Mons. VivesMons. Joan E. Vives     La Virgen Inmaculada es la figura que llena todo este tiempo de preparación a la Navidad, que es el Adviento. En su querida persona todos nos encontramos, ya que es Inmaculada y Madre de la fe, “¡feliz porque ha creído!” (Lc1,45). El Papa emérito Benedicto XVI comenta : “María es feliz porque tiene fe, porque ha creído, y en esta fe ha acogido en su seno al Verbo de Dios para entregarlo al mundo. La alegría que recibe de la Palabra, se puede extender ahora a todos los que, en la fe, se dejan transformar por la Palabra de Dios” (Verbum Domini n.124). La fe y el amor la llevan a la alegría.

En este Adviento, nos encomendamos a María Inmaculada para que nos ayude en la lucha contra el pecado y nos lleve a Cristo, fuente de misericordia siempre abierta. La oración más antigua que conocemos dirigida a la Virgen María dice: “Bajo tu protección (“Sub tuum praesidium“) nos refugiamos, oh Santa Madre de Dios, no desoigas nuestras súplicas en nuestras necesidades. En todos los peligros líbranos siempre, Virgen gloriosa y bendita.” Fue encontrada en un papiro copto fechado hacia el año 250 y escrito en griego. ¡Cuántas generaciones de cristianos y hasta nosotros mismos le hemos dirigido estas súplicas!

En un sermón famoso, San Bernardo de Claraval (1090-1153) suplica a María, en nombre de toda la humanidad, que acepte lo que le pide el ángel, y así se haga realidad la salvación y la luz de Dios por la Encarnación. El ángel le pide ¡que se levante deprisa, que corra hacia Aquel que la llama y que le abra toda la vida! También nosotros no podemos dejar de levantarnos, correr y abrir de par en par nuestra existencia a Dios. Esto es creer! “Abre, Virgen dichosa, el corazón a la fe, los labios al consentimiento, las castas entrañas al Creador. Mira que el deseado de todos los pueblos está llamando a tu puerta. Si tardas en abrirle, pasará de largo y luego volverás con dolor a buscar al amado de tu alma. ¡Levántate, corre, abre! Levántate por la fe, corre por la devoción, abre por el consentimiento.” (Homilía 4). María fue el instrumento que colaboró a hacer posible la obra salvadora de Dios. El Todopoderoso no realiza su voluntad de manera impositiva. La obra de Dios, llevada a cabo por el Espíritu Santo, respeta la libertad de la persona. Yo puedo obedecer o no escuchar su llamada. Pero si el ángel nos visitara… ¿qué le diríamos? ¿haríamos como la Virgen María, que se lo da todo? ¿que se pone toda ella a disposición de la voluntad del que la viene a visitar? La fe es esta disponibilidad total al amor de Dios, una disponibilidad que se hace obra de amor. ¿Qué nos está pidiendo el ángel de Dios en esta Navidad que se acerca? ¿Qué realización bondadosa está dependiendo de mi sí, de mi respuesta?

El Papa Francisco se pregunta : ” María siempre nos lleva a Jesús. Es una mujer de fe, una verdadera creyente. ¿Cómo es la fe de María? La fe de María desata el nudo del pecado. “Lo que ató la virgen Eva, por su falta de fe, lo desató la Virgen por su fe” (S. Ireneo) . Por la misericordia de Dios, nada es imposible. Hasta los nudos más enredados se deshacen con su gracia. Y María es la madre que con paciencia y ternura nos lleva a Dios, para que desate los nudos de nuestra alma con su misericordia de Padre. “Dejemos que el Adviento nos ablande el corazón endurecido, y que la Virgen Inmaculada sea nuestra protectora. Mantengámonos agradecidos por su sí generoso, aprendiendo de sus compromisos de vida y perseverantes con Ella en la oración para que “venga a nosotros el Reino del Padre” (cfr. Mt 6,10).

