Obispos responsables de Medios de Comunicación de los episcopados europeos se darán cita en Barcelona

Barcelona (Martes, 05-11-2013, Gaudium Press) «Evangelizar el alma de Europa a la luz de Inter Mirifica», es el tema del Encuentro de Delegados de Comunicación Social del Consejo de Conferencias Episcopales de Europa (CCEE), que tendrá lugar en Barcelona, España del 8 al 10 de noviembre.

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Durante el encuentro, que contará con la presencia de los Obispos responsables de Medios de Comunicaciones de los episcopados europeos, se reflexionará sobre la contribución del decreto ‘Inter Mirifica’, sobre los medios de comunicación social, y que fue firmado por el Papa Pablo VI en diciembre de 1963.

Mons. Claudio María Celli, presidente del Pontificio Consejo de las Comunicaciones Sociales, participará en este evento como ponente abordando los cambios que a lo largo de la historia han tenido las comunicaciones sociales tras la publicación del decreto ‘Inter Mirifica’.

Como invitado especial, el encuentro contará con la presencia del periodista Gustavo Entrala, quien es director de la Agencia 101 y promovió el ingreso del Papa Benedicto XVI en las redes sociales. El ofrecerá la charla «App Papa, la tecnología al servicio de la Iglesia», sobre el rol del Santo Padre en las redes sociales.

El encuentro tendrá lugar al conmemorarse el 50º aniversario de la publicación del documento de Pablo VI.

Con información de Agencia SIC.

 

Fuente:: Gaudium Press

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Ciudad del Vaticano (Martes, 05-11-2013, Gaudium Press) Según informa la oficina de prensa de la Santa Sede, el proyectil que esta mañana cayó en la sede de la nunciatura de Damasco, capital de siria, no produjo heridos ni grandes daños materiales. La sede de la Nunciatura, ubicada en el céntrico barrio de Malkik, permanece abierta al público con normalidad.

En una entrevista a Radio Vaticano, el nuncio, arzobispo Mario Zenari, ha explicado que las repercusiones han sido limitadas, solo daños materiales, entre otras cosas porque el golpe de mortero ha caído a las 6,35 de esta mañana, cuando todavía los empleados no habían entrado a trabajar en esa sede. El nuncio añadió lamentablemente ese tipo de hechos son el diario vivir en Siria, como por ejemplo el sábado pasado cuando cayeron tres golpes de mortero sobre el convento de los Franciscanos en Alepo y tampoco hubo víctimas, ni heridos, solo daños al techo.

Entretanto, el nuncio insta a la comunidad internacional y a las partes en conflicto a incrementar sus esfuerzos para poner fin al conflicto de Siria porque «la gente sufre más cada día, cada día hay muertos, las personas abandonan sus aldeas y aumenta el número de refugiados y desplazados».

Con información de Radio Vaticano

Fuente:: Gaudium Press

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Retirar a Dios de la dimensión pública es una apostasía silenciosa: Cardenal Sarah

Trieste (Martes, 05-11-2013, Gaudium Press) Un notable llamado a reforzar el testimonio cristiano en medio de una cultura cada vez más secularizada fue hecho pero el Presidente del Pontificio Consejo Cor Unum, Cardenal Robert Sarah, durante un encuentro organizado por las Conferencias Episcopales Europeas en Trieste, Italia. El purpurado señaló que incluso algunos católicos adolecen de «una especie de apostasía silenciosa, un rechazo de Dios y de la fe cristiana en la política, en la economía, en la dimensión ética y moral y en la cultura post-moderna occidental».

El Card. Sarah advirtió sobre ideologías que, de forma lenta pero constante, tienen «un efecto de erosión, destrucción, demolición y grave agresión» de la persona humana. Este proceso afecta la vida de las personas, las familias, el trabajo y las relaciones interpersonales. «No tenemos ni siquiera el tiempo para vivir, amar, adorar. Este es un desafío excepcional para la Iglesia y para la pastoral de la caridad», alertó el Presidente del Pontificio Consejo.

