La alegría del Evangelio (I)Mons. Francesc Pardo i Artigas      He leído y meditado durante días la carta – exhortación apostólica- que el Papa Francisco nos ha enviado a todos bajo el título “La alegría del Evangelio”. 

Algunos lectores del Full tal vez la hayáis leído –por lo menos algún capítulo-, o me habréis escuchado comentarla, pero muchos no la leeréis, y es muy importante conocer la reflexión y la opción del Papa de proponer algunas líneas “que puedan alentar y orientar en toda la Iglesia una nueva etapa evangelizadora, llena de fervor y dinamismo. Dentro de este marco, y en base a la doctrina  de la Constitución dogmática Lumen gentium, decidí, entre otros temas, detenerme largamente en las siguientes cuestiones: 

a)       La reforma de la Iglesia en salida misionera.

b)       Las tentaciones de los agentes  pastorales.

c)       La Iglesia entendida como la totalidad del Pueblo de Dios que evangeliza.

d)        La homilía y su preparación.

e)         La inclusión social de los pobres.

f)         La paz y el diálogo social.

g)         Las motivaciones espirituales para la tarea  misionera. 

Me extendí en esos temas con un desarrollo que quizá podrá pareceros excesivo. Pero no lo hice con la intención de ofrecer un tratado, sino sólo  para mostrar la importante incidencia práctica de esos asuntos en la tarea actual de la Iglesia. Todos ellos ayudan a perfilar un determinado estilo evangelizador que invito a asumir en cualquier actividad que se realice. Y así, de esta manera, podamos acoger, en medio de nuestro compromiso diario, la exhortación de la Palabra de Dios: “Alegraos siempre en el Señor. Os lo repito: ¡alegraos!” (Flp 4,4). 

He recordado la homilía de la fiesta de san Narciso, en la que manifestaba la necesidad de testimonios de Jesús, pero testimonios alegres porque han descubierto la alegría de la fe y la comunican con convencimiento y alegría. 

Presentaba como ejemplo la envidia que experimento con frecuencia, cuando escucho a los aficionados de los clubs de futbol hablar de su equipo con entusiasmo, con convencimiento… Ciertamente, cualquiera que les escuche pensará que “sienten los colores”. El Papa Francisco lo ha expresado diciendo que hacemos más cara de cuaresma que de pascua. 

Os animo ha leer la exhortación del Papa, o al menos algunos de sus capítulos. Está editada por Claret en catalán , y la encontraréis en la Librería Diocesana y con toda seguridad también en otras.

 

De todas formas intentaré, durante algunas semanas, ofreceros un resumen de algunos capítulos para que vivamos en verdad la alegría del Evangelio, asumiendo un estilo más evangélico en cualquiera de nuestras actividades pastorales. 

+ Francesc Pardo i Artigas

Obispo de Girona

Fuente:: Mons. Francesc Pardo i Artigas

Leer mas http://www.agenciasic.com/2014/01/18/la-alegria-del-evangelio-i/

AGUSTINCORTÉSMons. Agustí Cortés     Al querer profundizar sobre la alegría cristiana nos venían a la mente dos obras de sendos autores: uno, el ya mencionado, C. S. Lewis y el otro, Georges Bernanos. La asociación de ambos autores se debía, no sólo a que coincidieron en penetrar los secretos de la alegría cristiana, sino también a la discordancia que hay entre uno y otro, sus acentos y sus estilos. Podemos decir que aquél, Lewis, realmente “fue sorprendido por la alegría de la fe”, mientras que éste, Bernanos, “trabajó” duramente en su vida, en su pensamiento y en su literatura, esa misma alegría.

Nos interesa especialmente Bernanos para nuestro objetivo. ¿Cómo es posible que escribiera aquella novela, La alegría, que, según algunos, es “el libro más negro de los que escribió, donde se describe la agonía más espantosa de Chantal de Clergerie, una niña inocente, la pequeña santa, a quien se le ha robado todo, incluso su muerte?” (Ch. Moeller). He aquí la paradoja de la verdadera alegría, que Bernanos desarrolló hasta un radicalismo extremo. En ello es para nosotros hoy un maestro.

No intentemos explicar todo lo que vivió Bernanos, pues eso sería tanto como explicar el misterio del mismo Evangelio. Pero al menos demos razón de su experiencia. Ante todo él era un radical, es decir, alguien que iba a la raíz de todo y que no se contentaba con medias tintas o con falsos adornos. Así, sentía profundamente, dentro y fuera de sí, el enfrentamiento entre el bien y el mal, la verdad y la mentira, la justicia y la injusticia. Toda su vida fue en este sentido una lucha constante, una agonía de estas dos fuerzas antagónicas, que se disputan el mundo. Un combate que desgraciadamente venía a finalizar tantas veces con el triunfo del mal. El mundo estaba plagado de víctimas inocentes y, correspondientemente, de victorias injustas. Frente a la bondad y la inocencia de Chantal aparecerá la perversa y sin embargo “bien pensante”, Mouchette y frente al cura Cénabre, correcto, formalmente cumplidor, pero en el fondo con criterios mundanos y seculares, presentará el cura Chevance, mediocre y pobre, pero capaz de dar y recibir esperanza.

Que nadie piense que la alegría propugnada por Bernanos proviene de la victoria del bien sobre el mal, a la manera del final feliz de las novelas al uso. No hay héroes ni en la ficción ni en la vida. Los santos, incluidos los mártires, no lo son. Una de las características de la bondad evangélica, vivida por los personajes de Bernanos, es la impotencia. Impotencia también para la virtud perfecta. Los protagonistas no dejan de tener miedo a morir y vienen a ser un ejemplo de antihéroes.

El secreto de la alegría es talmente el misterio de la dicha en las Bienaventuranzas evangélicas. Primero, “para encontrar la esperanza hay que ir más allá de la desesperación; cuando llegamos más allá de la noche, del llanto, de la persecución, de la pobreza, encontramos la aurora”.

Hay un acto previo, que consiste en renunciar a la alegría, como gesto de pobreza y abandono total. Después, aquello a lo que uno ha renunciado, se convierte en ofrenda a Dios y don para los demás. Es en la alegría que uno es capaz de dar al hermano, donde se encuentra su verdad. De ahí que, Bernanos formulará el secreto evangélico:

“La vida me ha enseñado que nadie es consolado aquí, hasta que uno ha consolado a otros; nada recibimos sin haberlo dado antes”.

Agustí Cortés Soriano

Obispo de Sant Feliu de Llobregat

Fuente:: Mons. Agustí Cortés Soriano

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Reformar la Iglesia para evangelizarMons. Lluís Martínez Sistach     Estamos celebrando la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, como muchas iglesias y confesiones cristianas de todo el mundo. Es una semana de oración, es decir, es todo un acontecimiento espiritual. Se celebra cada año del 18 al 25 de enero. Este día tiene lugar la fiesta de la Conversión de san Pablo, lo que nos recuerda que en el movimiento ecuménico tiene una gran importancia el llamado ecumenismo espiritual, que ha estado siempre presente en los esfuerzos de aproximación y de aprecio entre los cristianos desde el inicio mismo del movimiento ecuménico.

Este año la Semana de Oración tiene un lema muy interpelador. Es una breve pregunta que, precisamente, hace san Pablo en su primera carta a los Corintios: “¿Es que Cristo está dividido?” En la comunidad cristiana de Corinto había divisiones y Pablo les invita a todos a vivir la comunión y la fraternidad, diciéndoles que las divisiones dificultan la propuesta de Cristo, es decir, el testimonio cristiano y la evangelización, que no se debe confundir con el proselitismo. Juan Pablo II, hablando a los jóvenes, les dijo una frase muy recordada: “La fe en Cristo se propaga, pero no se impone”.

El papa Francisco, en su reciente Exhortación apostólica La alegría de la fe, que recoge y propone a toda la Iglesia los trabajos del Sínodo del año 2012 sobre la evangelización, nos lo dice muy claramente: “La Iglesia, hoy, debe tener un espíritu misionero. La Iglesia ha de salir”. ¿Y qué quiere decir esto? Significa que debe ser misionera, y ésta es para ella una exigencia desde su inicio porque la Iglesia existe para evangelizar.

Ya lo dijo un documento todavía muy actual, la Evangelii nuntiandi, de Pablo VI. La Iglesia ha de servir para evangelizar, si no no sirve para nada, porque ha sido fundada por Jesucristo con la misión de anunciar al Mesías.

En la exhortación apostólica del papa Francisco también está muy presente esta dimensión de la reforma de la Iglesia, que debe estar presente en todos los estamentos; el Papa dice, incluso, que reformará lo necesario en el modo de ejercer su servicio de obispo de Roma y primado de la Iglesia católica. Ya lo dijo Juan Pablo II con estas palabras: “Ayudadme a hacer aquellas reformas que sean necesarias, manteniendo lo más sustancial y esencial del pontificado y del primado”.

Todos debemos estar abiertos a esta reforma necesaria: los obispos, las diócesis, las parroquias, los movimientos, los religiosos y los laicos también nos tenemos que ir reformando. Y reformarse significa convertirse. Por eso he mencionado la importancia que tiene la espiritualidad en el camino ecuménico. Si somos más fieles a Jesucristo y a las mociones del Espíritu Santo, daremos un testimonio más creíble ante el mundo de hoy.

El papa Francisco nos dice que el objetivo de la reforma eclesial es la misión porque, insisto, la Iglesia existe para evangelizar. Debemos estar dispuestos a reformar lo que sea necesario de la Iglesia para que ésta pueda cumplir su misión esencial.

+ Lluís Martínez Sistach

Cardenal arzobispo de Barcelona

Fuente:: Mons. Lluís Martínez Sistach

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Migraciones Cartel 2014“Emigrantes y refugiados: hacia un mundo mejor”

Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiiado

Domingo, 19 de enero de 2014

“Ha100do un mundo mejor”

Mensaje de los Obispos de la Comisión Episcopal de Migraciones

1. Cien años al servicio de las migraciones

En el año 1914, durante el pontificado de Benedicto XV, se celebraba la primera Jornada Mundial de Migraciones. El papa Francisco, al igual que sus predecesores, nos alumbra y estimula para la Jornada de este año 2014, que hace el número cien, con un mensaje de aliento y de esperanza titulado: «Emigrantes y refugiados: hacia un mundo mejor». En España hemos querido resaltar dicha efemérides y el servicio que ha prestado y sigue prestando al respecto nuestra Iglesia con la frase: «Con los emigrantes y refugiados: hacia un mundo mejor». Con ellos y al servicio de ellos ha estado nuestra Iglesia durante estos cien años. Y con ellos queremos seguir estando, compartiendo sus gozos y esperanzas, sus tristezas y angustias, acogiendo sus dones, ofreciéndoles el amor y el dinamismo liberador que nacen de Jesucristo y de su Evangelio.

