posible nos dedicábamos también a la formación de los futuros presbíteros y también a la de los laicos. De hecho en Roma la Congregación gestiona el Pontificio Colegio Urbano, que se ocupa de la formación de los futuros sacerdotes, el Colegio San Pedro Apóstol y el Colegio San Pablo Apóstol para los sacerdotes y el Colegio Pablo VI para las religiosas. Gracias al tiempo transcurrido en Propaganda Fide he podido constatar el enorme crecimiento de la Iglesia en los países de las misiones y comprender mejor la inseparable relación que existe entre la evangelización y la caridad. No es posible anunciar realmente a Cristo sin acoger también las necesidades materiales de las personas. Pero, por otro lado, no se puede ayudar al hombre sólo desde el punto de vista material, porque cada hombre también tiene una necesidad espiritual, por lo tanto se ayuda realmente a una persona cuando le donamos a Jesús, que es la verdadera riqueza y la verdadera salvación del mundo.
En febrero de 2013 viajó a Jordania para visitar a los refugiados sirios en el país. ¿Cómo ve la situación que allí se está viviendo? ¿Cuál cree que es la solución? ¿Qué actitud debe tener la comunidad internacional?
La guerra siempre produce destrucción y muerte. En aquellos territorios he notado un ambiente atormentado por los conflictos bélicos y también los rostros de las personas muestran un gran sufrimiento, además de muchas cicatrices. Cuando visité un campo de refugiados me conmovió una joven mujer árabe musulmana que me llevó a su bebé de cuatro meses diciéndome: cójalo, cójalo y sálvelo de esta trágica guerra. Los refugiados viven en condiciones humanamente deporables. No viven en cómodas casas, sino en tiendas y chabolas, y cuando llueve es verdaderamente difícil vivir en ellas. El trabajo que los diferentes organismos caritativos católicos y no católicos están llevando a cabo es extraordinario. Estoy convencido de que la única manera de superar las dificultades es trabajar para que la guerra acabe. En tanto que haya guerra será incluso difícil prestar ayuda humanitaria. La comunidad internacional debe cada vez más intentar favorecer un diálogo que poco a poco pueda ayudar a poner fin al conflicto, aunque esto no es fácilmente alcanzable porque esta guerra, como todas las guerras, está causada por los intereses y el poder. La destrucción humana, el sufrimiento de las familias separadas, de los niños sin escuela y sin futuro es la más terrible tragedia para los sirios.
En el texto que escribió como introducción para las Cartas Pastorales de Manos Unidas de 2013, usted hablaba del “largo camino que tenemos que recorrer en nuestras sociedades para que se produzca la igualdad deseada” entre hombre y mujer. ¿Cuál es esa verdadera igualdad? ¿Qué pasos son necesarios ya?
En la introducción a las cartas Pastorales de Manos Unidas, indicaba la base teológica sobre la que se basa esta igualdad: Dios ha creado el hombre y la mujer a su imagen y semejanza. Hay que partir de este concepto para entender que Dios concibe el hombre y la mujer como dos seres complementarios en sus diferencias y al mismo tiempo, de igual dignidad, llamados a vivir su vida como donación al otro. El pecado original ha creado una diferencia que no existía en el momento de la creación. Por esta razón hablo de largo camino, porque el camino que hay que recorrer es el del cambio de corazón, lo que llamamos, la conversión.
En ese mismo texto, citaba los “nuevos tipos de pobreza” que se están desarrollando. ¿Cuáles son? ¿Qué se debe hacer para combatirlos?
Los nuevos tipos de pobreza son una consecuencia de la sistemática destrucción de la familia. Y los vemos constantemente en nuestras sociedades, sobre todo occidentales: los ancianos solos y abandonados, los hijos que ven el drama de la separación de los padres, los hombres y mujeres que, después de una separación, viven en soledad, el drama del aborto etc. Con otras palabras el Papa Francisco llama a estos nuevos tipos de pobreza “la cultura del descarte”, por la cual la sociedad descarta aquellos sujetos más débiles e indefensos en aras de un progreso material.
En octubre de 2013 pasó por Madrid para participar en el encuentro de consiliarios de Manos Unidas que tiene lugar cada año. En una de sus dos ponencias, habló del Motu Proprio de Benedicto XVI sobre la Caridad. ¿Qué debe significar éste para la vida de los laicos?