Sobre el ejercicio de las obras de misericordia animadas por la fe, el Cardenal señaló que se debe mantener en ellas el significado e identidad espirituales. «Los valores cristianos que la guían y la identidad eclesial de la actividad caritativa no son negociables», afirmó el purpurado, quien animó a que las instituciones asistenciales católicas rechacen «cualquier ideología que vaya en contra de la enseñanza divina, rechazar categóricamente cualquier apoyo económico o cultural que imponga condiciones ideológicas opuestas a la visión cristiana del hombre».

El grave peligro que debe evitarse desde la acción caritativa es caer en «un humanismo sin Dios, al lado de un subjetivismo exacerbado», ampliamente difundidos por grupos de presión y medios de comunicación, según explicó el Card. Sarah. Estas ideologías «se esconden detrás de las apariencias del servicio internacional y actúan incluso en el ambiente eclesial y en nuestras agencias de caridad», manifestó el purpurado.

Con información de Vatican Insider.

 

Fuente:: Gaudium Press

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ucipeUCIP-E, la Unión católica de informadores y periodistas de España celebrará el próximo jueves 21 de noviembre una Misa funeral por el eterno descanso de los socios de UCIP-E fallecidos en 2013, Alejandro Fernández-Pombo y Rafael González.

La celebración, que tendrá lugar a las 20 horas en la parroquia de San Jerónimo el Real (c/ Moreto, 4) de Madrid se ofrecerá en sufragio por estos dos periodistas católicos de reconocida trayectoria en nuestro país.

Alejandro Fernández Pombo

El periodista Alejandro Fernández Pombo, falleció el pasado 13 de julio de 2013 a los 83 años en Madrid.

Casado y padre de 5 hijos, era natural de Mora de Toledo. Fernández Pombo fue número uno de su promoción en la Escuela de Periodismo de la Iglesia de Madrid (1958), escuela que luego dirigió.

Director del diario ‘Ya’ de 1974 a 1980, se ocupó posteriormente de las ediciones especiales de la Editorial Católica (EDICA), hasta la desaparición de esta empresa. También fue presidente de la Asociación de la Prensa de Madrid (APM) entre 1999-2003 y de la Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE) entre 2000-2004. Era miembro Consejo Deontológico de la FAPE desde 2004.

Escritor y ensayista prolífico. Entre los muchos premios y reconocimientos que recibió destaca el premio Bravo de la Conferencia Episcopal Española en 2006.

Rafael González Rodríguez

Rafael González Rodríguez, también conocido en el mundo del periodismo como Rafael Rodríguez-Rojas, falleció el 1 de febrero de 2013 a causa de un grave problema cardíaco. Casado con Amalia Manjavacas desde 1959, el matrimonio tuvo cinco hijas.

González Rodríguez, fue el anterior presidente de la UCIP-E (abandonó el cargo en 2000), además del último director del desaparecido diario “Ya”.

Nacido en Aguadulce (Sevilla), el 7 de noviembre de 1932, Rafael se crió en Osuna. A los 19 años marchó a Madrid. En 1964 se graduó en Periodismo, en la entonces Escuela de Periodismo de la Iglesia. En 1967 se trasladó a Sevilla para dirigir “El Correo de Andalucía”, de la Editorial Católica EDICA, entonces el diario más influyente de Andalucía. En abril de 1969, tras problemas con la censura, se trasladó de nuevo a Madrid.
Asumió entonces el cargo de redactor-jefe de la Agencia Logos, también de EDICA, que dejó en 1973 para pasar a dirigir “El Ideal Gallego”.
En marzo de 1980 fue nombrado subdirector del “Ya” y en 1995 llegó a la dirección del “Ya”, cabecera que dirigió en la última etapa cuando el diario había llegado ya a la situación más crítica de una larga crisis económica que acabó en suspensión de pagos. El rotativo volvió a los quioscos el 26 de abril de 1995 y un año después, el 14 de junio de 1996, salió su último número.
Tras la desaparición del YA fue editorialista de la Cadena COPE y columnista en “El Semanal Digital”, donde firmó como Rafael Rodríguez-Rojas.
Rafael González Rodríguez también escribió libros como “Con la Armada en el Banco sahariano” o las novelas “Farruco” y “La manija”, esta última ambientada en la Andalucía de la posguerra.

