Ramón del HoyoMons. Ramón del Hoyo      Queridos fieles diocesanos:

1. Siguiendo las indicaciones del Papa Benedicto XVI, estamos celebrando el Año de la Fe desde el 11 de octubre de 2012. Concluirá el próximo 24 de noviembre Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo.
A lo largo de todo este año hemos tenido ocasión de reflexiones sobre las verdades contenidas en el Credo, que tantas veces hemos recitado, y de renovar las promesas y compromisos bautismales.
De una u otra forma y en distintos momentos nos hemos acercado a la Carta ApostólicaPorta fidei, “La Puerta de la fe”, de S. S. Benedicto XVI, que nos ha dejado como herencia viva de su fecundo pontificado.
“Como la samaritana, nos decía, también el hombre actual puede sentir de nuevo la necesidad de acercarse al pozo para escuchar a Jesús, que invita a creer en él y a extraer el agua viva que mana de su fuente (cf. Jn 4, 14). Debemos descubrir de nuevo, el gusto de alimentarnos con la palabra de Dios, transmitida fielmente por la Iglesia, y el Pan de vida, ofrecido como sustento a todos los que son sus discípulos (cf. Jn 6, 51)”(PF, 3)
Creer en Jesucristo, aseguraba también, es el camino para esperar, amar y salvarnos. Ponía también en nuestras manos lostextos del Vaticano II en el cincuenta aniversario de su apertura y el Catecismo de la Iglesia Católica, a los veinte años de su publicación.
Es momento de evaluar a nivel personal y comunitario, nuestras respuestas durante este año de gracia pero, sobre todo, de agradecer juntos al Señor, en la festividad de Cristo Rey del Universo, las abundantes bendiciones y beneficios que ha derramado sobre nosotros en esta Iglesia de Jaén, a lo largo de todo este año.
2. El Papa Francisco, recibiendo el legado de Benedicto XVI, nos ha propuesto también, en su primera Carta Encíclica Lumen fidei, “La Luz de la fe”, que esta luz tan potente no viene de nosotros sino que nace del encuentro con Dios vivo, que nos llama y nos revela su amor, un amor que nos precede y en el que nos podemos apoyar para estar seguros y construir la vida” (LF, 4).
Insiste el Santo Padre a lo largo de esta Carta, además de hacernos tomar conciencia de que somos herederos de la fe de los Apóstoles, en que nos ha de servir de estímulo para evangelizar y transmitirla a otros. No podemos interrumpir la cadena de esta transmisión, guardando la luz debajo de la mesa, sino mostrarla sin miedo, ni complejos, ante los demás.
La fe crece dándola y este Año de la Fe continua abriéndonos a esperanzas nuevas. Allí estábamos, adelantándonos, en el tiempo, cuando Jesús, después de la resurrección encargó a sus discípulos para siempre: “Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id pues y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos”(Mt 28, 19-21).
3. Nuestra vocación cristiana debe rezumar siempre esperanza, más en el “cambio de época” por la que atravesamos. No es momento de “huir de Jerusalén” como los discípulos de Emaús. Precisamente en este momento en que vivimos hace falta cristianos y comunidades organizadas capaces de acompañar, de ir más allá del lamento y de la escucha. Hoy los cristianos tenemos que salir de los templos y ponernos en marcha con la gente, para escuchar y descifrar el porqué de su huida de Jerusalén, de su Iglesia. Hemos de orar más que nunca y llenarnos de la fuerza de la Palabra de Dios y del Pan de la Eucaristía, para, con Jesús y en su nombre, poner nuevo color en sus corazones para que regresen a su comunidad, porque en ella están las fuentes de que se alimenta su fe: La Escritura, la presencia del Señor en la Eucaristía, los Sacramentos, la Comunidad, su Madre…
 “Maldito quien confía en el hombre, escribe el Profeta Jeremías, y busca el apoyo de las criaturas, apartando su corazón del Señor. Bendito quien confía en el Señor y pone en Él su esperanza” (Jr 17, 5-7).
La Carta a los Hebreos describe asimismo a la esperanza como ancla que mantiene firme nuestra nave ante las tempestades. Debemos aferrarnos a ella desde nuestra fe, porque “es como ancla del alma, segura y firme, que penetra más allá de la cortina (el cielo), donde entró como precursor, por nosotros, Jesús, Sumo Sacerdote” (Hb 6, 17-20).
4. Gracias por tantas y tan ricas iniciativas, desde las Vicarías, Delegaciones y Arciprestazgos, hasta cada una de las parroquias y comunidades, asociaciones y movimientos. En su conjunto ha sido un año fecundo como para agradecérselo al Señor.
Desde Vicario Pastoral y la Delegación de Liturgia se enviarán los subsidios correspondientes para que, en cada una de las Parroquias e Iglesias abiertas al culto público comenzando por la Catedral, se ofrezca a los fieles la ocasión, en la medida de lo posible, para renovar las promesas bautismales y profesar el Credo, aparte de otras iniciativas posibles.
Con mi afecto en el Señor.
+ Ramón del Hoyo López
Obispo de Jaén

Fuente:: Mons. Ramón del Hoyo

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Mons. Adolfo MontesMons. Adolfo González Montes     Queridos diocesanos:

1        Con la celebración de la solemnidad de Cristo Rey llegamos a la clausura del Año de la fe, que hemos vivido con intensidad, en la esperanza de obtener del Señor la gracia de renovación de la vida cristiana. Está vivo el recuerdo de la apertura de este año de gracia el 11 de octubre de 2012, cuando se cumplían los cincuenta años de la apertura del II Concilio del Vaticano por el beato Papa Juan XXIII. En aquella ocasión el Señor nos deparó la gracia a todos los obispos presentes en Roma de concelebrar la Misa con el Santo Padre Benedicto XVI, que promulgó el Año de la fe un año antes mediante la Carta apostólica «Porta fidei» (11 octubre 2011).

El Papa se proponía volver sobre las enseñanzas del Concilio, que terminó y con aplicación infatigable puso en marcha el siervo de Dios Pablo VI, en dos décadas particularmente difíciles como fueron los años sesenta y setenta del primer postconcilio. El beato Juan Pablo II hizo del Concilio programa de su pontificado y desarrolló la doctrina conciliar sobre la Iglesia, desarrollando todas sus potencialidades teológicas con la ayuda del Sínodo de los Obispos, que había puesto en marcha Pablo VI. Las exhortaciones sobre la Iglesia en cada uno de los continentes fueron convirtiéndose en referencias fundamentales de la presencia y misión de la Iglesia en las diversas latitudes del mundo. Finalmente, Benedicto XVI había salido al paso de interpretaciones rupturistas del Concilio de quienes vieron en él un “pretexto” para la ruptura con la tradición normativa de la Iglesia.

Al invitar a los pastores y a todos los fieles a volver a las enseñanzas del Concilio, interpretándolo en la que él llama una “hermenéutica de la continuidad”, Benedicto XVI proponía aplicar en Concilio teniendo en cuenta la tradición normativa de fe y práctica de conducta de la Iglesia, que no puede variar porque la hemos recibido de Cristo y de los Apóstoles. Por esto el Papa hoy emérito invitaba a la fidelidad a la tradición de fe como trampolín de proyección de la Iglesia hacia el futuro de la sociedad, llevando a cabo una profunda renovación de la vida cristiana.