+ Joan E. Vives

Arzobispo de Urgell

Fuente:: Mons. Joan E. Vives

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garcia_burilloMons. Jesús García Burillo     Queridos diocesanos:

En el centro del Adviento se nos presenta una figura refulgente, que se ofrece como luz a nuestra esperanza. Celebramos a María Inmaculada, elegida por el Padre para ser madre de su Hijo, y por tanto toda santa, “santa e inmaculada en su presencia, en el amor” (Ef 1,4). Para nosotros, la Inmaculada es patrona desde 1760. España, Tierra de María, como recordaba con frecuencia Juan Pablo II, ha profesado durante siglos su amor por la Inmaculada, devoción plasmada en la pintura, en la literatura, en las órdenes religiosas, asociaciones civiles, instituciones académicas. Todos han mostrado su fe por la Madre de Dios, libre de todo mal,
modelo de vida y entrega para los cristianos.

Como Inmaculada, María se erige en nuestro modelo de vida en la superación del pecado.

Desde el comienzo de la humanidad, mientras el hombre ha estado sometido a la tentación del pecado, ella aparece como un signo de victoria contra el mal y la muerte. Liberada de la mancha del pecado original, María se presenta como signo de esperanza para quienes somos pecadores. En este día solemne, la Iglesia muestra al mundo a María como signo de victoria definitiva del bien sobre el mal, una verdadera “estrella de esperanza” (Spe Salvi, 50). Sin ese horizonte de referencia no podríamos encontrar jamás la forma de derrotar el poder del
odio, la violencia, la soberbia, la venganza; no podríamos construir un mundo de paz, donde pueda triunfar el bien. Ella es alegría en medio de la tristeza que supone una vida al margen de Dios y de los seres humanos. Madre de la Iglesia, acompaña a sus hijos con su intercesión, para que caminando en santidad de vida consigamos la patria del cielo.

Todo creyente, toda persona de buena voluntad, encuentra en María Inmaculada una señal de esperanza para participar en el Reino de Dios. En el misterio de la Inmaculada se despliegan las perspectivas de cumplimiento de las promesas de salvación hechas por el Señor. Por ello invocamos sus gracias, para que su amor maternal fortalezca nuestra fe o ayude a recobrarla a quienes la han perdido. En un mundo desesperanzado, ella nos muestra el camino que redime la debilidad y la fragilidad humana.

Proclamar que nuestra Madre es Inmaculada significa también confesar que María es la máxima aspiración a la santidad. Si todos los cristianos de cualquier clase o condición estamos llamados a la plenitud de la vida y a la perfección del amor, María, más que ninguna otra criatura, ha sido elegida para ser llena de gracia, toda santa. Ella es el camino para alcanzar la santidad que Dios quiere para sus hijos. Su belleza nos garantiza que es posible la victoria del amor sobre el odio, que la gracia es más fuerte que el pecado. Su ejemplo nos
mueve a desear que llegue pronto el Salvador, a estar alerta como centinelas de la mañana esperándole, a mantener la alegría de la fe y la humildad de corazón. Son todos rasgos característicos del tiempo de Adviento.

Finalmente, para llegar a Cristo, luz suprema, necesitamos de otras luces cercanas que nos iluminen el camino. ¿Quién mejor que María puede ser la estrella que nos guíe en nuestra travesía? En la etapa difícil que atravesamos, con horizontes brumosos e inciertos, la Inmaculada nos guía en la noche hacia el puerto de salvación. Sólo con ella recuperamos la esperanza perdida.

Queridos diocesanos, Dios nos sale una vez más al encuentro: su Hijo va a nacer en la cercana Navidad para quedarse definitivamente junto a nosotros, para ser Enmanuel, “Dios con nosotros”. A la Virgen Inmaculada, Madre de la esperanza, le pedimos que nos aliente y nos anime a ser, como ella, testigos verdaderos y entregados al amor de Cristo. Que se enciendan en nuestras vidas la luz y el calor que nos trae María, “estrella de esperanza”.

