(RV).- «¡El compromiso continúa, sigamos adelante con la oración y las obras de la paz! ¡Los invito a que sigan rezando para que cese inmediatamente la violencia y la devastación!». «¡La búsqueda de la paz es larga y requiere paciencia y perseverancia!» Con un nuevo apremiante llamamiento, en este momento en que estamos firmemente orando por la paz, en Siria, Oriente Medio y en el mundo entero, el Santo Padre destacó antes del rezo mariano del Ángelus – ante miles de fieles y peregrinos de tantas partes del mundo – que «la Palabra del Señor nos toca en lo más vivo, nos dice: ¡hay una guerra más profunda que tenemos que luchar, todos! ¡Es la decisión firme y valiente de renunciar al mal y a sus seducciones y de escoger el bien, listos para pagar en persona: he aquí el seguimiento de Cristo, he aquí el tomar la propia cruz! Esto implica – entre otras cosas – decir no al odio fratricida y a las mentiras de las que se sirve, a la violencia en todas sus formas, a la proliferación de armas y su comercio ilegal. Éstos son los enemigos que hay que combatir unidos y con coherencia, no siguiendo intereses, que no sean los de la paz y el bien común».
El cristiano se desprende de todo y reencuentra todo en la lógica del Evangelio, la lógica del amor y el servicio, enfatizó el Papa Francisco, renovando su llamamiento por la paz, en este día en que contemplamos con ternura y esperanza la Natividad de la Madre de Dios y con el eco de la invocación a la Reina de la Paz, de la intensa Vigilia de Oración, que convocó y presidió para elevar el grito de la paz.
Luego después del Ángelus el Papa reiteró un nuevo apremiante llamamiento:
«Quisiera agradecer a todos los que, de diferentes maneras, adhirieron a la vigilia de oración y ayuno de anoche. Agradezco a tantas personas que han unido al ofrecimiento de sus sufrimientos. Agradezco a las autoridades civiles, así como a los miembros de otras comunidades cristianas y de otras religiones, y a los hombres y mujeres de buena voluntad que han vivido, en esta ocasión, momentos de oración, ayuno y reflexión.
¡Pero el compromiso continúa, sigamos adelante con la oración y las obras de la paz! Los invito a que sigan rezando para que cese inmediatamente la violencia y la devastación en Siria y se trabaje con un renovado compromiso por una solución justa al conflicto fratricida. Oremos también por los otros países de Oriente Medio, especialmente por El Líbano, para pueda encontrar la estabilidad deseada y siga siendo un modelo de convivencia; por Irak, para que la violencia sectaria deje su camino a la reconciliación; y por el proceso de paz entre israelíes y palestinos, para que progrese con decisión y valentía. Y recemos por Egipto, para que todos los egipcios, musulmanes y cristianos, se comprometan juntos en la construcción de una sociedad unida por el bien de toda la población. ¡La búsqueda de la paz es larga y requiere paciencia y perseverancia!»
(CdM – RV)