2        Para ello, en tiempo de especial dificultad, cuando las opiniones desplazan las enseñanzas de la Iglesia, Benedicto XVI quiso asociar a la conmemoración de los cincuenta años del Concilio, la celebración del vigésimo aniversario de la promulgación por Juan Pablo II del Catecismo de la Iglesia Católica, uno de los frutos más granados de la renovación conciliar. La renovación de la comunidad cristiana pasa por la renovación de la catequesis, y ésta consiste ante en el compromiso de transmisión fiel de la doctrina de la fe apostólica enseñada por la Iglesia, y en la apropiación sincera de la voluntad de Cristo de que le sigamos en fidelidad al modelo de conducta que él nos propone, practicando los mandamiento divinos y viviendo en el espíritu de las bienaventuranzas. Por eso hemos querido poner este Año de la fe un acento especial en la fidelidad a la doctrina de la fe. ¿Cómo podremos transmitir la fe a las nuevas generaciones sin permanecer fieles a ella?

Sin embargo, la transmisión de la fe requiere un singular empeño por nuestra parte en practicarla. Es necesaria aquella coherencia de vida que haga creíble nuestro anuncio y nuestras prácticas religiosas. Lo decía Benedicto XVI en su Carta apostólica: «La renovación de la Iglesia pasa también a través del testimonio ofrecido por la vida de los creyentes: con su misma existencia en el mundo, los cristianos están llama dos, efectivamente, a hacer resplandecer la Palabra de verdad que el Señor Jesús nos dejó» (Porta fidei, n. 6). Las manifestaciones religiosas son de importancia, particularmente las inspiradas por la piedad popular, pero han de ser secundadas por el respaldo de una vida convertida en testimonio de fe por parte de cada cristiano allí donde su presencia se hace fermento en la masa para la transformación del mundo conforme a la voluntad de Dios.

3        Todo el esfuerzo que hemos puesto este Año de la Fe en concienciar a cada uno de los sectores o colectivos integrados en el cuerpo eclesial ha sido con esta finalidad: que el avivamiento de la conciencia de los cristianos les impulse a una coherencia de vida que los convierta en testigos del Evangelio. Así niños y jóvenes, particularmente los que han recibido el sacramento de la Confirmación este año, han tenido en las convocatorias de este año una aportación de gracia añadida para que su vivencia del sacramento del Espíritu, en el caso de los confirmados, y el entusiasmo que suscita el seguimiento de Jesús entre los niños y jóvenes que se sienten cristianos y quieren serlo de verdad. La Jornada Mundial de la Juventud de Río hubiera requerido una presencia de nuestros jóvenes que la distancia y la crisis impidió, pero muchos fueron los que vivieron el espíritu de Río y unidos en oración y objetivos, revivieron la JMJ de 2011 en Madrid.

Los cofrades fueron invitados a profundizar en la espiritualidad de sus respectivas asociaciones de fieles y a hacer de la veneración y el culto a las sagradas imágenes de pasión y gloria un itinerario penitencial de renovación cristiana y una proclamación convertida en vida de la esperanza de gloria a la que aspiramos. Las familias fueron convocadas para que la luz que la revelación de Cristo arroja sobre el misterio dela mor humano fecunde la vida en común del hombre y de la mujer, de los padres y los hijos; porque la familia es imagen de la Iglesia y como “eclesiola” o “iglesia doméstica” es el ámbito privilegiado conde se despierta a la fe.

Lo mismo ha sucedido este año los jóvenes llamados al sacerdocio y a la vida religiosa. Los seminaristas diocesanos acudieron esta vez a Roma, para las jornadas dedicadas a las vocaciones de especial consagración. Con ellos y los formadores vivimos unos días de comunión con el Papa Francisco inolvidables. No habrá Iglesia del futuro sin los ministros ordenados, sin sacerdotes que se ocupen en ser pastores inmediatos de las comunidades cristianas en estrecha comunión con el Obispo como sucesor de los Apóstoles y principio visible de unidad de la Iglesia diocesana.

Este recuento y balance no puede olvidar los programas que en el Año de la fe han cubierto los sacerdotes diocesanos y los religiosos y religiosas, programas que han tenido la formación permanente en el centro de la reflexión y los retiros espirituales como medio de avivar en íntima relación con Dios el compromiso del propio ministerio y de la vida consagrada.

4        Durante este Año de la fe hemos aprobado, además, el nuevo Plan pastoral diocesano, que estará vigente los próximos cuatro años. Está centrado en el programa de siempre de la Iglesia: la evangelización, pero que ha adquirido una particular urgencia como llamada de los papas de nuestro tiempo en forma de compromiso para una “nueva evangelización” al servicio de la transmisión de la fe. Fue el tema del Sínodo de los Obispos del año pasado, en el que participamos unos quinientos obispos de todo el mundo. Al tema y al acontecimiento sinodal he dedicado pasadas reflexiones. Valga recordar lo que escribía en la presentación del nuevo Plan pastoral a propósito del alejamiento de la sociedad actual de la concepción cristiana de la vida: «La evangelización pasas por mostrar que, en verdad, el cristianismo le conviene a una sociedad que tiene la tentación de abandonar la fe de sus padres. En este sentido, la nueva evangelización, objetivo general prioritario, pasa por revitalizar la fe de los creyentes, la fe de la comunidad eclesial mediante una acción pastoral que la haga más consciente de esta fe que profesa».

5        Promulgado por Benedicto XVI, el Año de la fe ha encontrado en el nuevo Papa Francisco un impulso decisivo. Las peregrinaciones que han acudido a Roma y las Jornadas allí vividas en torno a Francisco han impactado fuertemente sobre todos, entre las que quiero destacar las Jornada mariana vivida el sábado 12 de octubre en la plaza de San Pedro, en la que el Papa Francisco pidió la protección de María ante la imagen de la Virgen de Fátima llevada a Roma para la ocasión.

Nadie es indiferente ante el coraje y las propuestas que el Papa Francisco hace de una vida más evangélica y acorde con un mundo lleno de desigualdades, donde los más pobres sufren y mueren acosados por la dureza de la vida. La fraternidad, nombre propio que el cristiano da a la solidaridad, descansa sobre la fe en un Padre común y el mismo y único Redentor del pecado y las miserias de los seres humanos. Una fe que es don del Espíritu de amor “que procede del Padre y del Hijo” y todo lo llena con su acción fecunda.

6        Quiero terminar refiriéndome a la nueva beatificación de los mártires del siglo XX en España el pasado 13 de octubre. Los obispos habíamos programado la beatificación de 522 mártires que se suman a los ya beatificados, once de ellos ya canonizados. La Iglesia de España avivaba la memoria de quienes dieron su vida por la fe y no por una causa política. La incomprensión de algunos sectores nada puede hacer por cambiar los hechos históricos. Los católicos fueron perseguidos “por odio a la fe”, y se pretendió su exterminio de la Iglesia. Los mártires acompañan la historia de la fe cristiana y su unión a Cristo crucificado nos ayudará a vivificar una fe que hoy se debilita. Los mártires de ayer padecieron por Cristo adversidades sin cuento, a las cuales hay que sumar las adversidades las adversidades que padecen los mártires de hoy. Unos y otros nos ayudan a nosotros a superar las dificultades que conlleva una vida de fe coherente. Así nos lo recordaba el Papa Francisco en el rezo del Ángelus del pasado domingo, refiriéndose a los cristianos hoy perseguidos en tantos países: «Las adversidades que encontramos por nuestra fe y nuestra adhesión al Evangelio son ocasiones de testimonio; no deben alejarnos del Señor, sino impulsarnos a abandonarnos aún más en Él, en la fuerza de su Espíritu y de su gracia En este momento pienso y pensamos todos, hagámoslo juntos, pensemos en tantos hermanos cristianos que sufren persecuciones a causa de su fe. ¡Hay tantos! Quizá más que en los primeros siglos. Jesús está con ellos».

