La Santa Misa, fuente de santidad sacerdotal

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Redacción (Jueves, 23,01-2014, Gaudium Press) Transcribimos consideraciones sobre la Santa Misa y la santidad del sacerdote elaboradas por Monseñor Juan S. Clá Dias, EP, en la Revista LUMEN VERITATIS, número 8:

«Si conociésemos el valor de la Misa, moriríamos. Para celebrarla dignamente, el sacerdote debería ser santo. Cuando estemos en el Cielo, entonces veremos lo que es la Misa, y como tantas veces la celebramos sin la debida reverencia, adoración, recogimiento». [1]

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En el decreto ‘Presbyterorum ordinis’, el Concilio Vaticano II, en perfecta armonía con la doctrina tomista, resume de forma admirable la centralidad de la Eucaristía en la vida espiritual del sacerdote, como su principal medio de santificación. Ya al inicio, afirma que la Orden de los presbíteros fue constituida por Dios «para ofrecer el Sacrificio, perdonar los pecados y ejercer oficialmente el oficio sacerdotal en nombre de Cristo a favor de los hombres». [2]

Recuerda, enseguida, que es por medio del ministerio ordenado que el sacrificio espiritual de los fieles se consuma en unión con el sacrificio de Cristo, ofrecido en la Eucaristía de modo incruento y sacramental. Y afirma que «para esto tende y en esto se se consuma el ministério de los presbíteros. Con efecto, su ministerio, que comienza por la predicación evangélica, saca del sacrificio de Cristo su fuerza y su virtud». [3] Lo que equivale a decir que el sacerdote vive para la Celebración Eucarística y es de ella que debe tomar la fuerza para progresar en la práctica de la virtud.

Prosiguiendo, resalta el decreto conciliar: «Los restantes sacramentos, entretanto, así como todos los ministerios eclesiásticos y obras de apostolado, están vinculados con la sagrada Eucaristía y a ella se ordenan. [4] Con efecto, en la santísima Eucaristía está contenido todo el tesoro espiritual de la Iglesia, [5] esto es, el propio Cristo». [6] Incluso quien es llamado a una vocación misionera, no se puede olvidar que la propia evangelización debe tener como meta el Sacramento del altar y de él nutrirse: «La Eucaristía aparece como fuente y corona de toda la evangelización». [7] Pues en el Sacrificio Eucarístico se ejerce la propia obra de la Redención. [8]

Garrigou-Lagrange sintetiza con precisión esta doctrina:

«El sacerdote debe considerarse ordenado principalmente para ofrecer el Sacrificio de la Misa. En su vida, este Sacrificio es más importante que el estudio y las obras exteriores de apostolado. Con efecto, su estudio debe ordenarse al conocimiento cada vez más profundo del ministerio de Cristo, supremo Sacerdote, y su apostolado debe derivar de la unión con Cristo, Sacerdote principal». [9]

Royo Marín, al comentar la exhortación de Pontifical Romano, hecha por el Obispo a los ordenandos, afirma con énfasis que la Santa Misa es «la función más alta y augusta del sacerdote de Cristo». [10] Y, conocedor de las múltiples ocupaciones pastorales de un sacerdote, que pueden fácilmente desviarlo del cerne de su vocación de mediador entre Dios y los hombres, refuerza la misma idea, luego enseguida, con inflamadas palabras de celo sacerdotal:

«Esta es la función sacerdotal por excelencia, la primera y más sublime de todas, la más esencial e indispensable para toda la Iglesia, y al mismo tiempo fuente y manantial más puro de su propia santidad sacerdotal. Se es sacerdote, antes de todo y sobre todo, para glorificar a Dios mediante el ofrecimiento del Santo Sacrificio de la Misa». [11]

Tal vez buscando que sus palabras penetren suficientemente el espíritu de sus lectores, en el sacerdocio, Royo Marín enumera algunas ocupaciones legítimas que podrían servir de pretexto a una disminución de celo eucarístico, insistiendo de nuevo en la centralidad de Sacrificio de Misa:

«Por encima de todas las demás actividades sacerdotales, por encima inclusive de su trabajo pastoral vuelto para las almas, deberá colocar siempre en primer plano la digna y fervorosa celebración de Santo Sacrificio del Altar. Todo cuanto lo distraiga y estorbe en esta función augusta deberá ser alejado por el sacerdote con energía, lanzándolo lejos de sí. Su función primaria, ante la cual deben ceder todas las demás actividades, consiste – repetimos – en la celebración del Santo Sacrificio de la Misa, a través de cual recibe Dios una glorificación infinita». [12]

Cabe resaltar aún que la Eucaristía no solo confiere la gracia, como también la aumenta en aquel que la recibe con las debidas disposiciones:

«El Sacramento de la Eucaristía tiene por sí mismo el poder de conferir la gracia. […] La gracia crece y la vida espiritual aumenta, toda vez que se recibe realmente este Sacramento […] para que el hombre sea perfecto en sí mismo por la unión con Dios». [13]

Benedicto XVI, al tratar de la vocación y espiritualidad sacerdotales, bajo una perspectiva pastoral, afirma que es por medio de la oración que el sacerdote apacienta sus ovejas. Los presbíteros, dice él, tienen «una vocación particular para la oración, en el sentido fuertemente cristocéntrico: esto es, somos llamados a ‘permanecer’ en Cristo». Y, continúa:

«Nuestro ministerio está totalmente ligado a este ‘permanecer’ que equivale a rezar, y deriva de él su eficiencia. […] La Celebración Eucarística es el mayor y más noble acto de oración, y constituye el centro y la fuente de la cual también las otras formas reciben la ‘linfa’: La Liturgia de las Horas, la adoración eucarística, la ‘lectio divina’, el santo Rosario, la meditación». [14]
Nuevamente, encontramos la Eucaristía en el centro de la vida sacerdotal.

Por Monseñor Juan S. Clá Dias, EP

In CLÁ DIAS, João. A Santidade do sacerdote à luz de São Tomás de Aquino. in: LUMEN VERITATIS. São Paulo: Associação Colégio Arautos do Evangelho. n. 8, jul-set 2009. p. 16-18.
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[1]BENTO XVI. Carta para Proclamação do Ano Sacerdotal, 16 jun. 2009.
[2] PO, n. 2.
[3] Idem.
[4]Nota do texto original: «A Eucaristia é como que a consumação da vida espiritual, e o fim de todos os sacramentos» (S Th III, q. 73. a. 3 c); cf. S Th III, q. 65, a. 3.
[5] Nota do texto original: Cf. São Tomás, S Th III, q. 65, a. 3, ad 1; q. 79, a. 1 c. e ad 1.
[6] PO, n. 5
[7] Idem.
[8] Cf. idem, n. 13.
[9] GARRIGOU-LAGRANGE, OP, Réginald. Op. cit., p. 38.
[10] ROYO MARÍN, OP, Antonio. Teología de la Perfección Cristiana. Madrid: BAC, 2001. p. 848.
[11] Idem, ibidem.
[12] Idem, p. 849.
[13]S Th III, q. 79, a. 1, ad 1.
[14] BENTO XVI. Homilia no Dia Mundial de Oração pelas Vocações, 3/5/2009.

 

 

Fuente:: Gaudium Press

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