+ Jesús García Burillo
Obispo de Ávila

Fuente:: Mons. Jesús García Burillo

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Gil_HellinMons. Francisco Gil Hellín     Alguna vez he escrito en esta columna mi convicción de que el mejor comentario de un texto es la lectura reposada del mismo texto. La exhortación apostólica “La alegría del evangelio”, que acaba de publicar el Papa Francisco, es una prueba más en este sentido. De tal modo que, sin esa lectura, aunque se lean u oigan muchos comentarios, pienso que corremos el riesgo real de no entrar a fondo en lo que ella propone. Más en concreto, sobre lo que dice de la crisis actual, los bienes de este mundo, la solidaridad, el amor a los pobres y su promoción. Además, perderá la frescura y la fuerza de las palabras con las que el Papa se expresa. Por eso mi intención al dar hoy unas pinceladas sobre esos temas es, ante todo, animar a todos, sacerdotes y fieles a leer, meditar y sacar consecuencias a las palabras del Papa.

Para despertar el apetito, recojo algunas ideas. Refiriéndose a la crisis que nos agobia, el Papa no puede ser más tajante: “Así como el mandamiento ‘no matar’ pone un límite claro a asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir ‘no a una economía de la exclusión y de la inequidad’. Esta economía mata” (EG 53). ¿Por qué esta economía mata? Porque, por ejemplo, “no puede ser que no sea noticia que muere de frío un anciano en situación de calle y que sí lo sea una caída de dos puntos de la bolsa”. O que “se tire comida cuando hay gente que pasa hambre”. Estas y otras mil cosas suceden porque “hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil”. Las consecuencias, como señala el Papa, no pueden ser más desastrosas: “Grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas, sin trabajo, sin horizontes, sin salida. Se considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar”.

No menos contundente es el Papa Francisco cuando se refiere a los bienes de la tierra. “Hay que recordar siempre que el planeta es de toda la humanidad y para toda la humanidad, y que el solo hecho de haber nacido en un lugar con menores recursos o menor desarrollo no justifica que algunas personas vivan con menor dignidad” (EG 192). Sabedor de que esto se verifica en muchos países de África, Asia, América, etc. y que hay pueblos enteros que viven en una situación indigna del hombre, el Papa clama con voz profética: es un “imperativo escuchar el clamor de los pobres”. Escucharlos para “asegurar a todos la comida o un decoroso sustento”, pero sin quedarse ahí. Porque se trata “de que tengan prosperidad sin exceptuar bien alguno. Esto implica educación, acceso al cuidado de la salud y especialmente al trabajo…El salario justo permite el acceso adecuado a los demás bienes que están destinados al uso común”.

Quizás alguno se pregunte si el Papa no estará exagerando. La respuesta se la da el mismo Papa en estas palabras sobre la solidaridad. “La solidaridad es una reacción espontánea de quien reconoce la función social de la propiedad y el destino universal de los bienes como realidades anteriores a la propiedad privada”. La propiedad privada es un derecho natural de la persona humana, pero la “posesión privada de los bienes se justifica para cuidarlos y acrecentarlos de manera que sirvan mejor al bien común, por lo cual la solidaridad debe vivirse como la decisión de devolverle al pobre lo que le corresponde”.

No cabe duda: necesitamos cambiar nuestros esquemas mentales y nuestras actitudes, pues solo si lo hacemos, abriremos camino a otras trasformaciones estructurales que hagan posible vivir de hecho la solidaridad. El Papa está tan convencido de ello, que no duda en afirmar: “Un cambio de las estructuras sin generar nuevas convicciones y actitudes dará lugar a que esas mismas estructuras, tarde o temprano, se vuelvan corruptas e ineficaces” (EG 189).

+ Francisco Gil Hellín

Arzobispo de Burgos

Fuente:: Mons. Francisco Gil Hellín

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Mons. Gerardo MelgarMons. Gerardo Melgar     Queridos diocesanos:

Celebramos hoy una Solemnidad muy entrañable para todos los seguidores de Jesús: la fiesta de nuestra Madre contemplada como la Inmaculada, la sin mancha, sin tacha ni pecado. Así había de ser, purísima y llena de gracia, la que sería la Madre del Hijo de Dios que quita el pecado del mundo. Por eso, la Virgen es inmaculada en previsión de los méritos de su Hijo que viene a este mundo para quitar y borrar los pecados.

