Mons. Manuel UreñaMons. Manuel Ureña    Con la celebración de la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, termina hoy el año litúrgico.

Las lecturas bíblicas de la Misa de este domingo (2 Sam 5, 1-3; Sal 121; Col 1, 12-20; Lc 23, 35-43) señalan los contenidos centrales o líneas de fuerza de la Solemnidad. Cristo se nos muestra hoy como el cumplimiento y la cima de David, que es ungido rey de Israel (cf 2 Sam 5, 1-3) y que, como tal, reúne en sí mismo al pueblo de Israel y lo guía a la victoria. Pues bien, Cristo el Señor, el Hijo de Dios hecho hombre, descendiente del linaje de David según la carne, trasciende y supera cualitativamente a David, pues reúne en sí mismo a todos los hombres, reconciliando la tierra con el Cielo mediante su muerte en la cruz (cf Lc 23, 35-43) y abriendo las puertas del Paraíso con su resurrección gloriosa.

Como dice la síntesis perfecta que nos ofrece el himno cristológico de Col 1,12-20, Cristo preexiste a la creación del mundo invisible y a la creación del mundo visible, siendo anterior a todo. Él interviene en el acto creador, pues por medio de Él todo fue creado por el Padre, sin Él nada de lo que existe habría llegado a la existencia y todo se mantiene en Él. Y, si pasamos del orden ontológico de la creación al orden histórico de la redención, todos hemos obtenido por Él el perdón de los pecados. Por lo cual, Cristo ha quedado constituido Rey del Universo y cabeza de la Iglesia de los salvados.

La humanidad de todos los tiempos y de todas las geografías espera la segunda venida del Señor, Rey del Universo y cabeza de la comunidad de los santos. A Cristo lo esperamos todos, vivos y difuntos, y lo espera también todo el universo. Pero Él no se hará presente en el mundo como hizo en su primera venida. Entonces se mostró en kénosis, pues, como dice el himno cristológico de la carta de Pablo a los Filipenses, Cristo, “siendo de condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios. Al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, haciéndose semejante a los hombres y pasando por uno de tantos” (cf Flp 2, 6-11). Ahora, en cambio, cuando se produzca su segunda venida, se mostrará con todo poder y majestad, viniendo a juzgar a vivos y a muertos, y a establecer gloriosamente el Reino mesiánico esperado por Israel (cf Hch 1, 6-7). En ese día de gloria, al que levantamos hoy nuestra mirada y cuyo advenimiento pedimos en la oración del Padrenuestro, resucitarán nuestros cuerpos y se unirán a nuestras almas, siempre intrínsecamente necesitadas de ellos.

Y, al mismo tiempo, celebramos en este domingo último del Tiempo ordinario la clausura del Año de la fe.

En comunión con el Santo Padre el Papa Francisco, que cierra hoy en Roma este año de gracia, también nosotros queremos coronar el camino personal y comunitario que hemos vivido durante todo este kairós que comenzó el 11 de octubre de 2012. Junto con la Iglesia universal damos gracias a Dios por el don de este año jubilar en el que hemos tenido una especial oportunidad para reavivar la fe.

Varias preguntas nos formulamos al término del Año de la fe. ¿Ha sido verdaderamente reavivada la fe en mi persona: en mi mente y en mi corazón? ¿Cuenta la fe en mi vida o sigo siendo un cristiano tibio? ¿Pesa la fe en mis juicios sobre la realidad o me dejo guiar en mis actos de conocimiento por la ideología del espíritu del mundo? ¿Creo en quien debo creer? ¿Descansa mi fe en su objeto adecuado? ¿Creo en Cristo desde la fe sobre Él contenida en la Escritura y en la Tradición de la Iglesia? ¿Son realmente el Concilio y el Catecismo de la Iglesia las fuentes de mi fe?

Y, respecto del acto de fe, ¿creo desde el acto de fe de la Iglesia o creo desde un acto de fe subjetivo, construido con mis propias fuerzas y, por tanto, falso?

¿He ido descubriendo la conexión entre fe y caridad? Tengamos muy presente que la fe sin la caridad no da fruto, y que la caridad sin la fe sería un sentimiento constantemente a merced de la duda. “La fe y la caridad – dice la carta apostólica Porta fidei – se necesitan mutuamente, de modo que una permite a la otra seguir su camino”. No olvidemos que la virtud más grande es sin duda el amor, la caritas, pero partamos siempre del principio de que sólo gracias a la fe podemos reconocer en quienes piden nuestro amor el rostro del Señor resucitado (Porta fidei, 14).
A una con el Papa Francisco nos dirigimos a María, la primera creyente y la primera testigo de la fe, con la oración a la Virgen que cierra la carta encíclica Lumen fidei:

“¡Madre, ayuda nuestra fe!
Abre nuestro oído a la Palabra, para que reconozcamos la voz de Dios y su llamada.
Aviva en nosotros el deseo de seguir sus pasos, saliendo de nuestra tierra y confiando en su promesa.
Ayúdanos a dejarnos tocar por su amor, para que podamos tocarlo en la fe.
Ayúdanos a fiarnos plenamente de Él, a creer en su amor, sobre todo en los momentos de tribulación y de cruz, cuando nuestra fe es llamada a crecer y a madurar.
Siembra en nuestra fe la alegría del Resucitado.
Recuérdanos que quien cree no está nunca solo.
Enséñanos a mirar con los ojos de Jesús, para que Él sea luz en nuestro camino.
Y que esta luz de la fe crezca continuamente en nosotros, hasta que llegue el día sin ocaso, que es el mismo Cristo, tu Hijo, nuestro Señor”.

+ Manuel Ureña

Arzobispo de Zaragoza

Fuente:: Mons. Manuel Ureña

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Mons. Alfonso MilianMons. Alfonso Milián     Hoy clausuramos el Año de la fe, que promulgó el Papa emérito Benedicto XVI, con dos acontecimientos trascendentales para la vida de la Iglesia en su mente y en su corazón: el Concilio Vaticano II, de cuya apertura se han cumplido cincuenta años, y el Catecismo de la Iglesia Católica, promulgado hace veinte.

Durante el Año de la fe nos hemos aplicado a releer y profundizar los documentos del Concilio Vaticano II y el Catecismo. Estos valiosos escritos para la vida del cristiano han sido tema de formación para los sacerdotes, de retiro espiritual para los seglares y de estudio para los catequistas en su Escuela de Verano, celebrada como
siempre en Peralta de la Sal. Además, el cardenal Marc Ouellet desarrolló una documentada ponencia sobre las cuatro constituciones conciliares en el encuentro anual de los sacerdotes de Aragón, en la Seo zaragozana.

Pero en este año ha habido un hecho extraordinario que emerge sobre todos los demás: la beatificación de los 522 mártires de la persecución religiosa del siglo pasado, celebrada recientemente en Tarragona. Allí estuvo una vez más nuestra Diócesis, participando de forma destacada, por la beatificación de los mártires benedictinos del Pueyo y de “los curetas de Monzón”.

