Renovada la Comisión de vigilancia del IOR
(RV).- El mediodía del miércoles la Oficina de Prensa de la Santa Sede hizo público un comunicado en el que se informa que el Papa Francisco ha renovado para el próximo quinquenio la Comisión Cardenalicia de vigilancia del Instituto para las Obras de Religión (IOR), que ahora resulta compuesta por los Cardenales: Christoph Schönborn, Arzobispo de Viena; Thomas Christopher Collins, Arzobispo de Toronto; Jean-Louis Tauran, Presidente del Pontificio Consejo para el Dialogo Interreligioso; Santos Abril y Castelló, Arcipreste de la Basílica Papal de Santa María la Mayor; y por Monseñor Pietro Parolin, Arzobispo titular de Acquapendente, Secretario de Estado. (RC-RV)

Fuente:: News.va

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1_0_764172Discípulos y misioneros del Evangelio, con palabras y obras, siempre y en todo lugar, el Señor cuenta con nosotros, pidámosle que a través de la gracia del Bautismo podamos ser instrumentos de las bendiciones de Dios para todo el mundo, alentó el Obispo de Roma en su audiencia general, a la que acudieron, a pesar del frío, una vez más, miles de fieles, se calcula unos 35 mil. Y a pesar del frío, también este miércoles 15 de enero, el Papa Francisco pasó en el jeep lo más cerca de las personas, saludando, bendiciendo y acariciando. Peregrinando como Pueblo de Dios en la historia, cada uno en el lugar que el Señor le ha asignado. El Papa recordó la importancia del Bautismo en la ejemplar historia de la comunidad cristiana en Japón, de la que tenemos tanto que aprender. A pesar de la trágica persecución del siglo XVII, logró perseverar en la fe, en la clandestinidad, gracias al Bautismo que los padres administraron a sus hijos.

Tras dejar como tarea el buscar la fecha del propio Bautismo, en el marco del nuevo ciclo de catequesis sobre los Sacramentos, que empezó la semana pasada, Francisco prosiguió sus reflexiones sobre el fundamento de nuestra vida, el comienzo de la vida nueva como hijos de Dios. Pues, recibiendo la fe y el bautismo los cristianos acogemos la acción del Espíritu Santo y nos afianzamos en las palabras exhortadoras de Jesús: «Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo» (Mt 28, 19-20).

(CdM – RV)

Palabras del Papa en español:

Queridos hermanos y hermanas:

En la catequesis de hoy, continúo la reflexión sobre el bautismo. Me detengo en este aspecto: el bautismo nos hace miembros de Cristo y de la comunidad. El Concilio Vaticano II expresaba esta verdad insistiendo en que este sacramento nos incorpora al Pueblo de Dios; nos hace miembros de un Pueblo que camina.A través de la fuente bautismal, la gracia se transmite y el Pueblo de Dios camina en el tiempo, difundiendo la bendición de Dios. Cada uno de nosotros se convierte en un discípulo misionero. Por un lado, nunca dejamos de ser discípulos, de aprender, de recibir; por otro, estamos llamados a la misión, a compartir lo que hemos recibido, lo que vivimos: la experiencia de amor, de fe en la Trinidad. Nadie se salva por sí solo, y todos estamos llamados, a pesar de nuestras limitaciones, a anunciar a los demás la gracia recibida en el bautismo. Somos una comunidad, y vivir juntos nuestra fe no es un adorno, sino algo esencial de la vida cristiana, del testimonio y de la evangelización.

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Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular a los Padres Agustinos Recoletos y a las Religiosas de María Inmaculada, así como a los demás grupos venidos de España, Argentina, Uruguay, México y otros países latinoamericanos. Invito a todos a tomar en serio su bautismo, siendo discípulos y misioneros del Evangelio, de palabra y con el propio ejemplo. Que Jesús os bendiga y la Virgen Santa os cuide. Muchas gracias.

Catequesis completa del Santo Padre en español

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El miércoles pasado hemos iniciado un breve ciclo de catequesis sobre los Sacramentos, comenzando por el Bautismo. Y acerca del Bautismo quisiera detenerme también hoy, para subrayar un fruto muy importante de este Sacramento: él nos hace transformarnos en miembros del Cuerpo de Cristo y del Pueblo de Dios. Santo Tomás de Aquino afirma que quién recibe el Bautismo es incorporado a Cristo casi como su mismo miembro y es agregado a la comunidad de los fieles, es decir, al Pueblo de Dios. (Summa Theologiae, III, q. 69, art. 5; q. 70, art.1). En la escuela del Concilio Vaticano II, nosotros decimos hoy que el Bautismo nos hace entrar en el Pueblo de Dios, nos transforma en miembros de un Pueblo en camino, un Pueblo peregrinante en la historia.

En efecto, así como de generación en generación se transmite la vida, del mismo modo también de generación en generación, a través del renascimiento de la fuente bautismal, se transmite la gracia, y con esta gracia el Pueblo cristiano camina en el tiempo, como un río que irriga la tierra y difunde en el mundo la bendición de Dios. Desde el momento que Jesús dijo esto que hemos escuchado del Evangelio, los discípulos fueron a bautizar y, desde aquel tiempo hasta hoy, hay una cadena en la transmisión de la fe por el Bautismo, y cada uno de nosotros somos el anillo de esta cadena; un paso adelante siempre, como un río que irriga. Y así es la gracia de Dios, y así es nuestra fe, que debemos transmitir a nuestros hijos. Así es el Bautismo. Por qué? Porque el Bautismo nos hace entrar en este Pueblo de Dios, que transmite la fe. Esto es muy importante, eh? Un Pueblo de Dios que camina y transmite la fe.