Celebramos la Solemnidad de la Inmaculada en el marco del Tiempo litúrgico del Adviento: María es prototipo y figura del Adviento, de alguien que espera de una manera especial la llegada del Salvador. Ella es la que lleva en su seno a Cristo y le espera llena de amor y alegría.

Esta Solemnidad es eminentemente popular. Después de los primeros siglos del cristianismo aparece en España el culto a la Virgen María. Este culto a María impulsó al pueblo cristiano en España a una devoción realmente firme, a una defensa y exaltación de las grandezas de María, sobre todo contemplando el privilegio de su Inmaculada Concepción. La devoción a la Inmaculada Concepción culmina con la solemne definición dogmática por parte del Papa Pío IX con la Bula “Ineffabilis Deus” en la que afirma: “es doctrina revelada por Dios, y por lo tanto ha de creerse firme y constantemente por todos los fieles, que la Virgen María por gracia y privilegio de Dios todopoderoso, en atención a los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano, fue preservada inmune de toda mancha de culpa original en el primer instante de su concepción” (DS 2803)

Existen similitudes entre la misión de María, la de la Iglesia y la de cada uno de nosotros como cristianos pues María, la Iglesia y nosotros estamos llamados a ser portadores de Cristo, a hacer presente a Cristo en medio del mundo. Ella le hizo presente dándole a luz y haciendo posible que el Hijo de Dios se encarnase y se hiciera uno de nosotros; para eso había sido elegida por Dios para que, por medio de ella, llegara al mundo el Salvador, el Hijo de Dios que traería a todos los hombres la salvación.

Algo parecido podemos afirmar de la Iglesia: fundada por Cristo para hacerle presente en el mundo a través de todos los siglos. Su misión es ofrecer a Cristo al mundo para que el hombre de todos los tiempos encuentre en Él la salvación. Por eso el esfuerzo de evangelización que la Iglesia hace en todo momento radica en ofrecer a Cristo a la humanidad para que se encuentre con él, se convierta y se salve. Si la Iglesia no hiciera presente a Cristo, no estaría cumpliendo con su misión; por eso su máximo esfuerzo es ir por el mundo entero predicando el Evangelio y acercando a los hombres a Cristo y a Cristo a los hombres.

Nosotros, cada uno de los cristianos, participamos de la misma misión de María y de la Iglesia. También cada uno de nosotros hemos sido llamados y enviados para hacer presente a Cristo en medio del mundo. Nuestra vida, como seguidores de Cristo, y nuestro testimonio de discípulos tiene como misión, como sugería el Beato Juan Pablo II, la de ser portadores del mensaje salvador de Cristo al corazón del mundo para que sea interpelación y llamada a la salvación.

Vivamos esta Solemnidad de la Inmaculada y este Tiempo de Adviento con verdadero esfuerzo por ser portadores de Cristo y su mensaje a los hombres de nuestro tiempo a través de nuestra vida y con nuestro testimonio. Que Dios nos conceda, como a María y a la Iglesia, cumplir con la misión que se nos ha encomendado para que, a través nuestro, otros descubran a Cristo, lo amen y se entreguen a Él.

Feliz Solemnidad de la Inmaculada para todos.

Vuestro Obispo,

+Gerardo Melgar

Obispo de Osma-Soria

Fuente:: Mons. Gerardo Melgar

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Mons. Adolfo MontesMons. Adolfo González     Queridos diocesanos:

Hoy es la solemnidad de la Inmaculada, una fiesta enraizada en la tradición religiosa de España como en pocos lugares. El patrocinio de la Inmaculada Virgen María sobre la nación española fue concedido por Clemente XIII, mediante la bulaQuantum Ornamenti, de 25 de diciembre de 1760, solicitud del rey Carlos III, que se sumó así y consiguió se hiciera realidad una solicitud que otros reyes, en nombre de la nación española elevaron al Papa. Así lo reclamaba la historia de nuestro país, cuyos gremios y universidades, secundando la reflexión de sus teólogos, la obra escrita de sus literatos y la piedad mariana del pueblo fiel, daba apoyo fundado a la petición, al defender la “pureza sin mancha” de la Madre del Señor.