Aún resuenan los ecos de las celebraciones de acción de gracias, en el Santuario de Nª Sª del Pueyo y en la concatedral de Santa María del Romeral de Monzón, vividas como una profunda experiencia de fe por el testimonio excepcional de estos mártires.

Quiero agradecer la cuidada preparación de ambas celebraciones por parte de los sacerdotes y fieles en ambos lugares. Durante varios meses han motivado a la comunidad cristiana para acoger estas beatificaciones como un regalo de Dios. El nuevo altar del Santuario del Pueyo y la capilla de los mártires de nuestra concatedral de
Monzón han sido preparados para acoger y venerar las reliquias de estos beatos.

¡Gracias a todos los que habéis colaborado en estos acontecimientos! El testimonio de fe de los mártires y la presencia de sus reliquias serán una llamada constante a vivir nuestra fe con mayor coherencia e intensidad.

El papa emérito Benedicto XVI nos advirtió que uno de los principales frutos del Año de la fe debía ser «redescubrir los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada, y reflexionar sobre el mismo acto de fe con el que se cree». Es lo que hicimos el pasado sábado en la peregrinación de las Diócesis de Aragón al Pilar de Zaragoza.

Profesamos la fe en la catedral de la Seo, celebramos la fe en la Eucaristía que tuvo lugar a continuación en el Pilar, y nos despedimos de la Virgen, por la tarde, con un vibrante envío a vivir y testimoniar la fe en nuestros pueblos y ciudades.

Fortalecidos en la fe y animados por la gozosa experiencia de comunión vivida con las demás Iglesias de Aragón, hemos vuelto a nuestras comunidades de origen con el deseo de dar testimonio de nuestra fe en la parroquia, en el pueblo, en los lugares de trabajo o donde quiera que nos encontremos.

Deseo que este año haya servido para fortalecer nuestra fe, aumentar nuestros deseos de comunicarla y ser testigos convencidos de Jesucristo en medio del mundo.

Con mi afecto y bendición.

+ Alfonso Milián Sorribas
Obispo de Barbastro-Monzón

Fuente:: Mons. Alfonso Milián Sorribas

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Ramón del HoyoMons. Ramón del Hoyo      Queridos fieles diocesanos:

1. Siguiendo las indicaciones del Papa Benedicto XVI, estamos celebrando el Año de la Fe desde el 11 de octubre de 2012. Concluirá el próximo 24 de noviembre Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo.
A lo largo de todo este año hemos tenido ocasión de reflexiones sobre las verdades contenidas en el Credo, que tantas veces hemos recitado, y de renovar las promesas y compromisos bautismales.
De una u otra forma y en distintos momentos nos hemos acercado a la Carta ApostólicaPorta fidei, “La Puerta de la fe”, de S. S. Benedicto XVI, que nos ha dejado como herencia viva de su fecundo pontificado.
“Como la samaritana, nos decía, también el hombre actual puede sentir de nuevo la necesidad de acercarse al pozo para escuchar a Jesús, que invita a creer en él y a extraer el agua viva que mana de su fuente (cf. Jn 4, 14). Debemos descubrir de nuevo, el gusto de alimentarnos con la palabra de Dios, transmitida fielmente por la Iglesia, y el Pan de vida, ofrecido como sustento a todos los que son sus discípulos (cf. Jn 6, 51)”(PF, 3)
Creer en Jesucristo, aseguraba también, es el camino para esperar, amar y salvarnos. Ponía también en nuestras manos lostextos del Vaticano II en el cincuenta aniversario de su apertura y el Catecismo de la Iglesia Católica, a los veinte años de su publicación.
Es momento de evaluar a nivel personal y comunitario, nuestras respuestas durante este año de gracia pero, sobre todo, de agradecer juntos al Señor, en la festividad de Cristo Rey del Universo, las abundantes bendiciones y beneficios que ha derramado sobre nosotros en esta Iglesia de Jaén, a lo largo de todo este año.
2. El Papa Francisco, recibiendo el legado de Benedicto XVI, nos ha propuesto también, en su primera Carta Encíclica Lumen fidei, “La Luz de la fe”, que esta luz tan potente no viene de nosotros sino que nace del encuentro con Dios vivo, que nos llama y nos revela su amor, un amor que nos precede y en el que nos podemos apoyar para estar seguros y construir la vida” (LF, 4).
Insiste el Santo Padre a lo largo de esta Carta, además de hacernos tomar conciencia de que somos herederos de la fe de los Apóstoles, en que nos ha de servir de estímulo para evangelizar y transmitirla a otros. No podemos interrumpir la cadena de esta transmisión, guardando la luz debajo de la mesa, sino mostrarla sin miedo, ni complejos, ante los demás.
La fe crece dándola y este Año de la Fe continua abriéndonos a esperanzas nuevas. Allí estábamos, adelantándonos, en el tiempo, cuando Jesús, después de la resurrección encargó a sus discípulos para siempre: “Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id pues y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos”(Mt 28, 19-21).
3. Nuestra vocación cristiana debe rezumar siempre esperanza, más en el “cambio de época” por la que atravesamos. No es momento de “huir de Jerusalén” como los discípulos de Emaús. Precisamente en este momento en que vivimos hace falta cristianos y comunidades organizadas capaces de acompañar, de ir más allá del lamento y de la escucha. Hoy los cristianos tenemos que salir de los templos y ponernos en marcha con la gente, para escuchar y descifrar el porqué de su huida de Jerusalén, de su Iglesia. Hemos de orar más que nunca y llenarnos de la fuerza de la Palabra de Dios y del Pan de la Eucaristía, para, con Jesús y en su nombre, poner nuevo color en sus corazones para que regresen a su comunidad, porque en ella están las fuentes de que se alimenta su fe: La Escritura, la presencia del Señor en la Eucaristía, los Sacramentos, la Comunidad, su Madre…
 “Maldito quien confía en el hombre, escribe el Profeta Jeremías, y busca el apoyo de las criaturas, apartando su corazón del Señor. Bendito quien confía en el Señor y pone en Él su esperanza” (Jr 17, 5-7).
La Carta a los Hebreos describe asimismo a la esperanza como ancla que mantiene firme nuestra nave ante las tempestades. Debemos aferrarnos a ella desde nuestra fe, porque “es como ancla del alma, segura y firme, que penetra más allá de la cortina (el cielo), donde entró como precursor, por nosotros, Jesús, Sumo Sacerdote” (Hb 6, 17-20).
4. Gracias por tantas y tan ricas iniciativas, desde las Vicarías, Delegaciones y Arciprestazgos, hasta cada una de las parroquias y comunidades, asociaciones y movimientos. En su conjunto ha sido un año fecundo como para agradecérselo al Señor.
Desde Vicario Pastoral y la Delegación de Liturgia se enviarán los subsidios correspondientes para que, en cada una de las Parroquias e Iglesias abiertas al culto público comenzando por la Catedral, se ofrezca a los fieles la ocasión, en la medida de lo posible, para renovar las promesas bautismales y profesar el Credo, aparte de otras iniciativas posibles.
Con mi afecto en el Señor.
+ Ramón del Hoyo López
Obispo de Jaén

Fuente:: Mons. Ramón del Hoyo

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Mons. Adolfo MontesMons. Adolfo González Montes     Queridos diocesanos:

1        Con la celebración de la solemnidad de Cristo Rey llegamos a la clausura del Año de la fe, que hemos vivido con intensidad, en la esperanza de obtener del Señor la gracia de renovación de la vida cristiana. Está vivo el recuerdo de la apertura de este año de gracia el 11 de octubre de 2012, cuando se cumplían los cincuenta años de la apertura del II Concilio del Vaticano por el beato Papa Juan XXIII. En aquella ocasión el Señor nos deparó la gracia a todos los obispos presentes en Roma de concelebrar la Misa con el Santo Padre Benedicto XVI, que promulgó el Año de la fe un año antes mediante la Carta apostólica «Porta fidei» (11 octubre 2011).