Fuente:: SIC

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Ni el poder del mal, ni nada puede separarnos del amor invencible de Dios manifestado en Cristo, recuerda el Papa
(RV).- (Con audio) Ni el poder del mal, ni nada puede separarnos del amor invencible de Dios manifestado en Cristo, recuerda el Papa Esta mañana, a las once y media, en el Altar de la Cátedra de la Basílica papal de San Pedro, el Obispo de Roma presidió – como es tradicional al comienzo del mes de noviembre, marcado por el recuerdo y la oración por los fieles difuntos – la Santa Misa en sufragio por los Cardenales y Obispos que fallecieron en el curso del año. Nueve purpurados y 136 Arzobispos y Obispos de la Iglesia que peregrina en el mundo, a los que el Papa Francisco encomendó a la misericordia del Señor, por intercesión de la Virgen y de san José, para que los reciba en su reino de luz y de paz, donde viven eternamente los justos y los que han sido fieles testigos del Evangelio.
«Porque tengo la certeza de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni los poderes espirituales, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor», evocando estas palabras de san Pablo, en las que el Apóstol presenta el amor de Dios como el motivo más profundo e invencible de la confianza y de la esperanza cristiana, el Santo Padre, puso de relieve que sólo el pecado puede interrumpir estos lazos, pero también en este caso Dios busca al hombre para sanar esa unión que perdura después de la muerte, el amor fiel que Dios tiene para cada uno de nosotros nos ayuda a afrontar con serenidad y fortaleza el camino de todos los días:
«Incluso los poderes demoníacos hostiles al hombre, dejan impotentes frente a la íntima unión de amor entre Jesús y los que lo acogen con fe. Esta realidad del amor fiel que Dios tiene para cada uno de nosotros nos ayuda a afrontar con serenidad y fortaleza el camino de todos los días, que a veces es también lento y cansador. Sólo el pecado del hombre puede interrumpir este vínculo, pero incluso en este caso, Dios siempre buscará al hombre para restaurar con él una unión que perdura también después de la muerte. Aún más, una unión que en el encuentro definitivo con el Padre llega a su culmen. Esta certeza le da a la vida terrena un nuevo y pleno significado y nos abre a la esperanza para la vida más allá de la muerte».
Con el Libro de la Sabiduría, el Papa Francisco destacó que ante la muerte de un ser querido o que conocimos bien, nos preguntamos ¿qué será de su vida, de su trabajo, de su servicio a la Iglesia?, para responder «¡están en las manos de Dios!»:
«Estos pastores celosos que han dedicado su vidas al servicio de Dios y de los hermanos, están en las manos de Dios. Todo de ellos está custodiado y no quedará corroído por la muerte. Están en las manos de Dios sus días entretejidos de gozos y sufrimientos, de esperanzas y de fatigas, de fidelidad al Evangelio y de pasión por la salvación espiritual y material del rebaño que se les confió».
También nosotros estamos en las manos misericordiosas de Dios, manos llagadas de amor, como las de Jesús, nuestra fortaleza y esperanza:
«También nuestros pecados, están en las manos de Dios, manos que misericordiosas, manos «llagadas» por el amor. No es una casualidad que Jesús haya querido conservar las llagas en sus manos para hacernos sentir su misericordia. ¡Y esta es nuestra fuerza y ??nuestra esperanza!
Esta realidad, llena de esperanza, es la perspectiva de la resurrección final de la vida eterna, a la que están destinados «los justos», aquellos que acogen la Palabra de Dios y son dóciles a Su Espíritu.».
Recordando a nuestros queridos hermanos Cardenales y Obispos difuntos «hombres dedicados a su vocación y a su servicio a la Iglesia, que amaron como a una esposa, el Papa Francisco los encomendó a la misericordia divina para sean recibidos donde viven eternamente los justos y los que han sido fieles testigos del Evangelio, alentando a rezar para que el Señor nos prepare a todos a este encuentro.
(CdM – RV)