El papa Francisco va delante y nos estimula en nuestro empeño no solo con sus luminosas palabras, sino con el testimonio de su vida. Fue muy significativo que una de sus primeras salidas del Vaticano fuera para visitar la isla de Lampedusa, ese lugar que es el icono más expresivo de la reiterada tragedia de tantos emigrantes que dejan su vida en el mar o en los caminos. A la vez que elevaba su oración por los fallecidos, quiso, con su palabra y sus gestos, tan significativos, sacudir la conciencia de Europa y de toda la humanidad.

Las costas del sur de España saben también de esas tragedias, como lo saben el desierto del Sahara, Arizona y tantos otros lugares donde van quedando enterradas tantas esperanzas, las esperanzas de los más pobres y sus luchas por la supervivencia. No es extraño que la compasión y la misericordia se convierta, con frecuencia, en gritos de indignación y vergüenza ante tales tragedias. En un mundo rico, que se defiende impidiendo la entrada de los pobres, se necesitan, más que las “vallas”, la solidaridad, la acogida, la fraternidad y la comprensión. «Emigrantes y refugiados no son peones sobre el tablero de la humanidad. Se trata de niños, mujeres y hombres que abandonan o son obligados a abandonar sus casas por muchas razones, que comparten el mismo deseo legítimo de conocer, de tener, pero sobre todo de ser “algo más”».

2. La emigración, realidad global y dinámica

La transformación de nuestra tierra en la “aldea global” tendría que ser la manifestación más elocuente del avance de los pueblos en camino para constituir, más allá de sus múltiples identidades y riquezas culturales, la gran familia de los hijos de Dios: «Todos unidos formando un solo pueblo, el pueblo que en la Pascua nació», dice la canción. Pero para ello nuestro mundo tendría que estructurarse en claves de solidaridad y de bien común. La lógica egoísta del interés tendría que ir dejando paso a la lógica de la comunión y del don. Sin embargo, las cosas no discurren así. A los inmigrantes les abrimos las puertas cuando los necesitamos y se las cerramos cuando su presencia choca con nuestros intereses. Da la impresión de que incluso en la Unión Europea, la adelantada de los derechos humanos, las políticas migratorias ponen el acento en el control de fronteras con medidas de protección y seguridad cada vez más duras y costosas. Las vallas cortantes, que en otros gobiernos fueron presentadas como elementos disuasorios para la inmigración ilegal, han vuelto a estar de actualidad. En este mundo de la globalización ¿caeremos en «la globalización de la indiferencia», como dijo el papa en Lampedusa?

No estamos por una inmigración incontrolada. Pero las solas medidas de control no están dando resultados. Como decía un inmigrante rescatado de las aguas, «el hambre no conoce fronteras». Sabemos que la solución al fenómeno migratorio es muy compleja. Permítasenos abogar por las medidas más generosas posibles y, sobre todo, por un compromiso de los países desarrollados a favor de los países pobres, con los que, en no pocos casos, ha habido vínculos históricos fuertes.

3. Las migraciones y las nuevas formas de esclavitud

Es un hecho evidente la relación de la emigración con la pobreza en sus múltiples manifestaciones. El santo padre, al hacerse eco de esta realidad, manifiesta la relación con las nuevas formas de esclavitud humana, que empujan especialmente a mujeres y niños a la prostitución y al trabajo ilegal. La emigración no tendría por qué discurrir en ningún caso por estos derroteros, pero la pobreza y los engaños de quienes aprovechan la pobreza para traficar con las personas son hoy, como dice el papa, «moneda corriente». Es este otro frente ante el que ha de sensibilizarse la sociedad. Nuestra Iglesia, presente en este campo mediante diversas congregaciones religiosas y otras instituciones, como Cáritas, Justicia y Paz , etc., reitera la denuncia de esta indigna explotación de las personas e invita a sus fieles y a sus organizaciones a seguir trabajando en este empeño y denunciando estas lamentables situaciones. Publicaciones como la reciente guía pedagógica para la educación y prevención de esta esclavitud el siglo XXI que es la prostitución pueden ser un buen medio para sensibilizar y prevenir.

4. Del recelo a la acogida

Se ha avanzado mucho en las actitudes de los ciudadanos ante la inmigración. Cada vez son más numerosas las personas conscientes de la aportación que los inmigrantes han supuesto y siguen suponiendo para nuestro país. Bastaría fijarse en quiénes son los cuidadores de muchos de nuestros ancianos. Sin embargo, en situaciones como la actual, de un paro tan fuerte, no es raro que haya ciudadanos que vean a los inmigrantes como un problema, «los que nos quitan el trabajo», y que ello pueda dar lugar a que afloren actitudes racistas o xenófobas. La misma denominación de “ilegales” no favorece una actitud positiva hacia los inmigrantes . La Doctrina Social de la Iglesia, que nos recuerda los múltiples rostros de la emigración, refugiados, familias, menores, nos invita a ir más allá de una visión puramente economicista de la persona humana. «Se necesita —en palabras del papa—, el paso de una actitud defensiva y recelosa, de desinterés o de marginación —que, al final, corresponde a la “cultura del rechazo”— a una actitud que ponga como fundamento la “cultura del encuentro”, la única capaz de construir un mundo más justo y fraterno, un mundo mejor».

5. La emigración, ocasión para la nueva evangelización

«Las migraciones —dice el papa Francisco—, pueden dar lugar a posibilidades de nueva evangelización, a abrir espacios para que crezca una nueva humanidad, preanunciada en el misterio pascual, una humanidad para la cual cada tierra extranjera es patria y cada patria es tierra extranjera». Este año, de nuevo, un buen número de agentes pastorales, religiosos y obispos pudimos hacer una “Peregrinación entre las dos orillas del Estrecho”. En Marruecos pudimos comprobar el ejemplar trabajo de la Iglesia con muchos de los hermanos migrantes que sueñan con venir a España a pesar de nuestra crisis. El testimonio de estas Iglesias fortalece nuestros empeños y nuestras esperanzas para —como quiere el papa— «ayudar a los otros a ver en el emigrante y en el refugiado no solo un problema que debe ser afrontado, sino un hermano y una hermana que deben ser acogidos, respetados y amados, una ocasión que la Providencia nos ofrece para contribuir a la construcción de una sociedad más justa, una democracia más plena, un país más solidario, un mundo más fraterno y una comunidad cristiana más abierta, de acuerdo con el Evangelio».

Lo mejor que puede ofrecer nuestra Iglesia a los hombres es Jesucristo y su Evangelio. En unas ocasiones lo hará con un lenguaje explícito. En otras, tendrá que dejar que hable el amor, que, cuando es verdadero, habla siempre de Dios, y, por eso, es evangelizador.

El plan de Dios para la humanidad es un plan de comunión. Deseamos que palabras como integración o comunión no sean unas palabras más. Ofrecemos, por eso, algunas sugerencias para avanzar por este surco prometedor.

6. Vías de comunión

• – Que nuestras parroquias procuren la existencia de grupos interculturales para que el que viene de fuera pueda ser acompañado respetuosamente en su proceso de adaptación, primero, y de comunión e integración, después. Una comunidad identificada con Cristo, misionera y creativa, no excluye a nadie; es más cercana a los que tienen más difícil la integración. Los espacios comunes como la escuela, el barrio o las asociaciones son unos ámbitos cotidianos que ningún cristiano debe desaprovechar.

• – El ámbito parroquial, el de la vida religiosa, el de los movimientos y cofradías son ámbitos muy adecuados para la acogida de personas —incluso dentro de sus propios espacios— y para la integración armónica no solo de expresiones devocionales nuevas, sino sobre todo para la fraternidad. El conocimiento de la Doctrina Social de la Iglesia es un medio muy importante para afinar la sensibilidad, promover la corresponsabilidad y velar por la protección de los derechos de las personas (trabajo, sanidad, vivienda , etc.), así como para denunciar, si fuera necesario, la violación de los mismos. Como dijo el beato Juan Pablo II: «La catolicidad no se manifiesta solamente en la comunión fraterna de los bautizados, sino también en la hospitalidad brindada al extranjero, cualquiera que sea su pertenencia religiosa, en el rechazo de toda exclusión o discriminación racial, y en el reconocimiento de la dignidad personal de cada uno, con el consiguiente compromiso de promover sus derechos inalienables» ( Juan Pablo II, Mensaje en la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado 1999 -2 de febrero de 1999-, 6)

• Que la sociedad española contribuya con el Gobierno a la promoción de acciones de cooperación y desarrollo, de paz y de democracia, en los países de donde provienen muchos de nuestros inmigrantes. La solidaridad de Europa puede ser decisiva para la mejora social y política en los países de origen de los inmigrantes.

• Construir una sociedad mejor en nuestro territorio es solo una parte de la solución. Se ha de trabajar por un orden económico internacional que no genere pobreza sobre pobreza, sino que ayude a superarla. Ello implica invertir con sentido social en el sur, especialmente en África, para crear medios de vida allí, y no solo para lograr beneficios a su costa aquí.

• Seguir abogando para que no se niegue el auxilio y la asistencia a los inmigrantes en situaciones de peligro para la vida,  para que no se llegue a penalizar la asistencia humanitaria a los mismos, para que sean tratados siempre con el debido respeto, para que nunca se den detenciones arbitrarias, para que se busquen alternativas más dignas a los Centros de Internamiento, y para que los internos gocen de la atención social y religiosa necesaria.

• Que aquellos españoles, que ahora se ven obligados a emigrar por la falta de trabajo, sepan que encontrarán siempre abiertas las puertas de nuestras misiones católicas en Europa, como lo hicieron en otros momentos.

6. Con María, nuestra Madre

Reconozcamos en los emigrantes, aunque hablen otro idioma, sean de otro color o tengan otros rasgos faciales, el rostro de Cristo, el rostro de un hermano. Que la pluralidad de sus identidades culturales no sea motivo de división, sino de enriquecimiento para nuestra sociedad y para nuestra Iglesia, que deseamos que sea, cada vez más, lugar de acogida y comunión para los mil rostros de Cristo. Y que María, emigrante forzosa en Egipto, nos ayude a hacerlo realidad e interceda por nosotros.