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No hay cristiano sin Jesús. Y Jesús no está cuando el cristiano responde a mandamientos que no llevan a Cristo o no vienen de Cristo. El Papa Francisco, en la misa que celebró en la mañana de este sábado, 7 de septiembre, en Santa Marta, insistió en la centralidad de Cristo. Y puso en guardia a los cristianos respecto de seguir revelaciones privadas, pues la revelación -dijo- concluyó con Cristo.
En la homilía de esta mañana, el Santo Padre prosiguió con la reflexión que la víspera había propuesto de las lecturas en las que Jesús es presentado como el esposo de la Iglesia. En el pasaje evangélico de hoy, de Lucas (6, 1-5), se narra el episodio de la discusión de Jesús con los fariseos, que reprochan a los apóstoles haber violando el descanso del sábado arrancando y comiendo espigas de trigo.
En este pasaje del Evangelio Jesús -observó el Pontífice- se presenta como algo más respecto a ayer “y dice: Yo soy el Señor, el Señor también del sábado. En otra parte dirá: el sábado se hizo para el hombre, y no el hombre para el sábado. La centralidad de Él y también la centralidad del cristiano respecto a  muchas cosas. Jesús es el centro, es el Señor”. Una definición que -notó el Papa- “no entendemos bien”, porque “no es fácil de entender”. Lo cierto es que Jesús “es el Señor” en cuanto que es Quien “tiene el poder, la gloria, quien tiene la victoria. Es el único Señor”.
Citando la carta de san Pablo a los Colosenses (1, 21-23) el Santo Padre apuntó también que es precisamente el apóstol quien recuerda que Jesús nos “ha reconciliado en el cuerpo de su carne mediante la muerte -nos ha reconciliado a todos nosotros- para presentaros santos, inmaculados e irreprochables ante Él; a fin de que permanezcáis cimentados y firmes en la fe”. Jesús -sintetizó el Papa- es el centro que nos regenera y nos funda en la fe. En cambio “los fariseos -continuó- ponían en el centro de su religiosidad muchos mandamientos. Y Jesús dice de ellos: Imponen cargas en la espalda de la gente”.
Si no está Jesús en el centro, “hay otras cosas”, advirtió el Santo Padre. Y en el día de hoy “encontramos a muchos cristianos sin Cristo, sin Jesús. Por ejemplo, quienes tienen la enfermedad de los fariseos y son cristianos que ponen su fe y su religiosidad, su cristiandad, en muchos mandamientos: ¡Ah! Debo hacer esto, debo hacer lo otro. Cristianos de actitudes”: o sea, que hacen cosas -explicó- porque se tienen que hacer, pero en realidad “no saben por qué lo hacen”.
Pero “¿Jesús dónde está?”, se preguntó el Papa Francisco. Que continuó: “Un mandamiento es válido si viene de Jesús”. Cristianos sin Cristo hay muchos, como los que “buscan sólo devociones, muchas devociones, pero Jesús no está. ¡Y entonces te falta algo, hermano! Te falta Jesús. Si tus devociones te llevan a Jesús, entonces bien. Pero si te quedas ahí, entonces algo no marcha”.
Después está “otro grupo de cristianos sin Cristo: los que buscan cosas un poco raras, un poco especiales, los que van detrás de las revelaciones privadas”, mientras que la Revelación se concluyó con el Nuevo Testamento. El Papa advirtió en estos cristianos el deseo de ir “al espectáculo de la revelación, a oír cosas nuevas”. Pero -es la exhortación que el Pontífice les hace- “¡toma el Evangelio!”. Entre los cristianos sin Cristo mencionó también “a los que se perfuman el alma, pero no tienen virtudes porque no tienen a Jesús”.
¿Cuál es entonces la regla para ser cristiano con Cristo? ¿Y cuál es el “signo” de que una persona es un cristiano con Cristo? Se trata de una “regla -aclaró el Santo Padre- muy sencilla: es valido sólo lo que te lleva a Jesús, y sólo es válido lo que viene de Jesús. Jesús es el centro, el Señor, como Él mismo dice”.
Así que si algo lleva o viene de Jesús, “ve adelante”, exhortó el Papa; pero si no viene o no lleva a Jesús, “entonces es un poco peligroso”. Y a propósito del “signo”, dijo: “Es un signo sencillo el del ciego de nacimiento del que habla el Evangelio de Juan en el capítulo noveno. El Evangelio dice que se postró ante Él para adorar a Jesús. Un hombre o una mujer que adora a Jesús es un cristiano con Jesús. Pero si tú no consigues adorar a Jesús, algo te falta”.
He aquí “una regla y un signo”, concluyó el Pontífice: “La regla es: soy un buen cristiano, estoy en el camino del buen cristiano, si hago lo que viene de Jesús o me lleva a Jesús porque Él es el centro. El signo es la adoración ante Jesús, la oración de adoración ante Jesús”.

 

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“Orad por la paz”. Mientras muchísimas personas están ya en camino hacia la plaza de San Pedro, convocadas para que “se eleve fuerte en toda la tierra el grito de la paz”, el Papa Francisco lanza a través de un tuit su enésimo, entristecido llamamiento. Cuatro palabras sencillas, esenciales, síntesis de una jornada en la cual la voz de los poderosos y el ruido de las armas dejan espacio a la oración, al silencio, al ayuno.
Para obtener la paz - La vigilia en la plaza de San Pedro concluye la jornada de oración y ayuno para la que el Papa Francisco ha invitado a creyentes y no creyentes
La plaza se va llenando de gente deseosa de manifestar ese deseo de paz que une a personas de razas, culturas y religiones distintas. Mientras los responsables de las naciones parecen indiferentes y continúan desertando del empeño irrenunciable al diálogo sobre cuestiones de vital importancia. La cumbre del G20 recién concluida en San Petersburgo ha confirmado, en efecto, las divisiones de la comunidad internacional sobre la crisis siria y, sobre todo, sobre la intervención armada que el presidente estadounidense Barack Obama parece tener intención de ordenar y que muchos, empezando por Rusia, en ausencia de una autorización del Consejo de seguridad de las Naciones Unidas considerarían una agresión. Como confirmación ulterior de las divisiones, el documento final del summit no contiene referencia alguna a la crisis siria, aunque ésta ciertamente ha dominado la cita.
Frente a la imagen ofrecida por quien gobierna las naciones, existe en cambio la de un pueblo que esta tarde, del sábado 7 de septiembre, desde las 19 horas, estará físicamente, o también sólo espiritualmente, reunido en una oración coral única, hecha de testimonios, de reflexión, de silencio, para invocar el don de la paz. A ellos se une en comunión de espíritu —y ha querido hacerlo saber— también Benedicto XVI.
Al inicio de la vigilia, poco antes de la llegada del Papa Francisco, se vuelve a proponer su invitación durante el Ángelus del domingo pasado. El Pontífice es recibido con el canto del Veni creator, preludio de la entronización de la imagen de la Virgen Salus populi romani. Ante la imagen mariana se reza el rosario, al término del cual el Papa propone su meditación. Le sigue la exposición de Santísimo Sacramento y la adoración eucarística, y el rezo del Oficio de lecturas. Después también espacio al silencio y a la oración personal, antes de que el Santo Padre concluya el encuentro impartiendo la bendición eucarística.