Fuente:: News.va

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Mons. Joan PirisMons. Joan Piris   La celebración de Todos los Santos y la conmemoración de Todos los Fieles Difuntos, que acabamos de vivir, son anuncio gozoso de nuestra fe en Jesús resucitado. Este es un punto central de nuestra vida de cristianos y fuente de consuelo ante la experiencia común y dolorosa provocada por la muerte de una persona amada. Nuestra esperanza en la resurrección se convierte así en fuerza que dinamiza nuestra vida también en el dolor compartido.

Cada día hay más interés social ante situaciones de duelo y se multiplican las atenciones a quienes lo experimentan. Estas iniciativas deben ser reconocidas y sustentadas desde la comunidad cristiana que, sensible a los problemas que angustian a tantas personas, también quiere ofrecerles un buen acompañamiento humano y espiritual en esta etapa oscura de la vida, y ayudar a reconocer la presencia de Dios también en medio del sufrimiento.

Pero necesitamos una adecuada “formación del corazón” para actualizar la caridad con quienes sufren (“Deus Caritas est”, 31) con la correspondiente pastoral del acompañamiento porque, tarde o temprano, todos pasamos por experiencias duras con una serie de sentimientos que piden tiempo para ser superados. El duelo es parte de la vida y los cristianos tenemos que afrontarlo con una sensibilidad particular: “reconoced en vuestros corazones a Cristo como Señor; siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza” (1Pe 3,15).

La esperanza cristiana, la alegría de sentirse fundamentado en la fe en Jesús resucitado, da confianza en el poder liberador y transformador del Evangelio y capacita para vivir con un cierto nivel de valentía, confiando en la fuerza y sabiduría de Dios, y en su Espíritu que nos guía y nos empuja a comprometernos en favor del bien de los demás. Sólo una esperanza más viva puede hacer soportar con serenidad y fortaleza los sufrimientos y las adversidades de la vida, abandonándonos completamente al amor de Dios, “esperando contra toda esperanza”. Pero una esperanza así hay que alimentarla con la oración y la Eucaristía, buscando a Jesucristo con los ojos de la fe y apoyándonos en las mediaciones necesarias por pequeñas que parezcan.

Animo a todos los miembros de nuestras comunidades cristianas a multiplicar los signos de presencia de la Iglesia en las situaciones de duelo demostrando que tenemos experiencias de resurrección cada vez que, en nuestros procesos vitales, el amor triunfa sobre toda forma de enfermedad, limitación y muerte.

Recibid el saludo de vuestro hermano obispo,

+ Joan Piris Frígola,

Obispo de Lleida

Fuente:: Mons. Joan Piris

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Mons. VivesMons. Joan E. Vives      «He quedado maravillado al conocer el heroísmo admirable de vuestros compañeros y hermanos; edificado de la firmeza, constancia y dignidad de muchos, al sufrir un martirio más largo y quizás no menos glorioso. Es un patrimonio preciadísimo lo que unos y otros nos han legado», escribía el cardenal Vidal y Barraquer, desde el exilio, en 1937. Setenta años después de aquel terrible período histórico, la Iglesia ha beatificado un grupo numeroso de aquellos «compañeros y hermanos» asesinados durante una verdadera persecución religiosa, comparable a las otras persecuciones de cristianos en el siglo XX, un siglo al que A. Riccardi ha calificado como «el siglo de los mártires», desde los gulags soviéticos hasta los campos de concentración nazis, con el genocidio armenio y la persecución mexicana.