Dar testimonio de la realeza de Cristo frente a los poderes de este mundo fue el motivo de persecución y martirio desde los orígenes de la Iglesia. Es parte sustantiva de la historia de la Iglesia y de la fe. Contra la tentación de los poderes mundanos la fe nos ayuda a confesar al único Señor de la historia que ha entregado el poder y la gloria a su Hijo, de suerte que, para nuestro bien, “Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre” (Filp 2,11).

Que el Año de la fe que clausuramos se convierta ahora en un impulso de futuro como valiosa experiencia que ha fortalecido la fe, haciéndonos más capaces de afrontar el desafío de una sociedad que se aleja de sus orígenes cristianos mediante un empeño mayor en la necesaria nueva evangelización.

Con mi afecto y bendición.

Almería, a 24 de noviembre de 2013

Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo

+ Adolfo González Montes

Obispo de Almería

Fuente:: Mons. Adolfo González Montes

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Mons. Juan José AsenjoMons. Juan José Asenjo     Domingo, 24 de noviembre de 2013

Queridos hermanos y hermanas: Celebramos en este domingo la solemnidad de Cristo Rey. La Palabra de Dios que escucharemos en la Eucaristía nos muestra la realeza de Cristo en tres secuencias sucesivas: la primera lectura nos narra la unción de David como Rey de Israel, figura de Cristo, el hijo de David por excelencia; la segunda nos presenta a Jesús como Rey del universo por ser su creador y también como cabeza y Señor de su Iglesia por ser su redentor.

El evangelio nos muestra el rostro sereno y majestuoso de quien, consumada su entrega por nuestra salvación, es coronado como Rey en el árbol de la Cruz y es constituido como clave y fin de toda la historia humana.

El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice que ante la realeza de Cristo, ”la adoración es la primera actitud del hombre que se reconoce criatura… Es la actitud de humillar el espíritu ante el “Rey de la gloria” y el silencio respetuoso ante Dios, “siempre mayor” (n. 2628). Pero no basta la adoración. En este día es preciso además dar un paso al frente para romper con aquellos ídolos que nos esclavizan, porque ocupan el lugar del único Señor de nuestras vidas, el orgullo, el egoísmo, el consumismo, el placer, el confort o el dinero. ”Desde el comienzo de la historia cristiana -nos dice el Catecismo- la afirmación del señorío de Jesús sobre el mundo y sobre la historia significa también reconocer que el hombre no debe someter su libertad personal, de modo absoluto, a ningún poder terrenal sino a Dios Padre y al Señor Jesucristo: el César no es el Señor” (n. 450). Por ello, en esta solemnidad es preciso tomar muy en serio aquello que nos dice una canción bien conocida: “No adoréis a nadie, a nadie más que a Él. No fijéis los ojos en nadie más que en Él; porque sólo Él nos da la salvación; porque sólo Él nos da la libertad; porque sólo Él nos puede sostener”.

En la solemnidad de Cristo Rey no es suficiente dejarnos fascinar por su doctrina. Es necesario dejarnos conquistar por su persona, para amarlo con todas nuestras fuerzas, poniéndolo no sólo el primero, porque ello significaría que entra en competencia con otros afectos, sino como el único que realmente llena y plenifica nuestras vidas. Es ésta una fecha muy apta para iniciar o continuar el seguimiento del Señor con decisión y radicalidad renovadas, para entregarle nuestra vida para que Él la posea y

oriente y la haga fecunda al servicio de su Reino. Aceptemos con gozo la realeza y la soberanía de Cristo sobre nosotros y nuestras familias, entronizándolo de verdad en nuestro corazón, como Señor y dueño de nuestros afectos, de nuestros anhelos y proyectos, nuestro tiempo, nuestros planes, nuestra salud y nuestra vida entera. Que hagamos verdad hoy aquello que rezamos o cantamos en el Gloria: “…porque sólo Tú eres Santo, sólo Tú Señor, sólo Tú Altísimo Jesucristo”.

Pero no basta con aceptar la soberanía de Cristo sobre nosotros. La realeza de Cristo tiene también una dimensión social, imposible en una sociedad aconfesional y secularizada como la nuestra, sin el compromiso y la presencia vigorosa de los cristianos en la vida pública. A vosotros los laicos os corresponde, como os decía el Concilio, informar con el espíritu cristiano el pensamiento y las costumbres, las leyes y las estructuras de la comunidad en la que vivís (AA 13). Hoy es ésta una de las urgencias más apremiantes de la Iglesia en España, que necesita más que nunca cristianos laicos enamorados de Jesucristo, con una vida espiritual profunda, que no escondan su fe y que lleven su compromiso cristiano al mundo de la escuela, de la economía y del trabajo, de la cultura y de los medios de comunicación social, y también al mundo de la política y de la acción sindical, para enderezar todas estas realidades temporales según el corazón de Dios, de modo que Jesucristo reine también en la vida social de nuestros pueblos y ciudades.

La aceptación de la soberanía de Cristo en nuestras vidas y la dimensión social de su realeza nos emplazan además en esta solemnidad al testimonio de la caridad, hoy más necesario que nunca. Jesucristo ejerce su realeza atrayendo hacia Él a todos los hombres por su muerte y resurrección. Él no vino a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por todos. Por ello, para el cristiano servir a los pobres y a los que sufren, imagen de Cristo pobre y sufriente, es reinar (LG 36). Sólo así la Iglesia podrá ser en este mundo, como rezaremos en el prefacio de este domingo el “reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz”.

Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.

+ Juan José Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla

Fuente:: Mons. Juan José Asenjo

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Mons. Gerardo MelgarMons. Gerardo Melgar    Queridos diocesanos:

En este último Domingo del Año litúrgico celebramos la Solemnidad de Jesucristo, Rey del universo, y clausuramos el Año de la fe. Siempre que hablamos del Señor como Rey, de su Reino, de su Reinado, etc. la imaginación y el pensamiento nos trasladan a nuestras pobres categorías y pensamos en las diferencias entre grandes y servidores, entre siervos y señores. Sin embargo, al celebrar a Cristo como Rey estamos honrando a un Rey totalmente distinto y hablamos de un Reinado que no tiene nada que ver con los reinados terrenos. El Reino de Cristo lo es de justicia, de verdad y de vida, de amor y de paz.

Cristo ejerce su reinado desde la Cruz, auténtico trono desde el que el Señor se ofrece por amor a los hombres, obtiene la victoria sobre la muerte y el pecado, y nos merece la salvación. Se trata de un Reino fundamentado no en la fuerza sino en la debilidad, reconciliando la tierra con el cielo, a Dios con los hombres por medio de la Sangre de Cristo derramada por la salvación del mundo. Así se constituye Cristo como Rey del Universo: entregando su vida por la salvación de todos los hombres. Como escribió San Pedro: “Hemos sido rescatados no a precio de plata ni de oro sino a precio de la Sangre derramada de Nuestro Señor Jesucristo” (1 Pe 1, 18)

Al contemplar a Cristo Rey en la Cruz tenemos que preguntarnos: ¿queremos que Cristo sea nuestro único soberano? La respuesta debe ser dada desde la responsabilidad de saber qué supone admitir a Cristo como nuestro Rey:

1. Que Cristo sea nuestro Rey quiere decir que estamos dispuestos a darle el puesto de honor, el primer puesto en nuestra vida como a nuestro único Dios y Señor.