 

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En el silencio de la Cruz calla el fragor de las armas y habla el lenguaje de la paz
(RV).- Al caer la tarde del sábado 7 de septiembre una Plaza de San Pedro repleta de fieles y peregrinos reunida en torno al Papa Francisco alzó su súplica por la paz en Siria, Oriente Medio y el mundo entero. En la Jornada de oración y ayuno por él convocada, el Obispo de Roma preguntó si el mundo que queremos “¿no es un mundo de armonía y de paz, dentro de nosotros mismos, en la relación con los demás, en las familias, en las ciudades, en y entre las naciones?” Esta armonía y paz no es posible, reflexionó el Santo Padre “cuando el hombre piensa sólo en sí mismo, en sus propios intereses y se pone en el centro, cuando se deja fascinar por los ídolos del dominio y del poder, cuando se pone en el lugar de Dios, entonces altera todas las relaciones, arruina todo; y abre la puerta a la violencia, a la indiferencia, al enfrentamiento.”
“¿Es posible seguir otro camino? ¿Podemos salir de esta espiral de dolor y de muerte? ¿Podemos aprender de nuevo a caminar por las sendas de la paz?” preguntó el Papa, asegurando que sí, es posible para todos. “Esta noche me gustaría que desde todas las partes de la tierra gritásemos: Sí, es posible para todos. Más aún, quisiera que cada uno de nosotros, desde el más pequeño hasta el más grande, incluidos aquellos que están llamados a gobernar las naciones, dijese: Sí, queremos.”
“¡Cómo quisiera que por un momento todos los hombres y las mujeres de buena voluntad mirasen la Cruz! Allí se puede leer la respuesta de Dios: allí, a la violencia no se ha respondido con violencia, a la muerte no se ha respondido con el lenguaje de la muerte. En el silencio de la Cruz calla el fragor de las armas y habla el lenguaje de la reconciliación, del perdón, del diálogo, de la paz.”
Homilía del Santo Padre