Este domingo la Iglesia diocesana se reúne en Montgai para dar gracias a Dios por los 10 hijos de nuestra Diócesis beatificados, dos del mismo pueblo de Montgai, Mn. Pau Segalà y su hermano carmelita P. Francesc de l’Assumpció, que se entregaron a la muerte en lugar de su madre y un hermano a quienes querían matar, si ellos no se entregaban. Hoy reconocemos y honramos como «mártires» intercesores, «testigos de Jesucristo», aquellos que fueron asesinados sin compasión ni garantías legales de ningún tipo, bajo tormentos y la inmensa mayoría sin juicio previo. Bastaba con que fueran sacerdotes, religiosos o laicos cristianos notorios: éste era su único crimen. Es por ello, sin ninguna motivación política, que la Iglesia los declara beatos intercesores y ejemplos nuestros, e inscribe su nombre en el martirologio cristiano. Al beatificarlos, la Iglesia hace una lectura creyente de su muerte y quiere mostrar que, a pesar de que podía parecer que su vida fracasaba, arrebatada por una muerte cruel, en aquellas muertes resplandecía la fuerza y la vida de Jesucristo, el primer mártir, que dio su vida por amor, en la Cruz. «¡Morir por Cristo es vivir, amigos míos!», decía lleno de fe San Jaume Hilari Barbal, hermano de La Salle hijo de Enviny, en nuestra Diócesis, al ser fusilado en 1937. Todos aquellos mártires son ejemplos de paz y de perdón, de fidelidad y de compasión para todos, especialmente para sus verdugos. Y de ellos tenemos que aprender a amar a todos los que murieron por ambos lados, los sufrimientos de aquella contienda incivil en todas partes, y a saber ofrecer el perdón y la reconciliación definitivos, que tanto necesitamos.

El juicio histórico sobre aquellos años convulsos pide una reflexión más profunda que la generalización sesgada que algunos han hecho. El Papa Juan Pablo II, que invitó a toda la Iglesia a una purificación de la memoria en el inicio del tercer milenio, quería que la Iglesia confiara «la investigación sobre el pasado a la paciente y honesta reconstrucción científica, libre de prejuicios de tipo confesional o ideológico, tanto por lo que respecta a las atribuciones de culpa que se le hacen, como respecto a los daños que ella misma ha sufrido». En este sentido, la Iglesia en Cataluña hace mucho tiempo que reflexiona sobre este período y los Obispos ya afirmábamos en nuestra Carta pastoral de 2011, Al servicio de nuestro pueblo: «Somos conscientes de las carencias y los errores que, como miembros de la Iglesia, hayamos podido cometer en un pasado más o menos lejano, y humildemente pedimos perdón; pero al mismo tiempo somos también conscientes del papel insustituible que ha tenido la Iglesia y el cristianismo en la historia milenaria de Cataluña» (nº 22). Debemos amar la memoria de los mártires y entender, como decía el cardenal Vidal y Barraquer, que son «un patrimonio preciadísimo» no sólo para los católicos, sino también para todos los hombres y mujeres de buena voluntad, que profesan sentimientos de verdadera justicia y reconciliación histórica.

+ Joan E. Vives

Arzobispo de Urgell

Fuente:: Mons. Joan Piris

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Mons. Pérez GonzálezMons. Francisco Pérez   LA IGLESIA CATÓLICA

La Iglesia es universal, está abierta a todos los pueblos de la tierra para anunciarles la buena noticia del Evangelio. Las últimas palabras de Jesús antes de ascender al cielo constituyen su encargo más importante, son su testamento: “Id y bautizad a todas las gentes…” (Mt 28, 19) y“hasta los confines de la tierra” (Hch 1,8). El primer Concilio de Jerusalén indicó que para Dios no hay acepción de personas y que la vocación de la Iglesia es ser universal. Y en nuestros días el Concilio Vaticano II indica que todos los hombres están invitados a formar parte del Pueblo de Dios. “Gracias a este carácter, la Iglesia Católica tiende siempre y eficazmente a reunir a la humanidad entera con todos sus valores bajo Cristo como Cabeza, en la unidad de su Espíritu” (LG 13).