2. Que Cristo sea nuestro Rey debe llevarnos a trabajar, con la ayuda de su gracia, para que Él sea nuestro único Señor y evitar que otras personas o cosas reinen en nosotros.

3. Admitir a Cristo como nuestro Rey exige que le dejemos entrar de verdad en nuestra vida, que dejemos que Él nos trasforme y nos convierta en verdaderos seguidores suyos que se toman en serio la fe y tratan de vivir de acuerdo con lo que esa fe exige.

4. Admitir a Cristo como Rey supone comprometernos a luchar por la defensa de la verdad, la justicia, la vida y la paz.

5. Finalmente, admitir a Cristo como Rey supone encarnar en nosotros las mismas actitudes que Él vivió: en el servicio, en el amor a los demás, en la entrega de nuestra vida, en la creación de paz, etc.

Dejemos que Cristo sea nuestro Rey; hagamos de nuestra vida un verdadero homenaje de entrega, de servicio y de encarnación de sus mismas actitudes. Seamos testigos de los valores evangélicos en medio de nuestro mundo y entre las gentes con las que convivimos para que Cristo pueda reinar en todos aquellos que aún no lo reconocen como su Dios y su todo. Ojalá nuestra vida sea una sincera proclamación de Cristo como Rey del Universo y como Rey de cada uno de nuestros corazones.

Vuestro Obispo,

+ Gerardo Melgar

Obispo de Osma-Soria

Fuente:: Mons. Gerardo Melgar

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Con Cristo sean testimonios de fe, caridad y esperanza. Profunda gratitud del Papa, en nombre de toda la Iglesia, a los voluntarios del Año de la Fe
(RV).- (con audio) Con Cristo sean testimonios de fe, caridad y esperanza. Profunda gratitud del Papa, en nombre de toda la Iglesia, a los voluntarios del Año de la Fe Anunciar y testimoniar el Evangelio para que nadie se quede sin percibir la ternura y la cercanía de Jesucristo. El Obispo de Roma recibió, este lunes, por la mañana, a unos trescientos voluntarios que han colaborado en el Año de la Fe, que fue «una ocasión providencial para los creyentes, para reavivar la llama de la fe, esa llama que nos ha sido confiada en el día del Bautismo, para que la custodiemos y la compartamos». Junto con su gratitud, en nombre de toda la Iglesia, Francisco, puso de relieve la importancia de la caridad, que nace de la fe cristiana vivida en cada momento y ambiente, en especial en las dificultades y sufrimientos, dejando que Dios, con su amor indestructible, nos tome en sus brazos:
«En nombre de la Iglesia, les agradezco, y juntos demos gracias al Señor por todo el bien que nos permite cumplir. En este tiempo de gracia, hemos podido redescubrir lo esencial del camino cristiano, en el que la fe, junto con la caridad, ocupa el primer lugar. La fe, en efecto, es cimiento de la experiencia cristiana, porque motiva las opciones y los actos de nuestra vida cotidiana. Es la vena inagotable de todas nuestras acciones, en la familia, en el trabajo, en la parroquia, con los amigos, en los diferentes entornos sociales. Y esta fe firme y genuina, se ve, en especial en los momentos de dificultad y de prueba: entonces el cristiano se deja tomar en brazos por Dios, y se aferra a él, con la seguridad de confiar en un amor fuerte, como roca indestructible. Precisamente en las situaciones de sufrimiento, si nos abandonamos a Dios con humildad, podemos dar un buen testimonio».
Destacando el valioso servicio de voluntariado de estos queridos amigos, en los diversos eventos del Año de la Fe, que les ha dado la oportunidad de percibir, mejor que otros, el entusiasmo de las diversas categorías de personas, que han estado participando, el Papa hizo hincapié en que la fe en Cristo reaviva los corazones e impulsa el anuncio del Evangelio, a todos sin distinción:
«Juntos tenemos que alabar verdaderamente al Señor por la intensidad espiritual y el ardor apostólico, suscitados por las numerosas iniciativas pastorales promovidas en estos meses, en Roma, y en todo el mundo. Somos testigos de que la fe en Cristo es capaz de reavivar los corazones y de llegar a ser realmente la fuerza impulsora de la nueva evangelización. Una fe vivida en profundidad y con convicción tiende a abrirse con largo alcance al anuncio del Evangelio. ¡Es esta fe la que hace que nuestras comunidades sean misioneras! En efecto, para un apostolado valiente, se necesitan comunidades cristianas comprometidas, para llegar a las personas, en los ambientes donde se encuentren, aun en los más difíciles».
Renovando su gratitud, el Santo Padre reiteró su exhortación a no quedar encerrados, a salir al encuentro con los demás, en especial de los que más necesitan percibir la cercanía de Jesús:
«Esta experiencia que han madurado en el Año de la Fe, les ayuda en primer lugar, a ustedes a abrirse, junto con sus comunidades, al encuentro con los demás, – esto es importante, diría esencial. Se habla tanto de pobreza, pero no siempre pensamos en los pobres de fe – sobre todo los que son los más pobres de fe y de esperanza en sus vidas. Hay tantas personas que necesitan un gesto humano, una sonrisa, una palabra verdadera, un testimonio a través del cual percibir la cercanía de Jesucristo. Que no le falte a nadie este signo de amor y de ternura que nace de la fe».

(CdM – RV)

Fuente:: News.va

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Guadix Ginés clausura de la feHomilía de Mons. Ginés García Beltrán para la Clausura del Año de la Fe celebrada en la Catedral de la Encarnación de Guadix

Sábado, 23 de noviembre de 2013

Queridos hermanos y hermanas en el Señor:

Hemos llegado al final del Año de la Fe al que fuimos convocados por el Sucesor de Pedro. Hoy damos gracias al Señor que es muy bueno con nosotros, y nos ha proporcionado un tiempo de gracia para volvernos a Él y renovar el don y el compromiso de la fe que recibimos el día de nuestro bautismo.

Ha sido este también un año lleno de acontecimientos que hemos intentado vivir en la fe. La renuncia al ejercicio del ministerio petrino del Papa Benedicto XVI y la llegada del Papa Francisco ha sido una experiencia que es difícil de entender sino desde la fe que es viva y eficaz. El gran Papa Benedicto nos ha dejado un legado que enriquecerá la vida de la Iglesia por generaciones; su decisión sabia y humilde de dejar a otro la tarea de la guía de la Iglesia ha sido un testimonio de fe vivida, de confianza y obediencia a la Palabra del Señor. Así, el Espíritu que guía a la Iglesia nos trajo a un Papa del otro lado del océano, el Papa Francisco. Es innegable la fuerza arrolladora de su testimonio que cuestiona a creyentes y no creyentes. Palabras del Papa, que llegan al corazón del hombre de hoy, y que vienen interpretadas a la luz de sus gestos, de su cercanía, de su ternura. No hay ruptura entre ambos, en ellos se expresa la continuidad renovadora de la sucesión apostólica. Expresión de esto es la carta encíclica “Lumen Fidei”, que como el mismo Papa Francisco reconoce es una carta “escrita a cuatro manos” (cf. LF, 7).

Cada una de las iglesias particulares extendidas por todo el mundo se ha unido a este Año de la Fe, como lo hemos hecho nosotros. La fe que recibimos de los apóstoles, grabada en un pergamino, que ha estado presente en nuestras comunidades, junto a la luz de la lámpara, nos ha recordado el precioso don de la fe al tiempo que ha inspirado muchas de nuestras acciones.