«Y vio Dios que era bueno» (Gn 1,12.18.21.25). El relato bíblico de los orígenes del mundo y de la humanidad nos dice que Dios mira la creación, casi como contemplándola, y dice una y otra vez: Es buena. Nos introduce así en el corazón de Dios y, de su interior, recibimos este mensaje.
Podemos preguntarnos: ¿Qué significado tienen estas palabras? ¿Qué nos dicen a ti, a mí, a todos nosotros?
1. Nos dicen simplemente que nuestro mundo, en el corazón y en la mente de Dios, es “casa de armonía y de paz” y un lugar en el que todos pueden encontrar su puesto y sentirse “en casa”, porque “es bueno”. Toda la creación forma un conjunto armonioso, bueno, pero sobre todo los seres humanos, hechos a imagen y semejanza de Dios, forman una sola familia, en la que las relaciones están marcadas por una fraternidad real y no sólo de palabra: el otro y la otra son el hermano y la hermana que hemos de amar, y la relación con Dios, que es amor, fidelidad, bondad, se refleja en todas las relaciones humanas y confiere armonía a toda la creación. El mundo de Dios es un mundo en el que todos se sienten responsables de todos, del bien de todos. Esta noche, en la reflexión, con el ayuno, en la oración, cada uno de nosotros, todos, pensemos en lo más profundo de nosotros mismos: ¿No es ése el mundo que yo deseo? ¿No es ése el mundo que todos llevamos dentro del corazón? El mundo que queremos ¿no es un mundo de armonía y de paz, dentro de nosotros mismos, en la relación con los demás, en las familias, en las ciudades, en y entre las naciones? Y la verdadera libertad para elegir el camino a seguir en este mundo ¿no es precisamente aquella que está orientada al bien de todos y guiada por el amor?
2. Pero preguntémonos ahora: ¿Es ése el mundo en el que vivimos? La creación conserva su belleza que nos llena de estupor, sigue siendo una obra buena. Pero también hay “violencia, división, rivalidad, guerra”. Esto se produce cuando el hombre, vértice de la creación, pierde de vista el horizonte de belleza y de bondad, y se cierra en su propio egoísmo.
Cuando el hombre piensa sólo en sí mismo, en sus propios intereses y se pone en el centro, cuando se deja fascinar por los ídolos del dominio y del poder, cuando se pone en el lugar de Dios, entonces altera todas las relaciones, arruina todo; y abre la puerta a la violencia, a la indiferencia, al enfrentamiento. Eso es exactamente lo que quiere hacernos comprender el pasaje del Génesis en el que se narra el pecado del ser humano: El hombre entra en conflicto consigo mismo, se da cuenta de que está desnudo y se esconde porque tiene miedo (Gn 3,10), tiene miedo de la mirada de Dios; acusa a la mujer, que es carne de su carne (v. 12); rompe la armonía con la creación, llega incluso a levantar la mano contra el hermano para matarlo. ¿Podemos decir que de la “armonía” se pasa a la “desarmonía”? No, no existe la “desarmonía”: o hay armonía o se cae en el caos, donde hay violencia, rivalidad, enfrentamiento, miedo…
Precisamente en medio de este caos, Dios pregunta a la conciencia del hombre: «¿Dónde está Abel, tu hermano?». Y Caín responde: «No sé, ¿soy yo el guardián de mi hermano?» (Gn 4,9). Esta pregunta se dirige también a nosotros, y también a nosotros nos hará bien preguntarnos: ¿Soy yo el guardián de mi hermano? Sí, tú eres el guardián de tu hermano. Ser persona humana significa ser guardianes los unos de los otros. Sin embargo, cuando se pierde la armonía, se produce una metamorfosis: el hermano que deberíamos proteger y amar se convierte en el adversario a combatir, suprimir. ¡Cuánta violencia se genera en ese momento, cuántos conflictos, cuántas guerras han jalonado nuestra historia! Basta ver el sufrimiento de tantos hermanos y hermanas. No se trata de algo coyuntural, sino que es verdad: en cada agresión y en cada guerra hacemos renacer a Caín. ¡Todos nosotros! Y también hoy prolongamos esta historia de enfrentamiento entre hermanos, también hoy levantamos la mano contra quien es nuestro hermano. También hoy nos dejamos llevar por los ídolos, por el egoísmo, por nuestros intereses; y esta actitud va a más: hemos perfeccionado nuestras armas, nuestra conciencia se ha adormecido, hemos hecho más sutiles nuestras razones para justificarnos. Como si fuese algo normal, seguimos sembrando destrucción, dolor, muerte. La violencia, la guerra traen sólo muerte, hablan de muerte. La violencia y la guerra utilizan el lenguaje de la muerte.
3. En estas circunstancias, me pregunto: ¿Es posible seguir otro camino? ¿Podemos salir de esta espiral de dolor y de muerte? ¿Podemos aprender de nuevo a caminar por las sendas de la paz? Invocando la ayuda de Dios, bajo la mirada materna de la Salus populi romani, Reina de la paz, quiero responder: Sí, es posible para todos. Esta noche me gustaría que desde todas las partes de la tierra gritásemos: Sí, es posible para todos. Más aún, quisiera que cada uno de nosotros, desde el más pequeño hasta el más grande, incluidos aquellos que están llamados a gobernar las naciones, dijese: Sí, queremos. Mi fe cristiana me lleva a mirar a la Cruz. ¡Cómo quisiera que por un momento todos los hombres y las mujeres de buena voluntad mirasen la Cruz! Allí se puede leer la respuesta de Dios: allí, a la violencia no se ha respondido con violencia, a la muerte no se ha respondido con el lenguaje de la muerte. En el silencio de la Cruz calla el fragor de las armas y habla el lenguaje de la reconciliación, del perdón, del diálogo, de la paz. Quisiera pedir al Señor, esta noche, que nosotros cristianos, los hermanos de las otras religiones, todos los hombres y mujeres de buena voluntad gritasen con fuerza: ¡La violencia y la guerra nunca son camino para la paz! Que cada uno mire dentro de su propia conciencia y escuche la palabra que dice: Sal de tus intereses que atrofian tu corazón, supera la indiferencia hacia el otro que hace insensible tu corazón, vence tus razones de muerte y ábrete al diálogo, a la reconciliación; mira el dolor de tu hermano y no añadas más dolor, detén tu mano, reconstruye la armonía que se ha perdido; y esto no con la confrontación, sino con el encuentro. ¡Que se acabe el sonido de las armas! La guerra significa siempre el fracaso de la paz, es siempre una derrota para la humanidad. Resuenen una vez más las palabras de Pablo VI: «Nunca más los unos contra los otros; jamás, nunca más… ¡Nunca más la guerra! ¡Nunca más la guerra!» (Discurso a las Naciones Unidas, 4 octubre 1965: AAS 57 [1965], 881). «La Paz se afianza solamente con la paz; la paz no separada de los deberes de la justicia, sino alimentada por el propio sacrificio, por la clemencia, por la misericordia, por la caridad» (Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1976: AAS 67 [1975], 671). Perdón, diálogo, reconciliación son las palabras de la paz: en la amada nación siria, en Oriente Medio, en todo el mundo. Recemos por la reconciliación y por la paz, contribuyamos a la reconciliación y a la paz, y convirtámonos todos, en cualquier lugar donde nos encontremos, en hombres y mujeres de reconciliación y de paz. Amén. (RC-RV)

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Ciudad del Vaticano, 7 de septiembre (VIS).-Cien mil personas han acudido a la Plaza de San Pedro respondiendo al llamamiento lanzado por el Papa Francisco en el Ángelus del pasado domingo cuando convocó para hoy, 7 de septiembre una jornada de ayuno y oración por la paz en Siria, en Oriente Medio y en todo el mundo a la luz de las circunstancias dramáticas que atraviesa Siria. Desde ese día han llovido las adhesiones a una iniciativa que ha sido aplaudida no sólo por los católicos sino por las otras confesiones cristianas, por los pertenecientes a otras religiones, desde budistas a judíos y musulmanes y también por aquellos que no pertenecen a religión alguna. Se han movilizado parroquias y asociaciones, Caritas y la Comunidad de San Egidio, grupos de oración y órdenes religiosas como las Carmelitas descalzas de Tierra Santa; alcaldes y presidentes de autonomías regionales, organizaciones por la paz, la cooperación y el desarrollo, sindicatos, etc… Al llamamiento se ha adherido una larga lista de personalidades como el arquitecto italiano Renzo Piano, el presidente del Parlamento Europeo Martin Schulz o el Gran Mufti de Siria, lider espiritual de los sunís que esta tarde en Damasco ha invocado la paz en la mezquita de los Omeyas con los jefes religiosos de su nación. En las iglesias católicas de todo el mundo, desde Australia hasta Egipto, se ha elevado esta tarde una oración por la paz.
 