Las Iglesias particulares o diócesis, aunque sean pequeñas o pobres o vivan dispersas, están “formadas a imagen de la Iglesia Universal. En ellas y a partir de ellas existe la Iglesia católica, una y única” (LG 23). Son plenamente católicas gracias a la comunión con una de ellas: la Iglesia de Roma “que preside en la caridad” (San Ignacio de Antioquía, Epistula ad Romanos 1, 1). Pedro es quien recibió del Señor la potestad de “atar y desatar” y la Iglesia universal la promesa de que “los poderes del infierno no la derrotarán”. (Mt 16, 18). La universalidad no le viene de la suma de las particularidades sino que lo es por vocación y misión ya que es un mismo objetivo el que se va enraizando “en la variedad de terrenos culturales, sociales, humanos, tomando en cada parte del mundo aspectos y expresiones externas diversas” (EN 62).

Toda la gran familia humana está invitada a formar la unidad católica del Pueblo de Dios. Pertenecen a ella de diversas maneras o a ella están destinados los católicos, plenamente incorporados mediante el bautismo, los lazos de la fe, de los sacramentos y del gobierno eclesiástico y de la comunión (LG 14). Los demás cristianos e incluso todos los hombres en general están llamados a la salvación por la gracia de Dios (LG 13).

LA IGLESIA APOSTÓLICA

La voz que llama y convoca es la de los Apóstoles y sus sucesores. El apóstol es el encargado de despertar la fe y reunir a la comunidad de los creyentes. Se pregunta San Pablo: “¿Cómo podrán creer e invocar a Dios, si no han oído hablar de Él y cómo oirán si nadie es enviado a predicar?” (Rm 10, 17). Las comunidades cristianas surgen de la fe provocada por la predicación. Por lo tanto la apostolicidad de la Iglesia es la base de que exista y sea una, santa, y católica. Decimos que es apostólica porque en su construcción los apóstoles son el fundamento y la piedra angular Cristo. Ellos son los testigos valientes que no pueden dejar de anunciar lo que han visto y oído del Señor.

Los obispos, por tradición apostólica, suceden a los apóstoles como pastores de las almas, en unión con el Papa, para realizar la obra de Cristo pastor eterno (CD 2). Ellos son encargados de propagar la fe, conservar la verdad y la unidad. Los obispos son los primeros misioneros por antonomasia pues han sido enviados a consolidar la obra de Cristo y los Apóstoles a lo largo de los tiempos.

Dice el Catecismo en el número 862: “Así como permanece el ministerio confiado personalmente por el Señor a Pedro, ministerio que debía ser transmitido a sus sucesores, de la misma manera permanece el ministerio de los Apóstoles de apacentar la Iglesia, que debe ser ejercido perennemente por el orden sagrado de los obispos”. Por eso, la Iglesia enseña que “por institución divina los obispos han sucedido a los apóstoles como pastores de la Iglesia. El que los escucha, escucha a Cristo; el que, en cambio, los desprecia, desprecia a Cristo y al que lo envió” (LG 20).

Toda la Iglesia es apostólica porque todos sus miembros estamos enviados a “propagar el Reino de Cristo por toda la tierra” (AA 2). Cada uno lo cumple en su vocación personal, en su trabajo, en su ambiente. Pero para todos, el ejercicio de la caridad, conseguida sobre todo en la Eucaristía, “siempre es como el alma de todo apostolado” (AA 3).

Quedaría incompleto este tema sobre la Iglesia y con un vacío inexcusable si no se concluyese con la joya de la Iglesia Madre que es María, la madre de la Iglesia. Ella es primicia, prototipo y profecía de lo que ha de ser la Iglesia. María está en el corazón mismo del misterio de Cristo y de la Iglesia. María inseparable de Cristo lo es también de la Iglesia. Ya desde el día de Pentecostés está María, como solícita madre, cobijando y acompañando los primeros pasos de la Iglesia por eso recibe con razón el título de Madre de la Iglesia.