El Papa se proponía volver sobre las enseñanzas del Concilio, que terminó y con aplicación infatigable puso en marcha el siervo de Dios Pablo VI, en dos décadas particularmente difíciles como fueron los años sesenta y setenta del primer postconcilio. El beato Juan Pablo II hizo del Concilio programa de su pontificado y desarrolló la doctrina conciliar sobre la Iglesia, desarrollando todas sus potencialidades teológicas con la ayuda del Sínodo de los Obispos, que había puesto en marcha Pablo VI. Las exhortaciones sobre la Iglesia en cada uno de los continentes fueron convirtiéndose en referencias fundamentales de la presencia y misión de la Iglesia en las diversas latitudes del mundo. Finalmente, Benedicto XVI había salido al paso de interpretaciones rupturistas del Concilio de quienes vieron en él un “pretexto” para la ruptura con la tradición normativa de la Iglesia.

Al invitar a los pastores y a todos los fieles a volver a las enseñanzas del Concilio, interpretándolo en la que él llama una “hermenéutica de la continuidad”, Benedicto XVI proponía aplicar en Concilio teniendo en cuenta la tradición normativa de fe y práctica de conducta de la Iglesia, que no puede variar porque la hemos recibido de Cristo y de los Apóstoles. Por esto el Papa hoy emérito invitaba a la fidelidad a la tradición de fe como trampolín de proyección de la Iglesia hacia el futuro de la sociedad, llevando a cabo una profunda renovación de la vida cristiana.

2        Para ello, en tiempo de especial dificultad, cuando las opiniones desplazan las enseñanzas de la Iglesia, Benedicto XVI quiso asociar a la conmemoración de los cincuenta años del Concilio, la celebración del vigésimo aniversario de la promulgación por Juan Pablo II del Catecismo de la Iglesia Católica, uno de los frutos más granados de la renovación conciliar. La renovación de la comunidad cristiana pasa por la renovación de la catequesis, y ésta consiste ante en el compromiso de transmisión fiel de la doctrina de la fe apostólica enseñada por la Iglesia, y en la apropiación sincera de la voluntad de Cristo de que le sigamos en fidelidad al modelo de conducta que él nos propone, practicando los mandamiento divinos y viviendo en el espíritu de las bienaventuranzas. Por eso hemos querido poner este Año de la fe un acento especial en la fidelidad a la doctrina de la fe. ¿Cómo podremos transmitir la fe a las nuevas generaciones sin permanecer fieles a ella?

Sin embargo, la transmisión de la fe requiere un singular empeño por nuestra parte en practicarla. Es necesaria aquella coherencia de vida que haga creíble nuestro anuncio y nuestras prácticas religiosas. Lo decía Benedicto XVI en su Carta apostólica: «La renovación de la Iglesia pasa también a través del testimonio ofrecido por la vida de los creyentes: con su misma existencia en el mundo, los cristianos están llama dos, efectivamente, a hacer resplandecer la Palabra de verdad que el Señor Jesús nos dejó» (Porta fidei, n. 6). Las manifestaciones religiosas son de importancia, particularmente las inspiradas por la piedad popular, pero han de ser secundadas por el respaldo de una vida convertida en testimonio de fe por parte de cada cristiano allí donde su presencia se hace fermento en la masa para la transformación del mundo conforme a la voluntad de Dios.

3        Todo el esfuerzo que hemos puesto este Año de la Fe en concienciar a cada uno de los sectores o colectivos integrados en el cuerpo eclesial ha sido con esta finalidad: que el avivamiento de la conciencia de los cristianos les impulse a una coherencia de vida que los convierta en testigos del Evangelio. Así niños y jóvenes, particularmente los que han recibido el sacramento de la Confirmación este año, han tenido en las convocatorias de este año una aportación de gracia añadida para que su vivencia del sacramento del Espíritu, en el caso de los confirmados, y el entusiasmo que suscita el seguimiento de Jesús entre los niños y jóvenes que se sienten cristianos y quieren serlo de verdad. La Jornada Mundial de la Juventud de Río hubiera requerido una presencia de nuestros jóvenes que la distancia y la crisis impidió, pero muchos fueron los que vivieron el espíritu de Río y unidos en oración y objetivos, revivieron la JMJ de 2011 en Madrid.

Los cofrades fueron invitados a profundizar en la espiritualidad de sus respectivas asociaciones de fieles y a hacer de la veneración y el culto a las sagradas imágenes de pasión y gloria un itinerario penitencial de renovación cristiana y una proclamación convertida en vida de la esperanza de gloria a la que aspiramos. Las familias fueron convocadas para que la luz que la revelación de Cristo arroja sobre el misterio dela mor humano fecunde la vida en común del hombre y de la mujer, de los padres y los hijos; porque la familia es imagen de la Iglesia y como “eclesiola” o “iglesia doméstica” es el ámbito privilegiado conde se despierta a la fe.

Lo mismo ha sucedido este año los jóvenes llamados al sacerdocio y a la vida religiosa. Los seminaristas diocesanos acudieron esta vez a Roma, para las jornadas dedicadas a las vocaciones de especial consagración. Con ellos y los formadores vivimos unos días de comunión con el Papa Francisco inolvidables. No habrá Iglesia del futuro sin los ministros ordenados, sin sacerdotes que se ocupen en ser pastores inmediatos de las comunidades cristianas en estrecha comunión con el Obispo como sucesor de los Apóstoles y principio visible de unidad de la Iglesia diocesana.

Este recuento y balance no puede olvidar los programas que en el Año de la fe han cubierto los sacerdotes diocesanos y los religiosos y religiosas, programas que han tenido la formación permanente en el centro de la reflexión y los retiros espirituales como medio de avivar en íntima relación con Dios el compromiso del propio ministerio y de la vida consagrada.