Los obispos de la Comisión Episcopal de Migraciones

Fuente:: SIC

Leer mas http://www.agenciasic.com/2014/01/18/la-cultura-del-encuentro-es-la-unica-capaz-de-construir-un-mundo-mas-justo-y-fraterno-recuerdan-los-obispos/

Migraciones Cartel 2014“Emigrantes y refugiados: hacia un mundo mejor”

Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiiado

Domingo, 19 de enero de 2014

“Ha100do un mundo mejor”

Mensaje de los Obispos de la Comisión Episcopal de Migraciones

1. Cien años al servicio de las migraciones

En el año 1914, durante el pontificado de Benedicto XV, se celebraba la primera Jornada Mundial de Migraciones. El papa Francisco, al igual que sus predecesores, nos alumbra y estimula para la Jornada de este año 2014, que hace el número cien, con un mensaje de aliento y de esperanza titulado: «Emigrantes y refugiados: hacia un mundo mejor». En España hemos querido resaltar dicha efemérides y el servicio que ha prestado y sigue prestando al respecto nuestra Iglesia con la frase: «Con los emigrantes y refugiados: hacia un mundo mejor». Con ellos y al servicio de ellos ha estado nuestra Iglesia durante estos cien años. Y con ellos queremos seguir estando, compartiendo sus gozos y esperanzas, sus tristezas y angustias, acogiendo sus dones, ofreciéndoles el amor y el dinamismo liberador que nacen de Jesucristo y de su Evangelio.

El papa Francisco va delante y nos estimula en nuestro empeño no solo con sus luminosas palabras, sino con el testimonio de su vida. Fue muy significativo que una de sus primeras salidas del Vaticano fuera para visitar la isla de Lampedusa, ese lugar que es el icono más expresivo de la reiterada tragedia de tantos emigrantes que dejan su vida en el mar o en los caminos. A la vez que elevaba su oración por los fallecidos, quiso, con su palabra y sus gestos, tan significativos, sacudir la conciencia de Europa y de toda la humanidad.

Las costas del sur de España saben también de esas tragedias, como lo saben el desierto del Sahara, Arizona y tantos otros lugares donde van quedando enterradas tantas esperanzas, las esperanzas de los más pobres y sus luchas por la supervivencia. No es extraño que la compasión y la misericordia se convierta, con frecuencia, en gritos de indignación y vergüenza ante tales tragedias. En un mundo rico, que se defiende impidiendo la entrada de los pobres, se necesitan, más que las “vallas”, la solidaridad, la acogida, la fraternidad y la comprensión. «Emigrantes y refugiados no son peones sobre el tablero de la humanidad. Se trata de niños, mujeres y hombres que abandonan o son obligados a abandonar sus casas por muchas razones, que comparten el mismo deseo legítimo de conocer, de tener, pero sobre todo de ser “algo más”».

2. La emigración, realidad global y dinámica

La transformación de nuestra tierra en la “aldea global” tendría que ser la manifestación más elocuente del avance de los pueblos en camino para constituir, más allá de sus múltiples identidades y riquezas culturales, la gran familia de los hijos de Dios: «Todos unidos formando un solo pueblo, el pueblo que en la Pascua nació», dice la canción. Pero para ello nuestro mundo tendría que estructurarse en claves de solidaridad y de bien común. La lógica egoísta del interés tendría que ir dejando paso a la lógica de la comunión y del don. Sin embargo, las cosas no discurren así. A los inmigrantes les abrimos las puertas cuando los necesitamos y se las cerramos cuando su presencia choca con nuestros intereses. Da la impresión de que incluso en la Unión Europea, la adelantada de los derechos humanos, las políticas migratorias ponen el acento en el control de fronteras con medidas de protección y seguridad cada vez más duras y costosas. Las vallas cortantes, que en otros gobiernos fueron presentadas como elementos disuasorios para la inmigración ilegal, han vuelto a estar de actualidad. En este mundo de la globalización ¿caeremos en «la globalización de la indiferencia», como dijo el papa en Lampedusa?

No estamos por una inmigración incontrolada. Pero las solas medidas de control no están dando resultados. Como decía un inmigrante rescatado de las aguas, «el hambre no conoce fronteras». Sabemos que la solución al fenómeno migratorio es muy compleja. Permítasenos abogar por las medidas más generosas posibles y, sobre todo, por un compromiso de los países desarrollados a favor de los países pobres, con los que, en no pocos casos, ha habido vínculos históricos fuertes.

3. Las migraciones y las nuevas formas de esclavitud

Es un hecho evidente la relación de la emigración con la pobreza en sus múltiples manifestaciones. El santo padre, al hacerse eco de esta realidad, manifiesta la relación con las nuevas formas de esclavitud humana, que empujan especialmente a mujeres y niños a la prostitución y al trabajo ilegal. La emigración no tendría por qué discurrir en ningún caso por estos derroteros, pero la pobreza y los engaños de quienes aprovechan la pobreza para traficar con las personas son hoy, como dice el papa, «moneda corriente». Es este otro frente ante el que ha de sensibilizarse la sociedad. Nuestra Iglesia, presente en este campo mediante diversas congregaciones religiosas y otras instituciones, como Cáritas, Justicia y Paz , etc., reitera la denuncia de esta indigna explotación de las personas e invita a sus fieles y a sus organizaciones a seguir trabajando en este empeño y denunciando estas lamentables situaciones. Publicaciones como la reciente guía pedagógica para la educación y prevención de esta esclavitud el siglo XXI que es la prostitución pueden ser un buen medio para sensibilizar y prevenir.

4. Del recelo a la acogida

Se ha avanzado mucho en las actitudes de los ciudadanos ante la inmigración. Cada vez son más numerosas las personas conscientes de la aportación que los inmigrantes han supuesto y siguen suponiendo para nuestro país. Bastaría fijarse en quiénes son los cuidadores de muchos de nuestros ancianos. Sin embargo, en situaciones como la actual, de un paro tan fuerte, no es raro que haya ciudadanos que vean a los inmigrantes como un problema, «los que nos quitan el trabajo», y que ello pueda dar lugar a que afloren actitudes racistas o xenófobas. La misma denominación de “ilegales” no favorece una actitud positiva hacia los inmigrantes . La Doctrina Social de la Iglesia, que nos recuerda los múltiples rostros de la emigración, refugiados, familias, menores, nos invita a ir más allá de una visión puramente economicista de la persona humana. «Se necesita —en palabras del papa—, el paso de una actitud defensiva y recelosa, de desinterés o de marginación —que, al final, corresponde a la “cultura del rechazo”— a una actitud que ponga como fundamento la “cultura del encuentro”, la única capaz de construir un mundo más justo y fraterno, un mundo mejor».

5. La emigración, ocasión para la nueva evangelización

«Las migraciones —dice el papa Francisco—, pueden dar lugar a posibilidades de nueva evangelización, a abrir espacios para que crezca una nueva humanidad, preanunciada en el misterio pascual, una humanidad para la cual cada tierra extranjera es patria y cada patria es tierra extranjera». Este año, de nuevo, un buen número de agentes pastorales, religiosos y obispos pudimos hacer una “Peregrinación entre las dos orillas del Estrecho”. En Marruecos pudimos comprobar el ejemplar trabajo de la Iglesia con muchos de los hermanos migrantes que sueñan con venir a España a pesar de nuestra crisis. El testimonio de estas Iglesias fortalece nuestros empeños y nuestras esperanzas para —como quiere el papa— «ayudar a los otros a ver en el emigrante y en el refugiado no solo un problema que debe ser afrontado, sino un hermano y una hermana que deben ser acogidos, respetados y amados, una ocasión que la Providencia nos ofrece para contribuir a la construcción de una sociedad más justa, una democracia más plena, un país más solidario, un mundo más fraterno y una comunidad cristiana más abierta, de acuerdo con el Evangelio».

Lo mejor que puede ofrecer nuestra Iglesia a los hombres es Jesucristo y su Evangelio. En unas ocasiones lo hará con un lenguaje explícito. En otras, tendrá que dejar que hable el amor, que, cuando es verdadero, habla siempre de Dios, y, por eso, es evangelizador.

El plan de Dios para la humanidad es un plan de comunión. Deseamos que palabras como integración o comunión no sean unas palabras más. Ofrecemos, por eso, algunas sugerencias para avanzar por este surco prometedor.

6. Vías de comunión

• – Que nuestras parroquias procuren la existencia de grupos interculturales para que el que viene de fuera pueda ser acompañado respetuosamente en su proceso de adaptación, primero, y de comunión e integración, después. Una comunidad identificada con Cristo, misionera y creativa, no excluye a nadie; es más cercana a los que tienen más difícil la integración. Los espacios comunes como la escuela, el barrio o las asociaciones son unos ámbitos cotidianos que ningún cristiano debe desaprovechar.

• – El ámbito parroquial, el de la vida religiosa, el de los movimientos y cofradías son ámbitos muy adecuados para la acogida de personas —incluso dentro de sus propios espacios— y para la integración armónica no solo de expresiones devocionales nuevas, sino sobre todo para la fraternidad. El conocimiento de la Doctrina Social de la Iglesia es un medio muy importante para afinar la sensibilidad, promover la corresponsabilidad y velar por la protección de los derechos de las personas (trabajo, sanidad, vivienda , etc.), así como para denunciar, si fuera necesario, la violación de los mismos. Como dijo el beato Juan Pablo II: «La catolicidad no se manifiesta solamente en la comunión fraterna de los bautizados, sino también en la hospitalidad brindada al extranjero, cualquiera que sea su pertenencia religiosa, en el rechazo de toda exclusión o discriminación racial, y en el reconocimiento de la dignidad personal de cada uno, con el consiguiente compromiso de promover sus derechos inalienables» ( Juan Pablo II, Mensaje en la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado 1999 -2 de febrero de 1999-, 6)

• Que la sociedad española contribuya con el Gobierno a la promoción de acciones de cooperación y desarrollo, de paz y de democracia, en los países de donde provienen muchos de nuestros inmigrantes. La solidaridad de Europa puede ser decisiva para la mejora social y política en los países de origen de los inmigrantes.