En virtud del Bautismo nosotros nos transformamos en discípulos misioneros, llamados a llevar el Evangelio en el mundo (Exhortación Apost. Evangelii gaudium, 120). “Cada bautizado, qualquiera sea su función en la Iglesia y el grado de instrucción de su fe, es un sujeto activo de evangelización. La nueva evangelización debe implicar un nuevo protagonismo de todos, de todo el Pueblo de Dios, de cada uno de los bautizados. (ibid.) el Pueblo de Dios es un Pueblo discípulo y misionero. Todos en la Iglesia somos discípulos y lo somos siempre, por toda la vida; y todos somos misioneros, cada uno en el puesto que el Señor le ha asignado.

Existe un vínculo indisoluble entre la dimensión mística e aquella misionera de la vocación cristiana, ambas radicadas en el Bautismo. “Recibiendo la fe y el bautismo, nosotros cristianos acogemos la acción del Espíritu Santo que conduce a confesar a Jesucristo como Hijo de Dios y a llamar Dios “Abbá” (Padre). Todos los bautizados y las bautizadas estamos llamados a vivir y a transmitir la comunión con la Trinidad, porque la evangelización es un llamado a la participación de la comunión trinitaria” (Documento final de Aparecida, n. 157).

Nadie se salva solo. Somos comunidad de creyentes, y en la comunidad experimentamos la belleza de compartir la experiencia de un amor que nos precede a todos, pero que al mismo tiempo nos pide que seamos “canales” de la gracia los unos por los otros, no obstante nuestros límites y nuestros pecados.
La dimensión comunitaria no es sólo un “marco”, un “contorno”, sino que es parte integrante de la vida cristiana, del testimonio y de la evangelización. La fe cristiana nace y vive en la Iglesia, y en el Bautismo las familias y las parroquias celebran la incorporación de un nuevo miembro a Cristo y a su cuerpo, que es la Iglesia (ibid., n.175 b).

A propósito de la importancia del Bautismo para el Pueblo de Dios, es ejemplar la historia de la comunidad cristiana en Japón. Ella sufrió una dura persecución a los inicios del siglo XVII. Hubieron numerosos mártires, los miembros del clero fueron expulsados y millares de fieles fueron asesinados. Entonces la comunidad se retiró en la clandestinidad, conservando la fe y la oración en el ocultamiento.

Cuando después de casi dos siglos y medio, los misioneros volvieron a Japón, millares de cristianos salieron a la luz y la Iglesia pudo reflorecer. ¡Habían sobrevivido con la gracia de su Bautismo! Y habían mantenido, aunque en secreto, un fuerte espíritu comunitario, porque el Bautismo los había hecho transformar en un sólo cuerpo en Cristo: estaban aislados y escondidos, pero eran siempre miembros de la Iglesia. ¡Podemos aprender tanto de esta historia!

Fuente:: SIC

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Antonio Mª Rouco VarelaMons. Antonio Mª Rouco Varela      Mis queridos hermanos y hermanas en el Señor:

La Jornada Mundial de la Pastoral de las Migraciones nos recuerda de nuevo que estamos ante la exigencia insoslayable de hacer posible una convivencia profundamente humana sobre la base evangélica de nuestro reconocimiento mutuo como hermanos en una sociedad en la que la presencia de los emigrantes continúa siendo determinante. Una convivencia que ha de ser alimentada y sostenida a la luz de la fe con la fuerza de la esperanza y de la caridad cristianas.

Reavivar el ardor misionero

En nuestra responsabilidad evangelizadora, reavivada en “la Misión-Madrid”, se nos impone una primera y fundamental tarea: la ayuda a los inmigrantes a mantener firme su fe, siendo conscientes que les falta el apoyo cultural que tenían en su país de origen. En el Plan Pastoral para este curso constatábamos que: “la situación general ?humana y espiritual? del mundo y de Europa hoy urge a la Iglesia a vivir con generosidad su misión. La crisis nos inquieta por sus raíces espirituales y trascendentes, que conducen al hombre a la pérdida del sentido de su vida y de su propia dignidad personal” (Un nuevo curso pastoral de la “Misión Madrid”, II, 1). En un tiempo en que el intercambio mutuo globalizado acerca más a las personas de los distintos pueblos, el impacto de esta crisis alcanza al mundo de la emigración en los países de partida y en los de llegada con una especial dureza. También aquí entre nosotros: ¡en Madrid! Factor que acentúa la urgencia de la llamada a vivir fraternalmente y a superar juntos las dificultades no sólo materiales sino también espirituales que nos rodean. El papa Benedicto XVI explicaba luminosamente que“en una sociedad en vías de globalización, el bien común y el esfuerzo por él han de abarcar necesariamente a toda la familia humana, es decir, a la comunidad de los pueblos y naciones, dando así forma de unidad y de paz a la ciudad del hombre, y haciéndola en cierta medida una anticipación que prefigura la ciudad de Dios sin barreras” (Caritas in veritate, 7).

Asumir cristianamente las responsabilidades pastorales y apostólicas ante los problemas y esperanzas del mundo de la emigración en esta hora “global” de la historia es exigencia y forma parte del anuncio del Evangelio del Señor que nos salva: ¡Jesucristo! Frente a la acumulación de dificultades humanas, sociales y culturales pudiera surgir la tentación de la desconfianza o desesperanza. Pero sabemos que la Iglesia, como sacramento de la salvación de Cristo, realiza y transmite con obras y palabras el amor de Dios, afrontando las situaciones ?incluso las más dolorosas? con la esperanza gozosa que brota del Misterio Pascual y que se ha iniciado con el Misterio de la Encarnación y Nacimiento del Hijo de Dios en Belén de Judá. El papa Francisco, al subrayar con inusitada frescura pastoral la alegría del evangelio, nos recuerda que “todo cristiano es misionero en la medida en que se ha encontrado con el amor de Dios en Cristo Jesús; ya no decimos que somos ‘discípulos’ y ‘misioneros’, sino que somos siempre ‘discípulos misioneros’. (…) Miremos a los primeros discípulos, quienes inmediatamente después de conocer la mirada de Jesús, salían a proclamarlo gozosos: ‘Hemos encontrado al Mesías’ (Jn 1,41)” (Evangelii gaudium, 119).