La Virgen María es inmaculada en su concepción porque así lo dispuso Dios todopoderoso, liberándola de la herencia del pecado original, con la que todos nacemos, anticipando en ella la redención plena de su humanidad, de la cual nació el Hijo eterno de Dios según la carne. Aunque el dogma de la inmaculada Virgen María se halla ya contenido en las palabras de la anunciación del ángel Gabriel a María: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1,28), la Iglesia ha ido comprendiendo el misterio de la predestinación de María a su divina maternidad cada vez con mayor hondura, sin que haya experimentado variación la fe. Toda la grandeza de María emerge de su destinación por Dios a ser la Madre del Redentor. María, por el puesto que ocupa en la historia de nuestra salvación, goza de una singular intercesión en favor de cuantos a ella acuden.

La solemnidad de la Inmaculada viene a fortalecer la fe recibimos tempranamente de la predicación apostólica. Hemos nacido en un pueblo que ha conocido el protagonismo humilde de la Virgen María en la historia de Jesús y hemos sido educados en la fe de la Iglesia con fuerte sensibilidad mariana, llenos de admiración y amor por la Virgen María, que puso toda su fe en la eficacia de la Palabra de Dios, respondiendo al ángel: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mío según tu palabra» (Lc 1,38).

La Virgen Inmaculada es para el pueblo fiel la imagen de la humanidad nueva iniciada en el mismo Cristo, su hijo al tiempo que Hijo de Dios. María es la figura de la Iglesia, por eso nos estimula su ejemplo y la veneración que le tributamos no la coloca en un supuesto lugar mitológico y fuera de la historia humana, sino que la contempla glorificada por su fidelidad creyente y el generoso y humilde servicio de su divina maternidad, que ella desempeñó en el desarrollo de una vida cotidiana de madre de familia y en las condiciones sociales del pueblo judío de hace veinte siglos. Esposa de José, el hombre justo que creyó las palabras del ángel y confió plenamente en su esposa, consciente de que la intervención creadora de Dios en ella le convertía a él, sin haberlo pretendido, en el custodio del misterio del amor y la misericordia de Dios que sobrepasaba el conocimiento de un carpintero, sencillo y entregado a su trabajo al tiempo que lleno de fe en el poder de Dios.

El gozo que trae esta fiesta grande nos llega un año más con la ordenación sacerdotal de algunos de nuestros seminaristas que han llegado a la meta pretendida. Han trabajado por llegar a este día, secundando mediante la oración, el estudio y la formación del Seminario, ilusionadamente. Los tres jóvenes que reciben hoy la ordenación sacerdotal, asumieron el estado clerical al recibir la ordenación de diáconos, con el propósito de consagrar su persona y su vida al ministerio pastoral como discípulos de Jesús. Han sido llamados a ser colaboradores del Obispo, el primero de los sacerdotes de la diócesis y vicario de Jesús en ella, para llevar a los hombres la buena nueva de la salvación y contribuir con su ministerio a conducir a los fieles a Dios, pastoreando las comunidades cristianas que se les confiarán. Llegan como agua en mayo, cuando son muchas las necesidades de la diócesis y las parroquias que los esperan demandan su presencia en esperanzada solicitud de que llegue a ellas la presencia estable de un sacerdote.

Sobre los tres nuevos sacerdotes que el Señor nos regala pesa el reclamo de una sociedad que de hecho aleja a los jóvenes del discipulado de Jesús, por eso requieren nuestra oración y apoyo. Los confiamos a la Inmaculada Virgen María, para que ella, que tanto ha influido en sus vidas, moldeándolas según el corazón sacerdotal de su Hijo, los acompañe siempre en el ejercicio del ministerio que van a comenzar.

Felicitemos a los nuevos sacerdotes, queridos diocesanos, y que María siga asistiendo a nuestra Iglesia diocesana cuidando las vocaciones de nuestro Seminario.

Con mi afecto y bendición.

+ Adolfo González Montes

Obispo de Almería

Fuente:: Mons. Adolfo González Montes

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Mons. Casimiro LópezMons. Casimiro López Llorente       Queridos diocesanos:

Un año más nos disponemos a celebrar la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la santísima Virgen Maria, particularmente querida en nuestro pueblo cristiano. En la Madre de Jesús, primicia de la humanidad redimida, Dios obra maravillas, colmándola de gracia y preservándola de toda mancha de pecado.

