Ocho declaraciones desafiantes del Papa Francisco

Segovia Obispo Ángel Rubio

Segovia Obispo Ángel RubioMons. Ángel Rubio       Todavía no hace un mes, fue el 24 de noviembre cuando el Papa Francisco nos entregó el primer documento propio de su pontificado: “La alegría del evangelio”. Se ha hecho en forma de Exhortación Apostólica basada en las conclusiones del Sínodo de los Obispos sobre la Nueva Evangelización celebrado en octubre del 2012. Es un documento que nace como anuncio de alegría a los cristianos, con una gran dimensión misionera y donde nos pide que dejemos nuestras comodidades y frenemos “algunas patologías que van en aumento”.

1. No a una economía de la exclusión y la inequidad. Esa economía mata. Hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil. Como consecuencia de esta situación, grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas: sin trabajo, sin horizontes, sin salida. La cultura del bienestar nos anestesia y perdemos la calma si el mercado ofrece algo que todavía no hemos comprado; mientras todas esas vidas truncadas por falta de posibilidades nos parecen un mero espectáculo que de ninguna manera nos altera. No se puede tolerar.

2. No a la nueva idolatría del dinero. Mientras las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, las de la mayoría se quedan cada vez más lejos del bienestar de esa minoría feliz. Este desequilibrio proviene de ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera. Se instaura una nueva tiranía invisible, a veces virtual, que impone, de forma unilateral e implacable, sus leyes y sus reglas. Además, la deuda y sus intereses alejan a los países de las posibilidades viables de su economía y a los ciudadanos de su poder adquisitivo real. ¡Los nuevos ídolos!

3. No a un dinero que gobierna en lugar de servir. Sí ¡El dinero debe servir y no gobernar! El Papa ama a todos, ricos y pobres, pero tiene la obligación, en nombre de Cristo, de recordar que los ricos deben ayudar a los pobres, respetarlos, promocionarlos. Exhorta a la solidaridad desinteresada y a una vuelta de la economía y las finanzas a una ética a favor del ser humano. El dinero es buen servidor pero mal señor.

4. No a la inequidad que genera violencia. Cuando la sociedad —local, nacional o mundial— abandona en la periferia una parte de sí misma, no habrá programas políticos ni recursos policiales o de inteligencia que puedan asegurar indefinidamente la tranquilidad. Esto no sucede solamente porque la inequidad provoca la reacción violenta de los excluidos del sistema, sino porque el sistema social y económico es injusto en su raíz. Sólo sirven para que en muchos agentes evangelizadores, aunque oren, se produzca una acentuación del individualismo, una crisis de identidad y una caída del fervor.

5. No a la acedia egoísta. El problema no es siempre el exceso de actividades, sino sobre todo las actividades mal vividas, sin las motivaciones adecuadas, sin una espiritualidad que impregne la acción y la haga deseable. Es normal el cansancio pero no se trata de un cansancio feliz, sino tenso, pesado, insatisfecho y, en definitiva, no aceptado. El inmediatismo ansioso de estos tiempos hace que los agentes pastorales no toleren fácilmente lo que signifique alguna contradicción, un aparente fracaso, una crítica, una cruz.

6. No al pesimismo estéril. Los males de nuestro mundo —y los de la Iglesia— no deberían ser excusas para reducir nuestra entrega y nuestro fervor. Mirémoslos como desafíos para crecer. Nadie puede emprender una lucha si de antemano no confía plenamente en el triunfo. El que comienza sin confiar perdió de antemano la mitad de la batalla y entierra sus talentos. El triunfo cristiano es siempre una cruz, pero una cruz que al mismo tiempo es bandera de victoria, que se lleva con una ternura combativa ante los embates del mal.

7. No a la mundanidad espiritual. La mundanidad espiritual, que se esconde detrás de apariencias de religiosidad e incluso de amor a la Iglesia, es buscar, en lugar de la gloria del Señor, la gloria humana y el bienestar personal. Quien ha caído en esta mundanidad mira de arriba y de lejos, rechaza la profecía de los hermanos, descalifica a quien lo cuestione, destaca constantemente los errores ajenos y se obsesiona por la apariencia. Es una tremenda corrupción con apariencia de bien.

8. No a la guerra entre nosotros. La mundanidad espiritual lleva a algunos cristianos a estar en guerra con otros cristianos que se interponen en su búsqueda de poder, prestigio, placer o seguridad económica. Más que pertenecer a la Iglesia toda, con su rica diversidad, pertenecen a tal o cual grupo que se siente diferente o especial. Pedimos un testimonio de comunión fraterna que se vuelva atractivo y resplandeciente.

 

+ Ángel Rubio Castro

Obispo de Segovia

Fuente:: Mons. Ángel Rubio Castro

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