• Construir una sociedad mejor en nuestro territorio es solo una parte de la solución. Se ha de trabajar por un orden económico internacional que no genere pobreza sobre pobreza, sino que ayude a superarla. Ello implica invertir con sentido social en el sur, especialmente en África, para crear medios de vida allí, y no solo para lograr beneficios a su costa aquí.

• Seguir abogando para que no se niegue el auxilio y la asistencia a los inmigrantes en situaciones de peligro para la vida,  para que no se llegue a penalizar la asistencia humanitaria a los mismos, para que sean tratados siempre con el debido respeto, para que nunca se den detenciones arbitrarias, para que se busquen alternativas más dignas a los Centros de Internamiento, y para que los internos gocen de la atención social y religiosa necesaria.

• Que aquellos españoles, que ahora se ven obligados a emigrar por la falta de trabajo, sepan que encontrarán siempre abiertas las puertas de nuestras misiones católicas en Europa, como lo hicieron en otros momentos.

6. Con María, nuestra Madre

Reconozcamos en los emigrantes, aunque hablen otro idioma, sean de otro color o tengan otros rasgos faciales, el rostro de Cristo, el rostro de un hermano. Que la pluralidad de sus identidades culturales no sea motivo de división, sino de enriquecimiento para nuestra sociedad y para nuestra Iglesia, que deseamos que sea, cada vez más, lugar de acogida y comunión para los mil rostros de Cristo. Y que María, emigrante forzosa en Egipto, nos ayude a hacerlo realidad e interceda por nosotros.

Los obispos de la Comisión Episcopal de Migraciones

Fuente:: SIC

Leer mas http://www.agenciasic.com/2014/01/18/la-cultura-del-encuentro-es-la-unica-capaz-de-construir-un-mundo-mas-justo-y-fraterno-recuerdan-los-obispos/

Migraciones Cartel 2014“Emigrantes y refugiados: hacia un mundo mejor”

Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiiado

Domingo, 19 de enero de 2014

“Ha100do un mundo mejor”

Mensaje de los Obispos de la Comisión Episcopal de Migraciones

1. Cien años al servicio de las migraciones

En el año 1914, durante el pontificado de Benedicto XV, se celebraba la primera Jornada Mundial de Migraciones. El papa Francisco, al igual que sus predecesores, nos alumbra y estimula para la Jornada de este año 2014, que hace el número cien, con un mensaje de aliento y de esperanza titulado: «Emigrantes y refugiados: hacia un mundo mejor». En España hemos querido resaltar dicha efemérides y el servicio que ha prestado y sigue prestando al respecto nuestra Iglesia con la frase: «Con los emigrantes y refugiados: hacia un mundo mejor». Con ellos y al servicio de ellos ha estado nuestra Iglesia durante estos cien años. Y con ellos queremos seguir estando, compartiendo sus gozos y esperanzas, sus tristezas y angustias, acogiendo sus dones, ofreciéndoles el amor y el dinamismo liberador que nacen de Jesucristo y de su Evangelio.

El papa Francisco va delante y nos estimula en nuestro empeño no solo con sus luminosas palabras, sino con el testimonio de su vida. Fue muy significativo que una de sus primeras salidas del Vaticano fuera para visitar la isla de Lampedusa, ese lugar que es el icono más expresivo de la reiterada tragedia de tantos emigrantes que dejan su vida en el mar o en los caminos. A la vez que elevaba su oración por los fallecidos, quiso, con su palabra y sus gestos, tan significativos, sacudir la conciencia de Europa y de toda la humanidad.

Las costas del sur de España saben también de esas tragedias, como lo saben el desierto del Sahara, Arizona y tantos otros lugares donde van quedando enterradas tantas esperanzas, las esperanzas de los más pobres y sus luchas por la supervivencia. No es extraño que la compasión y la misericordia se convierta, con frecuencia, en gritos de indignación y vergüenza ante tales tragedias. En un mundo rico, que se defiende impidiendo la entrada de los pobres, se necesitan, más que las “vallas”, la solidaridad, la acogida, la fraternidad y la comprensión. «Emigrantes y refugiados no son peones sobre el tablero de la humanidad. Se trata de niños, mujeres y hombres que abandonan o son obligados a abandonar sus casas por muchas razones, que comparten el mismo deseo legítimo de conocer, de tener, pero sobre todo de ser “algo más”».

2. La emigración, realidad global y dinámica

La transformación de nuestra tierra en la “aldea global” tendría que ser la manifestación más elocuente del avance de los pueblos en camino para constituir, más allá de sus múltiples identidades y riquezas culturales, la gran familia de los hijos de Dios: «Todos unidos formando un solo pueblo, el pueblo que en la Pascua nació», dice la canción. Pero para ello nuestro mundo tendría que estructurarse en claves de solidaridad y de bien común. La lógica egoísta del interés tendría que ir dejando paso a la lógica de la comunión y del don. Sin embargo, las cosas no discurren así. A los inmigrantes les abrimos las puertas cuando los necesitamos y se las cerramos cuando su presencia choca con nuestros intereses. Da la impresión de que incluso en la Unión Europea, la adelantada de los derechos humanos, las políticas migratorias ponen el acento en el control de fronteras con medidas de protección y seguridad cada vez más duras y costosas. Las vallas cortantes, que en otros gobiernos fueron presentadas como elementos disuasorios para la inmigración ilegal, han vuelto a estar de actualidad. En este mundo de la globalización ¿caeremos en «la globalización de la indiferencia», como dijo el papa en Lampedusa?

No estamos por una inmigración incontrolada. Pero las solas medidas de control no están dando resultados. Como decía un inmigrante rescatado de las aguas, «el hambre no conoce fronteras». Sabemos que la solución al fenómeno migratorio es muy compleja. Permítasenos abogar por las medidas más generosas posibles y, sobre todo, por un compromiso de los países desarrollados a favor de los países pobres, con los que, en no pocos casos, ha habido vínculos históricos fuertes.

3. Las migraciones y las nuevas formas de esclavitud

Es un hecho evidente la relación de la emigración con la pobreza en sus múltiples manifestaciones. El santo padre, al hacerse eco de esta realidad, manifiesta la relación con las nuevas formas de esclavitud humana, que empujan especialmente a mujeres y niños a la prostitución y al trabajo ilegal. La emigración no tendría por qué discurrir en ningún caso por estos derroteros, pero la pobreza y los engaños de quienes aprovechan la pobreza para traficar con las personas son hoy, como dice el papa, «moneda corriente». Es este otro frente ante el que ha de sensibilizarse la sociedad. Nuestra Iglesia, presente en este campo mediante diversas congregaciones religiosas y otras instituciones, como Cáritas, Justicia y Paz , etc., reitera la denuncia de esta indigna explotación de las personas e invita a sus fieles y a sus organizaciones a seguir trabajando en este empeño y denunciando estas lamentables situaciones. Publicaciones como la reciente guía pedagógica para la educación y prevención de esta esclavitud el siglo XXI que es la prostitución pueden ser un buen medio para sensibilizar y prevenir.

4. Del recelo a la acogida

Se ha avanzado mucho en las actitudes de los ciudadanos ante la inmigración. Cada vez son más numerosas las personas conscientes de la aportación que los inmigrantes han supuesto y siguen suponiendo para nuestro país. Bastaría fijarse en quiénes son los cuidadores de muchos de nuestros ancianos. Sin embargo, en situaciones como la actual, de un paro tan fuerte, no es raro que haya ciudadanos que vean a los inmigrantes como un problema, «los que nos quitan el trabajo», y que ello pueda dar lugar a que afloren actitudes racistas o xenófobas. La misma denominación de “ilegales” no favorece una actitud positiva hacia los inmigrantes . La Doctrina Social de la Iglesia, que nos recuerda los múltiples rostros de la emigración, refugiados, familias, menores, nos invita a ir más allá de una visión puramente economicista de la persona humana. «Se necesita —en palabras del papa—, el paso de una actitud defensiva y recelosa, de desinterés o de marginación —que, al final, corresponde a la “cultura del rechazo”— a una actitud que ponga como fundamento la “cultura del encuentro”, la única capaz de construir un mundo más justo y fraterno, un mundo mejor».

5. La emigración, ocasión para la nueva evangelización

«Las migraciones —dice el papa Francisco—, pueden dar lugar a posibilidades de nueva evangelización, a abrir espacios para que crezca una nueva humanidad, preanunciada en el misterio pascual, una humanidad para la cual cada tierra extranjera es patria y cada patria es tierra extranjera». Este año, de nuevo, un buen número de agentes pastorales, religiosos y obispos pudimos hacer una “Peregrinación entre las dos orillas del Estrecho”. En Marruecos pudimos comprobar el ejemplar trabajo de la Iglesia con muchos de los hermanos migrantes que sueñan con venir a España a pesar de nuestra crisis. El testimonio de estas Iglesias fortalece nuestros empeños y nuestras esperanzas para —como quiere el papa— «ayudar a los otros a ver en el emigrante y en el refugiado no solo un problema que debe ser afrontado, sino un hermano y una hermana que deben ser acogidos, respetados y amados, una ocasión que la Providencia nos ofrece para contribuir a la construcción de una sociedad más justa, una democracia más plena, un país más solidario, un mundo más fraterno y una comunidad cristiana más abierta, de acuerdo con el Evangelio».

Lo mejor que puede ofrecer nuestra Iglesia a los hombres es Jesucristo y su Evangelio. En unas ocasiones lo hará con un lenguaje explícito. En otras, tendrá que dejar que hable el amor, que, cuando es verdadero, habla siempre de Dios, y, por eso, es evangelizador.

El plan de Dios para la humanidad es un plan de comunión. Deseamos que palabras como integración o comunión no sean unas palabras más. Ofrecemos, por eso, algunas sugerencias para avanzar por este surco prometedor.

6. Vías de comunión

• – Que nuestras parroquias procuren la existencia de grupos interculturales para que el que viene de fuera pueda ser acompañado respetuosamente en su proceso de adaptación, primero, y de comunión e integración, después. Una comunidad identificada con Cristo, misionera y creativa, no excluye a nadie; es más cercana a los que tienen más difícil la integración. Los espacios comunes como la escuela, el barrio o las asociaciones son unos ámbitos cotidianos que ningún cristiano debe desaprovechar.