En Nazaret, el ángel llama a María “llena de gracia”: estas palabras encierran su singular destino, pero también, en sentido más general, el de todo hombre y mujer. La “plenitud de gracia”, que para María es el punto de partida, es la meta para todos los hombres. Como afirma el apóstol Pablo, Dios nos ha creado “para que seamos santos e inmaculados ante él” (Ef 1, 4). Por eso, nos ha “bendecido” antes de nuestra existencia terrena y ha enviado a su Hijo al mundo para rescatarnos del pecado. María es la obra cumbre de esa acción salvífica; es la criatura ‘toda hermosa’, ‘toda santa’.

A todos, independientemente de sus circunstancias, la Inmaculada nos recuerda que Dios nos ama de modo personal, que Dios quiere únicamente nuestro bien y nos sigue constantemente con un designio de gracia y misericordia, que alcanzó su culmen en el sacrificio redentor de Cristo.

La vida de María nos remite a Jesucristo, único Mediador de la salvación, y nos ayuda a ver nuestra propia existencia como un proyecto de amor, en el que es preciso cooperar con responsabilidad. María es modelo de la llamada y también de la respuesta. En efecto, ella dijo ‘sí’ a Dios al comienzo y en cada momento sucesivo de su vida, siguiendo siempre y plenamente su voluntad, incluso cuando le resultaba oscura y difícil de aceptar. María responde al amor de Dios hacia ella con su fe confiada y su entrega total a Dios. “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según palabra” (Lc 1,38).

 

María vive toda su existencia desde la verdad de su persona, que ella descubre sólo en Dios y en su amor. La Virgen es consciente de que ella es nada sin el amor de Dios, y que la vida humana sin Dios solo produce vacío en la existencia. Ella sabe que la raíz de su existencia no está en sí misma, sino en Dios; ella sabe que está hecha para acoger el amor y para darse por amor. Por ello vivirá siempre en Dios y para Dios. En María, Dios dice Sí a la humanidad, y ella dijo Sí a Dios. María, aceptando su pequeñez, se llena de Dios, y se convierte así en madre de la libertad y de la dicha. Por su fe, María es modelo de fe para todos. Dichosa por haber creído, María nos muestra que la fe y la vida en Dios es nuestra dicha y nuestra victoria, porque “todo es posible al que cree” (Mc 9, 23).

En María la misma humanidad comienza a decir sí a la salvación que Dios le ofrece con la llegada del Mesías. La Purísima es así Buena Noticia para la humanidad. En ella. Dios, dador de amor y de vida, irrumpe en la historia humana. Dios no deja a la humanidad aislada y en el temor. Dios busca al hombre y le ofrece vida y salvación. Dios nos ama de modo personal, Él quiere sólo nuestro bien y nos busca con su designio de gracia y misericordia.

En un mundo con miedo y sin esperanza ante el futuro, la Inmaculada es signo de esperanza. En un contexto social que invita a prescindir de Dios en la vida, María Inmaculada nos llama a abrir nuestro corazón al misterio de Dios y a acogerlo con fe. Solo en Dios y en su amor está la verdad del hombre. Sólo en Dios lograremos desarrollar lo mejor que hay en nosotros.

Con mi afecto y bendición,

+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón

Fuente:: Mons. Casimiro López Lorente

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Mons. Antonio AlgoraMons. Antonio Algora   Nos duele, nos tiene que doler, a los católicos que muchos de nuestros contemporáneos hayan abandonado la fe de nuestros antepasados, que ha dado lugar a las más bellas realizaciones culturales y artísticas, que ha sido profesada por nuestras famosísimas universidades de Salamanca y Alcalá de Henares, que ha sido defendida por las más variadas instituciones del Estado, ayuntamientos, asociaciones culturales y un largo etcétera, signo evidente de la penetración en nuestras raíces históricas… Me refiero especialmente al día 8 de diciembre, Fiesta de la Inmaculada.

