En la víspera misma de la Solemnidad de la Epifanía del Señor. Jornada de Oración y de colecta en favor del Catequista nativo y del IEME

Mons. Manuel Ureña

Mons. Manuel UreñaMons. Manuel Ureña      Mañana lunes, 6 de enero del nuevo año de gracia de 2014, celebramos en toda la Iglesia la solemnidad de la Epifanía del Señor. Como tan sabiamente nos dice el Martirologio Romano (cf pp 96 y 43), la Iglesia recuerda en esta fecha tres manifestaciones del gran Dios y Señor Nuestro Jesucristo: la de Belén, cuando Jesús niño es adorado allí por los Magos (cf Mt 2, 1-12); la del río Jordán, cuando Jesús, poniendo fin a su vida oculta, es bautizado por Juan, recibe la unción del Espíritu Santo, es llamado hijo por Dios Padre y da inicio a su actividad mesiánica (cf Lc 3, 15-16. 21-22); y la manifestación en Caná de Galilea, cuando, durante la celebración allí de unas bodas a las que Jesús había asistido con su madre María y con sus discípulos, mostró su gloria al transformar el agua en vino (cf Jn 2, 1-12).

Hoy nos ocuparemos de la manifestación de Cristo a los Magos. La manifestación de la identidad de Jesús a los Magos sabios se pudo producir en Belén porque éstos se habían revelado como buscadores incansables del único y verdadero Dios, como buscadores de la verdad, como hombres de corazón sincero y de razón abierta, ayuna de toda ideología y autoconsciente de sus límites internos. Aquellos hombres sabían que, aun siendo en principio la filosofía y las religiones fuerzas poderosas que ponen a los hombres en el camino conducente a Dios, tales fuerzas, la filosofía y las religiones, contienen, sin duda, semina Verbi Dei, pero no nos pueden otorgar nunca a Dios mismo, pues éste, que es la verdad, la vida y el amor absoluto, se encuentra cualitativamente a una distancia infinita de todo cuanto puede alcanzar el hombre en virtud del lumen naturalis rationis que registra su ser.

Como afirmaba hace un año Benedicto XVI, los Magos que acuden a Belén guiados por la estrella representan el dinamismo inherente a las religiones de tener que verse éstas interiormente obligadas a autotrascenderse, a tener que ir más allá de sí mismas y a no poder hacerlo por sí mismas. Es un dinamismo que consiste en la búsqueda de la verdad, en la búsqueda del verdadero Dios y, por ende, en la esencia misma de la filosofía, entendida ésta en su sentido más genuino. Dicho más explícitamente, los Magos representan el camino de las religiones hacia Cristo, así como también la autosuperación de la ciencia con vistas a Él. Ellos están siguiendo de algún modo a Abraham, quien se pone en marcha ante la llamada de Dios. De una manera diferente están siguiendo a Sócrates y al hecho de su interrogarse acerca de la verdad más grande, más allá de la religión oficial. En este sentido, estos hombres son predecesores, precursores, de los buscadores de la verdad, propios de todos los tiempos.

Los sabios de oriente contemplados por Mateo son, en suma, un inicio; representan a la humanidad cuando ésta emprende el camino hacia Cristo, inaugurando una procesión que recorre toda la historia. No representan únicamente el anhelo interior del espíritu humano, la marcha de las religiones y de la razón humana al encuentro del verdadero salvador. No identifican, pues, la racionalidad con el mero saber, sino que tratan de comprender la totalidad, llevando así a la razón hasta sus más altas posibilidades.

Finalmente, si es cierto que la luz de la razón natural guía hacia Cristo (filosofía cristológica), no lo es menos que la luz de la fe ilumina también el camino de todos los que buscan a Dios,  y constituye la aportación propia del cristianismo al diálogo con los seguidores de las diversas religiones (cristología filosófica). Bien lo ha señalado el papa Francisco en la carta-encíclica Lumen fidei, 35.

No quiero terminar esta pequeña carta pastoral con motivo de la fiesta de la Epifanía del Señor a los Reyes sabios sin hacer una referencia bien explícita a la Jornada de oración y de colecta imperada en favor del Catequista nativo y del Instituto Español de Misiones Extranjeras (=IEME) que celebramos año tras año precisamente en este día. El lema de la Jornada de 2014 reza así: Catequistas nativos, testigos de la fe y de la caridad.

Los misioneros del IEME conocen por experiencia el gran valor de estos catequistas, sobre todo y fundamentalmente como humildes servidores de la Palabra revelada. Por otra parte, es de sobra sabido que en no pocos rincones de la Tierra se hace imposible para el misionero extranjero llegar a lugares o a ambientes específicos si no es a través de cristianos nativos que conocen bien la cultura, particularmente la lengua, el territorio y, en suma, la realidad concreta del lugar en donde se evangeliza. ¡Cuán admirablemente cumplen este cometido los catequistas nativos! Finalmente, además de catequistas en sentido estricto y de compañeros de penas y de alegrías de los misioneros, los catequistas nativos constituyen la primera familia que acoge en su seno a los ministros del Evangelio. Los catequistas nativos son, así, una verdadera estrella de la fe y de la caridad.

Ayudémosles material y espiritualmente a ellos y al IEME. Bien sabéis que, como os recordé el año pasado en La Voz del Prelado de este semanario (cf Iglesia en Zaragoza, número 1656, 6/1/2013, pág. 5, col b), el producto de la colecta del día de la Epifanía se distribuye en partes iguales entre la Congregación para la Evangelización de los Pueblos yel Instituto Español de Misiones Extranjeras, que es el que organiza la colecta por expresa designación de la Santa Sede desde hace ya muchos años.

† Manuel Ureña,

Arzobispo de Zaragoza

Fuente:: Mons. Manuel Ureña

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