Ya desde esta mañana la Plaza estaba abarrotada de personas; entre ellas eran numerosas las que querían confesar, a partir de las 17,45 con alguno de los 50 sacerdotes instalados en el Brazo de Constantino y bajo las columnatas, porque Francisco quería que en esta jornada estuvieran presentes los confesores porque, “la verdadera paz nace del corazón del ser humano reconciliado con Dios y con sus hermanos”. A las 18,30 se han vuelto a leer las palabras que el Papa pronunció el pasado domingo como introducción de la Vigilia que ha comenzado a las 19 con el saludo del pontífice y el canto del “Veni Creator”, al que ha seguido la entronización de la imagen de la Virgen como “Salus Populi Romani”, llevada por cuatro Guardias Suizos.
 
El Papa ha comenzado entonces el rezo del Rosario; cada misterio iba acompañado por la lectura de una poesía de Santa Teresita del Niño Jesús y al final se invocaba a María: “Reina de la Paz, ruega por nosotros. Finalizado el rezo del rosario, el Santo Padre ha pronunciado la siguiente homilía:
 
Y vio Dios que era bueno”.El relato bíblico de los orígenes del mundo y de la humanidad nos dice que Dios mira la creación, casi como contemplándola, y dice una y otra vez: Es buena. Nos introduce así en el corazón de Dios y, de su interior, recibimos este mensaje. Podemos preguntarnos: ¿Qué significado tienen estas palabras? ¿Qué nos dicen a ti, a mí, a todos nosotros?”
 
Nos dicen simplemente que nuestro mundo, en el corazón y en la mente de Dios, es “casa de armonía y de paz” y un lugar en el que todos pueden encontrar su puesto y sentirse “en casa”, porque “es bueno”. Toda la creación forma un conjunto armonioso, bueno, pero sobre todo los seres humanos, hechos a imagen y semejanza de Dios, forman una sola familia, en la que las relaciones están marcadas por una fraternidad real y no sólo de palabra: el otro y la otra son el hermano y la hermana que hemos de amar, y la relación con Dios, que es amor, fidelidad, bondad, se refleja en todas las relaciones humanas y confiere armonía a toda la creación. El mundo de Dios es un mundo en el que todos se sienten responsables de todos, del bien de todos. Esta noche, en la reflexión, con el ayuno, en la oración, cada uno de nosotros, todos, pensemos en lo más profundo de nosotros mismos: ¿No es ése el mundo que yo deseo? ¿No es ése el mundo que todos llevamos dentro del corazón? El mundo que queremos ¿no es un mundo de armonía y de paz, dentro de nosotros mismos, en la relación con los demás, en las familias, en las ciudades, en y entre las naciones? Y la verdadera libertad para elegir el camino a seguir en este mundo ¿no es precisamente aquella que está orientada al bien de todos y guiada por el amor?”
 
Pero preguntémonos ahora: ¿Es ése el mundo en el que vivimos? La creación conserva su belleza que nos llena de estupor, sigue siendo una obra buena. Pero también hay “violencia, división, rivalidad, guerra”. Esto se produce cuando el hombre, vértice de la creación, pierde de vista el horizonte de belleza y de bondad, y se cierra en su propio egoísmo”.
 
Cuando el hombre piensa sólo en sí mismo, en sus propios intereses y se pone en el centro, cuando se deja fascinar por los ídolos del dominio y del poder, cuando se pone en el lugar de Dios, entonces altera todas las relaciones, arruina todo; y abre la puerta a la violencia, a la indiferencia, al enfrentamiento. Eso es exactamente lo que quiere hacernos comprender el pasaje del Génesis en el que se narra el pecado del ser humano: El hombre entra en conflicto consigo mismo, se da cuenta de que está desnudo y se esconde porque tiene miedo tiene miedo de la mirada de Dios; acusa a la mujer, que es carne de su carne; rompe la armonía con la creación, llega incluso a levantar la mano contra el hermano para matarlo. ¿Podemos decir que de la “armonía” se pasa a la “desarmonía”? No, no existe la “desarmonía”: o hay armonía o se cae en el caos, donde hay violencia, rivalidad, enfrentamiento, miedo”.
 
Precisamente en medio de este caos, Dios pregunta a la conciencia del hombre: “¿Dónde está Abel, tu hermano?”. Y Caín responde: “No sé, ¿soy yo el guardián de mi hermano?” Esta pregunta se dirige también a nosotros, y también a nosotros nos hará bien preguntarnos: ¿Soy yo el guardián de mi hermano? Sí, tú eres el guardián de tu hermano. Ser persona humana significa ser guardianes los unos de los otros. Sin embargo, cuando se pierde la armonía, se produce una metamorfosis: el hermano que deberíamos proteger y amar se convierte en el adversario a combatir, suprimir. ¡Cuánta violencia se genera en ese momento, cuántos conflictos, cuántas guerras han jalonado nuestra historia! Basta ver el sufrimiento de tantos hermanos y hermanas. No se trata de algo coyuntural, sino que es verdad: en cada agresión y en cada guerra hacemos renacer a Caín. ¡Todos nosotros! Y también hoy prolongamos esta historia de enfrentamiento entre hermanos, también hoy levantamos la mano contra quien es nuestro hermano. También hoy nos dejamos llevar por los ídolos, por el egoísmo, por nuestros intereses; y esta actitud va a más: hemos perfeccionado nuestras armas, nuestra conciencia se ha adormecido, hemos hecho más sutiles nuestras razones para justificarnos. Como si fuese algo normal, seguimos sembrando destrucción, dolor, muerte. La violencia, la guerra traen sólo muerte, hablan de muerte. La violencia y la guerra utilizan el lenguaje de la muerte”.
 
