«Cristo, en su venida, ha traído consigo toda novedad»
Mons. Antonio Algora Tomo estas palabras del papa Francisco citando a san Ireneo, que, para quien no le suene, vivió en el siglo segundo, hace, por tanto, 1800 años. ¿Siempre la Navidad trae alguna novedad? ¿Se pueden preguntar los ciudadanos semejante cosa, tan acosados por la pertinaz publicidad comercial? Pues sí: «Un anuncio renovado ofrece a los creyentes, también a los tibios o no practicantes, una nueva alegría en la fe y una fecundidad evangelizadora. En realidad, su centro y esencia es siempre el mismo: el Dios que manifestó su amor inmenso en Cristo muerto y resucitado. Él hace a sus fieles siempre nuevos; aunque sean ancianos, “les renovará el vigor, subirán con alas como de águila, correrán sin fatigarse y andarán sin cansarse” (Is 40, 31). Cristo es el “Evangelio eterno” (Ap 14, 6), y es “el mismo ayer y hoy y para siempre” (Hb 13, 8), pero su riqueza y su hermosura son inagotables. Él es siempre joven y fuente constante de novedad. La Iglesia no deja de asombrarse por “la profundidad de la riqueza, de la sabiduría y del conocimiento de Dios” (Rm 11, 33)» (Evangelii gaudium, 11).
El aumento del consumo de estos días pasará y nos dejará la cuesta de enero. Con la frescura de su expresión, en el mismo documento, al comienzo, nos dice el Papa: «El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. Los creyentes también corren ese riesgo, cierto y permanente. Muchos caen en él y se convierten en seres resentidos, quejosos, sin vida. Ésa no es la opción de una vida digna y plena, ése no es el deseo de Dios para nosotros, ésa no es la vida en el Espíritu que brota del corazón de Cristo resucitado».
Preparar la Navidad es para nosotros renovar la alegría honda (que ninguna crisis nos puede quitar) del encuentro personal con el Señor Jesús que nace entre nosotros. La pobreza en su nacimiento no fue obstáculo para que viniera la alegría al mundo, pues vino Él. Y en nuestro encuentro personal con Jesucristo está la fuente de nuestra renovación y con la comunidad cristiana, con nosotros, la necesaria renovación de nuestra sociedad en demasiados frentes corrupta y caduca. Pues aunque sean nuevas las formas de robar los impuestos o de no pagarlos, de explotar a los débiles o de no sacarlos de sus carencias para salir nosotros más deprisa de la crisis… nada, absolutamente nada ni nadie puede contra la renovación que aporta la fe en el Salvador, al menos no ha podido en este espacio de la historia que suma 2013 años.
Pero que nadie tema a este Niño que nace, es un crío. Dice el Evangelio que Herodes quiso acabar con Él y que escapó de sus manos. No, no viene con poderes políticos o multinacionales, «La alegría del evangelio –dice el Papa Francisco– llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento» (EG 1). «Cada vez que intentamos volver a la fuente y recuperar la frescura original del Evangelio, brotan nuevos caminos, métodos creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual» (EG 11). No dudemos, pues, nosotros, en esta Navidad, anunciar el Nacimiento del Salvador con nuestras vidas por Él renovadas. Los católicos no podemos dejar de vivir la Navidad, de abrir las puertas a Cristo, de «tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso».
Vuestro obispo,
† Antonio Algora
Obispo de Ciudad Real
Fuente:: Mons. Antonio Algora
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