Mons. Manuel UreñaMons. Manuel Ureña     En este año de gracia de 2013, Año de la fe, año de la elección del papa Francisco y año de la gozosa recepción de dos textos pontificios tan importantes como la carta-encíclica Lumen fidei y la exhortación apostólica post-sinodal Evangelii gaudium, la solemnidad de la Inmaculada Concepción de María, la Madre del Señor, coincide precisamente con el segundo domingo de Adviento.

En la fecha de tal solemnidad el Pueblo de Dios levanta los ojos a la Bienaventurada Virgen María, inmaculada y pura, llena de gracia y bendita entre las mujeres, la cual, en previsión del nacimiento y de la muerte salvadora del Hijo de Dios, desde el primer instante de su concepción fue preservada de toda culpa original por singular privilegio del Padre. Como todos sabemos, el 8 de diciembre de 1854, por la bula Ineffabilis Deus (cf DH 2800-2804), la inmaculada concepción de la Virgen María fue definida por el papa beato Pío IX como verdad dogmática recibida por antigua tradición.

El suceso histórico de la concepción inmaculada de María en el seno de su madre pecadora es, sin duda, el primer gran hecho salvífico obrado por Dios en la segunda y última fase de la historia particular de la salvación, pues constituye la causa dispositiva ontológicamente necesaria para que pudiera producirse un día la encarnación del Verbo de Dios en la fe y en el seno de una mujer. Con gran razón proclama el prefacio de la Misa de la solemnidad que “purísima había de ser la Virgen que nos diera al Cordero inocente que quita el pecado del mundo”. Más todavía: la relación de este hecho con el Adviento es muy profunda. Y, finalmente, hay que señalar la gran significación de María Inmaculada para España, pues la tenemos como patrona y protectora desde 1644; su fiesta el 8 de diciembre tiene carácter nacional; y nuestros teólogos y obispos trabajaron denodadamente para elevar la verdad de la Purísima Concepción de María al rango de verdad dogmática, lo que motivó que la Santa Sede otorgara en 1864 a los sacerdotes españoles el singular privilegio de vestir la casulla azul en las celebraciones eucarísticas del día de la solemnidad.

Esto supuesto, la conjunción de estas tres razones hizo que nuestra Conferencia Episcopal dirigiera en su día a la Santa Sede la petición de dispensa para el presente año de 2013 de la observancia de las normas litúrgicas que imponen el traslado de la solemnidad de la Inmaculada Concepción al lunes siguiente, esto es, al día 9. Y la respuesta de la Sede Apostólica al episcopado español fue tan comprensiva como benevolente. La Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, que preside el cardenal español, Su Eminencia Rvdma. Antonio Cañizares Llovera, Arzobispo emérito de Toledo, comunicó al Presidente de nuestra Conferencia Episcopal, Su Eminencia Rvdma. Antonio-María Rouco Varela, Arzobispo Metropolitano de Madrid, que el Santo Padre el Papa accedía con agrado a que la solemnidad de María inmaculada no se trasladase en las Iglesias particulares de España al día 9 y se mantuviese su celebración en el domingo 8 de diciembre, con tal que se cumplieran las siguientes condiciones para no perder el sentido del II domingo de Adviento: a) que la segunda lectura de la Misa fuera la correspondiente al segundo domingo de Adviento y no la de la solemnidad; b) que en la homilía se hiciera una mención bien explícita del Adviento; c) y que en la Oración universal se diera, por lo menos, una petición con el sentido del Adviento y se concluyera con la Oración colecta del domingo segundo de Adviento.

Grande es la relación que guarda María con el Adviento. El Adviento nos señala la imperiosa necesidad que todos tenemos de conversión, de cambio de vida, para salir limpios al encuentro del Señor y, de este modo, hacer que sea posible la entrada de aquél en nuestras vidas. No otra es la voz de Juan el Bautista, el precursor, cuando clama ante los pecadores: “preparad el camino al Señor”. El pecado y la santidad no pueden nunca encontrarse, pues están en total oposición. Dios establece su morada en la santidad, mientras que aparta su rostro del pecado.

Pues bien, la solemnidad de la Inmaculada nos habla de un corazón que no ha conocido el pecado. Ese corazón es puro y sin mancha. Por tanto, es un corazón plenamente preparado para recibir la venida del Señor a él. De entre todas las personas que integraban el Resto de Israel, María era la única que reunía en sí misma las condiciones necesarias de posibilidad para recibir al Señor, para abrirle la puerta tan pronto como Él llamase.

Por eso, si el Adviento es el primer tiempo del año litúrgico en el que intensificamos nuestra conversión a Cristo, conscientes de la necesidad de ser santos para poder encontrarnos con Él, María Inmaculada, la Madre del Señor, se nos ofrece como el gran modelo a seguir. Ella engendra al Redentor bajo la acción del Espíritu Santo porque aquél, el Redentor, encuentra en María la sede de la santidad, de la pureza absoluta. El Adviento nos pone en camino hacia la santidad, una santidad.

Al proclamar a María “llena de gracia” en el acto de la Anunciación y “bendita entre todas las mujeres” en el acto de la Visitación, el ángel Gabriel e Isabel, la prima de la Virgen Madre, están diciéndonos uno y otra a los hombres de todos los tiempos que el encuentro con Dios exige necesariamente la santidad y que el Señor viene a nosotros y monta su tienda entre nosotros cuando nos encuentra preparados para recibirle.