• – El ámbito parroquial, el de la vida religiosa, el de los movimientos y cofradías son ámbitos muy adecuados para la acogida de personas —incluso dentro de sus propios espacios— y para la integración armónica no solo de expresiones devocionales nuevas, sino sobre todo para la fraternidad. El conocimiento de la Doctrina Social de la Iglesia es un medio muy importante para afinar la sensibilidad, promover la corresponsabilidad y velar por la protección de los derechos de las personas (trabajo, sanidad, vivienda , etc.), así como para denunciar, si fuera necesario, la violación de los mismos. Como dijo el beato Juan Pablo II: «La catolicidad no se manifiesta solamente en la comunión fraterna de los bautizados, sino también en la hospitalidad brindada al extranjero, cualquiera que sea su pertenencia religiosa, en el rechazo de toda exclusión o discriminación racial, y en el reconocimiento de la dignidad personal de cada uno, con el consiguiente compromiso de promover sus derechos inalienables» ( Juan Pablo II, Mensaje en la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado 1999 -2 de febrero de 1999-, 6)

• Que la sociedad española contribuya con el Gobierno a la promoción de acciones de cooperación y desarrollo, de paz y de democracia, en los países de donde provienen muchos de nuestros inmigrantes. La solidaridad de Europa puede ser decisiva para la mejora social y política en los países de origen de los inmigrantes.

• Construir una sociedad mejor en nuestro territorio es solo una parte de la solución. Se ha de trabajar por un orden económico internacional que no genere pobreza sobre pobreza, sino que ayude a superarla. Ello implica invertir con sentido social en el sur, especialmente en África, para crear medios de vida allí, y no solo para lograr beneficios a su costa aquí.

• Seguir abogando para que no se niegue el auxilio y la asistencia a los inmigrantes en situaciones de peligro para la vida,  para que no se llegue a penalizar la asistencia humanitaria a los mismos, para que sean tratados siempre con el debido respeto, para que nunca se den detenciones arbitrarias, para que se busquen alternativas más dignas a los Centros de Internamiento, y para que los internos gocen de la atención social y religiosa necesaria.

• Que aquellos españoles, que ahora se ven obligados a emigrar por la falta de trabajo, sepan que encontrarán siempre abiertas las puertas de nuestras misiones católicas en Europa, como lo hicieron en otros momentos.

6. Con María, nuestra Madre

Reconozcamos en los emigrantes, aunque hablen otro idioma, sean de otro color o tengan otros rasgos faciales, el rostro de Cristo, el rostro de un hermano. Que la pluralidad de sus identidades culturales no sea motivo de división, sino de enriquecimiento para nuestra sociedad y para nuestra Iglesia, que deseamos que sea, cada vez más, lugar de acogida y comunión para los mil rostros de Cristo. Y que María, emigrante forzosa en Egipto, nos ayude a hacerlo realidad e interceda por nosotros.

Los obispos de la Comisión Episcopal de Migraciones

Fuente:: SIC

Leer mas http://www.agenciasic.com/2014/01/18/la-cultura-del-encuentro-es-la-unica-capaz-de-construir-un-mundo-mas-justo-y-fraterno-recuerdan-los-obispos/

Migraciones Cartel 2014“Emigrantes y refugiados: hacia un mundo mejor”

Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiiado

Domingo, 19 de enero de 2014

“Ha100do un mundo mejor”

Mensaje de los Obispos de la Comisión Episcopal de Migraciones

1. Cien años al servicio de las migraciones

En el año 1914, durante el pontificado de Benedicto XV, se celebraba la primera Jornada Mundial de Migraciones. El papa Francisco, al igual que sus predecesores, nos alumbra y estimula para la Jornada de este año 2014, que hace el número cien, con un mensaje de aliento y de esperanza titulado: «Emigrantes y refugiados: hacia un mundo mejor». En España hemos querido resaltar dicha efemérides y el servicio que ha prestado y sigue prestando al respecto nuestra Iglesia con la frase: «Con los emigrantes y refugiados: hacia un mundo mejor». Con ellos y al servicio de ellos ha estado nuestra Iglesia durante estos cien años. Y con ellos queremos seguir estando, compartiendo sus gozos y esperanzas, sus tristezas y angustias, acogiendo sus dones, ofreciéndoles el amor y el dinamismo liberador que nacen de Jesucristo y de su Evangelio.

El papa Francisco va delante y nos estimula en nuestro empeño no solo con sus luminosas palabras, sino con el testimonio de su vida. Fue muy significativo que una de sus primeras salidas del Vaticano fuera para visitar la isla de Lampedusa, ese lugar que es el icono más expresivo de la reiterada tragedia de tantos emigrantes que dejan su vida en el mar o en los caminos. A la vez que elevaba su oración por los fallecidos, quiso, con su palabra y sus gestos, tan significativos, sacudir la conciencia de Europa y de toda la humanidad.

Las costas del sur de España saben también de esas tragedias, como lo saben el desierto del Sahara, Arizona y tantos otros lugares donde van quedando enterradas tantas esperanzas, las esperanzas de los más pobres y sus luchas por la supervivencia. No es extraño que la compasión y la misericordia se convierta, con frecuencia, en gritos de indignación y vergüenza ante tales tragedias. En un mundo rico, que se defiende impidiendo la entrada de los pobres, se necesitan, más que las “vallas”, la solidaridad, la acogida, la fraternidad y la comprensión. «Emigrantes y refugiados no son peones sobre el tablero de la humanidad. Se trata de niños, mujeres y hombres que abandonan o son obligados a abandonar sus casas por muchas razones, que comparten el mismo deseo legítimo de conocer, de tener, pero sobre todo de ser “algo más”».

2. La emigración, realidad global y dinámica

La transformación de nuestra tierra en la “aldea global” tendría que ser la manifestación más elocuente del avance de los pueblos en camino para constituir, más allá de sus múltiples identidades y riquezas culturales, la gran familia de los hijos de Dios: «Todos unidos formando un solo pueblo, el pueblo que en la Pascua nació», dice la canción. Pero para ello nuestro mundo tendría que estructurarse en claves de solidaridad y de bien común. La lógica egoísta del interés tendría que ir dejando paso a la lógica de la comunión y del don. Sin embargo, las cosas no discurren así. A los inmigrantes les abrimos las puertas cuando los necesitamos y se las cerramos cuando su presencia choca con nuestros intereses. Da la impresión de que incluso en la Unión Europea, la adelantada de los derechos humanos, las políticas migratorias ponen el acento en el control de fronteras con medidas de protección y seguridad cada vez más duras y costosas. Las vallas cortantes, que en otros gobiernos fueron presentadas como elementos disuasorios para la inmigración ilegal, han vuelto a estar de actualidad. En este mundo de la globalización ¿caeremos en «la globalización de la indiferencia», como dijo el papa en Lampedusa?

No estamos por una inmigración incontrolada. Pero las solas medidas de control no están dando resultados. Como decía un inmigrante rescatado de las aguas, «el hambre no conoce fronteras». Sabemos que la solución al fenómeno migratorio es muy compleja. Permítasenos abogar por las medidas más generosas posibles y, sobre todo, por un compromiso de los países desarrollados a favor de los países pobres, con los que, en no pocos casos, ha habido vínculos históricos fuertes.

3. Las migraciones y las nuevas formas de esclavitud

Es un hecho evidente la relación de la emigración con la pobreza en sus múltiples manifestaciones. El santo padre, al hacerse eco de esta realidad, manifiesta la relación con las nuevas formas de esclavitud humana, que empujan especialmente a mujeres y niños a la prostitución y al trabajo ilegal. La emigración no tendría por qué discurrir en ningún caso por estos derroteros, pero la pobreza y los engaños de quienes aprovechan la pobreza para traficar con las personas son hoy, como dice el papa, «moneda corriente». Es este otro frente ante el que ha de sensibilizarse la sociedad. Nuestra Iglesia, presente en este campo mediante diversas congregaciones religiosas y otras instituciones, como Cáritas, Justicia y Paz , etc., reitera la denuncia de esta indigna explotación de las personas e invita a sus fieles y a sus organizaciones a seguir trabajando en este empeño y denunciando estas lamentables situaciones. Publicaciones como la reciente guía pedagógica para la educación y prevención de esta esclavitud el siglo XXI que es la prostitución pueden ser un buen medio para sensibilizar y prevenir.

4. Del recelo a la acogida

Se ha avanzado mucho en las actitudes de los ciudadanos ante la inmigración. Cada vez son más numerosas las personas conscientes de la aportación que los inmigrantes han supuesto y siguen suponiendo para nuestro país. Bastaría fijarse en quiénes son los cuidadores de muchos de nuestros ancianos. Sin embargo, en situaciones como la actual, de un paro tan fuerte, no es raro que haya ciudadanos que vean a los inmigrantes como un problema, «los que nos quitan el trabajo», y que ello pueda dar lugar a que afloren actitudes racistas o xenófobas. La misma denominación de “ilegales” no favorece una actitud positiva hacia los inmigrantes . La Doctrina Social de la Iglesia, que nos recuerda los múltiples rostros de la emigración, refugiados, familias, menores, nos invita a ir más allá de una visión puramente economicista de la persona humana. «Se necesita —en palabras del papa—, el paso de una actitud defensiva y recelosa, de desinterés o de marginación —que, al final, corresponde a la “cultura del rechazo”— a una actitud que ponga como fundamento la “cultura del encuentro”, la única capaz de construir un mundo más justo y fraterno, un mundo mejor».

5. La emigración, ocasión para la nueva evangelización

«Las migraciones —dice el papa Francisco—, pueden dar lugar a posibilidades de nueva evangelización, a abrir espacios para que crezca una nueva humanidad, preanunciada en el misterio pascual, una humanidad para la cual cada tierra extranjera es patria y cada patria es tierra extranjera». Este año, de nuevo, un buen número de agentes pastorales, religiosos y obispos pudimos hacer una “Peregrinación entre las dos orillas del Estrecho”. En Marruecos pudimos comprobar el ejemplar trabajo de la Iglesia con muchos de los hermanos migrantes que sueñan con venir a España a pesar de nuestra crisis. El testimonio de estas Iglesias fortalece nuestros empeños y nuestras esperanzas para —como quiere el papa— «ayudar a los otros a ver en el emigrante y en el refugiado no solo un problema que debe ser afrontado, sino un hermano y una hermana que deben ser acogidos, respetados y amados, una ocasión que la Providencia nos ofrece para contribuir a la construcción de una sociedad más justa, una democracia más plena, un país más solidario, un mundo más fraterno y una comunidad cristiana más abierta, de acuerdo con el Evangelio».