Anunciar el Evangelio nos implica inexorablemente en la comunicación auténtica y generosa a los hermanos venidos de la emigración de la experiencia que tenemos del Señor, Resucitado gloriosamente, en quien hemos puesta nuestra esperanza.

Convivir fraternalmente

El anuncio del evangelio, que nos impulsa a vivir la catolicidad, reclama de nosotros vivir no sólo la comunión fraterna entre los bautizados sino también sacar fielmente la consecuencia de ofrecer una fraterna hospitalidad al inmigrante, sea cual sea su raza, cultura, y religión; rechazando toda exclusión o discriminación y proponiéndoles la verdad del Evangelio, Cristo Jesús, que nosotros hemos recibido como un don y en quien se funda la verdadera y no manipulable fraternidad.

 

Las comunidades parroquiales, que perseveran con generosidad y valentía en convertir en obras de amor fraterno el servicio a los inmigrantes, han de mantener:

  • la acogida que favorezca su inserción integral, con una vida más digna que presupone e incluye también la dimensión de la fe y la práctica religiosa, esencial para toda persona;
  • el acompañamiento eficaz que necesitan en las tramitaciones tan complicadas, exigidas por las leyes y las normas administrativas para su pacífica integración social. Acompañamiento que no debe ser escatimado a aquellos que están bautizados en su incorporación activa a la vida de la Iglesia;
  • la caridad, que es creativa, para colaborar en la resolución de las emergencias que acontecen, y pueden acontecer, incluso en situaciones de emigración irregular, a fin de conseguir la normalización tan deseada, que estabiliza y favorece una fructuosa convivencia.

La Iglesia reconoce el derecho a emigrar, la posibilidad de salir del propio país y de entrar en otro en busca de mejores condiciones de vida, y también reconoce el derecho a no emigrar, es decir, a que se promuevan y aseguren las condiciones objetivamente válidas para permanecer con dignidad en la propia tierra. Reconocimiento que se debe de hacer efectivo en el esfuerzo incesante por lograr una actitud de acogida basada en el respeto de los derechos fundamentales de nuestros hermanos emigrantes y de su equiparación en derechos y deberes con lo demás ciudadanos.

Como hijos de Dios

La llamada a convivir fraternalmente ?quienes aquí estamos y quienes han llegado? se encuentra viva y latente en nuestra común condición de hijos de Dios Padre, que es creador; de hermanos en Dios Hijo, que es redentor; de hijos y hermanos por la acción del Espíritu Santo, que es amor. Vivir sinceramente nuestra dignidad filial de Dios, supone la firme voluntad de reconocerla eficazmente en nuestros hermanos, los emigrantes, compartiendo con ellos el afecto fraterno que nos une y que nos permitirá hablar con verdad de la común igualdad y de la común libertad de los hijos de Dios. Su promoción humana integral y la convivencia fraterna con ellos se posibilita y se consolida justamente en ese marco de la comunión espiritual en la que la plena dignidad humana es percibida y reconocida como inseparable de la experiencia compartida de ser hijos de Dios.

El rostro de los inmigrantes nos ha de recordar el rostro del Señor, pues ya nos dijo que: “fui forastero y me acogisteis” (Mt 25, 35) y “cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mt 25, 40). La Misión-Madrid comprende el servicio de la caridad que debe de alcanzar a todos los ambientes de nuestra archidiócesis y, muy especialmente, a nuestros hermanos emigrantes. Si queremos, pues, llevar a la práctica pastoral consecuentemente la actitud misionera por parte de nuestras parroquias, movimientos y asociaciones, es necesario salir a su encuentro de forma espiritual y pastoralmente renovada, haciendo presente a la Iglesia en sus casas y familias. Sin duda, situadas en lugares de periferias de pobreza tanto material como espiritual. La apertura misionera de las comunidades parroquiales y de toda la comunidad diocesana, objetivo preferente de la “Misión-Madrid”, nos ha de fortalecer en la lucha contra las nuevas formas de esclavitud humana, tan activas en los ambientes de la emigración.

No cabe duda ¡en el contexto pastoral de la nueva Jornada Mundial del emigrante y del refugiado, la invitación a ser testigos y misioneros del Evangelio contiene la de ser artífices incansables de fraternidad! ¡Que Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, por intercesión de santa María la Real de la Almudena, nos sostenga y acompañe en el camino emprendido! A Ella le encomendamos la acción tantas veces ímproba y sacrificada y el generoso compromiso de cuantos atienden a las necesidades de los inmigrantes en el servicio de la fe, de la esperanza y de la caridad. Servicio de fraternidad cristiana que les debemos y del que tanto depende el futuro mismo de nuestras comunidades eclesiales.

Con mi afecto y bendición,

+ Antonio Mª Rouco Varela

Cardenal-Arzobispo de Madrid

Fuente:: Mons. Antonio Mª Rouco Varela

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Mons. Julian LópezMons. Julián López    Queridos diocesanos:

El domingo 19 de enero tiene lugar la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado. Una Jornada que cumple cien años, pues se celebró por primera vez en 1914 por iniciativa del papa Benedicto XV. Como todas las jornadas eclesiales ofrece la oportunidad de ampliar el horizonte de nuestra celebración del día del Señor en la plegaria y en algunas ocasiones en la colecta. Esta vez se trata de la emigración, jornada a la que se ha incorporado más recientemente el problema de los refugiados.