Digamos, pues, con la Oración sobre las ofrendas de la Misa de hoy: “Señor, recibe complacido el sacrificio que te ofrecemos en la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, y así como a ella la preservaste limpia de toda mancha, guárdanos también a nosotros, por su poderosa intercesión, limpios de todo pecado”.

† Manuel Ureña,

Arzobispo de Zaragoza

Fuente:: Mons. Manuel Ureña

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Mons. Casimiro LópezMons. Casimiro López Llorente      Queridos diocesanos:

Este domingo comenzamos el Adviento. El Adviento es el tiempo fuerte o especial que la Iglesia nos ofrece para prepararnos a la celebración del nacimiento de Jesús, el Hijo de Dios, en la Navidad, y a su venida al final de los tiempos. Toda la vida de un cristiano debería ser como un adviento continuado; un tiempo de acogida permanente del Señor que viene a nosotros, a nuestras vidas y a nuestra historia.

En nuestro mundo y también en nuestra Iglesia hay signos de obscurecimiento de la verdadera esperanza. El hombre actual está de vuelta de muchas grandes ilusiones y tiene miedo al futuro. Aumentan el invidualismo y el egoismo que conducen a una crisis del ‘nosotros’ y a la pérdida de solidaridad; existe una falta de confianza en el futuro que se muestra en la crisis de la acogida de la vida humana o la difusión del esoterismo. Ahí están también las nuevas pobrezas y la crisis de la familia, fundada en el matrimonio. Es cierto que no faltan signos de un despertar religioso, pero es preocupante el desalojo de Dios de la vida de muchos, o la ‘silenciosa y tranquila apostasía de las masas’ de la fe cristiana y de la práctica eclesial. Avanza una cultura ‘de tejas abajo’, cerrada a Dios, y una cultura del disfrute de lo inmediato y de lo efímero en la búsqueda de la felicidad posible.

También entre cristianos hay una crisis de la esperanza y una creciente indiferencia respecto de la vida eterna que es la que hace a la existencia mundana realmente digna de ser vivida. La vida eterna, en la que profesamos creer en el Credo, es la plena unión con Dios mismo; Dios mismo en persona y su visión perfecta, que iluminará nuestro deseo de conocer, son el premio y el término de nuestras fatigas. Asimismo, la vida eterna dará una perfecta satisfacción a nuestro deseo de felicidad, que ninguna cosa ni persona creada pueden colmar.

 

El Adviento, a la vez que nos prepara a la celebración de la Navidad, la primera venida del Hijo de Dios, dirige nuestra atención hacia la vida eterna y hacia la espera de la segunda venida de Cristo al final de los tiempos, cuando llevará a plenitud su obra de salvación. Él y su Reino están presentes ya entre nosotros y vienen a nosotros en su Palabra y en sus Sacramentos, en los hombres y en los acontecimientos de cada día.

Jesucristo es el sí definitivo de Dios al ser humano y la esperanza más profunda de los hombres. En Cristo, Dios ha llevado a la humanidad a su única y verdadera plenitud. Por su venida en la humildad de nuestra carne, el Señor realizó el plan de salvación de Dios. En Él, Dios ha restablecido de un modo único y definitivo la comunión con toda la humanidad y con toda la creación. En Él, la humanidad y el cosmos encuentran su sentido y realización últimos; y son purificados y liberados para siempre de la muerte física, social, ética, espiritual y cósmica. Cristo nos guía a la plenitud de la verdad y de la vida, y nos emplaza a ser fieles ‘hasta que El vuelva’.

El Adviento es tiempo para reavivar la esperanza teologal. Es la esperanza que arraiga en el amor incondicional de Dios, que huye de los optimismos frívolos, que lleva al compromiso y tiende hacia la plenitud al final del tiempo personal y al final de los tiempos. El cristiano ha de vivir su existencia desde la esperanza de la venida en el presente y en el futuro del Señor Jesús, con una fe viva, hecha obras de amor, con verdadera sed de Dios y con una presencia misionera en el mundo.

Con mi afecto y bendición,

+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón

Fuente:: Mons. Casimiro López Lorente

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Mons. Carlos LópezMons. Carlos López    En continuidad con los objetivos del Año de la Fe y con el espíritu de alegría y esperanza que recibimos en la celebración diocesana de su clausura en la Catedral, el pasado día 24 de noviembre, solemnidad de Cristo Rey, tengo el propósito de realizar durante los meses de diciembre, enero y febrero la Visita Pastoral en el Arciprestazgo de Santa Teresa, en la ciudad, que comprende las parroquias de San Juan de Mata, Santa Teresa, Cristo Rey, Jesús Obrero, Nuestra Señora de Lourdes, María Mediadora, San Juan de Ribera, Villamayor de Armuña, Villares de la Reina, Monterrubio de la Armuña, San Cristóbal de la Cuesta y Aldeaseca de Armuña. Así deseo seguir cumpliendo, con la ayuda de la gracia de Dios, la misión de Pastor en toda la Diócesis.

El inicio de la visita pastoral tendrá lugar con la celebración de la Eucaristía en la Parroquia de Nuestra Señora de Lourdes, el Domingo primero de Adviento, día 1 de diciembre por la mañana, y con una celebración de Vísperas de todas las parroquias del arciprestazgo en la Parroquia de Jesús Obrero, el mismo domingo a las 5 de la tarde.