4        Durante este Año de la fe hemos aprobado, además, el nuevo Plan pastoral diocesano, que estará vigente los próximos cuatro años. Está centrado en el programa de siempre de la Iglesia: la evangelización, pero que ha adquirido una particular urgencia como llamada de los papas de nuestro tiempo en forma de compromiso para una “nueva evangelización” al servicio de la transmisión de la fe. Fue el tema del Sínodo de los Obispos del año pasado, en el que participamos unos quinientos obispos de todo el mundo. Al tema y al acontecimiento sinodal he dedicado pasadas reflexiones. Valga recordar lo que escribía en la presentación del nuevo Plan pastoral a propósito del alejamiento de la sociedad actual de la concepción cristiana de la vida: «La evangelización pasas por mostrar que, en verdad, el cristianismo le conviene a una sociedad que tiene la tentación de abandonar la fe de sus padres. En este sentido, la nueva evangelización, objetivo general prioritario, pasa por revitalizar la fe de los creyentes, la fe de la comunidad eclesial mediante una acción pastoral que la haga más consciente de esta fe que profesa».

5        Promulgado por Benedicto XVI, el Año de la fe ha encontrado en el nuevo Papa Francisco un impulso decisivo. Las peregrinaciones que han acudido a Roma y las Jornadas allí vividas en torno a Francisco han impactado fuertemente sobre todos, entre las que quiero destacar las Jornada mariana vivida el sábado 12 de octubre en la plaza de San Pedro, en la que el Papa Francisco pidió la protección de María ante la imagen de la Virgen de Fátima llevada a Roma para la ocasión.

Nadie es indiferente ante el coraje y las propuestas que el Papa Francisco hace de una vida más evangélica y acorde con un mundo lleno de desigualdades, donde los más pobres sufren y mueren acosados por la dureza de la vida. La fraternidad, nombre propio que el cristiano da a la solidaridad, descansa sobre la fe en un Padre común y el mismo y único Redentor del pecado y las miserias de los seres humanos. Una fe que es don del Espíritu de amor “que procede del Padre y del Hijo” y todo lo llena con su acción fecunda.

6        Quiero terminar refiriéndome a la nueva beatificación de los mártires del siglo XX en España el pasado 13 de octubre. Los obispos habíamos programado la beatificación de 522 mártires que se suman a los ya beatificados, once de ellos ya canonizados. La Iglesia de España avivaba la memoria de quienes dieron su vida por la fe y no por una causa política. La incomprensión de algunos sectores nada puede hacer por cambiar los hechos históricos. Los católicos fueron perseguidos “por odio a la fe”, y se pretendió su exterminio de la Iglesia. Los mártires acompañan la historia de la fe cristiana y su unión a Cristo crucificado nos ayudará a vivificar una fe que hoy se debilita. Los mártires de ayer padecieron por Cristo adversidades sin cuento, a las cuales hay que sumar las adversidades las adversidades que padecen los mártires de hoy. Unos y otros nos ayudan a nosotros a superar las dificultades que conlleva una vida de fe coherente. Así nos lo recordaba el Papa Francisco en el rezo del Ángelus del pasado domingo, refiriéndose a los cristianos hoy perseguidos en tantos países: «Las adversidades que encontramos por nuestra fe y nuestra adhesión al Evangelio son ocasiones de testimonio; no deben alejarnos del Señor, sino impulsarnos a abandonarnos aún más en Él, en la fuerza de su Espíritu y de su gracia En este momento pienso y pensamos todos, hagámoslo juntos, pensemos en tantos hermanos cristianos que sufren persecuciones a causa de su fe. ¡Hay tantos! Quizá más que en los primeros siglos. Jesús está con ellos».

Dar testimonio de la realeza de Cristo frente a los poderes de este mundo fue el motivo de persecución y martirio desde los orígenes de la Iglesia. Es parte sustantiva de la historia de la Iglesia y de la fe. Contra la tentación de los poderes mundanos la fe nos ayuda a confesar al único Señor de la historia que ha entregado el poder y la gloria a su Hijo, de suerte que, para nuestro bien, “Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre” (Filp 2,11).

Que el Año de la fe que clausuramos se convierta ahora en un impulso de futuro como valiosa experiencia que ha fortalecido la fe, haciéndonos más capaces de afrontar el desafío de una sociedad que se aleja de sus orígenes cristianos mediante un empeño mayor en la necesaria nueva evangelización.

Con mi afecto y bendición.

Almería, a 24 de noviembre de 2013

Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo

+ Adolfo González Montes

Obispo de Almería

Fuente:: Mons. Adolfo González Montes

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Mons. Juan José AsenjoMons. Juan José Asenjo     Domingo, 24 de noviembre de 2013

Queridos hermanos y hermanas: Celebramos en este domingo la solemnidad de Cristo Rey. La Palabra de Dios que escucharemos en la Eucaristía nos muestra la realeza de Cristo en tres secuencias sucesivas: la primera lectura nos narra la unción de David como Rey de Israel, figura de Cristo, el hijo de David por excelencia; la segunda nos presenta a Jesús como Rey del universo por ser su creador y también como cabeza y Señor de su Iglesia por ser su redentor.

El evangelio nos muestra el rostro sereno y majestuoso de quien, consumada su entrega por nuestra salvación, es coronado como Rey en el árbol de la Cruz y es constituido como clave y fin de toda la historia humana.

El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice que ante la realeza de Cristo, ”la adoración es la primera actitud del hombre que se reconoce criatura… Es la actitud de humillar el espíritu ante el “Rey de la gloria” y el silencio respetuoso ante Dios, “siempre mayor” (n. 2628). Pero no basta la adoración. En este día es preciso además dar un paso al frente para romper con aquellos ídolos que nos esclavizan, porque ocupan el lugar del único Señor de nuestras vidas, el orgullo, el egoísmo, el consumismo, el placer, el confort o el dinero. ”Desde el comienzo de la historia cristiana -nos dice el Catecismo- la afirmación del señorío de Jesús sobre el mundo y sobre la historia significa también reconocer que el hombre no debe someter su libertad personal, de modo absoluto, a ningún poder terrenal sino a Dios Padre y al Señor Jesucristo: el César no es el Señor” (n. 450). Por ello, en esta solemnidad es preciso tomar muy en serio aquello que nos dice una canción bien conocida: “No adoréis a nadie, a nadie más que a Él. No fijéis los ojos en nadie más que en Él; porque sólo Él nos da la salvación; porque sólo Él nos da la libertad; porque sólo Él nos puede sostener”.

En la solemnidad de Cristo Rey no es suficiente dejarnos fascinar por su doctrina. Es necesario dejarnos conquistar por su persona, para amarlo con todas nuestras fuerzas, poniéndolo no sólo el primero, porque ello significaría que entra en competencia con otros afectos, sino como el único que realmente llena y plenifica nuestras vidas. Es ésta una fecha muy apta para iniciar o continuar el seguimiento del Señor con decisión y radicalidad renovadas, para entregarle nuestra vida para que Él la posea y

oriente y la haga fecunda al servicio de su Reino. Aceptemos con gozo la realeza y la soberanía de Cristo sobre nosotros y nuestras familias, entronizándolo de verdad en nuestro corazón, como Señor y dueño de nuestros afectos, de nuestros anhelos y proyectos, nuestro tiempo, nuestros planes, nuestra salud y nuestra vida entera. Que hagamos verdad hoy aquello que rezamos o cantamos en el Gloria: “…porque sólo Tú eres Santo, sólo Tú Señor, sólo Tú Altísimo Jesucristo”.

