Redacción (Miércoles, 15-01-2014, Gaudium Press) La Virgen es el enemigo de Satanás por antonomasia, después de Dios. Esta enemistad entre la Madre de Dios y el demonio, la primera relatada y definida por la Biblia (Cfr. Gn 3, 15), se da en torno al amor.
El demonio en lugar de amar a Dios se amó de forma exclusiva a sí, mientras que la Virgen fue esclava del amor de Dios, al punto de aceptar enteramente su voluntad. Y en una segunda instancia, esa enemistad se da en relación a los hombres: el diablo odia al hombre, y quiere que comparta su eterna infelicidad en el infierno, mientras que la Virgen es puerta para llegar al Cielo, y nos ama eficazmente para llegar allí.
El demonio odia a la Virgen porque ella es digna merecedora de su odio; él sabe por su propia experiencia cuan eficaz es su intercesión para la salvación de las almas.
Cuenta el Padre Royo Marín en su excelente ‘Teología de la Salvación’ una historia maravillosa, que nos afianza en la confianza en la Madre de Dios. [1]
El converso P. Hermann Cohen, nacido de padres judíos en Hamburgo en 1821, se había tornado gran amante de la Virgen, de quien recibía innúmeros consuelos. Entretanto un dolor llagaba su corazón, y era que su madre no aceptaba el mensaje cristiano y seguía firme en su religión, muriendo así. «Mi pobre madre ha muerto y yo permanezco en la incertidumbre» de su salvación, escribía el sacerdote. «Sin embargo, se ha rogado tanto por ella, que debemos esperar que haya pasado entre su alma y Dios, en aquellos últimos momentos, alguna cosa desconocida para nosotros».
El P. Cohen tenía la fortuna de ser amigo de ese portento de virtud que la historia conoce como el Santo Cura de Ars. En la confianza íntima que acompaña a la verdadera amistad, el sacerdote judío le había confiado al cura taumaturgo su aflicción, ciertamente esperando un consuelo, o por qué no, un aviso del cielo. Y sí, este comenzó a llegar por boca de su amigo santo: «el hombre de Dios le dijo que esperara, anunciándole que un día, en la fiesta de la Inmaculada Concepción, recibiría una carta que le causaría gran consuelo». [2] Inmaculada Concepción… la Virgen Bendita había ‘entrado en escena’.
Es así que 6 años después de la muerte de la madre, el 8 de diciembre de 1860, recibe el P. Hermann el escrito de una ilustre desconocida, una religiosa de Londres, que falleció después en olor de santidad. El texto dice así:
«El 18 de octubre, después de la Sagrada Comunión, me encontraba en un momento de íntima unión con Nuestro Señor, en el cual me hizo él sentir su voz y me dio una explicación relativa a una conversación que yo había tenido con una de mis amigas. Esta me había manifestado su maravilla de que Nuestro Señor, después de haber prometido tanto a la oración, había permanecido sordo a la que el P. Hermann le había dirigido por la conversión de su madre. He tenido el atrevimiento de preguntar a mi Jesús cómo había podido resistir a la oración del P. Hermann. He aquí su respuesta. ‘¿Por qué Ana quiere siempre sondear los secretos de mi justicia? Dile que yo no debo a nadie mi gracia, que yo la doy a quien me place, y que, obrando así, no dejo de ser justo y la justicia misma. Pero que ella sepa que antes que faltar a mi promesa hecha a la oración trastornaré el cielo y la tierra. Todas las plegarias que tienen por fin mi gloria y por objeto la salvación de las almas son siempre escuchadas cuando van revestidas de las cualidades necesarias’. Nuestro Señor me hizo entonces conocer lo que había ocurrido en el último instante de la vida de la madre del P. Hermann. En el momento en que estaba para exhalar el último suspiro, la Santísima Virgen María demandó piedad para esta alma, mostrando cómo su siervo Hermann le había confiado a ella el alma de su madre. Apenas había terminado de hablar María, cuando la gracia vino a iluminar el alma de la pobre hebrea. Esta, con un grito sólo de Dios entendido, mostró un dolor sincero de sus culpas y el deseo del bautismo… Después de haberme mostrado todas estas cosas, Nuestro Señor añadió: ‘Haz conocer esto al P. Hermann, es un consuelo que yo quiero otorgarle en premio a sus largos dolores y a fin de que bendiga y haga bendecir por todas partes la bondad del Corazón de mi Madre y su poder sobre el mío'».