Con este gozoso motivo, recuerdo a toda la comunidad diocesana el significado de la visita pastoral y le ruego que la acompañe con su oración.

La visita pastoral a las parroquias, y. a todas las instituciones eclesiales que en ellas se encuentran, es necesaria para el Obispo, en orden a conocer la realidad religiosa de la Diócesis y a hacer posible una relación personal más cercana con los sacerdotes, los religiosos y todos los fieles, que contribuya a fortalecer la comunión en la fe y en el amor cristiano.

El encuentro del Obispo con el párroco y los fieles en la parroquia tiene un profundo significado eclesial. En efecto, la integración de la comunidad parroquial en la diócesis se expresa y realiza de forma visible mediante la comunión de los fieles v de su párroco con el Obispo, que es el principio y fundamento visible de la unidad en la Iglesias diocesana. Y a través de esta comunión con el Obispo se expresa y se hace realidad también la comunión con la Iglesia universal. Por ello, la presencia del Obispo expresa y hace realidad de forma visible la naturaleza de la parroquia corno comunidad de fieles dentro de la Diócesis.

De acuerdo con esta significación eclesial, la visita pastoral debe tener como objetivo para todos los fieles fortalecer la fe en Jesucristo y el sentido de pertenencia a la Iglesia. Y la conciencia de ser Iglesia lleva consigo la aceptación gozosa del lugar, estado y tareas que en la unidad del Cuerpo de Cristo corresponden a cada fiel cristiano. En efecto, ser miembro de la Iglesia implica participación activa y responsable en su misión. Por ello, la visita pastoral pretende suscitar en los fieles un impulso evangelizador cada vez más vivo, sobre todo en relación con las personas más necesitadas de la luz del Evangelio y de la solicitud y servicio de amor de la Iglesia.

El Año de la Fe nos ha ayudado a comprender mejor que el logro de estos objetivos sólo es posible a partir de una profunda y gozosa experiencia, personal de encuentro con Jesucristo, que hace surgir en nosotros una actitud decidida de orientar la vida según la verdad de su Evangelio.

 

La visita pastoral debe ser un encuentro de familia. Por ello, el Obispo busca la ocasión de visitar, conocer y escuchar a cuantos lo deseen, y estima muy conveniente tener encuentros de diálogo fraterno con cada comunidad parroquial y con los niños, adolescentes y jóvenes, así como con las familias que la integran. También es muy necesario el encuentro del Obispo con los grupos de fieles que llevan a cabo especiales tareas de participación apostólica en la misión de la Iglesia, en comunión y colaboración con los párrocos.

De forma particular valoro y deseo la visita en su casa a los ancianos y enfermos que no pueden participar en los actos comunes en la Iglesia.

La visita pastoral debe ser una fiesta, una celebración gozosa de la fe en Jesucristo y en su Iglesia. Por ello, la celebración de la Eucaristía, fuente de donde brota la vida de la Iglesia y culmen de toda su actividad, es el momento central de nuestro encuentro festivo y gozoso en la visita pastoral. La Eucaristía, auténticamente celebrada, puede hacer posible que la alegría de la fe sea la nota dominante de la vida de cada fiel y de las comunidades cristianas; en ella aprenderemos a alegrarnos cuando compartimos los padecimientos de Cristo.

Ha llegado la hora de superar las vacilaciones y de perder el miedo a ser y aparecer en público como creyentes. La aportación de la verdad del Evangelio es el mejor y más urgente servicio de amor que los cristianos debemos prestar al hombre de hoy. Y este servicio se realiza más eficazmente mostrando con intensa y firme alegría la plenitud y perfección de vida que el Espíritu Santo suscita en quienes seguimos a Jesucristo, en su camino de amor a Dios y a cada hombre.

+ Carlos López,

Obispo de Salamanca

Fuente:: Mons. Carlos López Hernández

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Mons. Vicente Jiménez ZamoraMons. Vicente Jiménez    Los cristianos no vivimos la fe, la esperanza y la caridad al margen de las situaciones históricas; la fe no es evasión alienante, sino luz transformadora y fuerza de Dios en medio de la historia. Al convocar el Año de la fe, que hemos clausurado, el Papa Benedicto escribía: la fe sin la caridad no da fruto, y la caridad sin la fe sería un sentimiento constantemente a merced de la duda. La fe y el amor se necesitan
mutuamente de modo que una permite a la otra seguir su camino (cfr. Porta fidei, 14). Y el Papa Francisco en su primera encíclica Lumen fidei escribe: “fe, esperanza y caridad, en admirable urdimbre, constituyen el dinamismo de la existencia cristiana hacia la comunión plena con Dios” (Lumen fidei, 7).

Como cristianos nos preguntamos también por nuestra orientación en medio de la situación actual de crisis económica y ética: ¿De qué forma la fe en Dios nos ayuda a soportar la crisis y a trabajar sin descanso por superarla?

La crisis, en la que estamos inmersos, golpea duramente a muchas personas y familias, a poblaciones enteras, incide de forma especial en los jóvenes, que padecen por el retraso indefinido de su primer puesto de trabajo o tienen que emigrar para poder trabajar. Esta situación suscita penosos interrogantes: ¿Preparados profesionalmente, para qué? ¿Cómo formar una familia en esas condiciones? ¿Cómo no sentirse humillados al continuar dependiendo de la familia? Con la cabeza y el corazón debemos comprender su situación; y a pesar de las duras pruebas, alentar la esperanza, comprometiéndonos con ellos en la realización de sus nobles aspiraciones y mejores sueños.