Pero no basta con aceptar la soberanía de Cristo sobre nosotros. La realeza de Cristo tiene también una dimensión social, imposible en una sociedad aconfesional y secularizada como la nuestra, sin el compromiso y la presencia vigorosa de los cristianos en la vida pública. A vosotros los laicos os corresponde, como os decía el Concilio, informar con el espíritu cristiano el pensamiento y las costumbres, las leyes y las estructuras de la comunidad en la que vivís (AA 13). Hoy es ésta una de las urgencias más apremiantes de la Iglesia en España, que necesita más que nunca cristianos laicos enamorados de Jesucristo, con una vida espiritual profunda, que no escondan su fe y que lleven su compromiso cristiano al mundo de la escuela, de la economía y del trabajo, de la cultura y de los medios de comunicación social, y también al mundo de la política y de la acción sindical, para enderezar todas estas realidades temporales según el corazón de Dios, de modo que Jesucristo reine también en la vida social de nuestros pueblos y ciudades.

La aceptación de la soberanía de Cristo en nuestras vidas y la dimensión social de su realeza nos emplazan además en esta solemnidad al testimonio de la caridad, hoy más necesario que nunca. Jesucristo ejerce su realeza atrayendo hacia Él a todos los hombres por su muerte y resurrección. Él no vino a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por todos. Por ello, para el cristiano servir a los pobres y a los que sufren, imagen de Cristo pobre y sufriente, es reinar (LG 36). Sólo así la Iglesia podrá ser en este mundo, como rezaremos en el prefacio de este domingo el “reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz”.

Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.

+ Juan José Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla

Fuente:: Mons. Juan José Asenjo

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Mons. Gerardo MelgarMons. Gerardo Melgar    Queridos diocesanos:

En este último Domingo del Año litúrgico celebramos la Solemnidad de Jesucristo, Rey del universo, y clausuramos el Año de la fe. Siempre que hablamos del Señor como Rey, de su Reino, de su Reinado, etc. la imaginación y el pensamiento nos trasladan a nuestras pobres categorías y pensamos en las diferencias entre grandes y servidores, entre siervos y señores. Sin embargo, al celebrar a Cristo como Rey estamos honrando a un Rey totalmente distinto y hablamos de un Reinado que no tiene nada que ver con los reinados terrenos. El Reino de Cristo lo es de justicia, de verdad y de vida, de amor y de paz.

Cristo ejerce su reinado desde la Cruz, auténtico trono desde el que el Señor se ofrece por amor a los hombres, obtiene la victoria sobre la muerte y el pecado, y nos merece la salvación. Se trata de un Reino fundamentado no en la fuerza sino en la debilidad, reconciliando la tierra con el cielo, a Dios con los hombres por medio de la Sangre de Cristo derramada por la salvación del mundo. Así se constituye Cristo como Rey del Universo: entregando su vida por la salvación de todos los hombres. Como escribió San Pedro: “Hemos sido rescatados no a precio de plata ni de oro sino a precio de la Sangre derramada de Nuestro Señor Jesucristo” (1 Pe 1, 18)

Al contemplar a Cristo Rey en la Cruz tenemos que preguntarnos: ¿queremos que Cristo sea nuestro único soberano? La respuesta debe ser dada desde la responsabilidad de saber qué supone admitir a Cristo como nuestro Rey:

1. Que Cristo sea nuestro Rey quiere decir que estamos dispuestos a darle el puesto de honor, el primer puesto en nuestra vida como a nuestro único Dios y Señor.

2. Que Cristo sea nuestro Rey debe llevarnos a trabajar, con la ayuda de su gracia, para que Él sea nuestro único Señor y evitar que otras personas o cosas reinen en nosotros.

3. Admitir a Cristo como nuestro Rey exige que le dejemos entrar de verdad en nuestra vida, que dejemos que Él nos trasforme y nos convierta en verdaderos seguidores suyos que se toman en serio la fe y tratan de vivir de acuerdo con lo que esa fe exige.

4. Admitir a Cristo como Rey supone comprometernos a luchar por la defensa de la verdad, la justicia, la vida y la paz.

5. Finalmente, admitir a Cristo como Rey supone encarnar en nosotros las mismas actitudes que Él vivió: en el servicio, en el amor a los demás, en la entrega de nuestra vida, en la creación de paz, etc.

Dejemos que Cristo sea nuestro Rey; hagamos de nuestra vida un verdadero homenaje de entrega, de servicio y de encarnación de sus mismas actitudes. Seamos testigos de los valores evangélicos en medio de nuestro mundo y entre las gentes con las que convivimos para que Cristo pueda reinar en todos aquellos que aún no lo reconocen como su Dios y su todo. Ojalá nuestra vida sea una sincera proclamación de Cristo como Rey del Universo y como Rey de cada uno de nuestros corazones.

Vuestro Obispo,

+ Gerardo Melgar

Obispo de Osma-Soria

Fuente:: Mons. Gerardo Melgar

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Con Cristo sean testimonios de fe, caridad y esperanza. Profunda gratitud del Papa, en nombre de toda la Iglesia, a los voluntarios del Año de la Fe
(RV).- (con audio) Con Cristo sean testimonios de fe, caridad y esperanza. Profunda gratitud del Papa, en nombre de toda la Iglesia, a los voluntarios del Año de la Fe Anunciar y testimoniar el Evangelio para que nadie se quede sin percibir la ternura y la cercanía de Jesucristo. El Obispo de Roma recibió, este lunes, por la mañana, a unos trescientos voluntarios que han colaborado en el Año de la Fe, que fue «una ocasión providencial para los creyentes, para reavivar la llama de la fe, esa llama que nos ha sido confiada en el día del Bautismo, para que la custodiemos y la compartamos». Junto con su gratitud, en nombre de toda la Iglesia, Francisco, puso de relieve la importancia de la caridad, que nace de la fe cristiana vivida en cada momento y ambiente, en especial en las dificultades y sufrimientos, dejando que Dios, con su amor indestructible, nos tome en sus brazos:
«En nombre de la Iglesia, les agradezco, y juntos demos gracias al Señor por todo el bien que nos permite cumplir. En este tiempo de gracia, hemos podido redescubrir lo esencial del camino cristiano, en el que la fe, junto con la caridad, ocupa el primer lugar. La fe, en efecto, es cimiento de la experiencia cristiana, porque motiva las opciones y los actos de nuestra vida cotidiana. Es la vena inagotable de todas nuestras acciones, en la familia, en el trabajo, en la parroquia, con los amigos, en los diferentes entornos sociales. Y esta fe firme y genuina, se ve, en especial en los momentos de dificultad y de prueba: entonces el cristiano se deja tomar en brazos por Dios, y se aferra a él, con la seguridad de confiar en un amor fuerte, como roca indestructible. Precisamente en las situaciones de sufrimiento, si nos abandonamos a Dios con humildad, podemos dar un buen testimonio».
Destacando el valioso servicio de voluntariado de estos queridos amigos, en los diversos eventos del Año de la Fe, que les ha dado la oportunidad de percibir, mejor que otros, el entusiasmo de las diversas categorías de personas, que han estado participando, el Papa hizo hincapié en que la fe en Cristo reaviva los corazones e impulsa el anuncio del Evangelio, a todos sin distinción:
«Juntos tenemos que alabar verdaderamente al Señor por la intensidad espiritual y el ardor apostólico, suscitados por las numerosas iniciativas pastorales promovidas en estos meses, en Roma, y en todo el mundo. Somos testigos de que la fe en Cristo es capaz de reavivar los corazones y de llegar a ser realmente la fuerza impulsora de la nueva evangelización. Una fe vivida en profundidad y con convicción tiende a abrirse con largo alcance al anuncio del Evangelio. ¡Es esta fe la que hace que nuestras comunidades sean misioneras! En efecto, para un apostolado valiente, se necesitan comunidades cristianas comprometidas, para llegar a las personas, en los ambientes donde se encuentren, aun en los más difíciles».
Renovando su gratitud, el Santo Padre reiteró su exhortación a no quedar encerrados, a salir al encuentro con los demás, en especial de los que más necesitan percibir la cercanía de Jesús:
«Esta experiencia que han madurado en el Año de la Fe, les ayuda en primer lugar, a ustedes a abrirse, junto con sus comunidades, al encuentro con los demás, – esto es importante, diría esencial. Se habla tanto de pobreza, pero no siempre pensamos en los pobres de fe – sobre todo los que son los más pobres de fe y de esperanza en sus vidas. Hay tantas personas que necesitan un gesto humano, una sonrisa, una palabra verdadera, un testimonio a través del cual percibir la cercanía de Jesucristo. Que no le falte a nadie este signo de amor y de ternura que nace de la fe».

