Una falsa concepción de la vida y de la moral
No es difícil percibir cómo el nuevo sistema moral deriva del existencialismo, el cual se abstrae de Dios o simplemente lo niega, y, en todo caso, abandona al hombre a sí mismo.
Papa Pío XII
Pío XII durante la proclamación del dogma de la Asunción de Nuestra Señora, el 1/11/1950 – Foto: Reproducción
Hoy querríamos aprovechar la oportunidad que nos ofrece esta reunión con vosotras para decir lo que pensamos acerca de cierto fenómeno que se manifiesta algo por todas partes en la vida de la fe de los católicos y que afecta un poco a todos, pero particularmente a la juventud y a sus educadores. […] Fenómeno este al que podríamos llamar una nueva concepción de la vida moral, pues se trata de una tendencia que se manifiesta en el campo de la moralidad. […]
Se la podría calificar de «existencialismo ético», de «actualismo ético», de «individualismo ético», entendidos en el sentido restrictivo que vamos a explicar y tal como se les encuentra en lo que con otro nombre se ha llamado Situationsethik (moral de situación).
La negación de una ley moral objetiva
El signo distintivo de esta moral es que no se basa en manera alguna sobre las leyes morales universales, como —por ejemplo— los Diez Mandamientos, sino sobre las condiciones o circunstancias reales y concretas en las que ha de obrar y según las cuales la conciencia individual tiene que juzgar y elegir.
Tal estado de cosas es único y vale una vez para cada acción humana. Luego la decisión de la conciencia —afirman los defensores de esta ética— no puede ser imperada por las ideas, principios y leyes universales. […]
[La moral de situación] no niega, sin más, los conceptos y los principios morales generales (aunque a veces se acerque mucho a semejante negación), sino que los desplaza del centro al último confín. […]
Implicaciones de este funesto error
Por ejemplo, en el campo de la fe, la relación personal que nos liga a Dios. Si la conciencia seriamente formada estableciera que el abandono de la fe católica y la adhesión a otra confesión lleva más cerca de Dios, este paso se encontraría «justificado», aun cuando generalmente se le califica de «defección en la fe». O también, en el campo de la moralidad, la donación de sí —corporal o espiritual— entre jóvenes. Aquí la conciencia seriamente formada establecería que por razón de la sincera inclinación mutua están permitidas las intimidades de cuerpo y de sentidos, y éstas, aunque admisibles solamente entre esposos, resultarían permitidas. […]
Los juicios de una conciencia de esta naturaleza, por muy contrarios que a primera vista parezcan a los preceptos divinos, valdrían, sin embargo, delante de Dios; porque, se dice, la conciencia sincera, seriamente formada, es más importante delante de Dios mismo que el «precepto» y que la «ley». Y, por ello, tal decisión es «activa» y «productiva», no «pasiva» y «receptiva» de la decisión de la ley, escrita por Dios en el corazón de cada uno, y menos todavía de la del Decálogo, que el dedo de Dios ha escrito en tablas de piedra, dejando a la autoridad humana el promulgarlo y el conservarlo.
La ética nueva (adaptada a las circunstancias), dicen sus autores, es eminentemente «individual». En la determinación de la conciencia, cada hombre en particular se encuentra directamente con Dios y ante Él se decide, sin intervención de ninguna ley, de ninguna autoridad, de ninguna comunidad, de ningún culto o confesión, en nada y de ninguna manera. […]
Estas dos cosas, la intención recta y la respuesta sincera, son lo que Dios considera; la acción no le importa. Por ello, la respuesta puede ser la de cambiar la fe católica por otros principios, la de divorciarse, la de interrumpir la gestación, la de rehusar la obediencia a la autoridad competente en la familia, en la Iglesia, en el Estado y así sucesivamente. […]
La verdadera posición católica
Expuesta así, la ética nueva se halla tan fuera de la ley y de los principios católicos que hasta un niño que sepa su catecismo lo verá y se dará cuenta y lo percibirá. Por lo tanto, no es difícil advertir cómo el nuevo sistema moral se deriva del existencialismo, que, o hace abstracción de Dios, o simplemente lo niega, y en todo caso abandona al hombre a sí mismo.
Tal vez sean las condiciones presentes las que hayan inducido a intentar el trasplantar esta «moral nueva» al terreno católico, para hacer más llevaderas a los fieles las dificultades de la vida cristiana. […] Pero semejante tentativa jamás podrá tener éxito. […]
Por lo demás, a la «ética de situación» oponemos Nos tres consideraciones o máximas. La primera: Concedemos que Dios quiere ante todo y siempre la intención recta; pero ésta no basta. Él quiere, además, la obra buena. La segunda: No está permitido hacer el mal para que resulte un bien (cf. Rom 3, 8). Pero esta ética obra —tal vez sin darse cuenta de ello— según el principio de que el bien santifica los medios. La tercera: Puede haber situaciones en las cuales el hombre —y en especial el cristiano— no pueda ignorar que debe sacrificarlo todo, aun la misma vida, por salvar su alma.
Todos los mártires nos lo recuerdan. Y son muy numerosos, también en nuestro tiempo. Pero la madre de los Macabeos y sus hijos, las santas Perpetua y Felicidad —no obstante sus recién nacidos—, María Goretti y otros miles, hombres y mujeres, que venera la Iglesia, ¿habrían, por consiguiente, contra la «situación», inútilmente o incluso por equivocación incurrido en la muerte sangrienta? Ciertamente que no; y ellos, con su sangre, son los testigos más elocuentes de la verdad contra la nueva moral.
Perennidad y valor absoluto de la moral católica
Donde no hay normas absolutamente obligatorias, independientes de toda circunstancia o eventualidad, la situación «de una vez» en su unicidad requiere, es verdad, un atento examen para decidir cuáles son las normas que se han de aplicar y en qué manera.
La moral católica ha tratado siempre y ampliamente este problema de la formación de la propia conciencia con el examen previo de las circunstancias del caso que se ha de resolver. Todo lo que ella enseña ofrece una ayuda preciosa para las determinaciones de la conciencia tanto teóricas como prácticas.
Baste citar la exposición, no superada, de Santo Tomás sobre la virtud cardinal de la prudencia y las virtudes con ella relacionadas.1 Su tratado revela un sentido en la actividad personal y de la realización, que contiene todo cuanto hay de justo y de positivo en la «ética según la situación», pero evitando todas sus confusiones y desviaciones.
Por tanto, al moralista moderno le bastará con seguir en la misma línea, si quiere profundizar en nuevos problemas. ◊
Fragmentos de: PÍO XII. Discurso al
Congreso de la Federación Mundial de las
Juventudes Femeninas Católicas.
18/4/1952: AAS 44 (1952), 413-418.