Sin embargo, en este momento cabe preguntarse: ¿y ahora qué? ¿qué hemos sacado del Año de la Fe que concluimos? Como creyentes sabemos que los frutos están en manos de Dios, y será Él quien se encargue de darlos, y darlos en abundancia. Pero esto no nos impide, todo lo contrario, pensar en el camino de fe personal y comunitaria que hemos de proseguir ahora. Tenemos que preguntarnos cada uno: ¿cómo voy a vivir mi fe aquí y ahora; y como comunidad: ¿qué haremos para ser un testimonio de fe en el mundo de hoy?

Pues volvamos nuestra mirada a la Palabra de Dios que acabamos de escuchar y dejémonos penetrar por ella. Dejemos que la Palabra sea luz en nuestro camino, porque “Quien cree ve; ve con una luz que ilumina todo el trayecto del camino, porque llega a nosotros desde Cristo resucitado, estrella de la mañana que no conoce ocaso” (LF 2).

La carta a los Romanos pone sobre la mesa el gran interrogante que aparece cada día en la vida del hombre, el que nos hacemos cada día: ¿qué va a ser de mí? La respuesta es: hemos sido justificados, por lo que se nos abre el futuro; tenemos futuro. La fe no cierra puertas sino que abre horizontes, nos enseña que el destino del hombre es la gloria de Dios. Es en virtud de la fe por lo que hemos sido justificados, reconciliados con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo.

Cuando nos hacemos conscientes de esta gracia, el mundo, los otros, yo mismo, adquieren una nueva perspectiva. No hay nada ni nadie que puedan privarnos de este encuentro con el bien y la belleza. La fe nos fascina porque nos hace mirar más allá, porque nos impide quedarnos y encerrarnos en lo efímero de lo cotidiano; nos gloriamos incluso en las tribulaciones como nos dice San Pablo (v. 2), porque Dios llena y da plenitud, como sólo él puede hacerlo, a la existencia humana.

Por eso, no basta conocer la fe. En la fe es fundamental la aceptación del don en todas sus consecuencias. La fe es vida que se transmite y se hace parte de nosotros mismos, constituye a la persona. La fe no es un adorno, es el reconocimiento y la puesta en valor de lo que el Creador ha inscrito en nuestros corazones. La confianza en la verdad y la bondad de Dios, la aceptación en obediencia de su palabra, mueven al hombre a aceptar y hacer propios los contenidos de la fe. Es fe el contenido del Credo, como lo es la actitud por nuestra parte de confiar y obedecer a Dios.

Estamos invitados, mis queridos hermanos, a renovar la fe en el compromiso de saber lo que creemos y de vivir según lo que creemos.

Podemos afirmar, sin duda, que uno de los mayores problemas con los que se encuentra la pastoral de nuestra iglesia es la ignorancia de los contenidos de la fe por parte de los bautizados. No sabemos en qué creemos. Esto nos ha llevado en la práctica a un relativo sincretismo, incluso a lo que algunos han llamado una “fe de supermercado”, donde cada uno toma lo que le interesa. Así, la unidad y totalidad de la fe se han oscurecido; si no conocemos el Credo, ¿cómo llegará al corazón? Hoy, las familias, en general, no transmiten la fe; nuestras catequesis necesitan una mejora; el interés y el compromiso personal de formarnos en la fe ha de ser una exigencia. La Iglesia y el mundo necesitan cristianos capaces de dar razón de su fe, no para defenderse frente al enemigo, sino para dar testimonio de un Dios que ama al hombre, y lo ama hasta el extremo.

Querido hermanos, os invito a todos, especialmente a vosotros sacerdotes, padres y catequistas, a tomar en serio la formación cristiana. No pueden acobardarnos las dificultades. En el Catecismo de la Iglesia católica tenemos un precioso instrumento para esta tarea; en él se nos presentan los contenidos fundamentales de la fe y la visión desde la misma de los grandes temas de la vida cotidiana. La formación de niños, adolescentes, jóvenes, familias y adultos en general, ha de ser una prioridad de nuestra pastoral.

Todo esto sin olvidar que la fe en un encuentro con alguien; un encuentro con Dios en la persona de Cristo. Como nos decía Benedicto XVI al comienzo de este año: “Debemos descubrir de nuevo el gusto de alimentarnos con la Palabra de Dios, transmitida fielmente por la Iglesia, y el Pan de la vida, ofrecido como sustento a todos los que somos sus discípulos (cf. Jn 6,51)” (PF 3).

Palabra y Sacramento. Cristo que es la Palabra eterna y definitiva del Padre, se hace carne en el altar para ser aliento del pueblo peregrino. El encuentro con el Señor se hace en la Palabra y en la mesa eucarística; es un encuentro personal e íntimo. Aquí no cabe una fe recibida que no se ha hecho vida. La fe no puede vivir sin más de la repetición de tradiciones, no puede ser un conglomerado de realidades o ritos externos que están vacíos de vida interior. Es necesario el encuentro personal e íntimo con el Señor. Es necesaria la oración perseverante, esa que se necesita como el aire para vivir. La falta de oración es una desgracia para un creyente. La oración actualiza en nosotros la gracia de la fe y nos va revelando lo que Dios quiere de mí aquí y ahora. En la oración descubro la voluntad de Dios y obtengo la gracia para cumplirla. La oración sella en el corazón lo que he adquirido en el conocimiento. Es la que revela la verdad que he conocido y muestra su belleza.

El encuentro con el Señor despierta en el hombre la necesidad de la conversión. Si el encuentro con Dios no es transformador es que no ha existido verdadero encuentro o no ha sido con Dios. El Año de la Fe quería ser “una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor” (PF 6). Pido al Señor que haya sido así, al tiempo que os invito a continuar viviendo un verdadero camino de conversión. El sacramento de la penitencia es el instrumento privilegiado de la misericordia de Dios que se abaja a nosotros para rescatarnos del pecado, del culto a los ídolos. “Creer significa confiarse a un amor misericordioso, que siempre acoge y perdona, que sostiene y orienta la existencia, que se manifiesta poderoso en su capacidad de enderezar lo torcido de nuestra historia. La fe consiste en la disponibilidad para dejarse transformar una y otra vez por la llamada de Dios” (LF 13)

El conocimiento de la fe y la vida de la fe encuentran su unión en el amor. La novedad que aporta la fe es nuestra transformación por el amor. La fe nos abre al amor y el amor nos dilata, nos abre a los demás. Dios es amor y el que ama permanece en Dios. Sólo desde el amor se puede entender a Dios, y no sólo eso, se puede entrar en el corazón mismo de Dios. “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones” (v. 5); por eso, estamos capacitados para amar con el amor de Dios; es una exigencia de la vida cristiana amar como Dios ama. En este sentido, como nos dice el Papa Francisco: “La fe no solo mira a Jesús, sino que mira desde el punto de vista de Jesús, son sus ojos: es una participación en su modo de ver” (LF 18). Este es el amor cristiano, la caridad, mirar al hermano como lo mira Jesús, acercarnos a él como se acerca Jesús y amarlo como lo ama Jesús. Cáritas, y las demás realidades caritativas y sociales en la Iglesia, han de tener este sello: mirar desde Jesús, ser presencia del amor de Dios en medio de los hombres que nos necesitan. La fe, expresada en el amor, es el mejor testimonio para los que buscan o para los que no tienen fe. Sólo el amor es digno de fe.