La crisis ha puesto de relieve cuestiones humanas de fondo, que deben ser consideradas para buscar solución. No es solamente cuestión económica y financiera, sino también laboral y social, de armonización de trabajo y vida de familia, de trabajo y descanso, de distribución del trabajo disponible, porque la mecanización, la
informatización y la globalización crean situaciones nuevas.

La crisis es, al mismo tiempo, desconcierto y búsqueda, sufrimiento y esperanza, final de una etapa y vislumbre de otra, examen de conciencia sobre los fallos cometidos y semilla de orientaciones futuras.

¿Qué actitudes cristianas debemos adoptar ante la crisis actual? En las siguientes cartas pastorales de este Adviento 2013, haré algunas reflexiones de carácter humanista, moral y pastoral. Sin saber qué es el hombre, ¿cómo vamos a acertar con los caminos de su auténtica realización? “Sin Dios el hombre no sabe dónde ir ni tampoco logra entender quién es. La disponibilidad para con Dios provoca la disponibilidad para con
los hermanos y una vida entendida como una tarea solidaria y gozosa” ( Benedicto XVI, Caritas in veritate, 78).

En estas cartas pastorales seguiré muy de cerca las páginas del libro de Mons. Ricardo Bláquez, Del Vaticano II a la nueva evangelización, especialmente el capítulo dedicado al Año de la fe.

+ Vicente Jiménez Zamora

Obispo de Santander

Fuente:: Mons. Vicente Jiménez Zamora

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Mons. Juan José AsenjoMons. Juan José Asenjo      Queridos hermanos y hermanas: Comenzamos en este domingo el año litúrgico y, con él, el tiempo santo de Adviento, en el que nos preparamos para recordar la venida del Señor en carne hace veinte siglos y su nacimiento en la cueva de Belén.

Pero la celebración del nacimiento del Señor es algo más que un recuerdo, un aniversario o un cumpleaños. Es un acontecimiento actual, porque la liturgia místicamente lo actualiza cada año y porque toca y compromete profundamente nuestra existencia: el Señor que vino al mundo en la primera Navidad y que volverá glorioso al final de los tiempos, quiere venir ahora a nuestros corazones y a nuestras vidas.

Del mismo modo que el pueblo de Israel se preparó para la venida del Mesías, que era esperado como el cumplimiento de la promesa hecha por Dios a nuestros primeros padres, renovada a los patriarcas y reiterada una y mil veces por la palabra de los profetas, así también hoy el nuevo pueblo de Dios, los cristianos, nos preparamos intensamente para celebrar el recuerdo actualizado de aquel gran acontecimiento, que significó el comienzo de nuestra salvación. Sólo si disponemos nuestro corazón para acoger al Señor, como lo hicieron María y José, los pastores y los magos, el Adviento y la Navidad será para nosotros un hito de gracia y salvación.

A lo largo de las cuatro semanas de Adviento escucharemos en la liturgia a los profetas que anunciaron la llegada del Mesías esperado. Isaías, Zacarías, Sofonías y Juan el Bautista nos invitarán a prepararnos para recibir a Jesús, a allanar y limpiar los caminos de nuestra alma, es decir, a la conversión y al cambio interior, para acoger con un corazón limpio al Señor que nace, que debe nacer o renacer con mayor intensidad en nuestras vidas.

Adviento significa advenimiento y llegada; significa también encuentro de Dios con el hombre. En estos días, el Señor, que vino hace 2000 años, se va a hacer el encontradizo con nosotros. Para propiciar nuestro encuentro con Él, yo os propongo algunos caminos: en primer lugar, el camino del desierto, de la soledad y del silencio interior, tan necesarios en el mundo de ruidos y prisas en que estamos inmersos, que tantas veces propicia actitudes de inconsciencia, alienación y atolondramiento. Necesitamos en estos días cultivar la interioridad; necesitamos entrar con sinceridad y sin miedo en el hondón de nuestra alma para conocernos y tomar conciencia de las miserias, infidelidades y pecados que llenan nuestro corazón e impiden que Jesucristo sea verdaderamente el Señor de nuestras vidas. Qué bueno sería iniciar o concluir el Adviento con una buena confesión, que nos reconcilie con el Señor y con la Iglesia, permitiéndonos reencontrarnos con Él.

El Adviento es tiempo además de oración intensa, prolongada, humilde y confiada, en la que, como los justos del Antiguo Testamento, repetimos muchas veces Ven, Señor Jesús. La oración tonifica y renueva nuestra vida, nos ayuda a crecer en espíritu de conversión, a romper con aquello que nos esclaviza y que nos impide progresar en nuestra fidelidad. Por ello, es siempre escuela de esperanza. La oración nos ayuda además a abrir las estancias más recónditas de nuestra alma para que el Señor las posea, las ilumine y dé un nuevo sentido a nuestra vida.