(CdM – RV)

Fuente:: News.va

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Guadix Ginés clausura de la feHomilía de Mons. Ginés García Beltrán para la Clausura del Año de la Fe celebrada en la Catedral de la Encarnación de Guadix

Sábado, 23 de noviembre de 2013

Queridos hermanos y hermanas en el Señor:

Hemos llegado al final del Año de la Fe al que fuimos convocados por el Sucesor de Pedro. Hoy damos gracias al Señor que es muy bueno con nosotros, y nos ha proporcionado un tiempo de gracia para volvernos a Él y renovar el don y el compromiso de la fe que recibimos el día de nuestro bautismo.

Ha sido este también un año lleno de acontecimientos que hemos intentado vivir en la fe. La renuncia al ejercicio del ministerio petrino del Papa Benedicto XVI y la llegada del Papa Francisco ha sido una experiencia que es difícil de entender sino desde la fe que es viva y eficaz. El gran Papa Benedicto nos ha dejado un legado que enriquecerá la vida de la Iglesia por generaciones; su decisión sabia y humilde de dejar a otro la tarea de la guía de la Iglesia ha sido un testimonio de fe vivida, de confianza y obediencia a la Palabra del Señor. Así, el Espíritu que guía a la Iglesia nos trajo a un Papa del otro lado del océano, el Papa Francisco. Es innegable la fuerza arrolladora de su testimonio que cuestiona a creyentes y no creyentes. Palabras del Papa, que llegan al corazón del hombre de hoy, y que vienen interpretadas a la luz de sus gestos, de su cercanía, de su ternura. No hay ruptura entre ambos, en ellos se expresa la continuidad renovadora de la sucesión apostólica. Expresión de esto es la carta encíclica “Lumen Fidei”, que como el mismo Papa Francisco reconoce es una carta “escrita a cuatro manos” (cf. LF, 7).

Cada una de las iglesias particulares extendidas por todo el mundo se ha unido a este Año de la Fe, como lo hemos hecho nosotros. La fe que recibimos de los apóstoles, grabada en un pergamino, que ha estado presente en nuestras comunidades, junto a la luz de la lámpara, nos ha recordado el precioso don de la fe al tiempo que ha inspirado muchas de nuestras acciones.

Sin embargo, en este momento cabe preguntarse: ¿y ahora qué? ¿qué hemos sacado del Año de la Fe que concluimos? Como creyentes sabemos que los frutos están en manos de Dios, y será Él quien se encargue de darlos, y darlos en abundancia. Pero esto no nos impide, todo lo contrario, pensar en el camino de fe personal y comunitaria que hemos de proseguir ahora. Tenemos que preguntarnos cada uno: ¿cómo voy a vivir mi fe aquí y ahora; y como comunidad: ¿qué haremos para ser un testimonio de fe en el mundo de hoy?

Pues volvamos nuestra mirada a la Palabra de Dios que acabamos de escuchar y dejémonos penetrar por ella. Dejemos que la Palabra sea luz en nuestro camino, porque “Quien cree ve; ve con una luz que ilumina todo el trayecto del camino, porque llega a nosotros desde Cristo resucitado, estrella de la mañana que no conoce ocaso” (LF 2).

La carta a los Romanos pone sobre la mesa el gran interrogante que aparece cada día en la vida del hombre, el que nos hacemos cada día: ¿qué va a ser de mí? La respuesta es: hemos sido justificados, por lo que se nos abre el futuro; tenemos futuro. La fe no cierra puertas sino que abre horizontes, nos enseña que el destino del hombre es la gloria de Dios. Es en virtud de la fe por lo que hemos sido justificados, reconciliados con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo.

Cuando nos hacemos conscientes de esta gracia, el mundo, los otros, yo mismo, adquieren una nueva perspectiva. No hay nada ni nadie que puedan privarnos de este encuentro con el bien y la belleza. La fe nos fascina porque nos hace mirar más allá, porque nos impide quedarnos y encerrarnos en lo efímero de lo cotidiano; nos gloriamos incluso en las tribulaciones como nos dice San Pablo (v. 2), porque Dios llena y da plenitud, como sólo él puede hacerlo, a la existencia humana.

Por eso, no basta conocer la fe. En la fe es fundamental la aceptación del don en todas sus consecuencias. La fe es vida que se transmite y se hace parte de nosotros mismos, constituye a la persona. La fe no es un adorno, es el reconocimiento y la puesta en valor de lo que el Creador ha inscrito en nuestros corazones. La confianza en la verdad y la bondad de Dios, la aceptación en obediencia de su palabra, mueven al hombre a aceptar y hacer propios los contenidos de la fe. Es fe el contenido del Credo, como lo es la actitud por nuestra parte de confiar y obedecer a Dios.

Estamos invitados, mis queridos hermanos, a renovar la fe en el compromiso de saber lo que creemos y de vivir según lo que creemos.

