El silencio, regalo de Dios
Mons. Juan José Omella Dios se hizo hombre en el silencio de una noche. “Un silencio sereno lo envolvía todo y, al mediar la noche su carrera, tu palabra poderosa, Señor, vino desde el trono real de los cielos” . La noche, en su silencio, es tiempo de salvación.
He observado que en muchas de nuestras iglesias han puesto, en sitio destacado, la siguiente advertencia: “Para hablar con Dios no necesitas el móvil”. Y es muy cierto. Como también es cierto que nos ha tocado vivir un tiempo en el que predomina el ruido, la algarabía, las voces, el griterío, el alboroto. Los aficionados al campo sabemos que Dios está en todas partes, pero su presencia destaca en el silencio de un valle, a la vera de un río, en el murmullo de una playa.
Pero donde Dios está de forma muy singular es en el templo y en el corazón. Nuestros mayores han definido – con una precisión que nace de la verdad y del afecto – el templo, la iglesia, como “la casa de Dios”, el lugar donde Dios vive. Y, asimismo, el pueblo cristiano ha descrito nuestros cuerpos, siguiendo a san Pablo y a la mejor tradición de la Iglesia, como verdaderos “templos de Dios, templos del Espíritu Santo” .
¿En qué hemos convertido nuestro cuerpo? Y ¿en qué hemos convertido algunos de nuestros templos? En una época como la nuestra, en la que predomina el culto al propio cuerpo a menudo fuera de todo sentido, ¿podemos decir que tratamos a nuestro propio cuerpo como un templo del Espíritu Santo? No podemos olvidar que esta realidad teologal no es algo que se queda en un puro plano teórico. ¡No! Las exigencias ascéticas – esta es la palabra adecuada – son evidentes. Voy a recordaros lo que nos dice san Lucas a propósito de María, y como resumen de su actitud ante los hechos de la infancia de su Hijo. Dice textualmente que “su madre conservaba todo esto en su corazón, en tanto que Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres” . Quiere decir que María, no solamente se mostró como una mujer reflexiva, se mostró, sobre todo, como una mujer dada a la contemplación, a rumiar en su interior y a buscar el perfil sobrenatural y último de cada uno de los acontecimientos que marcaron su vida. De ellos, no cabe duda, el mayor y más importante fue el dar a luz al Dios hecho hombre. Y lo más excelente de su yo, de su ser, lo evidenció en ese dar vueltas en su corazón a lo que Dios le había puesto delante. Esto no podía ser factible si no es en un contexto de silencio, de meditación, de presencia de Dios.
El silencio, en nuestro yo, en nuestro entorno, nos ayudará a vivir la presencia de Dios – ¡estoy siempre delante de Dios! -, la acción de Dios en nosotros. ¡Qué impresión tan estupenda nos produjo a todos los que, ya hace un tiempo, tuvimos la oportunidad de visionar la película titulada “El gran silencio”! No se trata del silencio por el silencio. Así planteado sería una realidad estéril. Se trata del silencio como medio para llegar a Dios, para encontrarnos con nosotros mismos, para encontrar la paz.
Vuelvo ahora a la consideración del templo como casa de Dios. Nuestras iglesias en La Rioja han sido siempre objeto de un desvelo entrañable en su cuidado, en su conservación y en su mejora, por parte del pueblo cristiano. En muchos casos son un verdadero tesoro por su calidad artística e histórica. Todos ellos son dignos de la más sabrosa contemplación estética. Pero no han sido hechos y mantenidos solamente y principalmente para eso. Fueron construidos con mucho esfuerzo para dar culto y alabanza a Dios, a su Madre Santísima y a los santos patronos y protectores. Para tratar a Dios. Para orar.
La oración, personal y comunitaria, requiere un contexto de silencio. Y me duele enormemente descubrir que eso no es siempre realidad en muchos de nuestros templos. Por mor de decir que es la casa de todos y que allí tenemos que expresar la fraternidad no solo hemos convertido nuestras iglesias en una plaza pública llenada de conversaciones y griterío, sino que impedimos que otros puedan orar. ¿No está el pórtico y la plaza delante de la Iglesia para saludarse, intercambiar noticias y poder tener una charreta fraterna?
Pongamos todos gran empeño en respetar el lugar sagrado que es el templo y hagamos lo posible para que sea un lugar de silencio y oración. “Que mi silencio, Señor, dé lugar a tu Palabra”, decía bellamente san Juan Crisóstomo. Ese respeto nos ayudará también, estoy seguro de ello, a saber respetar los templos que son cada uno de los hermanos, especialmente los más pobres, y a saber escucharles con atención porque la mejor ayuda que podemos prestarles es, ciertamente, el que se sepan escuchados y respetados en sus derechos.
Con mi afecto y bendición,
+ Juan José Omella Omella,
Obispo de Calahorra y La Calzada-Logroño
Fuente:: Mons. Juan José Omella
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