Nuestro encuentro con el Señor que viene de nuevo a nosotros en este Adviento no será posible sin la mortificación, el ayuno y la penitencia, que preparan nuestro espíritu y lo hace más dócil y receptivo a la gracia de Dios. Tampoco será posible si no está precedido de un encuentro cálido con nuestros hermanos, con actitudes de perdón, ayuda, desprendimiento, servicio y amor, pues no podemos decir que acogemos al Señor que viene de nuevo a nosotros, si no renovamos nuestra fraternidad, si no le acogemos en los hermanos, especialmente en los más pobres y necesitados y en las víctimas de la crisis económica.

El Adviento es uno de los tiempos especialmente fuertes del año litúrgico. Por ello, hemos de vivirlo con intensidad y con esperanza, la virtud propia del Adviento, la esperanza en el Dios que viene a salvarnos, que viene a dar respuesta a nuestras perplejidades y sinsentidos, a poner bálsamo en nuestras heridas, a devolvernos la libertad y a alentarnos con la promesa de la salvación definitiva, de una vida eterna, feliz y dichosa.

Acabamos de iniciar la novena de la Inmaculada Concepción. La Santísima Virgen es el mejor modelo del Adviento. Ella acogió a su Hijo, primero en su corazón y después en sus entrañas. Ella, como dice la liturgia, esperó al Señor con inefable amor de Madre y preparó como nadie su corazón para recibirlo. Que ella sea nuestra compañera y guía en nuestro camino de Adviento. Que Ella nos ayude a prepararnos para recibir al Señor y para que el encuentro con Él transforme nuestras vidas y nos impulse a testimoniarlo y anunciarlo.

Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición. Feliz y santo Adviento

+ Juan José Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla

Fuente:: Mons. Juan José Asenjo

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Málaga Sebastián MoraEs la voz de Cáritas Española. Como secretario general de la entidad, tiene a su cargo los servicios generales de la confederación oficial de las entidades de acción caritativa y social de la Iglesia Católica en nuestro país. Sebastián Mora (Málaga, 1966) nació en la popular barriada de El Palo, está casado y es padre de tres hijos. Tras 4 años en el cargo, la Conferencia Episcopal lo acaba de ratificar por otro cuatrienio. Recientemente ha vuelto a su ciudad natal para participar en las jornadas de formación de Cáritas Diocesana de Málaga.
 
 -¿Cómo llega un malagueño a ser máximo responsable de Cáritas Española?

-Yo me fui a Madrid a estudiar hace 27 años y empecé como voluntario en una casa de acogida para enfermos de sida. Después acabé la carrera, empecé a trabajar en el ayuntamiento de la capital. Seguí de voluntario y, en un momento determinado, pasé a ser liberado en Cáritas Diocesana de Madrid, donde estuve trabajando 13 años en distintos programas de inmigración, de formación, de droga, de comunicación… Hace ya cinco años fui a los Servicios Generales de Cáritas Española como técnico de territorio y, al año de estar allí, los obispos me nombraron secretario general.

-¿Qué les respondemos a los que dicen que Cáritas no tiene nada que ver con la Iglesia?

-Siempre decimos que Cáritas es la Iglesia y que la Iglesia es Cáritas. Es algo inherente, inseparable. Ambos, tanto Cáritas como la Iglesia, tenemos nuestra santidad y nuestros pecados porque somos de la misma matriz, del mismo encuentro y de la misma experiencia. Pienso que la gente puede tener su propia visión de la realidad, pero nosotros no renunciamos a lo que somos porque no podemos.

-El Papa ha advertido del peligro de que los cristianos dejemos el ejercicio de la caridad sólo a los “especialistas”…

-Por eso insistimos en que no sólo Cáritas es la Iglesia sino que la Iglesia tiene que ser Cáritas. Cuando la Iglesia es Cáritas es que todos, los de catequesis, los de liturgia, las cofradías, las organizaciones, todos, tenemos que ejercer la caridad porque si no hay caridad no hay Iglesia.

-¿Y cómo se hace eso?

-Se pueden hacer muchas cosas. Lo primero, rezar, como también dice el Papa continuamente. Rezar por las personas que están dando su vida, por las que están sufriendo pobreza; y en segundo lugar, actuar. Y actuar significa comprometerse, cada uno según sus posibilidades, en acciones concretas: en compartir su tiempo, en compartir dinero, en compartir espacios físicos, en compartir alegría, en compartir expectativas, en compartir esperanza, en compartir una mirada sobre la realidad, una mirada tierna y comprometida. ¡Hay tantas cosas que hacer que en definitiva es hacer una vida entera!

-Su ponencia en la Jornada de Cáritas Diocesana de Málaga versaba sobre el voluntariado…

-El voluntariado es uno de los signos más bonitos de la presencia de Dios en la vida de la gente porque significa entrega y gratuidad. Por eso cualquier persona puede ser voluntaria siempre que respete la dignidad del otro. El voluntariado no puede ser un ejercicio deportivo, para realizarse; sino que tiene que ser un ejercicio caritativo para compartir con el otro desde un profundo respeto, especialmente a las personas que más sufren.

-Llega la Navidad, la época de consumo por excelencia. El Papa nos ha advertido también en su Exhortación Apostólica de la tristeza que provoca el consumismo. ¿Cómo salir de esa vorágine?

-Necesitamos ser sustentados por el Espíritu como también dice el papa en la Evangelii Gaudium. Necesitamos estrategias comunitarias para afrontarlo. No podemos afrontarlo desde la soledad, porque la realidad es muy dura y nos arrastra. Y necesitamos conversión personal también. Pero yo pondría el énfasis en hacer comunidad para poder afrontar, para poder confrontar esta tendencia social que a todos nos lleva.

