La alegría del evangelio
Mons. Julián Ruiz Martorell Queridos hermanos en el Señor:
Os deseo gracia y paz.
La Exhortación apostólica “Evangelii gaudium” del Papa Francisco tiene como objetivo invitarnos a una nueva etapa evangelizadora marcada por la alegría, e indicar caminos para la marcha de la Iglesia en los próximos años (cf. nº 1). También los creyentes corremos el riesgo de convertirnos en “seres resentidos, quejosos, sin vida” (nº 2). Por ello, el Papa nos invita a renovar nuestro encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarnos encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso (cf. nº 3).
La alegría, vivida en ocasiones en etapas y circunstancias vitales muy duras, “se adapta y se transforma, y siempre permanece al menos como un brote de luz que nace de la certeza personal de ser infinitamente amado, más allá de todo” (nº 6). El amor de Dios no se acaba; no se agota su ternura, sino que se renuevan mañana tras mañana.
Recordando una expresión de Pablo VI, el Papa Francisco afirma que el mundo actual necesita recibir la Buena Nueva “no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo” (nº 10).
Entre otras muchas afirmaciones valiosas, se pronuncia un rotundo “no a la acedia egoísta”. Podemos definir la acedia como pereza, flojedad, tristeza, angustia, negligencia, acidez, desabrimiento, aspereza de trato, desazón, disgusto. Leemos: “El problema no es siempre el exceso de actividades, sino sobre todo las actividades mal vividas, sin las motivaciones adecuadas, sin una espiritualidad que impregne la acción y la haga deseable. De ahí que las tareas cansen más de lo razonable, y a veces enfermen. No se trata de un cansancio feliz, sino tenso, pesado, insatisfecho y, en definitiva, no aceptado” (nº 82).
De esta manera se va gestando una gran amenaza que J. Ratzinger definía con estas palabras: “es el gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia en el cual aparentemente todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va desgastando y degenerando en mezquindad” (nº 83). Así se desarrolla “la psicología de la tumba, que poco a poco convierte a los cristianos en momias de museo” (nº 83).
Una de nuestras tentaciones más serias es “la conciencia de derrota que nos convierte en pesimistas quejosos y desencantados con cara de vinagre” (nº 85). Debemos recordar que “el triunfo cristiano es siempre una cruz, pero una cruz que al mismo tiempo es bandera de victoria” (nº 85).
También se enuncia un “sí a las relaciones nuevas que genera Jesucristo”, puesto que “sentimos el desafío de descubrir y transmitir la mística de vivir juntos, de mezclarnos, de encontrarnos, de tomarnos de los brazos, de apoyarnos, de participar de esa marea algo caótica que puede convertirse en una verdadera experiencia de fraternidad, en una caravana solidaria, en una santa peregrinación” (nº 87).
Decimos confiados a la Virgen María: “Estrella de la nueva evangelización, ayúdanos a resplandecer en el testimonio de la comunión, del servicio, de la fe ardiente y generosa, de la justicia y el amor a los pobres, para que la alegría del Evangelio llegue hasta los confines de la tierra y ninguna periferia se prive de su luz” (nº 288). Recibid mi cordial saludo y mi bendición.
+Julián Ruiz Martorell,
Obispo de Jaca y de Huesca
Fuente:: Mons. Julián Ruiz Martorell
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