Vivir esta realidad a la intemperie no es fácil, más bien diría que es imposible. No podemos vivir sin Iglesia o al margen de ella. La Iglesia no es una opción, es esencial a la vida de la fe, o ¿acaso podría sobrevivir un niño sin el alimento de su madre?. Necesitamos de la comunidad, de la Iglesia. La Iglesia es la Madre que nos abraza y nos ayuda a creer. Como nos ha engendrado a la fe se convierte en testimonio de la vida de gracia y nos ofrece los medios que ha recibido de su Esposo para crecer y caminar a nuestro destino.

No puedo olvidar otro elemento esencial a la misma fe: su transmisión. La fe es el tesoro que en una cerrazón egoísta se perdería y que, por el contrario, crece cuando la llevamos a los demás. Es sabido y repetido que la Iglesia existe para evangelizar. Sin embargo, ahora quisiera detenerme en la importancia de la coherencia como instrumento esencial a la hora de transmitir la fe. Muchos nos preguntamos hoy por qué no somos capaces de transmitir la grandeza y la belleza de la fe. No es fácil la respuesta, pero hay algo claro: para trasmitir la fe necesitamos vivir en la coherencia, vivir según se cree.

El testimonio de Eleazar, que hemos escuchado en la primera lectura, es muy ilustrativo. Este hombre “uno de los principales maestros de la ley, hombre de edad avanzada y semblante digno”, como lo describe la página bíblica, se encuentra con dos tentaciones para ser fiel a su fe; son las mismas que nos encontramos nosotros. La amenaza del castigo por vivir según la fe que se profesa, y que contradice los postulados sociales y culturales del poder establecido, convirtiéndose así en un verdadero signo profético que amenaza la seguridad de los quieren imponer una vida sin Dios; pero no es menor la otra tentación: la simulación, es decir, creer, pero vivir como si no creyeras. Dejar que el corazón esté en Dios, pero vivir al estilo de los paganos; hacer de la fe una cuestión privada que nada tiene que ver con la vida pública. Tentaciones de entonces y tenciones de ahora.

Las palabras de este anciano piadoso resuenan hoy en nuestra conciencia: “¡Enviadme al sepulcro! No es digno de mi edad ese engaño. Van a creer los jóvenes que Eleazar a los noventa años ha apostatado y si miento por un poco de vida que me queda se van a extraviara con mi mal ejemplo” (vv. 23-25). Sí hermanos, la transmisión de la fe se hace por la palabra y por el testimonio. Si vivimos en coherencia con lo que creemos, muchos se cuestionarán sobre su proceder a la luz del nuestro, y querrán saber por qué vivimos así, o por qué tenemos alegría y paz en el corazón a pesar de las tribulaciones. La transmisión de la fe ha de ser una llamada al estilo de Cristo: “Ven y verás”.

Al final de mis palabras quiero volver a la primera cuestión que me hacía: ¿y ahora, terminado el Año de la Fe, que hemos de hacer?

Somos una iglesia abierta a Dios y a su acción, por eso, somos una iglesia abierta al futuro, al que miramos con esperanza e ilusión, porque lo vemos lleno de posibilidades. Hemos de salir fuera, no podemos quedarnos encerrados en la seguridad de lo que hemos conquistado. La misión está en el mundo, entre los hombres. Alimentados con la Palabra y la Eucaristía somos fermento de un mundo nuevo.

Hemos de ser una Iglesia que se acerca a cada hombre o mujer, que se pone al lado en el camino, que se hace samaritana, que cura con el bálsamo de la misericordia, que anuncia el perdón y la salvación. Una Iglesia servidora de la humanidad, creíble por el amor. Tenemos que ser una Iglesia que crea esperanza, porque tiene razones para la esperanza. Nuestras parroquias tienen que ser comunidades vivas y alegres, verdadero hogar donde siempre hay un lugar para el que llega, para el que quiere compartir con nosotros la mesa y la palabra. Iglesia que se hace diálogo con todos, incluso con los que no nos miran bien o sospechan de nosotros. En definitiva, una Iglesia centrada en Dios y no en sí misma; una iglesia que ora y adora, que profesa la fe íntegra y celebra el don de la salvación; una iglesia comunión de hermanos para la salvación del mundo.

El reto, mis hermanos, es apasionante, por eso pedimos la fe, necesitamos la fe. Como los discípulos en el Evangelio, le decimos al Señor: “Auméntanos la fe”. Sí, pidamos la fe para todos. El Obispo pide la fe para esta Iglesia, la fe para su ministerio apostólico. Que Dios la conceda a los que no la han descubierto todavía o la han rechazado, y la fortalezca en los que la tenemos. Fe para los niños y para los jóvenes; fe en la familias y para los que pasan por la noche del dolor, la soledad o la duda; fe para los sacerdotes y para los consagrados.

“La luz de la fe no disipa todas nuestras tinieblas, sino que, como una lámpara, guía nuestros pasos en la noche, y esto basta para caminar. Al hombre que sufre, Dios no le da un razonamiento que explique todo, sino que le responde con una presencia que le acompaña, con una historia de bien que se une a toda historia de sufrimiento para abrir en ella un resquicio de luz. En Cristo, Dios mismo ha querido compartir con nosotros este camino y ofrecernos su mirada para darnos luz. Cristo es aquel que, habiendo soportado el dolor, « inició y completa nuestra fe » (Hb 12,2).” (LF 57).

Confiemos a la Madre de Dios, proclamada “bienaventurada porque ha creído” (Lc 1,45), los frutos de este Año de la Fe, y el camino de la Iglesia.

+ Ginés García Beltrán

Obispo de Guadix

Fuente:: SIC

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Ciudad Rodrigo Festival Internacional de cineLa asociación cultural Kinema Siete abre el plazo de presentación de largometrajes y cortometrajes para el IV Festival de Cine Educativo y Espiritual (FICEE ) que se celebrará en Ciudad Rodrigo del 22 al 26 de julio de 2014. El plazo está abierto desde hoy 25 de noviembre de 2013 al 25 de marzo de 2014. Como en la edición anterior, habrá una Sección dedicada a Cine Ibérico y como novedad, de manera complementaria al Festival se convocará un Concurso de Cortometrajes para jóvenes estudiantes de Secundaria de la provincia de Salamanca.

El IV FICEE – Festival Internacional de Cine Educativo y Espiritual de Ciudad Rodrigo, tiene como objetivo la difusión de películas de categoría artística conmensaje educativo, espiritual y de valores; La promoción y desarrollo de actividadesencaminadas a la creación de productos audiovisuales de carácter educativo,espiritual y de valores así como la promoción y formación de profesionales técnicos yartísticos en la producción y distribución de productos audiovisuales de valores.

Secciones
Se establecen las secciones siguientes:

A. Sección oficial

Podrán concurrir largometrajes y cortometrajes en las modalidades de ficción, documental o animación producidas después del 1 de enero de 2012 decualquier nacionalidad.La Cuarta Edición del FICEE admitirá en la Sección Oficial películas que hayansido exhibidas comercialmente o hayan sido presentadas en cualquier otrofestival.

B. Sección cine ibérico

Podrán concurrir largometrajes y cortometrajes de producción Portuguesa o coproducidos entre Portugal y Españacon fecha posterior de producción al 1 de enero de 2012 y que estén dentro del marco del Festival.

