Esperamos un Salvador
Mons. Atilano Rodríguez Los cristianos confesamos en el Credo que Jesucristo es el único Salvador de los hombres. Pero, como nos recuerda el evangelista San Juan, no basta confesarlo con los labios, es necesario que nuestras obras proclamen y muestren que la salvación de Dios ha llegado a nuestras vidas: “Nosotros –dice San Juan- hemos visto y damos testimonio de que el Padre envió a su Hijo como Salvador del mundo” (I Jn 4, 14).
Teniendo en cuenta el testimonio de San Juan, constatamos que para llegar a confesar con las palabras y testificar con las obras al Salvador tenemos que pedirle que nos conceda verlo con los ojos del espíritu. Si quienes nos confesamos seguidores del Señor resucitado, no hemos llegado a verlo y a tocarlo en las distintas manifestaciones de su presencia entre nosotros, no podremos ayudar a los alejados de la fe y a quienes nunca oyeron hablar de Dios a descubrir su salvación.
La fe cristiana, como nos recuerda el Papa Francisco, brota en cada persona cuando Dios toca y transforma su corazón, haciendo así posible que el corazón humano toque también el ser de Dios y pueda adentrarse en la experiencia de su Amor. De hecho, todos sabemos muy bien que la Iglesia a lo largo de los siglos no se ha limitado a transmitir a la humanidad un conjunto de contenidos doctrinales o verdades de fe, sino que nos ha ofrecido el testimonio gozoso y la luz que nace del encuentro de los creyentes con el Dios vivo y verdadero.
Esta luz es la que toca a la persona en su mismo centro, en el corazón, y tiene el poder y la fuerza de transformar su mente, su voluntad y su afectividad, abriéndola a unas relaciones vivas con Dios y con los hermanos. La experiencia del Amor de Dios y la comunión en él hacen posible que podamos responderle con ese mismo amor y que lo hagamos realidad en las relaciones con nuestros semejantes.
En un mundo como el nuestro, en el que descubrimos tanto confusionismo religioso y tanto alejamiento del Dios vivo, los cristianos no podemos limitarnos simplemente a transmitir los contenidos y las verdades de la fe. Es necesario que penetremos en la intimidad del corazón de Cristo por medio de la oración, la meditación de su Palabra y la participación en los sacramentos. Desde este encuentro con el Dios vivo, podremos descubrir que Él toca nuestra mente y nuestro corazón, y así estaremos en condiciones de regalar a nuestros semejantes, no sólo buenas palabras, sin el testimonio de una vida conforme con las enseñanzas evangélicas.
Ante la sordera y ceguera espiritual del hombre de hoy para escuchar la voz de Dios y contemplar su salvación, todos tenemos necesidad de pedirle que abra nuestros ojos y nuestros oídos para que la Palabra de vida penetre en la mente y en corazón de cada ser humano. Si perdemos la capacidad de escuchar al Señor y de admirar sus obras, nuestra vida se reduce a simples visiones humanas de la realidad y de las personas. La escucha de Dios y la contemplación de los comportamientos de Jesucristo con el Padre y con los hombres nos permiten tener una visión del hombre, de la creación y de la historia totalmente distinta a la que pueden tener quienes viven alejados de Dios.
Con mi bendición, feliz día del Señor
+ Atilano Rodríguez,
Obispo de Sigüenza-Guadalajara
Fuente:: Mons. Atilano Rodríguez
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