«Tras el caos del Diluvio, dejó de llover, apareció el arcoiris y la paloma trajo un ramo de olivo. Pienso también hoy en aquel olivo que los representantes de las diferentes religiones plantamos en Buenos Aires, en la Plaza de Mayo, en el año 2000, pidiendo que no haya más caos, pidiendo que no haya más guerra, pidiendo paz«.
 
En estas circunstancias, me pregunto: ¿Es posible seguir el camino de la paz? ¿Podemos salir de esta espiral de dolor y de muerte? ¿Podemos aprender de nuevo a caminar por las sendas de la paz? Invocando la ayuda de Dios, bajo la mirada materna de la Salus populi romani, Reina de la paz, quiero responder: Sí, es posible para todos. Esta noche me gustaría que desde todas las partes de la tierra gritásemos: Sí, es posible para todos. Más aún, quisiera que cada uno de nosotros, desde el más pequeño hasta el más grande, incluidos aquellos que están llamados a gobernar las naciones, dijese: Sí, queremos. Mi fe cristiana me lleva a mirar a la Cruz. ¡Cómo quisiera que por un momento todos los hombres y las mujeres de buena voluntad mirasen la Cruz! Allí se puede leer la respuesta de Dios: allí, a la violencia no se ha respondido con violencia, a la muerte no se ha respondido con el lenguaje de la muerte. En el silencio de la Cruz calla el fragor de las armas y habla el lenguaje de la reconciliación, del perdón, del diálogo, de la paz. Quisiera pedir al Señor, esta noche, que nosotros cristianos, los hermanos de las otras religiones, todos los hombres y mujeres de buena voluntad gritasen con fuerza: ¡La violencia y la guerra nunca son camino para la paz! Que cada uno mire dentro de su propia conciencia y escuche la palabra que dice: Sal de tus intereses que atrofian tu corazón, supera la indiferencia hacia el otro que hace insensible tu corazón, vence tus razones de muerte y ábrete al diálogo, a la reconciliación; mira el dolor de tu hermano y no añadas más dolor, detén tu mano, reconstruye la armonía que se ha perdido; y esto no con la confrontación, sino con el encuentro. ¡Que se acabe el sonido de las armas! La guerra significa siempre el fracaso de la paz, es siempre una derrota para la humanidad. Resuenen una vez más las palabras de Pablo VI: “Nunca más los unos contra los otros; jamás, nunca más ¡Nunca más la guerra! ¡Nunca más la guerra!”.”La Paz se afianza solamente con la paz; la paz no separada de los deberes de la justicia, sino alimentada por el propio sacrificio, por la clemencia, por la misericordia, por la caridad”. Perdón, diálogo, reconciliación son las palabras de la paz: en la amada nación siria, en Oriente Medio, en todo el mundo. Recemos por la reconciliación y por la paz, contribuyamos a la reconciliación y a la paz, y convirtámonos todos, en cualquier lugar donde nos encontremos, en hombres y mujeres de reconciliación y de paz. Amén”.
 
Finalizada la meditación del Pontífice, se ha guardado silencio mientras se preparaba el altar para la exposición del Santísimo. Durante la adoración se ha leído una lectura bíblica sobre el tema de la paz, seguida de la oración de un Papa sobre ese mismo argumento,y de una invocación responsorial para pedirla. Al final de cada uno de estos momentos, cinco parejas de personas (en representación de Siria, Egipto, Tierra Santa, Estados Unidos y Rusia) ofrecían incienso en el incensario a la derecha del altar. La oferta iba acompañada de una serie de invocaciones cuyo tema común era la paz, entre ellas “Señor que amas la vida lleva a la paz allí donde se decide la suerte de las naciones” y “Rompe con tu potencia creadora cualquier violencia contra la vida humana”.
 
A la adoración han seguido las lecturas, “en la forma más larga prevista para una celebración de vigilia”; se ha leído el capítulo 20 del Evangelio de San Juan. Después, alrededor de las 22,15 ha habido, hasta las 22,40, un tiempo prolongado de silencio para la oración personal.
 
La ceremonia, verdadera y propia, ha concluido con la bendición eucarística que Francisco ha impartido a los presentes. Y hoy, el Papa ha escrito a los 9 millones de personas que siguen su cuenta de tweet: “Rezad por la paz”.