-Vivir de forma sencilla, austera… son palabras que nos incomodan incluso a los católicos…

-Somos parte de esta sociedad y muchas veces cuando hablas de sencillez, te hablan de que no estás en la realidad; cuando hablas de austeridad, te dicen que en qué mundo vives; y cuando hablas de estar con el otro, te hablan de que tenemos que salir uno a uno de la realidad. Yo creo que el Evangelio es contracultural y cuando dices algo contracultural, la gente se remueve, incluso la gente de Iglesia.

-Cerrando ya el año 2013, ¿Qué datos maneja Cáritas sobre la pobreza en España?

-Los datos son de una mayor virulencia de la pobreza en el Estado Español. Sigue aumentando la pobreza, la intensidad de la pobreza, la pobreza severa entre nosotros y la desigualdad social, que es algo que nos hiere profundamente. Porque como me decía hace tiempo una agricultora salvadoreña: “la pobreza no nos asusta, pero la desigualdad nos indigna” y estamos llegando a unos niveles de desigualdad en España muy importantes.

-Frente a estos datos, la campaña de Cáritas para la Navidad nos habla de Esperanza…

-Los cristianos, si no vivimos en la esperanza, no somos cristianos. Yo creo que hemos estado unos años importantes reaccionando frente a la crisis, haciendo muchas cosas y haciéndolas bien, pero es momento de crear, es un momento de recreación. Tenemos que crear un nuevo mundo. Tenemos que tejer el reino de Dios en la tierra y eso se teje con esperanza, con convicción y con anhelo.

(Antonio Moreno – diocesismalaga.es)

Fuente:: SIC

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El padre José Luis Orpella visitó recientemente en Madid la sede de los Servicios Centrales de Manos Unidas. Veintitrés años de su vida ha pasado este religioso español en Kenia; ocho de ellos como médico, y los quince restantes ordenado ya sacerdote.  Pocos como él pueden hablar de los muchos retos a los que debe enfrentarse una población que vive rodeada de violencia, tradiciones ancestrales, y climatología extrema… Conversar con él fue un auténtico privilegio.

En estas más de dos décadas son muchos los cambios que el padre Orpella ha observado en la parroquia de Hola, situada en la diócesis de Garissa, bien cerquita de la frontera con Somalia. Poco a poco, la zona se ha ido poblando de somalíes, musulmanes pacíficos en su mayoría, que emigran de su conflictivo país en busca de una vida mejor. De estas personas, y de las condiciones de pobreza en la que viven la mayoría, se van nutriendo los grupos islamistas radicales, como las milicias de Al Shabab, la rama de Al Qaeda en el Cuerno de África.   

En ese sentido, el religioso español es claro: “La gente que no tiene nada, sobre todo los jóvenes, reaccionan a las promesas de riqueza y bienestar, y se alistan en las milicias”. Y esas milicias son las que han sembrado la inseguridad y el miedo en la zona alta de la región. “En nuestra misión esa violencia no se percibe: pero sí que están muy presente la rivalidad entre tribus, que también genera mucha tensión y recelo”, asegura.

Sin embargo, en Garissa, la capital, sí que hay miedo. Casi el 100 por 100 de la población es somalí y muchos de ellos militan o simpatizan con los grupos armados.

“Están haciendo mucho daño al país”, afirma el padre Orpella. El objetivo son los turistas, como sucede con los piratas del Índico; los secuestros y robos a visitantes extranjeros se producen sobre todo en la costa. El sacerdote español cree que eso  fue lo que llevó a que el ejército de Kenia entrase en Somalia y atacase los refugios de esta gente. “Luego fueron las milicias las que entraron en Kenia y en esas estamos”.

Cuando el río crece

En la misión de Emaus, situada en la parroquia de Hola, tienen otras preocupaciones más centradas en el día a día. En época de lluvias, miran con recelo el cauce del cercano río Tana, y cuando lo ven crecer,  entonces sí pasan miedo. La parroquia se encuentra en una planicie, a 100 kilómetros de la desembocadura del río más grande de Kenia. Los agricultores esperan con entusiasmo las lluvias de los meses de abril y noviembre de cada año, cuando el río se desborda un poco y riega los campos. Pero, en ocasiones, las lluvias son tan intensas que obligan a abrir las compuertas de los pantanos, y las aguas inundan los campos y anegan las cosechas.  

Esos son los años en los que el hambre muestra su peor cara y amenaza la supervivencia de miles de personas, que pasan a depender de la ayuda externa para poder vivir. Manos Unidas acudió la primavera pasada a  la llamada de emergencia del padre Orpella: las 8.000 personas damnificadas recibieron alimentos y cuidados médicos durante 3 meses. Y también atendimos las peticiones del religioso español cuando los meses de sequía provocaron una de las peores emergencias alimentarias del presente siglo.  Los campos de las riberas del río son fértiles, pero dos kilómetros más allá, la zona es semiárida y, cuando no llueve, no es fácil sacar partido de la tierra. Y hace dos años, cuando las lluvias no llegaron, muchas familias de la diócesis de Hola pudieron sobrevivir gracias a la ayuda de emergencia enviada a lo largo del verano de 2011.