El primero lo tenemos a la vista. Desde hace algunos años España se ha convertido en meta de gentes que buscan salir de la pobreza o asegurarse un futuro mejor. Actualmente en la provincia de León hay 24.879 personas extranjeras, de las que 11.412 en la capital, procedentes de Marruecos, Rumanía, Colombia, República Dominicana, Ecuador, Senegal y otros países. Hay localidades donde la población inmigrante llega casi al 6 %. De España salieron también miles de emigrantes en las décadas 50 a 70 del siglo XX hacia Centroeuropa preferentemente. El fenómeno actual no es consecuencia sólo de la crisis económica de alcance mundial sino también de una mal entendida cultura del bienestar que nos hace insensibles ante el sufrimiento ajeno y lleva a la indiferencia hacia los otros, como denunció el papa Francisco en Lampedusa (Italia) adonde acudió a raíz de la muerte en naufragio de más de 300 personas. El mismo riesgo se da también en nuestras costas del sur y en Melilla con las personas que llegan en pateras buscando entrar en nuestra Europa rica y aviejada. A esto se añade el fenómeno de los pueblos y familias que todavía hoy, en Africa y en el próximo y medio Oriente, huyen de las guerras y se hacinan en campos de refugiados pasando mil calamidades. Basta ver los telediarios.

Y, sin embargo, en todas las situaciones se trata de personas con su dignidad y valores que merecen ser acogidas, respetadas, ayudadas y amadas tal y como señalan los mensajes del Papa y de la Comisión Episcopal de Migraciones para esta Jornada: jóvenes que buscan trabajo y que dan lugar a espacios nuevos de evangelización y de enriquecimiento espiritual de nuestras propias comunidades y parroquias, que una vez integrados aseguran nuestro propio futuro incluso pastoral. Pronto tendremos en León presbíteros procedentes de los países de la emigración. Esto es solo un ejemplo que hace realidad el slogan de la Jornada de este año: “Hacia un mundo mejor”.

Pero además, gracias a Caritas diocesana y a ACCEM (Asociación Católica Española de Migraciones) funcionan en León pisos y centros de acogida que atienden a una media de 50 personas al año, unObservatorio de la Inmigración integrado por 42 entidades e instituciones que trabajan de forma directa y transversal con la población inmigrante, unos equipos de voluntarios que ayudan en el idioma, la formación social, apoyo administrativo, etc. Hay que mencionar también las restantes instituciones sociales con sus comedores, centros de día, etc. Desde todas estas entidades se promueve la sensibilización de nuestra sociedad, los procesos de interacción positiva, la confianza, el respeto, la comunicación, la no discriminación, etc. Es importante destacar también la sensibilización educativa en los centros de enseñanza, llegando a la cifra de 600 alumnos al año. Por todo lo anteriormente expuesto ospido que no olvidéis esta palabra del Señor: “fui forastero y me hospedasteis” (Mt 25, 35).

Con mi cordial saludo y bendición:

+ Julián López,

Obispo de León

Fuente:: Mons. Julián López

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martorell7Mons. Julián Ruiz Martorell      Queridos hermanos en el Señor:

Os deseo gracia y paz.

La apremiante pregunta que San Pablo plantea a los corintios (1 Cor 1,13) nos sigue interrogando en la actualidad.

Durante la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos experimentamos la alegría de renovar nuestro compromiso comunitario y personal de orar sin cesar y de actuar en favor de la unidad. Compartimos la preocupación por la calidad del compromiso ecuménico. Nos inquietan y escandalizan las divisiones entre cristianos. Los misioneros saben que su testimonio no resulta del todo creíble cuando los nuevos pueblos evangelizados descubren nuestras fragmentaciones.

La oración por la unidad de los cristianos motiva, ilumina y guía. La oración consolida los vínculos, contribuye a cicatrizar las heridas, robustece el impulso de aproximación fraterna, mantiene viva la esperanza, despierta la creatividad del amor. La oración es un medio eficaz para pedir la gracia de la unidad y constituye una expresión auténtica de los lazos realmente existentes entre todos los cristianos.

El canon 755 § 1 del Código de Derecho Canónico establece: “Corresponde en primer lugar a todo el Colegio de los Obispos y a la Sede Apostólica fomentar y dirigir entre los católicos el movimiento ecuménico, cuyo fin es reintegrar en la unidad a todos los cristianos, unidad que la Iglesia, por voluntad de Cristo, está obligada a promover”.

Cada año es preciso reforzar las iniciativas puestas en marcha para sostener y guiar la actividad ecuménica. Se trata de una obligación que hemos de promover con decisión.

Este año hemos de expresar nuestra solidaridad con todos los cristianos que sufren persecución o discriminación por causa de la fe en Oriente Medio, África y Asia. Son muchas las personas que arriesgan sus vidas, sus propiedades, sus recursos económicos, su inserción social, su seguridad laboral, por el hecho de proclamarse cristianos y actuar de modo consecuente con su fe.

La unidad no puede alcanzarse solamente con nuestros esfuerzos, sino que es obra del Espíritu Santo. Hemos de trabajar con intensidad y abnegación, pero siendo conscientes de que la unidad no es simplemente una tarea, un compromiso, sino, fundamentalmente, un don del Espíritu que hemos de suplicar y acoger.  El Papa Francisco escribe en la Exhortación apostólica “Evangelii gaudium”: “Es el Espíritu Santo, enviado por el Padre y el Hijo, quien transforma nuestros corazones y nos hace capaces de entrar en la comunión perfecta de la Santísima Trinidad, donde todo encuentra su unidad. Él construye la comunión y la armonía del Pueblo de Dios. El mismo Espíritu Santo es la armonía, así como es el vínculo de amor entre el Padre y el Hijo. Él es quien suscita una múltiple y diversa riqueza de dones y al mismo tiempo construye una unidad que nunca es uniformidad sino multiforme armonía que atrae” (nº 117).