+ Francisco Pérez González

Arzobispo de Pamplona y Tudela

Fuente:: Mons. Francisco Pérez

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El Año de la fe toca a su finMons. Casimiro López Llorente      Queridos diocesanos:

Dentro de tres semanas clausuraremos el Año de la Fe que Benedicto XVI inauguraba el 11 de octubre del pasado año. Nuestra Iglesia lo ha vivido de manera muy intensa. Ha sido sin duda un Año de Gracia en el que hemos tenido la oportunidad de volver nuestra mirada a Dios, de renovar nuestra fe y nuestra vida cristiana, de experimentar una sincera y autentica conversión a Dios y a Jesucristo, de descubrir que sólo Cristo es capaz de colmar el vacío que produce vivir alejados de Dios. La increencia e indiferencia religiosa, el relativismo, el agnosticismo y el nihilismo han provocado en nuestro tiempo un tremendo vacío existencial. Pero, como dijo Benedicto XVI, “a partir de la experiencia de este desierto, de este vacío, es como podemos descubrir nuevamente la alegría de creer, su importancia vital para nosotros, hombres y mujeres. En el desierto se vuelve a descubrir el valor de lo que es esencial para vivir”.

Durante este Año de la Fe hemos podido palpar una vez más en nuestras parroquias y comunidades eclesiales y en nuestros movimientos signos de la sed de Dios y del sentido último de la vida que, aunque a veces sea de una forma velada o implícita, se esconde en el corazón de todo hombre, especialmente de los jóvenes: sed de verdad, sed de belleza, sed de amor, sed de felicidad. La respuesta del Señor no es otra sino una fe total en él y su seguimiento. Antes de nada es necesario abrirse a Dios, a su gracia y a su amor, que nos transforma y renueva, que nos llama a la conversión y a una vida nueva y renovada. Para seguir a Cristo Jesús es necesario creer en Él, fiarse de Él y confiar plenamente en Él. La fe es esa puerta (cf. Hch 14, 27), que nos introduce en la vida eterna, en la felicidad, en la vida de comunión con Dios; a la vez que nos permite la entrada en su Iglesia. Y esta puerta está siempre abierta.

Hemos de dejarnos amar y abrazar por el Señor que sale diariamente a nuestro encuentro en su Palabra y en sus Sacramentos, en cada persona y acontecimiento. En esto consiste precisamente la fe cristiana: en el encuentro personal con Jesucristo, el Hijo de Dios vivo y presente en medio de nosotros, en el seno de la comunidad de los creyentes. Cristo es el centro de nuestra fe, que es, ante todo, la adhesión plena de mente y de corazón a Cristo y a su Evangelio; una adhesión gozosa y total que cambia y orienta la vida, que mueve al seguimiento radical de Cristo, dejando falsas seguridades. Así lo decía el Papa Francisco: “Quien ama al Señor Jesús, acoge en sí a Él y al Padre, y gracias al Espíritu Santo acoge en su corazón y en su propia vida el Evangelio. Aquí se indica el centro del que todo debe iniciar, y al que todo debe conducir: amar a Dios, ser discípulos de Cristo viviendo el Evangelio”. De esta forma los cristianos nos convertiremos en la “sal de la tierra y luz del mundo” (Mt 5,13-16) que, en medio del vacío y del desierto, indicarán el camino hacia la Tierra prometida y mantendrán viva la esperanza. Hoy más que nunca evangelizar en nuestro mundo significa dar testimonio de una vida nueva, trasformada por Dios, y así indicar el camino.