Lo mejor que puede ofrecer nuestra Iglesia a los hombres es Jesucristo y su Evangelio. En unas ocasiones lo hará con un lenguaje explícito. En otras, tendrá que dejar que hable el amor, que, cuando es verdadero, habla siempre de Dios, y, por eso, es evangelizador.

El plan de Dios para la humanidad es un plan de comunión. Deseamos que palabras como integración o comunión no sean unas palabras más. Ofrecemos, por eso, algunas sugerencias para avanzar por este surco prometedor.

6. Vías de comunión

• – Que nuestras parroquias procuren la existencia de grupos interculturales para que el que viene de fuera pueda ser acompañado respetuosamente en su proceso de adaptación, primero, y de comunión e integración, después. Una comunidad identificada con Cristo, misionera y creativa, no excluye a nadie; es más cercana a los que tienen más difícil la integración. Los espacios comunes como la escuela, el barrio o las asociaciones son unos ámbitos cotidianos que ningún cristiano debe desaprovechar.

• – El ámbito parroquial, el de la vida religiosa, el de los movimientos y cofradías son ámbitos muy adecuados para la acogida de personas —incluso dentro de sus propios espacios— y para la integración armónica no solo de expresiones devocionales nuevas, sino sobre todo para la fraternidad. El conocimiento de la Doctrina Social de la Iglesia es un medio muy importante para afinar la sensibilidad, promover la corresponsabilidad y velar por la protección de los derechos de las personas (trabajo, sanidad, vivienda , etc.), así como para denunciar, si fuera necesario, la violación de los mismos. Como dijo el beato Juan Pablo II: «La catolicidad no se manifiesta solamente en la comunión fraterna de los bautizados, sino también en la hospitalidad brindada al extranjero, cualquiera que sea su pertenencia religiosa, en el rechazo de toda exclusión o discriminación racial, y en el reconocimiento de la dignidad personal de cada uno, con el consiguiente compromiso de promover sus derechos inalienables» ( Juan Pablo II, Mensaje en la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado 1999 -2 de febrero de 1999-, 6)

• Que la sociedad española contribuya con el Gobierno a la promoción de acciones de cooperación y desarrollo, de paz y de democracia, en los países de donde provienen muchos de nuestros inmigrantes. La solidaridad de Europa puede ser decisiva para la mejora social y política en los países de origen de los inmigrantes.

• Construir una sociedad mejor en nuestro territorio es solo una parte de la solución. Se ha de trabajar por un orden económico internacional que no genere pobreza sobre pobreza, sino que ayude a superarla. Ello implica invertir con sentido social en el sur, especialmente en África, para crear medios de vida allí, y no solo para lograr beneficios a su costa aquí.

• Seguir abogando para que no se niegue el auxilio y la asistencia a los inmigrantes en situaciones de peligro para la vida,  para que no se llegue a penalizar la asistencia humanitaria a los mismos, para que sean tratados siempre con el debido respeto, para que nunca se den detenciones arbitrarias, para que se busquen alternativas más dignas a los Centros de Internamiento, y para que los internos gocen de la atención social y religiosa necesaria.

• Que aquellos españoles, que ahora se ven obligados a emigrar por la falta de trabajo, sepan que encontrarán siempre abiertas las puertas de nuestras misiones católicas en Europa, como lo hicieron en otros momentos.

6. Con María, nuestra Madre

Reconozcamos en los emigrantes, aunque hablen otro idioma, sean de otro color o tengan otros rasgos faciales, el rostro de Cristo, el rostro de un hermano. Que la pluralidad de sus identidades culturales no sea motivo de división, sino de enriquecimiento para nuestra sociedad y para nuestra Iglesia, que deseamos que sea, cada vez más, lugar de acogida y comunión para los mil rostros de Cristo. Y que María, emigrante forzosa en Egipto, nos ayude a hacerlo realidad e interceda por nosotros.

Los obispos de la Comisión Episcopal de Migraciones

Fuente:: SIC

Leer mas http://www.agenciasic.com/2014/01/18/la-cultura-del-encuentro-es-la-unica-capaz-de-construir-un-mundo-mas-justo-y-fraterno-recuerdan-los-obispos/

Migraciones Cartel 2014“Emigrantes y refugiados: hacia un mundo mejor”

Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiiado

Domingo, 19 de enero de 2014

“Ha100do un mundo mejor”

Mensaje de los Obispos de la Comisión Episcopal de Migraciones

1. Cien años al servicio de las migraciones

En el año 1914, durante el pontificado de Benedicto XV, se celebraba la primera Jornada Mundial de Migraciones. El papa Francisco, al igual que sus predecesores, nos alumbra y estimula para la Jornada de este año 2014, que hace el número cien, con un mensaje de aliento y de esperanza titulado: «Emigrantes y refugiados: hacia un mundo mejor». En España hemos querido resaltar dicha efemérides y el servicio que ha prestado y sigue prestando al respecto nuestra Iglesia con la frase: «Con los emigrantes y refugiados: hacia un mundo mejor». Con ellos y al servicio de ellos ha estado nuestra Iglesia durante estos cien años. Y con ellos queremos seguir estando, compartiendo sus gozos y esperanzas, sus tristezas y angustias, acogiendo sus dones, ofreciéndoles el amor y el dinamismo liberador que nacen de Jesucristo y de su Evangelio.

El papa Francisco va delante y nos estimula en nuestro empeño no solo con sus luminosas palabras, sino con el testimonio de su vida. Fue muy significativo que una de sus primeras salidas del Vaticano fuera para visitar la isla de Lampedusa, ese lugar que es el icono más expresivo de la reiterada tragedia de tantos emigrantes que dejan su vida en el mar o en los caminos. A la vez que elevaba su oración por los fallecidos, quiso, con su palabra y sus gestos, tan significativos, sacudir la conciencia de Europa y de toda la humanidad.

Las costas del sur de España saben también de esas tragedias, como lo saben el desierto del Sahara, Arizona y tantos otros lugares donde van quedando enterradas tantas esperanzas, las esperanzas de los más pobres y sus luchas por la supervivencia. No es extraño que la compasión y la misericordia se convierta, con frecuencia, en gritos de indignación y vergüenza ante tales tragedias. En un mundo rico, que se defiende impidiendo la entrada de los pobres, se necesitan, más que las “vallas”, la solidaridad, la acogida, la fraternidad y la comprensión. «Emigrantes y refugiados no son peones sobre el tablero de la humanidad. Se trata de niños, mujeres y hombres que abandonan o son obligados a abandonar sus casas por muchas razones, que comparten el mismo deseo legítimo de conocer, de tener, pero sobre todo de ser “algo más”».

2. La emigración, realidad global y dinámica

La transformación de nuestra tierra en la “aldea global” tendría que ser la manifestación más elocuente del avance de los pueblos en camino para constituir, más allá de sus múltiples identidades y riquezas culturales, la gran familia de los hijos de Dios: «Todos unidos formando un solo pueblo, el pueblo que en la Pascua nació», dice la canción. Pero para ello nuestro mundo tendría que estructurarse en claves de solidaridad y de bien común. La lógica egoísta del interés tendría que ir dejando paso a la lógica de la comunión y del don. Sin embargo, las cosas no discurren así. A los inmigrantes les abrimos las puertas cuando los necesitamos y se las cerramos cuando su presencia choca con nuestros intereses. Da la impresión de que incluso en la Unión Europea, la adelantada de los derechos humanos, las políticas migratorias ponen el acento en el control de fronteras con medidas de protección y seguridad cada vez más duras y costosas. Las vallas cortantes, que en otros gobiernos fueron presentadas como elementos disuasorios para la inmigración ilegal, han vuelto a estar de actualidad. En este mundo de la globalización ¿caeremos en «la globalización de la indiferencia», como dijo el papa en Lampedusa?

No estamos por una inmigración incontrolada. Pero las solas medidas de control no están dando resultados. Como decía un inmigrante rescatado de las aguas, «el hambre no conoce fronteras». Sabemos que la solución al fenómeno migratorio es muy compleja. Permítasenos abogar por las medidas más generosas posibles y, sobre todo, por un compromiso de los países desarrollados a favor de los países pobres, con los que, en no pocos casos, ha habido vínculos históricos fuertes.

3. Las migraciones y las nuevas formas de esclavitud

Es un hecho evidente la relación de la emigración con la pobreza en sus múltiples manifestaciones. El santo padre, al hacerse eco de esta realidad, manifiesta la relación con las nuevas formas de esclavitud humana, que empujan especialmente a mujeres y niños a la prostitución y al trabajo ilegal. La emigración no tendría por qué discurrir en ningún caso por estos derroteros, pero la pobreza y los engaños de quienes aprovechan la pobreza para traficar con las personas son hoy, como dice el papa, «moneda corriente». Es este otro frente ante el que ha de sensibilizarse la sociedad. Nuestra Iglesia, presente en este campo mediante diversas congregaciones religiosas y otras instituciones, como Cáritas, Justicia y Paz , etc., reitera la denuncia de esta indigna explotación de las personas e invita a sus fieles y a sus organizaciones a seguir trabajando en este empeño y denunciando estas lamentables situaciones. Publicaciones como la reciente guía pedagógica para la educación y prevención de esta esclavitud el siglo XXI que es la prostitución pueden ser un buen medio para sensibilizar y prevenir.

4. Del recelo a la acogida

Se ha avanzado mucho en las actitudes de los ciudadanos ante la inmigración. Cada vez son más numerosas las personas conscientes de la aportación que los inmigrantes han supuesto y siguen suponiendo para nuestro país. Bastaría fijarse en quiénes son los cuidadores de muchos de nuestros ancianos. Sin embargo, en situaciones como la actual, de un paro tan fuerte, no es raro que haya ciudadanos que vean a los inmigrantes como un problema, «los que nos quitan el trabajo», y que ello pueda dar lugar a que afloren actitudes racistas o xenófobas. La misma denominación de “ilegales” no favorece una actitud positiva hacia los inmigrantes . La Doctrina Social de la Iglesia, que nos recuerda los múltiples rostros de la emigración, refugiados, familias, menores, nos invita a ir más allá de una visión puramente economicista de la persona humana. «Se necesita —en palabras del papa—, el paso de una actitud defensiva y recelosa, de desinterés o de marginación —que, al final, corresponde a la “cultura del rechazo”— a una actitud que ponga como fundamento la “cultura del encuentro”, la única capaz de construir un mundo más justo y fraterno, un mundo mejor».

