El logro del “Bien Común”
Mons. Antonio Algora En muchas ocasiones sale a la luz el individualismo como un auténtico cáncer de la convivencia social y en nuestros ambientes católicos llamamos a la generosidad de cada persona para atender necesidades ajenas siendo caritativos y aportando no sólo nuestros bienes sino también nuestro tiempo y nuestras personas. Sin embargo, vemos cómo todo nuestro esfuerzo e inversión en recursos humanos y materiales muy meritorio, sin duda, se quedan en lo que podíamos llamar «cuidados paliativos» de una sociedad enferma donde el «Bien Común» se queda en unos logros muy parciales: la paz y la defensa, la tutela de los derechos humanos, la libertad, la suma de los bienes materiales del individuo o el bienestar económico. Realidades todas muy importantes pero incompletas en sí mismas que vemos no resuelven los problemas de fondo de nuestra sociedad.
Por eso, debemos recoger aquí la definición del Concilio Vaticano II: «El bien común es el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección».
La ponencia del Dr. DAmbrosio de la Universidad Gregoriana de Roma hace dos consideraciones: Por una parte, señala el carácter dinámico del Bien Común, pues no es algo que soñamos en conseguir y, una vez conseguido, todos podamos vivir tranquilos en esa situación, sino que «significa insertar la comunidad política en un proceso de crecimiento continuo», exige de todos nosotros el compromiso por una constante perfección, sabiendo que, si nuestra dignidad de personas queda estancada, no estaremos desarrollando todas nuestras potencialidades al servicio de ese crecimiento del “Bien Común”.
Por otra parte, el bien común así concebido, coloca a la persona y a la sociedad (grupos) como dos elementos que han de desarrollarse unidos. «Quedando firme que el bien de la “polis” (ciudad-lo público-la sociedad) es más grande que el de cada uno de sus miembros, el bien de la persona está en línea sustancial con el de la comunidad y viceversa. Las raras oposiciones entre los dos bienes no deben nunca llevar a negar un bien con menoscabo de otro, sino que deben ser armonizados y jerarquizados en orden a un bien final y superior» (Prof. DAmbrosio).
Los católicos hemos de ofrecer a la sociedad de nuestro tiempo una visión de las cosas que se aleja de la concepción utilitarista del Bien Común, como suma de los bienes individuales. Cuántas veces oímos que «la mejor política es la que procura la mayor felicidad para el mayor número de personas; la peor es aquella que, de modo semejante, genera la miseria. El bien común no es la simple suma de los intereses particulares, sino que implica su valoración y composición hecha en base a una equilibrada jerarquía de valores. El bien común exige también una exacta comprensión de la dignidad y de los derechos de la persona y de su vínculo ontológico con la comunidad, en razón de su vocación política» (Ibid).
Ante los excesivos casos de corrupción, decimos que debe haber ciudadanos, políticos, empresarios, trabajadores, etc., honrados y todo se arreglaría, pero como escasean… «si somos católicos y como tales capaces de comprender que la política tiene como fin último el bien común, el cual justamente porque común no es sólo de una parte, deberíamos pensar que es necesario estar todos dispuestos, sin prejuicios, a hacer algún sacrificio en orden a aquel bien. Sí, sabemos que el bien común es tal que, en una determinada circunstancia, puede exigirnos grandes sacrificios». ¿Estamos dispuestos a ello?
Vuestro obispo,
† Antonio Algora
Obsipo de Ciudad Real
Fuente:: Mons. Antonio Algora
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