Desde la escuela

Pero no son solo las cuestiones climáticas o de soberanía alimentaria las que preocupan y ocupan al padre Orpella. Las tradiciones y costumbres – papel de la mujer, escolarización…- fuertemente arraigadas entre la población de la zona, impiden que se abran ciertos caminos al desarrollo.

“Cuesta mucho cambiar las mentalidades. Y eso es lo que intentamos hacer desde la escuela”, señala el misionero. “tenemos que abrir la mente a otras opciones y posibilidades; mejorar la organización”.

En los años que el padre Orpella lleva en Hola ha sido testigo de muchos cambios. “En general ha subido en nivel de vida; hay mejores casas, más pozos y más infraestructura”, y en gran medida, estos avances se deben a que la visión de la población es ahora menos tribal. Se ha creado un sentido de la responsabilidad. Ahora entienden que la escuela y el hospital están allí para ellos”.

Al hablar de las enfermedades, el sacerdote da entrada al médico. La malaria es grave en la zona. Sobre todo en los lugares más cercanos al río. Y las enfermedades e infecciones que se producen por falta de higiene. “En esto hacemos hincapié. En la higiene. Es un requisito indispensable para mantener la salud”, afirma. “Se lo intentamos hacer ver a las mujeres que vienen a vacunación, dos veces en semana”. Vacunación que tiene lugar en el centro de salud de San Rafael, ampliado y dotado de equipamiento con el apoyo de Manos Unidas.

Esta información también la reciben los niños en la escuela primaria. “Antes era una asignatura obligatoria. Y ahora que ha dejado de serlo, nosotros seguimos impartiendo las charlas.  Las costumbres tienen que adquirirse desde pequeños”. La escuela de San José es otro de esos avances que disfrutan ahora en Emaus por empeño del padre Orpella y con la colaboración de Manos Unidas. El laboratorio de ciencias naturales y la sala de ordenadores están también abiertos a alumnos de las escuelas públicas de la zona, para facilitarles los estudios.

La alimentación, asignatura pendiente   

En una región en la que casi el 80 por ciento de la población vive bajo el umbral de la pobreza, la alimentación es una de las principales preocupaciones de José Luis Orpella. “Aquí sigue existiendo la malnutrición, aunque desnutrición infantil ya no hay”, asegura. Hay que tener en cuenta que entre estas familias la media está entre cinco y diez hijos y la dieta es muy poco variada. Lo primero que hay que hacer es mejorar el regadío y formar a los pastores y agricultores. Deben comprender que también tiene que dedicarse a la cría de animales de granja, para incluir proteínas en la dieta”.

El padre Orpella estará ya a punto de regresar a Kenia, con la mente puesta en todo lo que tiene por delante. Y sin miedo. “A los católicos nos respetan y nos miran con buenos ojos porque anunciamos el Evangelio de otra manera; con los actos”.

(Manos Unidas)

Fuente:: SIC

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cartel infancia misioneraEl próximo 26 de enero se celebra la Jornada de la Infancia Misionera. Una fecha que cientos de niños preparan ya con el tradicional “Sembrado de estrellas” previo a la Navidad que marca el inicio de las actividades de la Infancia Misionera que este año se celebra bajo el lema ”Los niños ayudan a los niños”.

El lema de la jornada de este año, “Los niños ayudan a los niños” pone el acento en la importancia de los más pequeños con sus semejantes más necesitados. En este sentido, Anastasio Gil, Director de OMP en España, destaca en la presentación de la Infancia Misionera de este año que este “proyecto tiene como principales objetivos colaborar con los padres y educadores en el despertar progresivo de la conciencia misionera universal en los niños y niñas, ayudar a estos a desarrollar su protagonismo misionero, y moverles a compartir la fe y los medios materiales. Con el impulso de la oración y con las aportaciones recibidas, Infancia Misionera podrá seguir atendiendo a muchos niños y niñas del mundo en sus necesidades más perentorias”.
Durante estas semanas de Adviento, Obras Misionales Pontificias anima a las parroquias a sumarse a la campaña de Sembradores de estrellas así como diversos itinerarios de preparación a esta jornada.
El cartel, materiales de preparación, reflexiones… etc están disponibles a través de la web www.infanciamisionera.es
 
El Cartel
La silueta de un niño y una niña unidos de la mano expresa la solidaridad y el acompañamiento de los niños. Con rasgos infantiles, y colores vivos y atractivos, la imagen da relieve al lema.
Este fue el dibujo ganador del Concurso celebrado en España en 2013, con ocasión del 170 aniversario de Infancia Misionera. Nadie mejor que los niños puede expresar lo que es y significa el carisma fundacional de esta Obra Pontificia.

Fuente:: SIC

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Naciones Unidas (ONU) ha elegido este año como tema del día: “Romper barreras, abrir puertas: por una sociedad inclusiva para todos”.

Desde la Fraternidad Cristiana de Personas con Discapacidad (Frater España): Nos reafirmamos en el valor y la dignidad de las personas por encima de sus limitaciones. No queremos dejarnos envolver por un lamento común de la situación de carencia, sino de aliento y ánimo, que nos ayude a ser personas, a vivir alegremente la fe en Jesús, a ampliar horizontes vitales, a luchar contra las limitaciones de la enfermedad y discapacidad, a saber vivir con alegría y energía en medio de ellas y denunciar las injusticias. Abrir puertas, lo entendemos, dice el comunicado del Equipo Intercontinental de Frater, como “el esfuerzo por devolver a la persona con discapacidad su dignidad y oportunidades en la vida. Esta es la tarea que asumimos en  nuestra Fraternidad”.