5. La emigración, ocasión para la nueva evangelización

«Las migraciones —dice el papa Francisco—, pueden dar lugar a posibilidades de nueva evangelización, a abrir espacios para que crezca una nueva humanidad, preanunciada en el misterio pascual, una humanidad para la cual cada tierra extranjera es patria y cada patria es tierra extranjera». Este año, de nuevo, un buen número de agentes pastorales, religiosos y obispos pudimos hacer una “Peregrinación entre las dos orillas del Estrecho”. En Marruecos pudimos comprobar el ejemplar trabajo de la Iglesia con muchos de los hermanos migrantes que sueñan con venir a España a pesar de nuestra crisis. El testimonio de estas Iglesias fortalece nuestros empeños y nuestras esperanzas para —como quiere el papa— «ayudar a los otros a ver en el emigrante y en el refugiado no solo un problema que debe ser afrontado, sino un hermano y una hermana que deben ser acogidos, respetados y amados, una ocasión que la Providencia nos ofrece para contribuir a la construcción de una sociedad más justa, una democracia más plena, un país más solidario, un mundo más fraterno y una comunidad cristiana más abierta, de acuerdo con el Evangelio».

Lo mejor que puede ofrecer nuestra Iglesia a los hombres es Jesucristo y su Evangelio. En unas ocasiones lo hará con un lenguaje explícito. En otras, tendrá que dejar que hable el amor, que, cuando es verdadero, habla siempre de Dios, y, por eso, es evangelizador.

El plan de Dios para la humanidad es un plan de comunión. Deseamos que palabras como integración o comunión no sean unas palabras más. Ofrecemos, por eso, algunas sugerencias para avanzar por este surco prometedor.

6. Vías de comunión

• – Que nuestras parroquias procuren la existencia de grupos interculturales para que el que viene de fuera pueda ser acompañado respetuosamente en su proceso de adaptación, primero, y de comunión e integración, después. Una comunidad identificada con Cristo, misionera y creativa, no excluye a nadie; es más cercana a los que tienen más difícil la integración. Los espacios comunes como la escuela, el barrio o las asociaciones son unos ámbitos cotidianos que ningún cristiano debe desaprovechar.

• – El ámbito parroquial, el de la vida religiosa, el de los movimientos y cofradías son ámbitos muy adecuados para la acogida de personas —incluso dentro de sus propios espacios— y para la integración armónica no solo de expresiones devocionales nuevas, sino sobre todo para la fraternidad. El conocimiento de la Doctrina Social de la Iglesia es un medio muy importante para afinar la sensibilidad, promover la corresponsabilidad y velar por la protección de los derechos de las personas (trabajo, sanidad, vivienda , etc.), así como para denunciar, si fuera necesario, la violación de los mismos. Como dijo el beato Juan Pablo II: «La catolicidad no se manifiesta solamente en la comunión fraterna de los bautizados, sino también en la hospitalidad brindada al extranjero, cualquiera que sea su pertenencia religiosa, en el rechazo de toda exclusión o discriminación racial, y en el reconocimiento de la dignidad personal de cada uno, con el consiguiente compromiso de promover sus derechos inalienables» ( Juan Pablo II, Mensaje en la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado 1999 -2 de febrero de 1999-, 6)

• Que la sociedad española contribuya con el Gobierno a la promoción de acciones de cooperación y desarrollo, de paz y de democracia, en los países de donde provienen muchos de nuestros inmigrantes. La solidaridad de Europa puede ser decisiva para la mejora social y política en los países de origen de los inmigrantes.

• Construir una sociedad mejor en nuestro territorio es solo una parte de la solución. Se ha de trabajar por un orden económico internacional que no genere pobreza sobre pobreza, sino que ayude a superarla. Ello implica invertir con sentido social en el sur, especialmente en África, para crear medios de vida allí, y no solo para lograr beneficios a su costa aquí.

• Seguir abogando para que no se niegue el auxilio y la asistencia a los inmigrantes en situaciones de peligro para la vida,  para que no se llegue a penalizar la asistencia humanitaria a los mismos, para que sean tratados siempre con el debido respeto, para que nunca se den detenciones arbitrarias, para que se busquen alternativas más dignas a los Centros de Internamiento, y para que los internos gocen de la atención social y religiosa necesaria.

• Que aquellos españoles, que ahora se ven obligados a emigrar por la falta de trabajo, sepan que encontrarán siempre abiertas las puertas de nuestras misiones católicas en Europa, como lo hicieron en otros momentos.

6. Con María, nuestra Madre

Reconozcamos en los emigrantes, aunque hablen otro idioma, sean de otro color o tengan otros rasgos faciales, el rostro de Cristo, el rostro de un hermano. Que la pluralidad de sus identidades culturales no sea motivo de división, sino de enriquecimiento para nuestra sociedad y para nuestra Iglesia, que deseamos que sea, cada vez más, lugar de acogida y comunión para los mil rostros de Cristo. Y que María, emigrante forzosa en Egipto, nos ayude a hacerlo realidad e interceda por nosotros.

Los obispos de la Comisión Episcopal de Migraciones

Fuente:: SIC

Leer mas http://www.agenciasic.com/2014/01/18/la-cultura-del-encuentro-es-la-unica-capaz-de-construir-un-mundo-mas-justo-y-fraterno-recuerdan-los-obispos/

Migraciones Cartel 2014“Emigrantes y refugiados: hacia un mundo mejor”

Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiiado

Domingo, 19 de enero de 2014

“Ha100do un mundo mejor”

Mensaje de los Obispos de la Comisión Episcopal de Migraciones

1. Cien años al servicio de las migraciones

En el año 1914, durante el pontificado de Benedicto XV, se celebraba la primera Jornada Mundial de Migraciones. El papa Francisco, al igual que sus predecesores, nos alumbra y estimula para la Jornada de este año 2014, que hace el número cien, con un mensaje de aliento y de esperanza titulado: «Emigrantes y refugiados: hacia un mundo mejor». En España hemos querido resaltar dicha efemérides y el servicio que ha prestado y sigue prestando al respecto nuestra Iglesia con la frase: «Con los emigrantes y refugiados: hacia un mundo mejor». Con ellos y al servicio de ellos ha estado nuestra Iglesia durante estos cien años. Y con ellos queremos seguir estando, compartiendo sus gozos y esperanzas, sus tristezas y angustias, acogiendo sus dones, ofreciéndoles el amor y el dinamismo liberador que nacen de Jesucristo y de su Evangelio.

El papa Francisco va delante y nos estimula en nuestro empeño no solo con sus luminosas palabras, sino con el testimonio de su vida. Fue muy significativo que una de sus primeras salidas del Vaticano fuera para visitar la isla de Lampedusa, ese lugar que es el icono más expresivo de la reiterada tragedia de tantos emigrantes que dejan su vida en el mar o en los caminos. A la vez que elevaba su oración por los fallecidos, quiso, con su palabra y sus gestos, tan significativos, sacudir la conciencia de Europa y de toda la humanidad.

Las costas del sur de España saben también de esas tragedias, como lo saben el desierto del Sahara, Arizona y tantos otros lugares donde van quedando enterradas tantas esperanzas, las esperanzas de los más pobres y sus luchas por la supervivencia. No es extraño que la compasión y la misericordia se convierta, con frecuencia, en gritos de indignación y vergüenza ante tales tragedias. En un mundo rico, que se defiende impidiendo la entrada de los pobres, se necesitan, más que las “vallas”, la solidaridad, la acogida, la fraternidad y la comprensión. «Emigrantes y refugiados no son peones sobre el tablero de la humanidad. Se trata de niños, mujeres y hombres que abandonan o son obligados a abandonar sus casas por muchas razones, que comparten el mismo deseo legítimo de conocer, de tener, pero sobre todo de ser “algo más”».

2. La emigración, realidad global y dinámica

La transformación de nuestra tierra en la “aldea global” tendría que ser la manifestación más elocuente del avance de los pueblos en camino para constituir, más allá de sus múltiples identidades y riquezas culturales, la gran familia de los hijos de Dios: «Todos unidos formando un solo pueblo, el pueblo que en la Pascua nació», dice la canción. Pero para ello nuestro mundo tendría que estructurarse en claves de solidaridad y de bien común. La lógica egoísta del interés tendría que ir dejando paso a la lógica de la comunión y del don. Sin embargo, las cosas no discurren así. A los inmigrantes les abrimos las puertas cuando los necesitamos y se las cerramos cuando su presencia choca con nuestros intereses. Da la impresión de que incluso en la Unión Europea, la adelantada de los derechos humanos, las políticas migratorias ponen el acento en el control de fronteras con medidas de protección y seguridad cada vez más duras y costosas. Las vallas cortantes, que en otros gobiernos fueron presentadas como elementos disuasorios para la inmigración ilegal, han vuelto a estar de actualidad. En este mundo de la globalización ¿caeremos en «la globalización de la indiferencia», como dijo el papa en Lampedusa?

No estamos por una inmigración incontrolada. Pero las solas medidas de control no están dando resultados. Como decía un inmigrante rescatado de las aguas, «el hambre no conoce fronteras». Sabemos que la solución al fenómeno migratorio es muy compleja. Permítasenos abogar por las medidas más generosas posibles y, sobre todo, por un compromiso de los países desarrollados a favor de los países pobres, con los que, en no pocos casos, ha habido vínculos históricos fuertes.

3. Las migraciones y las nuevas formas de esclavitud

Es un hecho evidente la relación de la emigración con la pobreza en sus múltiples manifestaciones. El santo padre, al hacerse eco de esta realidad, manifiesta la relación con las nuevas formas de esclavitud humana, que empujan especialmente a mujeres y niños a la prostitución y al trabajo ilegal. La emigración no tendría por qué discurrir en ningún caso por estos derroteros, pero la pobreza y los engaños de quienes aprovechan la pobreza para traficar con las personas son hoy, como dice el papa, «moneda corriente». Es este otro frente ante el que ha de sensibilizarse la sociedad. Nuestra Iglesia, presente en este campo mediante diversas congregaciones religiosas y otras instituciones, como Cáritas, Justicia y Paz , etc., reitera la denuncia de esta indigna explotación de las personas e invita a sus fieles y a sus organizaciones a seguir trabajando en este empeño y denunciando estas lamentables situaciones. Publicaciones como la reciente guía pedagógica para la educación y prevención de esta esclavitud el siglo XXI que es la prostitución pueden ser un buen medio para sensibilizar y prevenir.