La Maternidad espiritual de la Virgen
Este impresionante relato nos ubica en la doctrina de la Maternidad espiritual de la Virgen sobre los hombres. Hablemos de esta sublime función de María, desde la ciencia teológica.
María Santísima es Madre de Dios, y por serlo «síguese forzosamente que tiene que ser también madre real y verdadera de todos los que en una forma o en otra estamos incorporados a Cristo; no físicamente -como lo es de Cristo-, sino espiritualmente, pero de modo muy real y verdadero». [3]
¿Es entretanto la Virgen madre espiritual de todos los hombres de la misma manera? Claramente no: «María ejerce sus funciones realmente maternales sobre todos aquellos que están actualmente incorporados a Cristo, esto es, sobre todas las almas en gracia sin excepción», [4] es decir aquellos que no están en pecado grave. ¿Y del resto, de los pecadores, de los paganos, de los infieles?
«Muy otro es el caso de los cristianos en pecado mortal, y, sobre todo, el de los infieles y paganos. Los primeros sólo son hijos de María ‘radicaliter’ -como dicen los teólogos-, en cuanto por el bautismo y las virtudes informes de la fe y la esperanza están todavía unidos a Cristo, aunque sólo sea en su raíz; y los infieles y paganos ni siquiera en raíz están unidos a Cristo -no están bautizados ni tienen fe ni esperanza-, y por lo mismo, ni siquiera ‘radicaliter’, son hijos de María, sino únicamente en potencia, o sea, en cuanto que pueden convertirse a Cristo algún día y empezar a ser sus miembros vivos e hijos verdaderos de María». [5] Es decir los pecadores bautizados son de algún modo, imperfecto, hijos de María. Y los no bautizados, son posibles hijos de María. Esto significa que sí, que todos los hombres tienen una relación con la Virgen Santísima. Y eso lo sabe Satanás.
Y como a María no le fue confiada directamente la misión de juzgar, sino de auxiliar; y como conoce a todos los hombres, «perfectamente, uno por uno, individualmente, puesto que los ve reflejados en el espejo limpísimo de la esencia divina, como enseña la teología» [6]; y como tiene un gigantesco poder junto a Dios por lo que se la llama la Omnipotencia Suplicante; pues «es de creer que esta intercesión eficacísima de María arrancará de las garras de Satanás un número incalculable de desventurados pecadores». [7]
Esta verdad «viene a confirmarse cada día en la experiencia de centenares de misioneros que cuentan casos verdaderamente emocionantes de conversiones inesperadas de grandes pecadores – a veces momentos antes de morir- debidas a la intercesión de la Virgen María». [8]
Bien es cierto que no debemos esperar a la última hora de nuestras vidas para hacernos amorosos de la Madre de Dios, lo que sería temerario y ya pecaminoso. No nos privemos de esas delicias, de vivir en ese paraíso que el propio Dios hizo para sí, la Santísima Virgen María, «Corredentora de la humanidad, la Abogada y Refugio de pecadores, y la Mediadora Universal de Todas las Gracias». [9]
Por Saúl Castiblanco
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1 Cfr. Royo Marín, Antonio. Teología de la Salvación. 4ta. Edición Revisada. BAC. Madrid. 1997. pp. 137-138.
2 Idem.
3 Ibídem, p. 136.
4 Ídem.
5 Ibídem. pp. 136-137.
6 Ibídem, p. 137.
7 Ídem.
8 Ídem.
9 Ídem.