Entre todos hemos de remover los obstáculos que se oponen a la voluntad unificante del Espíritu Santo. Hemos de superar todo lo que debilita la fuerza del amor. Hemos de avanzar hacia el cumplimiento de la voluntad de Jesucristo que quiere que seamos uno. Por ello rezamos para que nos sea concedida la anhelada unidad que disipa nuestras tensiones y divisiones. La oración, constante y confiada, nos acerca a la plena comunión visible de todos los cristianos.

Recibid mi cordial saludo y mi bendición.

+Julián Ruiz Martorell,

Obispo de Jaca y de Huesca

Fuente:: Mons. Julián Ruiz Martorell

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Mi Dos y mi todo logotipo“Mi Dios y mi Todo”es una obra de teatro musical escrita por Nico Montero y puesta en escena por un grupo de 40 personas en su mayoría niños, adolescentes y jóvenes, que promueve las Misioneras del Santísimo Sacramento y María Inmaculada. La obra nos permite acercarnos a una mujer, María Emilia Riquelme, la fundadora de la Congregación, y conocer algo más de su vida, de su experiencia de Dios.

El sábado 25 de enero, a las 18:00 horas, en el Auditorio San Francisco, en la Institución Cultural El Brocense en Cáceres tendrá lugar su representación. Todo lo recaudado se destinará a las obras del Seminario Diocesano.

“Mi Dios y mi Todo” es una invitación a dejarse sorprender. La obra teatral se centra en las aventuras de un grupo de jóvenes que hacen un misterioso viaje en el tiempo al pasado y entran en contacto con la madre Emilia que iniciaba la fundación de la primera casa en Granada… en ese marco se entremezclan anécdotas, sucesos, y una historia emocionante con todos los ingredientes que Nico dibuja con su narrativa ingeniosa y ocurrente. El viaje les lleva a descubrir el corazón de Emilia y su profundo amor a la Eucaristía, convirtiendose la obra en este punto en una brillante catequésis sobre la Eucaristía para los tiempos de hoy.

Este musical, una obra rica, variada, con mezcla de ritmos, ambientes y registros, está organizado en Cáceres por la Vicaría de Pastoral y la Delegación de Infancia y Juventud. Se puede adquirir la entrada en el obispado (Plaza de Santa María, 1) y en la Casa de la Iglesia (calle General Ezponda, 14), también a través de la fila cero.

Fuente:: SIC

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Mons_benavente_1Preside, desde el año 2011 la Comisión Episcopal de Migraciones, a la que está unida desde 1993. Unos años en los que Mons. Ciriaco Benavente Mateos, obispo de Albacete, ha conocido de primera mano el trabajo diario de instituciones religiosas y diocesanas en favor de los inmigrantes que llegan a nuestro país y la atención que la Iglesia Española dedica a los emigrantes españoles en numerosos puntos del mapa.

Este año, con motivo del Centenario de la Jornada Mundial del Emigrante y el Refugiado y la presentación de la Campaña “Ha100do un mundo mejor” impulsada desde la Comisión Episcopal de Migraciones de la Conferencia Episcopal Española, Agencia SIC ha realizado una entrevista a Mons. Benavente en la que no han faltado las alusiones a temas tan actuales como las políticas migratorias o el peligro de ‘guetización’ de la población inmigrante. 

 

P.- Este año se cumple el primer centenario de la Jornada Mundial del Emigrante y Refugiado. El fenómeno migratorio está siempre de plena actualidad, en los últimos meses hemos visto escenas trágicas en las fronteras españolas o las costas italianas. El viaje del papa Francisco a Lampedusa fue todo un signo y una llamada de atención a la sociedad europea ¿Cómo valora estas actuaciones del Papa? ¿Nos habíamos “acostumbrado” a ver como espectadores lo que ya se conoce como “el drama de la inmigración”?

R.- Lampedusa es seguramente el icono más significativo de la suerte  que corre la vida  de tantos emigrantes, que, buscando una situación mejor, dejan su vida en el mar o en los caminos. Es una vergüenza que nuestras sociedades del bienestar, sus gobiernos y sus ciudadanos, acabemos acostumbrándonos a esas tragedias, permitiendo que sigan repitiéndose. El Papa Francisco, que predica con palabras y, sobre todo, con hechos, fue a Lampedusa a orar por los ahogados y a sacudir a Europa y al mundo. Su gesto me pareció admirable. A esta sociedad nuestra hay que hablarle, como hacían, a veces, los profetas de Israel ante el endurecimiento del pueblo, con gestos proféticos provocativos, porque, efectivamente, podemos acabar  acostumbrándonos a ver “el drama de la inmigración” como simples espectadores,  o a sucumbir ante lo que el Papa calificó en Lampedusa como la “globalización de la indiferencia”.

P.- En el Mensaje de los Obispos españoles con motivo de la Jornada Mundial del Emigrante y el Refugiado se alude a las políticas migratorias  que ponen el acento en el control de fronteras con medidas de protección y seguridad cada vez más duras y costosas, como las concertinas de la valla de Melilla ¿cuál es la postura cristiana ante el fenómeno migratorio? ¿Cómo se aborda desde la conciencia moral y la doctrina social de la Iglesia este tipo de realidades contrarias a la dignidad humana?

A esta sociedad nuestra hay que hablarle, como hacían, a veces, los profetas de Israel ante el endurecimiento del pueblo, con gestos proféticos provocativos, porque, efectivamente, podemos acabar  acostumbrándonos a ver “el drama de la inmigración” como simples espectadores

R.- Yo comprendo que las concertinas de Melilla, que fueron puestas, antes y ahora, con una finalidad disuasoria, acaparen la atención. Lo comprendo porque es triste que quienes llegan a nuestras fronteras acuciados por el hambre o huyendo de la violencia encuentren ese tipo de elementos disuasorios.  Nunca hemos abogado por una inmigración sin control, pero hay que ponerse en el lugar del otro para poder entender que hay razones que  van más allá de lo meramente razonable. Parece, además, que las puras medias de control no son suficientemente eficaces. Pero el problema es más profundo que las concertinas.