Podemos afirmar, sin duda, que uno de los mayores problemas con los que se encuentra la pastoral de nuestra iglesia es la ignorancia de los contenidos de la fe por parte de los bautizados. No sabemos en qué creemos. Esto nos ha llevado en la práctica a un relativo sincretismo, incluso a lo que algunos han llamado una “fe de supermercado”, donde cada uno toma lo que le interesa. Así, la unidad y totalidad de la fe se han oscurecido; si no conocemos el Credo, ¿cómo llegará al corazón? Hoy, las familias, en general, no transmiten la fe; nuestras catequesis necesitan una mejora; el interés y el compromiso personal de formarnos en la fe ha de ser una exigencia. La Iglesia y el mundo necesitan cristianos capaces de dar razón de su fe, no para defenderse frente al enemigo, sino para dar testimonio de un Dios que ama al hombre, y lo ama hasta el extremo.

Querido hermanos, os invito a todos, especialmente a vosotros sacerdotes, padres y catequistas, a tomar en serio la formación cristiana. No pueden acobardarnos las dificultades. En el Catecismo de la Iglesia católica tenemos un precioso instrumento para esta tarea; en él se nos presentan los contenidos fundamentales de la fe y la visión desde la misma de los grandes temas de la vida cotidiana. La formación de niños, adolescentes, jóvenes, familias y adultos en general, ha de ser una prioridad de nuestra pastoral.

Todo esto sin olvidar que la fe en un encuentro con alguien; un encuentro con Dios en la persona de Cristo. Como nos decía Benedicto XVI al comienzo de este año: “Debemos descubrir de nuevo el gusto de alimentarnos con la Palabra de Dios, transmitida fielmente por la Iglesia, y el Pan de la vida, ofrecido como sustento a todos los que somos sus discípulos (cf. Jn 6,51)” (PF 3).

Palabra y Sacramento. Cristo que es la Palabra eterna y definitiva del Padre, se hace carne en el altar para ser aliento del pueblo peregrino. El encuentro con el Señor se hace en la Palabra y en la mesa eucarística; es un encuentro personal e íntimo. Aquí no cabe una fe recibida que no se ha hecho vida. La fe no puede vivir sin más de la repetición de tradiciones, no puede ser un conglomerado de realidades o ritos externos que están vacíos de vida interior. Es necesario el encuentro personal e íntimo con el Señor. Es necesaria la oración perseverante, esa que se necesita como el aire para vivir. La falta de oración es una desgracia para un creyente. La oración actualiza en nosotros la gracia de la fe y nos va revelando lo que Dios quiere de mí aquí y ahora. En la oración descubro la voluntad de Dios y obtengo la gracia para cumplirla. La oración sella en el corazón lo que he adquirido en el conocimiento. Es la que revela la verdad que he conocido y muestra su belleza.

El encuentro con el Señor despierta en el hombre la necesidad de la conversión. Si el encuentro con Dios no es transformador es que no ha existido verdadero encuentro o no ha sido con Dios. El Año de la Fe quería ser “una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor” (PF 6). Pido al Señor que haya sido así, al tiempo que os invito a continuar viviendo un verdadero camino de conversión. El sacramento de la penitencia es el instrumento privilegiado de la misericordia de Dios que se abaja a nosotros para rescatarnos del pecado, del culto a los ídolos. “Creer significa confiarse a un amor misericordioso, que siempre acoge y perdona, que sostiene y orienta la existencia, que se manifiesta poderoso en su capacidad de enderezar lo torcido de nuestra historia. La fe consiste en la disponibilidad para dejarse transformar una y otra vez por la llamada de Dios” (LF 13)

El conocimiento de la fe y la vida de la fe encuentran su unión en el amor. La novedad que aporta la fe es nuestra transformación por el amor. La fe nos abre al amor y el amor nos dilata, nos abre a los demás. Dios es amor y el que ama permanece en Dios. Sólo desde el amor se puede entender a Dios, y no sólo eso, se puede entrar en el corazón mismo de Dios. “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones” (v. 5); por eso, estamos capacitados para amar con el amor de Dios; es una exigencia de la vida cristiana amar como Dios ama. En este sentido, como nos dice el Papa Francisco: “La fe no solo mira a Jesús, sino que mira desde el punto de vista de Jesús, son sus ojos: es una participación en su modo de ver” (LF 18). Este es el amor cristiano, la caridad, mirar al hermano como lo mira Jesús, acercarnos a él como se acerca Jesús y amarlo como lo ama Jesús. Cáritas, y las demás realidades caritativas y sociales en la Iglesia, han de tener este sello: mirar desde Jesús, ser presencia del amor de Dios en medio de los hombres que nos necesitan. La fe, expresada en el amor, es el mejor testimonio para los que buscan o para los que no tienen fe. Sólo el amor es digno de fe.

Vivir esta realidad a la intemperie no es fácil, más bien diría que es imposible. No podemos vivir sin Iglesia o al margen de ella. La Iglesia no es una opción, es esencial a la vida de la fe, o ¿acaso podría sobrevivir un niño sin el alimento de su madre?. Necesitamos de la comunidad, de la Iglesia. La Iglesia es la Madre que nos abraza y nos ayuda a creer. Como nos ha engendrado a la fe se convierte en testimonio de la vida de gracia y nos ofrece los medios que ha recibido de su Esposo para crecer y caminar a nuestro destino.

No puedo olvidar otro elemento esencial a la misma fe: su transmisión. La fe es el tesoro que en una cerrazón egoísta se perdería y que, por el contrario, crece cuando la llevamos a los demás. Es sabido y repetido que la Iglesia existe para evangelizar. Sin embargo, ahora quisiera detenerme en la importancia de la coherencia como instrumento esencial a la hora de transmitir la fe. Muchos nos preguntamos hoy por qué no somos capaces de transmitir la grandeza y la belleza de la fe. No es fácil la respuesta, pero hay algo claro: para trasmitir la fe necesitamos vivir en la coherencia, vivir según se cree.

El testimonio de Eleazar, que hemos escuchado en la primera lectura, es muy ilustrativo. Este hombre “uno de los principales maestros de la ley, hombre de edad avanzada y semblante digno”, como lo describe la página bíblica, se encuentra con dos tentaciones para ser fiel a su fe; son las mismas que nos encontramos nosotros. La amenaza del castigo por vivir según la fe que se profesa, y que contradice los postulados sociales y culturales del poder establecido, convirtiéndose así en un verdadero signo profético que amenaza la seguridad de los quieren imponer una vida sin Dios; pero no es menor la otra tentación: la simulación, es decir, creer, pero vivir como si no creyeras. Dejar que el corazón esté en Dios, pero vivir al estilo de los paganos; hacer de la fe una cuestión privada que nada tiene que ver con la vida pública. Tentaciones de entonces y tenciones de ahora.

Las palabras de este anciano piadoso resuenan hoy en nuestra conciencia: “¡Enviadme al sepulcro! No es digno de mi edad ese engaño. Van a creer los jóvenes que Eleazar a los noventa años ha apostatado y si miento por un poco de vida que me queda se van a extraviara con mi mal ejemplo” (vv. 23-25). Sí hermanos, la transmisión de la fe se hace por la palabra y por el testimonio. Si vivimos en coherencia con lo que creemos, muchos se cuestionarán sobre su proceder a la luz del nuestro, y querrán saber por qué vivimos así, o por qué tenemos alegría y paz en el corazón a pesar de las tribulaciones. La transmisión de la fe ha de ser una llamada al estilo de Cristo: “Ven y verás”.