En efecto, celebramos en este domingo la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de Santa María Virgen antiquísima convicción del pueblo cristiano de que «Nuestra Señora fue preservada de toda culpa original desde el primer instante de su Concepción». Que quiere decir que, desde que fue concebida en el vientre de su madre, nunca tuvo pecado. Después de muchos siglos de mantener viva esta fe, fue el papa Pío IX quien proclamó esta verdad como dogmática, recibida por antigua tradición, en 1854.

Pues bien, aprovechando la crisis económica y el enfado y aun rabia de los muchos que no tienen trabajo ni salario que echarse a la boca y de los más todavía que ven reducidas sus posibilidades del bienestar perdido, las fuerzas políticas que se llaman de izquierdas arremeten contra la Iglesia para acabar con supuestos privilegios del pasado y poder conquistar de nuevo el poder político perdido mediante los votos de los descontentos en la situación actual.

Ante este regreso a momentos bien oscuros de nuestra historia patria, nos podemos preguntar: ¿qué tiene que ver la Iglesia (más de 35 millones de españoles —un 75 %— que nos confesamos católicos de los 47 que vivimos en España) con la lucha por el poder político en el gobierno de la nación? ¿Es legítimo extender la idea de que la Iglesia es responsable de las políticas del Gobierno actual, cuando los católicos hemos sido gravemente perjudicados en esta crisis?

Cáritas no tiene una fábrica de euros, su banco es el bolsillo de los católicos que hemos mantenido y estamos manteniendo servicios sociales con nuestras limosnas y aportaciones en especie y en voluntariado para los más necesitados y heridos por la crisis. Hemos soportado deudas millonarias, como otros muchos en España, de un Estado que todavía tiene para otros fines menos urgentes, y todavía queda deuda por cobrar, a la vez que se nos dice que tienen otro modelo de atención a las necesidades a los más empobrecidos, sin podernos demostrar que hayan disminuido las necesidades básicas en nuestros barrios más humildes, en las personas sin techo y en los tocados por el deterioro extremo a causa de la drogadicción.

En definitiva, muchos católicos están soportando un impuesto extra —por supuesto voluntario— para resolver problemas sociales inmensos. Se nos querrá convencer de que no es esa la Iglesia que se piensa combatir… se nos quiere llevar al terreno de esa simpleza: «Respeto a las creencias, sí; jerarquía de la Iglesia, no». ¿Hemos de volver al fantasma de las dos Españas que helaban el corazón del poeta?

De la mano de la Virgen Inmaculada, nos toca a los católicos proponer caminos de reconciliación y de paz, de conquista de una convivencia en la que no sufran los más débiles, rogando a los poderes políticos en el Gobierno de la Nación y en la oposición, que se pongan de acuerdo en esta hora de especial dificultad.

Vuestro obispo,

† Antonio Algora

Obispo de Ciudad Real

Fuente:: Mons. Antonio Algora

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Cartagena Lorca PlanesMons. José Manuel Lorca     Conforme vayamos progresando en la vida en Cristo, iremos tomando conciencia de lo que realmente importa, imitar a Cristo, estar sostenidos por la voluntad de Dios que ofrece la salvación a todos. Pero fijaos al comienzo de la segunda lectura, con que sencillez presenta San Pablo donde debe estar nuestro centro de atención: en la esperanza. El apóstol nos dice que el que está firme en la esperanza está seguro, ¿pero cómo se llega a alcanzar esa esperanza? La respuesta hay que buscarla en la imitación de Cristo, por su total fidelidad a la voluntad de Dios. Es San Pablo el que nos recomienda estar enraizados y edificados en el Señor con total fidelidad, por eso, Jesús abre el horizonte de nuestra mente y nos dispone para la manera de conseguirlo: por medio de la Sagrada Escritura, que es el alimento que sostiene nuestra vida y nos fortalece en la esperanza.

En el Evangelio del domingo se ve a donde apunta la predicación de Juan el Bautista, también a Cristo, pero de una manera definitiva y total, con radicalidad, dejando a un lado las indecisiones. Su llamada es un grito al corazón para cambiarle el rumbo a la vida y sabe que sus palabras llegaran a sus oyentes; a él no le importa predicar en el desierto, a la gente con los oídos tapados, porque está convencido del poder de Dios e insiste para que nos apresuremos a preparar el camino del Señor, que allanemos sus senderos, que lo imposible para nosotros es posible para Dios.