El Papa invita afrontar el fenómeno migratorio de una manera “nueva y equitativa”. Creo que da en el clavo.  Hay que afrontar los problemas de la violencia, de la pobreza, del hambre, de una globalización sin reglas. En un mundo en que todos somos interdependientes, es necesario que una buena sinergia anime a los gobernantes a afrontar los desequilibrios económicos de los que tantas personas son víctimas. “Ningún país, dice el Papa, puede afrontar por sí solo las dificultades unidas a este fenómenos migratorio, que afecta a todos los continentes en el doble movimiento de inmigración y de emigración”. Claro, para eso sería necesario estructurar nuestro mundo enclaves de solidaridad y de bien común. La lógica  de la búsqueda exclusiva del propio interés tendría que ir  dejando paso a la lógica de la solidaridad y de la comunión. Creo que éste es el problema de fondo.

¿Cómo se aborda desde la conciencia moral y la doctrina social de la Iglesia este tipo de realidades contrarias a la dignidad humana? Atendiendo a la dignidad de todo ser humano, que es imagen de Dios, “porque en el rostro  de cada persona está impreso  el rostro de Cristo”, dice el Papa.

P.- España es un país que ha vivido, y vive actualmente el fenómeno migratorio en su doble vertiente: como emigrante y como receptora de inmigrantes ¿Cómo trabaja la Iglesia española en estos dos ámbitos? ¿Cuáles son los retos de la Iglesia Española, de los católicos españoles en este contexto?

Nunca hemos abogado por una inmigración sin control, pero hay que ponerse en el lugar del otro para poder entender que hay razones que  van más allá de lo meramente razonable[/pullquote]

R.- En los años 60, cuando éramos país de emigración, salieron de las diócesis españolas cientos de sacerdotes para acompañar a nuestros emigrantes. Hacían, en muchos caso, además de capellanes, de mediadores sociales, consejeros, psicólogos, intérpretes. En algunos lugares surgió una realidad asociativa familiar admirable. Todavía mantenemos misiones católicas españolas en casi todos los países europeos. En ellas siguen buscando acogida y apoyo no pocos de los actuales emigrantes españoles a Europa.

Cuando dejamos de ser país de emigración y empezamos a serlo de inmigración hay que reconocer que nuestra Iglesia fue pionera.  Hace unos días recordaba yo  cómo en casi todas las diócesis surgieron los centro “Acoge”. Si se exceptúan los  servicios sociales públicos de atención general, los “Acoge” eran los únicos servicios de acogida y atención específicos parta inmigrantes. Hoy abundan las organizaciones de  este tipo; muchas de ellas son eclesiales.

Además del trabajo que realizan  nuestras Cáritas y nuestras parroquias, es admirable la labor tan eficaz  y de tanta calidad que realizan las congregaciones religiosas con inmigrantes: centros y  pisos de acogida, atención a las necesidades primarias, asistencia social y jurídica, bolsas de trabajo, medidas de integración…Aunque los logros se nos queden siempre más cortos que  los deseos, hay que reconocer que es admirable el trabajo que se viene haciendo.

P.- En estas Jornadas la Iglesia nos recuerda el peligro de la “guetización” es decir, de aislar psicológicamente al inmigrante, llegando incluso al aislamiento físico dentro de la sociedad. ¿Cómo ha de actuar el  cristiano “de a pie” ante este fenómeno? ¿Cómo evitar esta guettización?

La ‘guetización’ se evita viendo al inmigrante no como un enemigo o un peligro, sino como un hermano que se ha visto obligado, en muchos casos, a abandonar su tierra y su casa, quizás su familia, y que comparte  los mismos legítimos deseos que nosotros

R.- Viendo al inmigrante no como un enemigo o un peligro, sino como un hermano que se ha visto obligado, en muchos casos, a abandonar su tierra y su casa, quizás su familia, y que comparte  los mismos legítimos deseos que nosotros, tan bien expresados por el Papa Pablo VI en la Populorum progressio: “Verse libres de la miseria , hallar con más seguridad  la propia subsistencia, la salud, una ocupación estable; participar todavía más en las responsabilidades, fuera de toda opresión y al abrigo de situaciones que ofenden su dignidad  de hombres; ser más instruidos; en una palabra, hacer , conocer y tener más para ser más”  “(PP.6)

Cuando al inmigrante se le ve así, no se le aísla, se colabora en su integración, se le abre la puerta de cada corazón y la de nuestra Iglesia a la comunión.

(Mª José Atienza  – Agencia SIC)

Fuente:: SIC

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Con el Espíritu Santo confesamos a Jesucristo como Hijo de Dios, al que llamamos Padre
(RV).- Discípulos y misioneros del Evangelio, con palabras y obras, siempre y en todo lugar, el Señor cuenta con nosotros, pidámosle que a través de la gracia del Bautismo podamos ser instrumentos de las bendiciones de Dios para todo el mundo, alentó el Obispo de Roma en su audiencia general, a la que acudieron, a pesar del frío, una vez más, miles de fieles, se calcula unos 35 mil. Y a pesar del frío, también este miércoles, el Papa pasó en el jeep lo más cerca de las personas, saludando, bendiciendo y acariciando. Peregrinando como Pueblo de Dios en la historia, cada uno en el lugar que el Señor le ha asignado. El Papa recordó la importancia del Bautismo en la ejemplar historia de la comunidad cristiana en Japón, de la que tenemos tanto que aprender. A pesar de la trágica persecución del siglo XVII, logró perseverar en la fe, en la clandestinidad, gracias al Bautismo que los padres administraron a sus hijos.
Tras dejar como tarea el buscar la fecha del propio Bautismo, en el marco del nuevo ciclo de catequesis sobre los Sacramentos, que empezó la semana pasada, Francisco prosiguió sus reflexiones sobre el fundamento de nuestra vida, el comienzo de la vida nueva como hijos de Dios. Pues, recibiendo la fe y el bautismo los cristianos acogemos la acción del Espíritu Santo y nos afianzamos en las palabras exhortadoras de Jesús: «Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo» (Mt 28, 19-20).