Fuente:: News.va

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¡Todos por la Paz, como lo pidió el Papa Francisco!
(RV).- (Con audio) ¡Todos por la Paz, como lo pidió el Papa Francisco! Tras la invitación del Santo Padre Francisco para la jornada de ayuno y oración por La Paz en Siria, Oriente Medio y en todo el mundo, que se celebra este 7 de septiembre, en la Vigilia de la Natividad de Maria Reina de La Paz; son diversas las iniciativas de diferentes países de todo el mundo, por ejemplo: “Toque de campanas para rezar por la paz, misas ofrecidas por la paz del mundo, Adoración al Santisímo, encuentros comunitarios de oración y obras de penitencia; el rezo del Santo Rosario y del Vía Crucis; compartir el mensaje del Evangelio en lugares publicos; también los Obispos a través de cartas de exhortan al pueblo de Dios para rezar por la paz en el mundo, etc. “Hoy, junto con el Papa Francisco, deseamos “!Que se eleve fuerte en toda la Tierra el grito de la paz!” Unámonos todos por la paz”. (LEL-RV)

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Solo es válido lo que te lleva a Jesús: homilía del Papa en la misa del sábado
(RV).- El cristiano no debe jamás olvidar que el centro de su vida es Jesucristo: el Papa Francisco dedicó su homilía de la mañana del sábado en la Casa de Santa Marta a la centralidad de Jesús en la vida del cristiano. «Jesús – dijo – es el centro. Jesús es el Señor». Si bien, constató, no siempre «se entiende tan fácilmente». Jesús, afirmó, «no es un señor tal o cual» sino «el Señor, el único Señor». Y es Él el centro que «nos regenera y nos funda»: «el centro». Los fariseos de los que nos habla el Evangelio de hoy, observó, ponían «el centro de su religiosidad en tantos mandamientos». Y también hoy, «si no está Jesús al centro, estarán otras cosas». Y es así que «encontramos tantos cristianos sin Cristo, sin Jesús»:
“Por ejemplo, aquellos que tienen la enfermedad de los fariseos y son cristianos que ponen su fe, su religiosidad en tantos mandamientos: en tantos … ‘Ah, debo hacer esto, debo hacer esto, debo hacer esto…’. Cristianos de actitud … ‘Pero ¿por qué haces esto?’ – ‘ No: ¡se debe hacer!’. ‘Pero ¿por qué?’ – ‘Ah, no sé, pero se debe hacer’. Y Jesús, ¿dónde está? Un mandamiento es válido si viene de Jesús: yo hago esto porque el Señor quiere que yo haga esto. Pero así como yo soy un cristiano sin Cristo, hago esto y no sé por qué lo debo hacer».

Existen, agregó, «otros cristianos sin Cristo: aquellos que solo buscan devociones», «pero Jesús no está». «Si tus devociones te llevan a Jesús – dijo el Papa – eso está bien. Pero si te quedas ahí, algo no funciona». Hay luego, prosiguió, «otro grupo de cristianos sin Cristo: aquellos que buscan cosas un poco raras, un poco especiales, que van detrás de las revelaciones privadas», mientras que la Revelación se ha concluido con el Nuevo Testamento. El Papa advirtió en estos cristianos el deseo de ir «al espectáculo de la revelación, a sentir cosas nuevas». «¡Toma el Evangelio!», es la exhortación que Francisco les dirigió:
«Pero, padre, ¿cuál es la regla para ser cristianos con Cristo, y no convertirse en cristianos sin Cristo? Y ¿cuál es la señal de que una persona es un cristiano con Cristo?». La regla es simple: solo es válido aquello que te lleva a Jesús, y solo es válido aquello que viene de Jesús. Jesús es el centro, el Señor, como Él mismo dice. ¿Esto te lleva a Jesús? Va adelante. Este mandamiento, esta actitud ¿vienen de Jesús? Va adelante. Pero si no te lleva a Jesús y si no viene de Jesús, pero … no se sabe, es un poco peligroso”.

Luego el Obispo de Roma se volvió a preguntar: “¿Cuál es la señal de que yo soy cristiano con Jesús?”. La señal, dijo, es simple: es aquella del ciego de nacimiento que se postra ante Jesús para adorarlo:
«Pero si tú no logras adorar a Jesús, algo te falta. Una regla, una señal. La regla es: soy un buen cristiano, estoy en el camino del buen cristiano si hago aquello que viene de Jesús y hago aquello que me lleva a Jesús, porque Él es el centro. La señal es: soy capaz de adorar; la adoración. Esta oración de adoración ante Jesús. Que el Señor nos haga entender que solo Él es el Señor, es el único Señor. Y que también nos de la gracia de amarlo tanto, de seguirlo, de ir por el camino que Él nos ha enseñado». (RC-RV)

