En Belén, el Cielo y la tierra se tocan
Llegó el momento en cierto modo esperado por toda la humanidad: que Dios se preocupase por nosotros, que el mundo alcanzara la salvación y que Él renovase todo.
Papa Benedicto XVI
La adoración de los Reyes Magos, por Gentile da Fabriano – Galleria degli Uffizi, Florencia (Italia) – Foto: Reproducción
A María le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada» (cf. Lc 2, 6s). Estas frases, una y otra vez, nos tocan el corazón. Llegó el momento anunciado por el ángel en Nazaret: «Darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo» (Lc 1, 31). Llegó el momento que Israel esperaba desde hacía muchos siglos, durante tantas horas oscuras, el momento en cierto modo esperado por toda la humanidad con figuras todavía confusas: que Dios se preocupase por nosotros, que saliera de su ocultamiento, que el mundo alcanzara la salvación y que Él renovase todo.
Podemos imaginar con cuánta preparación interior, con cuánto amor, esperó María aquella hora. El breve inciso, «lo envolvió en pañales», nos permite vislumbrar algo de la santa alegría y del callado celo de aquella preparación. Los pañales estaban dispuestos, para que el niño se encontrara bien atendido. Pero en la posada no había sitio. En cierto modo, la humanidad espera a Dios, su cercanía. Pero cuando llega el momento, no tiene sitio para Él. […]
«A cuantos lo recibieron…»
Juan, en su Evangelio, fijándose en lo esencial, ha profundizado en la breve referencia de San Lucas sobre la situación de Belén: «Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron» (1, 11). Esto se refiere sobre todo a Belén: el Hijo de David fue a su ciudad, pero tuvo que nacer en un establo, porque en la posada no había sitio para Él. Se refiere también a Israel: el enviado vino a los suyos, pero no lo quisieron. En realidad, se refiere a toda la humanidad: Aquel por el que el mundo fue hecho, el Verbo creador primordial entra en el mundo, pero no se le escucha, no se le acoge. […]
Gracias a Dios, la noticia negativa no es la única ni la última que hallamos en el Evangelio. De la misma manera que en Lucas encontramos el amor de su madre María y la fidelidad de San José, la vigilancia de los pastores y su gran alegría, y en Mateo encontramos la visita de los sabios Magos, que venían de lejos, así también nos dice Juan: «Pero a cuantos lo recibieron, les da poder para ser hijos de Dios» (Jn 1, 12). Hay quienes lo acogen y, de este modo, desde fuera, crece silenciosamente, comenzando por el establo, la nueva casa, la nueva ciudad, el mundo nuevo. […]
Su nuevo trono es la cruz
En algunas representaciones navideñas de la Baja Edad Media y de comienzo de la Edad Moderna, el pesebre se representa como edificio más bien desvencijado. Se puede reconocer todavía su pasado esplendor, pero ahora está deteriorado, sus muros en ruinas; se ha convertido justamente en un establo. Aunque no tiene un fundamento histórico, esta interpretación metafórica expresa sin embargo algo de la verdad que se esconde en el misterio de la Navidad.
El trono de David, al que se había prometido una duración eterna, está vacío. Son otros los que dominan en Tierra Santa. […] En el establo de Belén, precisamente donde estuvo el punto de partida, vuelve a comenzar la realeza davídica de un modo nuevo: en aquel niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. El nuevo trono desde el cual este David atraerá hacia sí el mundo es la cruz. […] Pero justamente así se construye el verdadero palacio davídico, la verdadera realeza. […] El poder que proviene de la cruz, el poder de la bondad que se entrega, ésta es la verdadera realeza.
Fiesta de la Creación renovada
El establo se transforma en palacio; precisamente a partir de este inicio, Jesús edifica la nueva gran comunidad, cuya palabra clave cantan los ángeles en el momento de su nacimiento: «Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que Dios ama», hombres que ponen su voluntad en la suya, transformándose en hombres de Dios, hombres nuevos, mundo nuevo. […]
Cristo no reconstruye un palacio cualquiera. Él vino para volver a dar a la Creación, al cosmos, su belleza y su dignidad: esto es lo que comienza con la Navidad y hace saltar de gozo a los ángeles. La tierra queda restablecida precisamente por el hecho de que se abre a Dios, que recibe nuevamente su verdadera luz y, en la sintonía entre voluntad humana y voluntad divina, en la unificación de lo alto con lo bajo, recupera su belleza, su dignidad. Así, pues, Navidad es la fiesta de la Creación renovada. […]
El Cielo vino a la tierra
En el establo de Belén el Cielo y la tierra se tocan. El Cielo vino a la tierra. Por eso, de allí se difunde una luz para todos los tiempos; por eso, de allí brota la alegría y nace el canto.
Al final de nuestra meditación navideña quisiera citar una palabra extraordinaria de San Agustín. Interpretando la invocación de la oración del Señor: «Padre nuestro que estás en los Cielos», él se pregunta: ¿Qué es esto del Cielo? ¿Y dónde está el Cielo? Sigue una respuesta sorprendente: Que estás en los Cielos significa: en los santos y en los justos. «En verdad, Dios no se encierra en lugar alguno. Los Cielos son ciertamente los cuerpos más excelentes del mundo, pero, no obstante, son cuerpos, y no pueden ellos existir sino en algún espacio; mas, si uno se imagina que el lugar de Dios está en los Cielos, como en regiones superiores del mundo, podrá decirse que las aves son de mejor condición que nosotros, porque viven más próximas a Dios. Por otra parte, no está escrito que Dios está cerca de los hombres elevados, o sea, de aquellos que habitan en los montes, sino que fue escrito en el salmo: “El Señor está cerca de los que tienen el corazón atribulado” (Sal 33, 19), y la tribulación propiamente pertenece a la humildad. Mas así como el pecador fue llamado “tierra”, así, por el contrario, el justo puede llamarse “Cielo”» (Serm. in monte, II, 5, 17).
El Cielo no pertenece a la geografía del espacio, sino a la geografía del corazón. Y el corazón de Dios, en la Noche Santa, ha descendido hasta un establo: la humildad de Dios es el Cielo. Y si salimos al encuentro de esta humildad, entonces tocamos el cielo. Entonces, se renueva también la tierra. Con la humildad de los pastores, pongámonos en camino, en esta Noche Santa, hacia el Niño en el establo. Toquemos la humildad de Dios, el corazón de Dios. Entonces su alegría nos alcanzará y hará más luminoso el mundo. Amén. ◊
Fragmentos de: BENEDICTO XVI.
Homilía en la Solemnidad de la
Natividad del Señor, 25/12/2007.