(CdM – RV)
Palabras del Papa en español:
Queridos hermanos y hermanas:
En la catequesis de hoy, continúo la reflexión sobre el bautismo. Me detengo en este aspecto: el bautismo nos hace miembros de Cristo y de la comunidad. El Concilio Vaticano II expresaba esta verdad insistiendo en que este sacramento nos incorpora al Pueblo de Dios; nos hace miembros de un Pueblo que camina.
A través de la fuente bautismal, la gracia se transmite y el Pueblo de Dios camina en el tiempo, difundiendo la bendición de Dios. Cada uno de nosotros se convierte en un discípulo misionero. Por un lado, nunca dejamos de ser discípulos, de aprender, de recibir; por otro, estamos llamados a la misión, a compartir lo que hemos recibido, lo que vivimos: la experiencia de amor, de fe en la Trinidad. Nadie se salva por sí solo, y todos estamos llamados, a pesar de nuestras limitaciones, a anunciar a los demás la gracia recibida en el bautismo. Somos una comunidad, y vivir juntos nuestra fe no es un adorno, sino algo esencial de la vida cristiana, del testimonio y de la evangelización.
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Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular a los Padres Agustinos Recoletos y a las Religiosas de María Inmaculada, así como a los demás grupos venidos de España, Argentina, Uruguay, México y otros países latinoamericanos. Invito a todos a tomar en serio su bautismo, siendo discípulos y misioneros del Evangelio, de palabra y con el propio ejemplo. Que Jesús os bendiga y la Virgen Santa os cuide. Muchas gracias.
Texto definitivo de la Catequesis del Santo Padre en español traducida del italiano:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El miércoles pasado hemos iniciado un breve ciclo de catequesis sobre los Sacramentos, comenzando por el Bautismo. Y acerca del Bautismo quisiera detenerme también hoy, para subrayar un fruto muy importante de este Sacramento: él nos hace transformarnos en miembros del Cuerpo de Cristo y del Pueblo de Dios. Santo Tomás de Aquino afirma que quién recibe el Bautismo es incorporado a Cristo casi como su mismo miembro y es agregado a la comunidad de los fieles, es decir, al Pueblo de Dios. (Summa Theologiae, III, q. 69, art. 5; q. 70, art.1). En la escuela del Concilio Vaticano II, nosotros decimos hoy que el Bautismo nos hace entrar en el Pueblo de Dios, nos transforma en miembros de un Pueblo en camino, un Pueblo peregrinante en la historia.
En efecto, así como de generación en generación se transmite la vida, del mismo modo también de generación en generación, a través del renascimiento de la fuente bautismal, se transmite la gracia, y con esta gracia el Pueblo cristiano camina en el tiempo, como un río que irriga la tierra y difunde en el mundo la bendición de Dios. Desde el momento en que Jesús dijo esto que hemos escuchado del Evangelio, los discípulos fueron a bautizar y, desde aquel tiempo hasta hoy, hay una cadena en la transmisión de la fe por el Bautismo, y cada uno de nosotros somos el anillo de esta cadena; un paso adelante siempre, como un río que irriga. Y así es la gracia de Dios, y así es nuestra fe, que debemos transmitir a nuestros hijos. Así es el Bautismo. ¿Por qué? Porque el Bautismo nos hace entrar en este Pueblo de Dios, que transmite la fe. Esto es muy importante,
¿eh? Un Pueblo de Dios que camina y transmite la fe.
En virtud del Bautismo nosotros nos transformamos en discípulos misioneros, llamados a llevar el Evangelio en el mundo (Exhortación Apost. Evangelii gaudium, 120). “Cada bautizado, cualquiera sea su función en la Iglesia y el grado de instrucción de su fe, es un sujeto activo de evangelización. La nueva evangelización debe implicar un nuevo protagonismo de todos, de todo el Pueblo de Dios, un nuevo protagonismo de los bautizados, de cada uno de los bautizados. (ibid.) El Pueblo de Dios es un Pueblo discípulo, porque recibe la fe, y misionero, porque transmite la fe. Esto lo hace el Bautismo en nosotros: hace recibir la gracia. Y la fe es transmitir la fe. Todos en la Iglesia somos discípulos y lo somos siempre, por toda la vida; y todos somos misioneros, cada uno en el puesto que el Señor le ha asignado. Todos: el más pequeño es también misionero y aquel que parece más grande es discípulo. Pero algunos de ustedes dirán: «Padre, los obispos no son discípulos, los obispos saben todo. El Papa sabe todo, no es discípulo». Eh, también los obispos y el Papa deben ser discípulos, porque si no son discípulos, no hacen el bien, no pueden ser misioneros, no pueden transmitir la fe ¿entendido?¿Han entendido ésto? Es importante, ¿eh? Todos nosotros: ¡discípulos y misioneros!
Existe un vínculo indisoluble entre la dimensión mística e aquella misionera de la vocación cristiana, ambas radicadas en el Bautismo. “Recibiendo la fe y el bautismo, nosotros cristianos acogemos la acción del Espíritu Santo que conduce a confesar a Jesucristo como Hijo de Dios y a llamar Dios “Abbá” (Padre). Todos los bautizados y las bautizadas estamos llamados a vivir y a transmitir la comunión con la Trinidad, porque la evangelización es un llamado a la participación de la comunión trinitaria” (Documento final de Aparecida, n. 157).
Nadie se salva solo. Esto es importante. Nadie se salva solo. Somos comunidad de creyentes, y en esta comunidad experimentamos la belleza de compartir la experiencia de un amor que nos precede a todos, pero que al mismo tiempo nos pide que seamos “canales” de la gracia los unos por los otros, no obstante nuestros límites y nuestros pecados.
La dimensión comunitaria no es sólo un “marco”, un “contorno”, sino que es parte integrante de la vida cristiana, del testimonio y de la evangelización. La fe cristiana nace y vive en la Iglesia, y en el Bautismo las familias y las parroquias celebran la incorporación de un nuevo miembro a Cristo y a su cuerpo, que es la Iglesia (ibid., n.175 b).
A propósito de la importancia del Bautismo para el Pueblo de Dios, es ejemplar la historia de la comunidad cristiana en Japón. Pero escuchen bien esto. Aquella comunidad sufrió una dura persecución a comienzos del siglo XVII. Hubieron numerosos mártires, los miembros del clero fueron expulsados y millares de fieles fueron asesinados. Entonces la comunidad se retiró a la clandestinidad, conservando la fe y la oración en el ocultamiento. Y cuando nacía un niño, el papá o la mamá lo bautizaban, porque todos nosotros podemos bautizar.
Cuando después de aproximadamente dos siglos y medio – 250 años después – los misioneros volvieron a Japón, millares de cristianos salieron a la luz y la Iglesia pudo reflorecer. ¡Habían sobrevivido con la gracia de su Bautismo! Pero esto es grande, ¿eh? El Pueblo de Dios transmite la fe, bautiza sus hijos y va adelante. Y habían mantenido, aún en secreto, un fuerte espíritu comunitario, porque el Bautismo los había hecho transformar en un sólo cuerpo en Cristo: estaban aislados y escondidos, pero eran siempre miembros de la Iglesia. ¡Podemos aprender tanto de esta historia!
¡Gracias!