Deseamos seguir trabajando por la incorporación de las personas enfermas y con discapacidad en la sociedad, como miembros activos que luchan por la integración social y eclesial. Desde esta concepción, los propios enfermos y discapacitados pasan de ser receptores pasivos de cuidados y atenciones a ser “protagonistas” de su propio desarrollo integral y sujetos evangelizadores activos en la comunidad de los discípulos de Jesús. Abrir puertas a la integración afectiva y efectiva de las personas con discapacidad.

Llevamos ya cinco años sufriendo una crisis que está golpeando duramente a muchos. Lo sucedido en este tiempo nos permite conocer ya con realismo el daño social y el sufrimiento que está generando. Esta crisis está abriendo una fractura social injusta entre quienes pueden vivir sin miedo al futuro y aquellos que están quedando excluidos de la sociedad y privados de una vida digna.

Además de otros muchos sectores, afecta muy directamente a la calidad de la asistencia sanitaria y a las personas con discapacidad, que ven recortadas sus ayudas y prestaciones. Abrir puertas a la valoración y solución de los problemas reales de la gente.

Para nosotros, Jesús es la Puerta, como se nos dice en el evangelio. Por eso nos animamos e invitamos a hacerlo a quienes quieran: ”abramos las puertas”. Quien se decide a entrar y salir, conoce y es conocido, (Juan 4,5).

Escucha y es escuchado, tiene capacidad de diálogo. Fruto de ese diálogo es la liberación que hace posible un cambio de vida: si salimos por la puerta es para encontrar un sitio abierto, no nuevas esclavitudes o dependencias que no nos dejan crecer.

Estamos en tiempos difíciles. No han de serlo para lamentos y desaliento, ni tampoco para la resignación o la huida. Es la hora de abrir puertas al reconocimiento de la dignidad de las personas por encima de todo, a la valoración e integración de las personas con discapacidad, al reconocimiento de los problemas reales de la gente y la aportación de soluciones a los mismos.

Fuente:: SIC

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marcha1La Marcha de Adviento de la Diócesis de Ciudad Real se ha convertido, tras catorce años de andadura, en una actividad diocesana que no puede faltar y por la que han pasado miles de jóvenes. Este año, comenzó en la parroquia de Altagracia de Manzanares, trasladándose por la noche a la localidad vecina de Membrilla, cuya patrona acogió a los jóvenes tras dos kilómetros de marcha. La mañana del sábado, tras la acogida en la plaza del Gran Teatro de Manzanares, donde fueron llegando los cientos de jóvenes, comenzó con la oración en la parroquia de Altagracia. Allí, tras las presentaciones del lema y las oraciones, cuatro jóvenes de Alameda de Cervera interrogaron a sus compañeros sobre el modo de vida actual, el consumismo desenfrenado y la elección de lo verdaderamente importante en nuestra vida. A través de un pequeño teatro, con momentos de películas, los actores plantearon preguntas a todos, ofreciendo una vida de “Bienaventurados” que cambie el ciclo que nos aparta de la felicidad. 

Tras la comida en Manzanares, los jóvenes se distribuyeron por diversos talleres, de los que en las redes sociales resaltaban la experiencia de encuentro con Dios desde la problemática del alcohol, así como la pastoral penitenciaria o la labor de Cáritas.Tras los talleres, los jóvenes se dispusieron a caminar desde la plaza de toros de Manzanares a la vecina localidad de Membrilla. Con antorchas, y ya de noche, el camino visto desde la ermita de la Virgen del Espino era un reguero de luces y voces lejanas que, poco a poco, fueron llegando a Membrilla. Mientras caminaban, globos de papel iluminados ascendían al cielo desde la ermita, anunciando al grupo su destino. Al llegar a Membrilla, la Virgen del Espino, portada por los alabarderos, salió al encuentro de los jóvenes que, acompañados de numerosos fieles del pueblo, pudieron escuchar una canción dedicada a la Virgen en un silencio orante y emocionado. Cientos de membrillatos salieron a un encuentro que, habitualmente, solo se produce en la fiesta de los Desposorios en agosto.

Tras este momento llegó la cena y la preparación de la Vigilia. El templo de Santiago el Mayor de Membrilla se quedó pequeño para la oración, que estuvo ambientada por una perfecta iluminación y cantos. El obispo, Mons. Antonio Algora Hernando presidió la Vigilia de oración en la que se dirigió a los jóvenes en torno a la paz que nos trae Cristo: “el Príncipe de la Paz está con nosotros. Apuesta por la paz en una sociedad nueva”.

El domingo, después de la oración y diversos talleres, la Eucaristía servía de broche perfecto a la decimocuarta Marcha de Adviento. En ella, el obispo se dirigió a los jóvenes: “Si quieres, Dios quiere”, decía, en alusión al cambio del mundo que se les pide y a su decisión personal para la vocación que Dios quiere de cada uno de ellos. Todo ello con la tranquilidad y la esperanza que da saber que “en la presencia de Dios, todo queda más desvelado”.  
(Diócesis de Ciudad Real)

Fuente:: SIC

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