Con el Motu Proprio Intime Natura Ecclesie el Santo Padre ha querido, de hecho, hacer explícitos, desde un punto de vista canónico, algunos puntos que se refieren a su reflexión teológico-pastoral, contenida en particular en la encíclica DCE. A través de dicha normativa el Papa ha querido subrayar que la verdadera naturaleza de la Iglesia se expresa en la caridad. El obispo, es el primer responsable de la caridad en su propia diócesis, y como dice el documento también es “pastor, guía y primer responsable” del servicio de la caridad. Entre todas las tareas ligadas a este ministerio está la de animar a los feligreses a vivir una caridad activa y de participar a la misión de la Iglesia (art. 4). Además, es tarea del obispo promover la creación en cada parroquia de una Cáritas u organismo similar que desarrolle, entre otras cosas, una función pedagógica en la comunidad parroquial. Es importante recordar que el obispo tiene el deber de pedir a la autoridad pública la garantía para la Iglesia de ejercer libremente la caridad, además del hecho que él mismo es el que garantiza que serán respetadas las leyes civiles por parte de los organismos (art. 5). Esta nueva normativa por tanto será de ayuda también para los laicos, porque tendrán la seguridad de poder contar con su propio obispo come referente último para poder vivir el servicio de la caridad de manera conforme al evangelio.
¿Cómo debe ser la labor, según su opinión y experiencia, de las instituciones caritativas de la Iglesia y de los que en ellas trabajan?
Estoy muy agradecido a Benedicto XVI que con su primera encíclica Deus Caritas Est nos ha presentado de manera detallada cuál debe ser el perfil de la actividad caritativa de la Iglesia. En el nº 31 de hecho subraya que la iglesia, viviendo la caridad, debe mantener todo su esplendor sin disolverse en la común organización asistencial. Según la invitación del Papa, y que también he comprobado con mi experiencia, es importante que la Iglesia tenga presente el modelo ofrecido por la parábola del Buen Samaritano, porque la caridad cristiana es simplemente la respuesta a lo que, en una determinada situación, constituye la necesidad inmediata: los hambrientos deben ser saciados, los desnudos deben ser vestidos, los enfermos curados, etc. Los que trabajan al servicio de la caridad deben ser formados para que hagan lo justo en el modo justo, teniendo en cuenta que están prestando ayuda a seres humanos que necesitan siempre algo más que un cuidado sólo técnicamente correcto. Necesitan humanidad. Necesitan la atención del corazón. Además, para ofrecer un servicio de caridad debe predominar la gratuidad. Los que trabajan al servicio de la caridad no deben ser guiados por un segundo fin, sino por el ejemplo de Cristo de abrazar gratuitamente la necesidad del otro para hacerle presente el reino de Dios.
En 2014, en Manos Unidas cerramos un ciclo de trabajo alrededor de los Objetivos de Desarrollo del Milenio. ¿Qué opina de ellos?
Sin lugar a dudas el esfuerzo que las Naciones Unidas están haciendo para lograr un mundo más justo y solidario merece nuestro apoyo, pero tengo que decir que la agenda de la Iglesia no es ni puede ser la agenda de las Naciones Unidas, porque como usted bien sabe, no todo lo que propugnan las Naciones Unidas está en sintonía con el Magisterio de la Iglesia. Hay que saber, como cristianos, discernir. No digo que no haya que colaborar, sino que tenemos que llevar a estas instituciones internacionales la voz de la Iglesia y la antropología que la Iglesia defiende, su visión cristiana del hombre y de la mujer. Espero, por otra parte, que las reflexiones que se harán al final del proyecto sobre los resultados de esta iniciativa, tengan en cuenta el verdadero desarrollo integral de la persona, que ya auspiciaba el Papa Pablo VI en su Encíclica Populorum Progressio. La Iglesia piensa que el verdadero desarrollo de los pueblos no puede reducirse a un bienestar material.
Y en 2014, en concreto, trabajaremos el ODM bajo el lema “Un mundo nuevo, proyecto común” y el prisma de la esperanza, la fraternidad, la lógica del don y la necesidad de volver a poner a la persona como el centro del desarrollo. ¿Qué consejos nos puede dar?
No existe verdadero progreso, como decía antes, si no ponemos a la persona en el centro de nuestras acciones. Pero insisto en el concepto de desarrollo integral de la persona, que me parece una gran contribución de la Iglesia en este campo. El hombre posee una dimensión espiritual que conforma su ser hombre y mujer. El verdadero desarrollo consiste en dar al hombre la posibilidad de crecer en todos los ámbitos de su existencia. En este trabajo está la Iglesia y Manos Unidas, como expresión de la Iglesia española, que ayuda a las Iglesias hermanas más necesitadas, en el trabajo de promoción humana integral y de evangelización.
(Entrevista realizada por Pilar Seidel, del departamento de Comunicación de los Servicios Centrales de Manos Unidas)
Fuente:: SIC
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