Para leer las bases completas del Festival en su cuarta edición: www.kinemasiete.es

Concurso de cortometrajes par jóvenes y tallerces de cine

Kinema Siete tiene entre sus objetivos la promoción y formación de profesionales técnicos y artísticos en la producción y distribución de productos audiovisuales de valores. Por esta razón uno de los objetivos de la presente edición del FICEE es fomentar e incentivar el interés por el Séptimo Arte entre los más jóvenes. En este sentido, la IV edición del FICEE tendrá como actividad complementaria un CONCURSO DE CORTOMETRAJES dirigido a estudiantes de Educación Secundaria de la provincia de Salamanca.

Con el objetivo de fomentar la participación de los estudiantes de Secundaria en este concurso Kinema Siete impartirá talleres de Cine en diversos Institutos en los que participarán alumnos y alumnas de 1º a 4º de la ESO. Estos talleres tendrá lugar entre los meses de marzo y mayo de 2014.

El plazo de presentación de trabajos para este Concurso de Cortometrajes de Alumnos de Secundaria de la provincia de Salamanca finaliza el 31 de mayo.

Ediciones anteriores

El FICEE, Festival de Cine Educativo y Espiritual de Ciudad Rodrigo, se celebra en Ciudad Rodrigo durante el mes de julio desde el año 2011. Su trayectoria ha ido en crescendo tanto en cuanto a público, calidad de las producciones exhibidas y número de solicitudes de participación. En la última edición se recibieron 192 trabajos, lo que supuso un notable aumento con respecto a las ediciones anteriores:  52 en 2011 y 72 en 2012. En cuanto a procedencia, el FICEE 2013 fue la edición más internacional, además de películas españolas y portuguesas se recibieron propuestas desde Afganistán, Alemania, Argentina, Australia, Bélgica, Brasil, Croacia, Estados Unidos, Estonia, Francia, Isla Reunión, Italia, Lituania, México, Países Bajos, Perú, Reino Unido, Rusia, Serbia-Montenegro, Singapur y Suiza.

Fuente:: SIC

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1_0_749707Anunciar y testimoniar el Evangelio para que nadie se quede sin percibir la ternura y la cercanía de Jesucristo. El Obispo de Roma recibió, este lunes 25 de noviembre, por la mañana, a unos trescientos voluntarios que han colaborado en el Año de la Fe, que fue «una ocasión providencial para los creyentes, para reavivar la llama de la fe, esa llama que nos ha sido confiada en el día del Bautismo, para que la custodiemos y la compartamos». Junto con su gratitud, en nombre de toda la Iglesia, Francisco, puso de relieve la importancia de la caridad, que nace de la fe cristiana vivida en cada momento y ambiente, en especial en las dificultades y sufrimientos, dejando que Dios, con su amor indestructible, nos tome en sus brazos:

«En nombre de la Iglesia, les agradezco, y juntos demos gracias al Señor por todo el bien que nos permite cumplir. En este tiempo de gracia, hemos podido redescubrir lo esencial del camino cristiano, en el que la fe, junto con la caridad, ocupa el primer lugar. La fe, en efecto, es cimiento de la experiencia cristiana, porque motiva las opciones y los actos de nuestra vida cotidiana. Es la vena inagotable de todas nuestras acciones, en la familia, en el trabajo, en la parroquia, con los amigos, en los diferentes entornos sociales. Y esta fe firme y genuina, se ve, en especial en los momentos de dificultad y de prueba: entonces el cristiano se deja tomar en brazos por Dios, y se aferra a él, con la seguridad de confiar en un amor fuerte, como roca indestructible. Precisamente en las situaciones de sufrimiento, si nos abandonamos a Dios con humildad, podemos dar un buen testimonio».

Destacando el valioso servicio de voluntariado de estos queridos amigos, en los diversos eventos del Año de la Fe, que les ha dado la oportunidad de percibir, mejor que otros, el entusiasmo de las diversas categorías de personas, que han estado participando, el Papa hizo hincapié en que la fe en Cristo reaviva los corazones e impulsa el anuncio del Evangelio, a todos sin distinción:«Juntos tenemos que alabar verdaderamente al Señor por la intensidad espiritual y el ardor apostólico, suscitados por las numerosas iniciativas pastorales promovidas en estos meses, en Roma, y en todo el mundo. Somos testigos de que la fe en Cristo es capaz de reavivar los corazones y de llegar a ser realmente la fuerza impulsora de la nueva evangelización. Una fe vivida en profundidad y con convicción tiende a abrirse con largo alcance al anuncio del Evangelio. ¡Es esta fe la que hace que nuestras comunidades sean misioneras! En efecto, para un apostolado valiente, se necesitan comunidades cristianas comprometidas, para llegar a las personas, en los ambientes donde se encuentren, aun en los más difíciles».

Renovando su gratitud, el Santo Padre reiteró su exhortación a no quedar encerrados, a salir al encuentro con los demás, en especial de los que más necesitan percibir la cercanía de Jesús:«Esta experiencia que han madurado en el Año de la Fe, les ayuda en primer lugar, a ustedes a abrirse, junto con sus comunidades, al encuentro con los demás, – esto es importante, diría esencial. Se habla tanto de pobreza, pero no siempre pensamos en los pobres de fe – sobre todo los que son los más pobres de fe y de esperanza en sus vidas. Hay tantas personas que necesitan un gesto humano, una sonrisa, una palabra verdadera, un testimonio a través del cual percibir la cercanía de Jesucristo. Que no le falte a nadie este signo de amor y de ternura que nace de la fe».

(CdM – RV)

Fuente:: SIC

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garciaaracilsantiago

Natural de Valencia, donde nació en 1940, Mons. Santiago García Aracil, lleva casi 10 años al frente de la Archidiócesis de Mérida Badajoz. Ordenado Obispo muy joven, con menos de 45 años, su vida ha estado muy ligada a la labor pastoral en los ámbitos de la educación y la acción social: fue Delegado Diocesano de Pastoral Universitaria  en Valencia entre 1972 y 1984, fundador del Centro de Estudios Universitarios en 1971, miembro de la comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis… etc.

En la actualidad, encabeza la Comisión Episcopal de Pastoral Social, una comisión que, a través de su trabajo, se enfrenta al reto de dar respuesta cristiana a las numerosas cuestiones de índole social que la actual situación social, cultural y económica ha despertado en nuestro entorno.

Mons. García Aracil ha concedido una entrevista a Agencia SIC, en ésta primera parte recorre sus 50 años de vida sacerdotal y las respuestas de la Iglesia ante los retos sociales actuales.

P.- Usted celebra este año sus bodas de oro sacerdotales y el próximo año, cumplirá 30 años de ministerio episcopal. ¿Cómo resume estos cinco decenios al servicio de la Iglesia? ¿Cuáles son sus principales recuerdos?

R.- Estos cinco decenios de vida sacerdotal han sido, para mí, una permanente gracia de Dios difícil de valorar en toda su profundidad dada su magnitud siempre sorprendente. Cada día hasta hoy, la celebración de la Santa Misa, sobre todo, ha sido la manifestación del misterio de la elección divina de que he sido objeto, y que trasciende todo deseo, niega toda conciencia de protagonismo personal, y atrae el alma hacia la contemplación admirada que lleva a adorar al Señor y a renovar la entrega personal a su santa voluntad.

Haber podido servir a la Iglesia como presbítero y como obispo ha sido, y sigue siendo, la llamada más clara a la humildad –no fácil de lograr- a medida que se va descubriendo, por la fe y la experiencia religiosa, que sólo Dios puede haber hecho de la debilidad humana un instrumento de su gracia. Esto es muy serio, y no siempre lo tiene uno suficientemente en cuenta. Ese es el peligro de la mediocridad esterilizante de la que estamos tan cerca. Por eso es deber nuestro mantener una permanente actitud de conversión para la que todos los años posibles resultan insuficientes.