4. Del recelo a la acogida

Se ha avanzado mucho en las actitudes de los ciudadanos ante la inmigración. Cada vez son más numerosas las personas conscientes de la aportación que los inmigrantes han supuesto y siguen suponiendo para nuestro país. Bastaría fijarse en quiénes son los cuidadores de muchos de nuestros ancianos. Sin embargo, en situaciones como la actual, de un paro tan fuerte, no es raro que haya ciudadanos que vean a los inmigrantes como un problema, «los que nos quitan el trabajo», y que ello pueda dar lugar a que afloren actitudes racistas o xenófobas. La misma denominación de “ilegales” no favorece una actitud positiva hacia los inmigrantes . La Doctrina Social de la Iglesia, que nos recuerda los múltiples rostros de la emigración, refugiados, familias, menores, nos invita a ir más allá de una visión puramente economicista de la persona humana. «Se necesita —en palabras del papa—, el paso de una actitud defensiva y recelosa, de desinterés o de marginación —que, al final, corresponde a la “cultura del rechazo”— a una actitud que ponga como fundamento la “cultura del encuentro”, la única capaz de construir un mundo más justo y fraterno, un mundo mejor».

5. La emigración, ocasión para la nueva evangelización

«Las migraciones —dice el papa Francisco—, pueden dar lugar a posibilidades de nueva evangelización, a abrir espacios para que crezca una nueva humanidad, preanunciada en el misterio pascual, una humanidad para la cual cada tierra extranjera es patria y cada patria es tierra extranjera». Este año, de nuevo, un buen número de agentes pastorales, religiosos y obispos pudimos hacer una “Peregrinación entre las dos orillas del Estrecho”. En Marruecos pudimos comprobar el ejemplar trabajo de la Iglesia con muchos de los hermanos migrantes que sueñan con venir a España a pesar de nuestra crisis. El testimonio de estas Iglesias fortalece nuestros empeños y nuestras esperanzas para —como quiere el papa— «ayudar a los otros a ver en el emigrante y en el refugiado no solo un problema que debe ser afrontado, sino un hermano y una hermana que deben ser acogidos, respetados y amados, una ocasión que la Providencia nos ofrece para contribuir a la construcción de una sociedad más justa, una democracia más plena, un país más solidario, un mundo más fraterno y una comunidad cristiana más abierta, de acuerdo con el Evangelio».

Lo mejor que puede ofrecer nuestra Iglesia a los hombres es Jesucristo y su Evangelio. En unas ocasiones lo hará con un lenguaje explícito. En otras, tendrá que dejar que hable el amor, que, cuando es verdadero, habla siempre de Dios, y, por eso, es evangelizador.

El plan de Dios para la humanidad es un plan de comunión. Deseamos que palabras como integración o comunión no sean unas palabras más. Ofrecemos, por eso, algunas sugerencias para avanzar por este surco prometedor.

6. Vías de comunión

• – Que nuestras parroquias procuren la existencia de grupos interculturales para que el que viene de fuera pueda ser acompañado respetuosamente en su proceso de adaptación, primero, y de comunión e integración, después. Una comunidad identificada con Cristo, misionera y creativa, no excluye a nadie; es más cercana a los que tienen más difícil la integración. Los espacios comunes como la escuela, el barrio o las asociaciones son unos ámbitos cotidianos que ningún cristiano debe desaprovechar.

• – El ámbito parroquial, el de la vida religiosa, el de los movimientos y cofradías son ámbitos muy adecuados para la acogida de personas —incluso dentro de sus propios espacios— y para la integración armónica no solo de expresiones devocionales nuevas, sino sobre todo para la fraternidad. El conocimiento de la Doctrina Social de la Iglesia es un medio muy importante para afinar la sensibilidad, promover la corresponsabilidad y velar por la protección de los derechos de las personas (trabajo, sanidad, vivienda , etc.), así como para denunciar, si fuera necesario, la violación de los mismos. Como dijo el beato Juan Pablo II: «La catolicidad no se manifiesta solamente en la comunión fraterna de los bautizados, sino también en la hospitalidad brindada al extranjero, cualquiera que sea su pertenencia religiosa, en el rechazo de toda exclusión o discriminación racial, y en el reconocimiento de la dignidad personal de cada uno, con el consiguiente compromiso de promover sus derechos inalienables» ( Juan Pablo II, Mensaje en la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado 1999 -2 de febrero de 1999-, 6)

• Que la sociedad española contribuya con el Gobierno a la promoción de acciones de cooperación y desarrollo, de paz y de democracia, en los países de donde provienen muchos de nuestros inmigrantes. La solidaridad de Europa puede ser decisiva para la mejora social y política en los países de origen de los inmigrantes.

• Construir una sociedad mejor en nuestro territorio es solo una parte de la solución. Se ha de trabajar por un orden económico internacional que no genere pobreza sobre pobreza, sino que ayude a superarla. Ello implica invertir con sentido social en el sur, especialmente en África, para crear medios de vida allí, y no solo para lograr beneficios a su costa aquí.

• Seguir abogando para que no se niegue el auxilio y la asistencia a los inmigrantes en situaciones de peligro para la vida,  para que no se llegue a penalizar la asistencia humanitaria a los mismos, para que sean tratados siempre con el debido respeto, para que nunca se den detenciones arbitrarias, para que se busquen alternativas más dignas a los Centros de Internamiento, y para que los internos gocen de la atención social y religiosa necesaria.

• Que aquellos españoles, que ahora se ven obligados a emigrar por la falta de trabajo, sepan que encontrarán siempre abiertas las puertas de nuestras misiones católicas en Europa, como lo hicieron en otros momentos.

6. Con María, nuestra Madre

Reconozcamos en los emigrantes, aunque hablen otro idioma, sean de otro color o tengan otros rasgos faciales, el rostro de Cristo, el rostro de un hermano. Que la pluralidad de sus identidades culturales no sea motivo de división, sino de enriquecimiento para nuestra sociedad y para nuestra Iglesia, que deseamos que sea, cada vez más, lugar de acogida y comunión para los mil rostros de Cristo. Y que María, emigrante forzosa en Egipto, nos ayude a hacerlo realidad e interceda por nosotros.

Los obispos de la Comisión Episcopal de Migraciones

Fuente:: SIC

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Hoy sábado, día 18 de enero, da comienzo el Octavario de Oración por la Unidad de los Cristianos, que este año tiene como lema ¿Es que Cristo está dividido?(1 Corintios 1, 1-17). Con este motivo, los Obispos de la Comisión Episcopal de Relaciones Interconfesionales han hecho público un mensaje en el que explican que los materiales para la Semana de Oración de este año, 2014, han sido elaborados por un grupo ecuménico de Canadá.

Mensaje de los Obispos de la Comisión episcopal de Relaciones Interconfesionales

Los materiales para la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos 2014 han sido preparados inicialmente por un grupo ecuménico de Canadá, procedentes de varias partes del país y pertenecientes a distintas Iglesias y comunidades eclesiales, a saber, la Iglesia Unida de Canadá, la bautista, la presbiteriana, la ortodoxa y la católica. Este grupo se reunió por invitación del Centro Canadiense para el Ecumenismo y el Centro para el Ecumenismo La Prairie y su propuesta fue estudiada, adaptada y aprobada por el Comité Internacional nombrado por la Comisión Fe y Constitución del Consejo Mundial de Iglesias y el Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, para que pudiera servir a los cristianos del mundo entero para orar por la unidad visible de todos los creyentes en Cristo. Este modo de proceder, que parte de una propuesta elaborada por un grupo ecuménico local, se viene siguiendo desde 1975 y nos permite enriquecernos con las aportaciones que surgen de un determinado contexto socio-cultural y eclesial, haciendo nuestros sus anhelos y preocupaciones, pero también sus dones espirituales y ecuménicos. 

Así, el año pasado, los materiales nos invitaban a orar por la unidad teniendo presente la situación de la India con la injusticia social tan terrible hacia los dalits, que constituyen la gran mayoría de la población cristiana del país. Este año es la riqueza natural y cultural de Canadá la que da el tono a la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. Canadá es el segundo Estado más grande del mundo, extendiéndose desde Estados Unidos hasta el Polo Norte, y desde el océano Atlántico al Pacífico. Es un país rico en recursos naturales y poblado por gentes diversas, desde los pueblos indígenas y los descendientes de los primeros colonos franceses e ingleses hasta los inmigrantes actuales provenientes de todas las partes del mundo. Esta riqueza natural, social y cultural que caracteriza a Canadá, cuyas ciudades son entre las más multiculturales y multirreligiosas del mundo, se manifiesta también en las distintas expresiones de la fe cristiana, y es el punto de partida para los materiales de este año. En ellos se nos invita a apreciar, agradecer y recibir los dones espirituales y de fe presentes en otras Iglesias y comunidades eclesiales, incluso ahora en medio de nuestras divisiones, y a seguir trabajando y orando juntos por la unidad visible de los cristianos.

El texto bíblico elegido está tomado de la Primera Carta de san Pablo a los Corintios: 1 Cor 1, 1-17. En este texto el apóstol habla de la comunidad cristiana que se reúne en esa ciudad como auténtica «Iglesia de Dios», plena expresión del único pueblo de Dios y no una porción local de él, pero que está unida a «todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo, Señor suyo y nuestro» (1 Cor 1, 2). Pablo da gracias a Dios por los muchos dones con los que ha «enriquecido sobremanera» a los cristianos de esa comunidad y les invita a la «concordia, a recuperar la armonía pensando y sintiendo lo mismo» (cf.1 Cor 1, 10). «Los de Cloe», ejerciendo una función de denuncia profética, habían informado al apóstol de divisiones en la comunidad, y Pablo exhorta a los cristianos a darse cuenta de lo que les hace tales, que es su común-unión con Cristo, con su cruz, a través del bautismo.

Por lo tanto, como se afirma en la introducción al tema de este año en los materiales,«enraizados en Cristo, estamos llamados a dar gracias por los dones de Dios que otros fuera de nuestro grupo aportan a la misión común de la Iglesia. Honrar los dones de los demás nos acerca en la fe y la misión y nos conduce hacia esa unidad por la que rezó Cristo, con respeto hacia una auténtica diversidad de adoración y vida».

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Mensaje completo de los Obispos: ¿Es que Cristo está dividido? (1 Corintios 1, 1-17)

Fuente:: SIC

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