Pidamos a nuestra Madre, la Virgen María, que nos enseñe a abrir nuestra mente y nuestro corazón al Señor, que nos quiere enseñar nuevamente el ‘arte de vivir’, que se surge de una intensa relación con Él, para redescubrir todos los días de nuestra vida la alegría de creer y volver así a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe.
Con mi afecto y bendición,

Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

Fuente:: Mons. Casimiro López Lorente

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garcia_burilloMons. Jesús García Burillo   Queridos diocesanos:

Celebramos hoy la Solemnidad de Todos los Santos, una fiesta que se celebra en la Iglesia desde el siglo VII, cuando el Panteón romano se dedicó a la Virgen y a todos los Santos. Con frecuencia confundimos su significado con la fiesta de los Fieles Difuntos, que conmemoramos justo un día después. Sin embargo, son celebraciones distintas. El 1 de noviembre volvemos nuestra mirada hacia el cielo, donde habitan los santos, canonizados o anónimos. El culto a los santos comenzó con el recuerdo de los mártires y luego la Iglesia veneró a santos
obispos, doctores, santas vírgenes, monjes… La Iglesia ha querido que un día del año lo dediquemos especialmente a celebrar la gloria de todos los santos, a pedir su ayuda y su intercesión. Éste es su más alto servicio al plan de Dios: honrar a Dios Padre, el todo Santo. Nosotros podemos rogarles que intercedan
por nosotros y por el mundo entero. Ellos son nuestros modelos y nuestros intercesores.

Es un día también para recordar que Dios nos ha llamado a todos a la santidad, por medio del Bautismo: “sed santos porque yo, el Señor, vuestro Dios soy santo” (Lv19,2). Es frecuente encontrar quien piensa que la santidad es una meta solo alcanzable por algunos elegidos, por personas heroicas en el ejercicio de la virtud, entre las cuales no nos encontramos los cristianos de a pie. Nada más lejos de la realidad. Santos son todos aquellos que participan del ser de Dios, de la santidad de Dios. Y eso tiene lugar en la Iglesia mediante la
recepción del Bautismo y de los demás sacramentos. S. Pablo se dirige con frecuencia a los cristianos de sus comunidades llamándoles “santos”.

Mediante el compromiso consecuente con nuestra fe, materializándola en obras concretas, estamos en la senda de la santidad. Porque ser santo no consiste en hacer grandes penitencias o en hacer milagros, sino sencillamente, en hacer las cosas ordinarias extraordinariamente bien, con amor y por amor a Dios. Somos santos si nos dejamos amar por Dios. La santidad, en cierta forma, es también la consecución de la felicidad: una felicidad que obtenemos en la vida de pobreza, de sencillez, de sufrimiento, unidos a Dios de corazón. El
cristiano se santifica con el ejercicio de las virtudes cristianas: fe, esperanza y caridad.

Por tanto, seamos conscientes de que la santidad no es una utopía, un objetivo inalcanzable; por el contrario, está al alcance de todos los cristianos que aspiran a la perfección, tomándolo como objetivo de vida. La fiesta de Todos los Santos se convierte así en un día de júbilo, de dicha y esperanza, pero también un día de
estímulo: nosotros sabemos que podemos alcanzar la meta de la santidad, y los santos nos ayudan con su intercesión para conseguirlo. A lo largo de la historia son muchos los que lo han conseguido. El libro del Apocalipsis habla de 144.000, un número simbólico que indica la totalidad de todos los seres humanos salvados.

En este día conmemoramos la gloria de cuantos alcanzaron la santidad, aunque no hayan sido reconocidos oficialmente por la Iglesia, esto es, aunque no hayan sido canonizados.

Queridos diocesanos, en esta fiesta de Todos los Santos compartimos la felicidad de quienes han obtenido ya la gloria de Jesucristo. Especialmente, recordamos a los mártires beatificados recientemente, nuestros cinco sacerdotes mártires: José Máximo, Damián, Agustín, José y Juan, que interceden por todos nosotros, dejándonos su ejemplo de entrega y fe como estímulo para que sigamos su estela en el camino que nos lleve a alcanzar la promesa de santidad que hicimos mediante el Bautismo. También nosotros podemos vivir el
Evangelio de Cristo como ellos lo hicieron.

Con mi bendición para todos.

+ Jesús García Burillo
Obispo de Ávila

Fuente:: Mons. Jesús García Burillo

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