Haber podido servir a la Iglesia como presbítero y como obispo ha sido, y sigue siendo, la llamada más clara a la humildad (…) Esto es muy serio, y no siempre lo tiene uno suficientemente en cuenta. Ese es el peligro de la mediocridad esterilizante de la que estamos tan cerca. Por eso es deber nuestro mantener una permanente actitud de conversión

Los principales recuerdos, además de los momentos de la ordenación sacerdotal y episcopal, son los encuentros inesperados con almas exquisitas que, en los niños, en muchos jóvenes y en adultos, me han hecho gozar de la presencia de Dios en el corazón humano. Esto ayuda a entender y a vivir el mandamiento del amor, y a tomarse en serio el a cercamiento al Señor en la intimidad de la oración.

P.- Preside usted la Comisión de Pastoral Social de la Conferencia Episcopal española. En unos momentos en las que nuestro país se encuentra inmerso en una problemática de escasez laboral y agudizamiento de los problemas socio-económicos. ¿Cuál ha de ser la respuesta de la iglesia ante las demandas que se le plantean en el campo espiritual, y asistencial?

La Iglesia, sin dejar de atender a las necesidades de subsistencia de las personas necesitadas, ha de ofrecer las orientaciones que, desde el Evangelio, ayuden a vivir con unas actitudes limpias, y a mantener unos comportamientos lejanos de todo egoísmo, de todo interés innoble, y de toda injusta competitividad personal o institucional

R.- La Iglesia, habitualmente, y sobre todo en estos momentos de crisis profunda y plural, ha de vivir el amor al prójimo, poniéndose en su lugar y trabajando generosa, paciente y constantemente para contribuir, según sus recursos materiales y espirituales, a la liberación de las personas y de las familias que sufren el azote y la humillación de la penuria y de la agobiante oscuridad que impide intuir posibles soluciones a corto plazo. Esta ayuda debe ser incondicional y caritativa procurando vivir su acción como una contribución a la justicia, que no se está cumpliendo por otros conductos o instancias.

Al mismo tiempo, la Iglesia debe reflexionar y ayudar a la reflexión sobre las causas de la crisis económica, laboral, política, sindical, educativa y social, etc.  Ello exige a la Iglesia que, sin dejar de atender a las necesidades de subsistencia de las personas necesitadas, se esfuerce por ofrecer a todos las orientaciones que, desde el Evangelio, ayuden a vivir con unas actitudes limpias, y a mantener unos comportamientos lejanos de todo egoísmo, de todo interés innoble, y de toda injusta competitividad personal o institucional. Para ello, la Iglesia debe difundir su doctrina social en las distintas vertientes que la integran.

Finalmente, la Iglesia debe abrir el corazón de las personas a la esperanza que es la puerta de la ilusión y de la constancia en la lucha por lo que es justo, legítimo y posible.

P. Este año se cumple el cincuentenario de la publicación “Pacem in Terris”, sin embargo, las situaciones de conflicto son numerosas, ¿Cómo han de afrontar los cristianos su responsabilidad social ante estas situaciones?

Es muy fácil hacer un discurso magistral sobre la paz (…) Pero es incoherente y neutralizador mantener, al mismo tiempo, en la vida familiar y en el propio ámbito de relaciones sociales, unas actitudes autoritarias, unos monólogos cerrados a la escucha del otro, y un espíritu de venganza o destrucción, aunque sea verbal, del enemigo. Esto es sencillamente hipócrita

R.- En el cincuentenario de la Encíclica “Pacem in terris” la responsabilidad del cristiano, como la de toda persona ante los conflictos entre pueblos y entre grupos humanos, debe  asumir, en primerísimo lugar, la revisión de las propias actitudes ante los demás y ante “lo de” los demás. Sabemos que es muy fácil y frecuente, por una parte, hacer un discurso magistral sobre la paz, sobre el diálogo que ha de precederla, y sobre los necesarios acuerdos, renuncias y concesiones que implican. Pero es incoherente y neutralizador mantener, al mismo tiempo, en la vida familiar y en el propio ámbito de relaciones sociales, unas actitudes autoritarias, unos monólogos cerrados a la escucha del otro, y un espíritu de venganza o destrucción, aunque sea verbal, del enemigo. Esto es sencillamente hipócrita y estéril de cara a la consecución de la paz en la tierra.

Desde estas consideraciones podemos concluir en la necesidad de un equilibrio personal para lograr el urgente equilibrio social. De lo contrario, no habrá paz; a lo sumo se conseguirá el silencio del vencido que, en su soledad, estará maquinando la venganza posible en el momento preciso. Así vemos que ha discurrido la historia antigua y reciente. Y así vemos que discurren las manifestaciones entre quienes deberían dar testimonio perceptible de un verdadero interés por la paz; porque la paz implica un radical respeto a los otros, y un esfuerzo por evitar el binomio vencedores y vencidos, porque en ello está la causa de una espiral de la violencia en cualquiera de sus formas.

(Mª José Atienza  – Agencia SIC)

Fuente:: SIC

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ano-fe-int3El arzobispo de Valencia, Mons. Carlos Osoro, presidió en la tarde de ayer la clausuradel “Año de la Fe”, con una misa solemne en la Catedral en la que ha apremiado a todos los cristianos a “ser discípulos misioneros, porque no es discípulo quien vive encerrado en uno mismo, sino el que sale a la calle a anunciar a Jesucristo”.
De igual modo, Mons. Osoro, con quien han concelebrado cien sacerdotes, ha asegurado que ser discípulo misionero es “vivir la alegría del encuentro con Jesucristo”, pero también el compromiso para transformar este mundo, “tomando opción por los más pobres, no como planteamiento político, social o ideológico, sino como consecuencia de la fe vivida”.

El prelado ha subrayado que “este es un momento excepcional para anunciar a Jesucristo” y ha hecho un llamamiento a evitar “el egoísmo que roba la alegría del Evangelio o el pesimismo estéril que ahoga a la audacia”, así como a “superar la cultura del bienestar que anestesia al ser humano y lo encapsula”.

“Seamos capaces de vivir siempre la alegría del encuentro con Jesucristo y ello requiere una espiritualidad misionera en la familia, en el trabajo, con los amigos, ser luz pero no de cualquier manera, sino como quiere Jesucristo”, indicó el Arzobispo de Valencia en esta misa que se ha celebrado, además, en acción de gracias por la reciente beatificación, el pasado mes de octubre en Tarragona, de más de 30 mártires en la archidiócesis.

Cuadros de santos y una arqueta con reliquias de los mártires, junto al altar
portaron los cuadros de lona de los santos que durante todo el año estuvieron  expuestos en la lonja de los arcos de la Catedral, que fueron colocados en el coro durante toda la eucaristía. Además, también llevaron una arqueta con reliquias de los beatos que fue colocada en un pilar junto al altar durante la celebración, en la que intervino el Coro del Seminario Metropolitano.

Igualmente, el Arzobispo agradeció al comienzo de su homilía, el trabajo desarrollado durante el Año de la Fe, al vicario de Evangelización, Javier Llopis, y al presidente de la comisión diocesana de Liturgia, Jaime Sancho; así como la labor realizada con motivo de la beatificación de los mártires, al delegado diocesano para las Causas de los Santos, Ramón Fita.

La colecta de la celebración se destinó a los afectados por el tifón de Filipinas.

(Archidiócesis de Valencia)

Fuente:: SIC

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