Fuente:: News.va

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Papa Francisco: «grito de paz llegue al corazón de todos y todos depongan las armas»
(RV).- Con su apremiante llamamiento, al convocar la Jornada de oración y ayuno por la paz en Siria, Oriente Medio y el mundo entero, el Santo Padre pidió que «el grito de la paz se alce con fuerza para que llegue al corazón de todos y todos depongan las armas y se dejen guiar por el deseo de paz».
«Paz en los corazones», es el título del editorial de Mons. Dario Eduardo Viganó, director general del Centro Televisivo Vaticano, para el informativo semanal Octava Dies. «Queremos un mundo de paz, queremos ser hombres y mujeres de paz, queremos que en nuestra sociedad, desgarrada por divisiones y conflictos, estalle la paz; ¡nunca más la guerra! ¡Nunca más la guerra! La paz es un don demasiado precioso, que tiene que ser promovido y tutelado». El editorial de Mons. Viganó comienza recordando que éste es el grito del Papa Francisco que convoca a toda la Iglesia, invitando a unirse a esta iniciativa, «de la manera que consideren más oportuno, a los hermanos cristianos no católicos, a los que pertenecen a otras religiones y a los hombres de buena voluntad», a una jornada de ayuno y de oración por la paz:
«La paz, como sabemos, no se puede reducir a la ausencia de guerras, sino que «se construye – dijo Pablo VI en la Populorum Progressio – día a día, en la búsqueda de un orden querido por Dios, que implica una justicia más perfecta entre los hombres». Palabras que nos recuerdan las de Pío XII «Nada se pierde con la paz. Todo puede perderse con la guerra», y las de Juan XXIII, que, en la Pacem in Terris, encomendaba a todos los hombres de buena voluntad «la tarea de reconstruir las relaciones de convivencia en la verdad, en la justicia, en el amor y en la libertad».
El director del Centro Televisivo Vaticano recuerda asimismo que «la paz que invocamos para el mundo entero no se puede lograr si no comenzamos, en primer lugar, por cada uno de nosotros, con la decisión personal de vivir nuestra humanidad en la transparencia del Evangelio. La paz no nace si nuestra vida está enraizada en el pecado, si las relaciones personales y concretas con las personas con las que compartimos nuestro tiempo – el del trabajo y el tiempo libre – están marcadas por la envidia y los celos que producen la mentira, la calumnia y la sospecha».
«Nos recuerda el Salmo que «con la boca bendicen, pero en su corazón maldicen». No se puede invocar la paz, cuando la lengua se dedica a la maledicencia. La paz puede nacer cuando nuestra oración brota del corazón redimido, del corazón que ha gozado la misericordia del Padre, y por ello es capaz de misericordia y perdón», reitera Mons. Viganó, para luego señalar que «la paz no es tema para moralistas, sino para los discípulos del Maestro; Jesús nos advierte cuando nos dice, con respecto a los líderes religiosos, ‘Practiquen y observen lo que ellos dicen, pero no actúen según sus obras, porque que ellos dicen y no hacen. Porque atan cargas pesadas y difíciles de llevar y las ponen sobre los hombros de los hombres, pero ellos no quieren mover un dedo’».
(CdM – RV)

Fuente:: News.va

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“Juntos por la paz”, Declaración de la Conferencia de las Iglesias Europeas y del Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa
(RV).- “Juntos por la paz”, es el título de la declaración firmada por los Presidentes de la Conferencia de las Iglesias Europeas y del Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa en adhesión a la Jornada de oración por Siria convocada por el Papa Francisco.
Ante el sufrimiento, destrucción y muerte que el noble pueblo sirio padece desde hace ya demasiado tiempo – se lee en el mensaje – insistimos en nuestro rechazo absoluto a la guerra. En este momento, nuestro recuerdo se dirige en especial a todos los fieles cristianos y a sus familias, que el conflicto en Siria ha perjudicado particularmente, con numerosos asesinatos y un éxodo en masa que puede llegar a cancelar una presencia más que milenaria en esta área del mundo.
Somos conscientes – escriben los Obispos Christopher Hill, Presidente de la Conferencia de las Iglesias y el Cardenal Péter Erd?, Presidente del Consejo de Conferencias Episcopales de Europa – de que la verdadera paz tan sólo viene de Dios. Por eso afirman: “A Él hemos de confiar los corazones atormentados de la humanidad, rezar por nuestra paz interior y la de las personas en conflicto”.
Al mismo tiempo, invitan a los fieles de todas sus Iglesias en Europa a unirse a ellos y a la comunidad internacional a la jornada de ayuno y oración por la paz en Siria este sábado 7 de septiembre, tal como lo ha propuesto el Papa Francisco.
Además, dirigiéndose a todas las naciones, y en particular a las reunidas en San Petersburgo por la Asamblea del G20, piden, junto al Arzobispo de Canterbury Justin Welbi, al Papa Francisco y a otros responsables de estas Iglesias, que privilegien la vía del diálogo en lugar del camino de las armas.
Por otra parte, exhortan a todos a mirar a Dios y a tomar el camino que haga cesar toda hostilidad, deponiendo las armas y abriendo la vía de la negociación, del diálogo, de la reconciliación y de la paz.
Porque como afirman: “Nunca es demasiado tarde para construir un futuro juntos. Esta paz tanto anhelada sólo puede ser alcanzada juntos, nunca a través del abuso de unos sobre otros. Estamos convencidos – concluyen – de que, con la ayuda de Dios, el sentido común puede prevalecer y alcanzar una convivencia pacífica en la verdad, en la justicia, en el amor, en la libertad y en el respeto de todas las minorías, en particular de los cristianos presentes en el país”.
(María Fernanda Bernasconi – RV).

Fuente:: News.va

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7 de Septiembre de 2013 / 0 Comentarios

Fuente:: Gaudium Press

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