Fuente:: News.va

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pontificia academia de las cienciasLa Academia Pontificia de las Ciencias celebró el día 13 de enero en el Vaticano una reunión sobre la guerra civil en Siria, en la que se hizo un llamamiento al cese inmediato de las violencias, el comienzo de la reconstrucción y el inicio del diálogo entre las distintas comunidades. La reunión, que tuvo lugar una semana antes de la conferencia de paz de Ginebra, fue abierta por el presidente del Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso, el cardenal Jean -Louis Tauran.

En un comunicado se manifiesta la esperanza de que la conferencia de paz, llamada Ginebra-2, permita “al pueblo de Siria, la región y el mundo concebir un nuevo inicio y poner fin a la violencia que ha costado más de 130.000 vidas, dejando en ruinas y en el caos un hermoso país”.
Según los expertos internacionales que han participado en esta jornada de trabajo, el primer paso es un alto el fuego y el fin de la violencia: “todos los combatientes deben deponer las armas, las potencias extranjeras deben tomar medidas para detener el flujo de armamentos y su financiación”.
“La Santa Sede –dice el comunicado- apoya todas las religiones y todas las comunidades de Siria, con la esperanza de un nuevo entendimiento y la recuperación de la confianza después de años de violencia entre comunidades”. Para ello, el diálogo debe centrarse en las “necesidades urgentes de reconstrucción espiritual y comunitaria”.
Los participantes de la conferencia expresaron también su preocupación por la situación de millones de refugiados sirios que “sufren privaciones extremas potencialmente mortales en términos de alimentos, saneamiento, electricidad, telecomunicaciones, transporte, y otras necesidades humanas básicas”.
(News.va)

Fuente:: SIC

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Las Áreas de Justicia y Solidaridad y de Misión y Cooperación han organizado unas jornadas sobre “Espiritualidad y Transformación Social: sueños y esperanzas de la Vida Religiosa” que se celebrarán los días 21, 22 y 23 de febrero de 2014 en las RR. del Amor de Dios.

El viernes, 21 de febrero se abrirán estas jornadas con la ponencia “Pasión indivisible: hambrear por Dios y por una tierra nueva” que estará a cargo de Marta Zechemeister- Machhart, cj, del Centro de Reflexión Teológica, UCA, de El Salvador. La tarde la cerrará el profesor de Antropología Social de la UCM Jesús Sanz Abad que hablará sobre “¿Hay alternativas? Propuestas para un nuevo rumbo social”.

El sábado, la jornada comenzará con la ponencia “Espiritualidad bíblica de la esperanza: siguiendo las huellas de Miriam” de Nuria Calduch.Benages, mn (profesora de Literatura Sapiencial en la Universidad Gregoriana de Roma). La mañana continuará con el teólogo Fidel Aizpurúa, OFM cap., que ha titulado su ponencia “Acompasar el paso con el paso. Un anhelo posible: la VR al paso de la vida social”.

La tarde del sábado se dedicará a 4 sesiones simultáneas a elegir: prácticas alternativas de economía al servicio de la persona, por Carlos Ballesteros (U.P. Comillas); Comunidades de inserción, comunidades de solidaridad, por Martín Iriberri, sj; Hacia una VR solidaria y ecológica, por Carmen Torres, Provincial HH.AA; y La reflexión crítica y esperanzada, ¿una aportación desde la VR en este cambio de época? Por Llorenç Puig, sj (Director de Cristianisme i Justícia).

El domingo 23 de febrero habrá una mesa de experiencias y las jornadas finalizarán con la ponencia de Marta Zechemeister-Machhart, cj “la Vida Religiosa en camino hacia el Buen Vivir”.

Las inscripciones ya están abiertas, y se puede realizar a través de la página web de CONFER en la sección de Actividades.

(CONFER)

Fuente:: SIC

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