En las lecturas de la Palabra de Dios se nos exhorta para ver a Cristo como la esperanza fiable, porque con Él tenemos futuro, la seguridad de que la vida no acabará en el vacío. Nuestro Señor, en medio de las tormentas en las que estamos metidos dentro de nuestro loco mundo, nos ofrece la señal que orienta, desde la verdad, nuestra vida hacia Dios Padre. La esperanza fiable no es sino llegar a conocer a Dios, al Dios verdadero, eso es lo que significa recibir esperanza, saber de Dios, quererle, sentirte amado y saber, por la experiencia, que “quien a Dios tiene nada le falta, que sólo Dios basta”.

Preparaos en el Adviento potenciando la oración, sabiendo que Dios os escucha. Según el testimonio del cardenal Nguyen Van Thuan —quien durante trece años estuvo en las cárceles vietnamitas, nueve de ellos en aislamiento— en una situación de desesperación aparentemente total, la escucha de Dios, el poder hablarle, fue para él una fuerza creciente de esperanza. La esperanza es saber que suceda lo que nos suceda, nunca nos faltará el consuelo de Dios.

+ José Manuel Lorca Planes

Obispo de Cartagena

Fuente:: Mons. José Manuel Lorca

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El pasado día 8 de diciembre, solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, el Obispo de Sigüenza-Guadalajara, Mons. Atilano Rodríguez, firmó el Decreto de Institución del Diaconado Permanente en la diócesis.

El diaconado permanente constituye un importante enriquecimiento para la misión de la Iglesia particular en todas sus dimensiones: predicación, liturgia y caridad. Cada obispo puede considerar la oportunidad de instaurarlo en su diócesis según las normas y criterios de la Santa Sede y de la Conferencia Episcopal Española. En España hay 872 diáconos permanentes, distribuidos en 45 de las 70 diócesis del territorio nacional.

Mons. Rodríguez, una vez estudiado cuidadosamente el tema y consultados los consejos episcopal y presbiteral, ha considerado que ya se dan las circunstancias adecuadas en la diócesis para su instauración.

Para el seguimiento y acompañamiento de los candidatos a este ministerio, ha nombrado una comisión formada por el Rector del Seminario Mayor, D. José Benito Sánchez, que la coordina, los Vicarios territoriales y Delegados para el Clero, D. Agustín Bugeda Sanz y D. Jesús Molina Alcántara, el Vicario Episcopal para la Vida Consagrada, D. Ángel Moreno Sancho y el Director de la Escuela de Teología, D. Pedro Moreno Magro.

Fuente:: SIC

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portada150Aniversario_webEl miércoles 11 de diciembre se presentará el libro “La Diócesis de Vitoria: 150 años de historia (1862 – 2012)” a las 20.00 h. en el Aula San Pablo ( Vicente Goicoechea 5). Este libro, escrito por Santiago de Pablo (Catedrático de Historia Contemporánea de la UPV), Joseba Goñi (Doctor en Historia por la Universidad Complutense de Madrid) y Virginia López de Maturana (Doctora en Historia por la UPV), estudia la historia de la diócesis desde su creación hasta la celebración de su 150 aniversario en 2012.

En su redacción se han empleado periódicos, libros, fuentes orales y documentos inéditos, sobresaliendo por su novedad y gran interés los conservados en el Archivo Histórico Diocesano. La evolución de la Diócesis se enmarca en la historia general de la Iglesia y, especialmente, en la sociedad civil, puesto que no es posible entender el proceso histórico eclesial sin tener en cuenta el desarrollo económico, social, cultural y político de su entorno.

Se ha intentado que esta no sea una mera historia de los obispos de la sede de Vitoria, tratando de integrar en ella la vida diocesana, entendida en su sentido más amplio: sacerdotes, religiosos y religiosas, la acción social, cultural y educativa de la Iglesia local o la vida del laicado.

 

(Diócesis de Vitoria)

Fuente:: SIC

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