Al final de mis palabras quiero volver a la primera cuestión que me hacía: ¿y ahora, terminado el Año de la Fe, que hemos de hacer?

Somos una iglesia abierta a Dios y a su acción, por eso, somos una iglesia abierta al futuro, al que miramos con esperanza e ilusión, porque lo vemos lleno de posibilidades. Hemos de salir fuera, no podemos quedarnos encerrados en la seguridad de lo que hemos conquistado. La misión está en el mundo, entre los hombres. Alimentados con la Palabra y la Eucaristía somos fermento de un mundo nuevo.

Hemos de ser una Iglesia que se acerca a cada hombre o mujer, que se pone al lado en el camino, que se hace samaritana, que cura con el bálsamo de la misericordia, que anuncia el perdón y la salvación. Una Iglesia servidora de la humanidad, creíble por el amor. Tenemos que ser una Iglesia que crea esperanza, porque tiene razones para la esperanza. Nuestras parroquias tienen que ser comunidades vivas y alegres, verdadero hogar donde siempre hay un lugar para el que llega, para el que quiere compartir con nosotros la mesa y la palabra. Iglesia que se hace diálogo con todos, incluso con los que no nos miran bien o sospechan de nosotros. En definitiva, una Iglesia centrada en Dios y no en sí misma; una iglesia que ora y adora, que profesa la fe íntegra y celebra el don de la salvación; una iglesia comunión de hermanos para la salvación del mundo.

El reto, mis hermanos, es apasionante, por eso pedimos la fe, necesitamos la fe. Como los discípulos en el Evangelio, le decimos al Señor: “Auméntanos la fe”. Sí, pidamos la fe para todos. El Obispo pide la fe para esta Iglesia, la fe para su ministerio apostólico. Que Dios la conceda a los que no la han descubierto todavía o la han rechazado, y la fortalezca en los que la tenemos. Fe para los niños y para los jóvenes; fe en la familias y para los que pasan por la noche del dolor, la soledad o la duda; fe para los sacerdotes y para los consagrados.

“La luz de la fe no disipa todas nuestras tinieblas, sino que, como una lámpara, guía nuestros pasos en la noche, y esto basta para caminar. Al hombre que sufre, Dios no le da un razonamiento que explique todo, sino que le responde con una presencia que le acompaña, con una historia de bien que se une a toda historia de sufrimiento para abrir en ella un resquicio de luz. En Cristo, Dios mismo ha querido compartir con nosotros este camino y ofrecernos su mirada para darnos luz. Cristo es aquel que, habiendo soportado el dolor, « inició y completa nuestra fe » (Hb 12,2).” (LF 57).

Confiemos a la Madre de Dios, proclamada “bienaventurada porque ha creído” (Lc 1,45), los frutos de este Año de la Fe, y el camino de la Iglesia.

+ Ginés García Beltrán

Obispo de Guadix

Fuente:: SIC

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Ciudad Rodrigo Festival Internacional de cineLa asociación cultural Kinema Siete abre el plazo de presentación de largometrajes y cortometrajes para el IV Festival de Cine Educativo y Espiritual (FICEE ) que se celebrará en Ciudad Rodrigo del 22 al 26 de julio de 2014. El plazo está abierto desde hoy 25 de noviembre de 2013 al 25 de marzo de 2014. Como en la edición anterior, habrá una Sección dedicada a Cine Ibérico y como novedad, de manera complementaria al Festival se convocará un Concurso de Cortometrajes para jóvenes estudiantes de Secundaria de la provincia de Salamanca.

El IV FICEE – Festival Internacional de Cine Educativo y Espiritual de Ciudad Rodrigo, tiene como objetivo la difusión de películas de categoría artística conmensaje educativo, espiritual y de valores; La promoción y desarrollo de actividadesencaminadas a la creación de productos audiovisuales de carácter educativo,espiritual y de valores así como la promoción y formación de profesionales técnicos yartísticos en la producción y distribución de productos audiovisuales de valores.

Secciones
Se establecen las secciones siguientes:

A. Sección oficial

Podrán concurrir largometrajes y cortometrajes en las modalidades de ficción, documental o animación producidas después del 1 de enero de 2012 decualquier nacionalidad.La Cuarta Edición del FICEE admitirá en la Sección Oficial películas que hayansido exhibidas comercialmente o hayan sido presentadas en cualquier otrofestival.

B. Sección cine ibérico

Podrán concurrir largometrajes y cortometrajes de producción Portuguesa o coproducidos entre Portugal y Españacon fecha posterior de producción al 1 de enero de 2012 y que estén dentro del marco del Festival.

Para leer las bases completas del Festival en su cuarta edición: www.kinemasiete.es

Concurso de cortometrajes par jóvenes y tallerces de cine

Kinema Siete tiene entre sus objetivos la promoción y formación de profesionales técnicos y artísticos en la producción y distribución de productos audiovisuales de valores. Por esta razón uno de los objetivos de la presente edición del FICEE es fomentar e incentivar el interés por el Séptimo Arte entre los más jóvenes. En este sentido, la IV edición del FICEE tendrá como actividad complementaria un CONCURSO DE CORTOMETRAJES dirigido a estudiantes de Educación Secundaria de la provincia de Salamanca.

Con el objetivo de fomentar la participación de los estudiantes de Secundaria en este concurso Kinema Siete impartirá talleres de Cine en diversos Institutos en los que participarán alumnos y alumnas de 1º a 4º de la ESO. Estos talleres tendrá lugar entre los meses de marzo y mayo de 2014.

El plazo de presentación de trabajos para este Concurso de Cortometrajes de Alumnos de Secundaria de la provincia de Salamanca finaliza el 31 de mayo.

Ediciones anteriores

El FICEE, Festival de Cine Educativo y Espiritual de Ciudad Rodrigo, se celebra en Ciudad Rodrigo durante el mes de julio desde el año 2011. Su trayectoria ha ido en crescendo tanto en cuanto a público, calidad de las producciones exhibidas y número de solicitudes de participación. En la última edición se recibieron 192 trabajos, lo que supuso un notable aumento con respecto a las ediciones anteriores:  52 en 2011 y 72 en 2012. En cuanto a procedencia, el FICEE 2013 fue la edición más internacional, además de películas españolas y portuguesas se recibieron propuestas desde Afganistán, Alemania, Argentina, Australia, Bélgica, Brasil, Croacia, Estados Unidos, Estonia, Francia, Isla Reunión, Italia, Lituania, México, Países Bajos, Perú, Reino Unido, Rusia, Serbia-Montenegro, Singapur y Suiza.

Fuente:: SIC

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1_0_749707Anunciar y testimoniar el Evangelio para que nadie se quede sin percibir la ternura y la cercanía de Jesucristo. El Obispo de Roma recibió, este lunes 25 de noviembre, por la mañana, a unos trescientos voluntarios que han colaborado en el Año de la Fe, que fue «una ocasión providencial para los creyentes, para reavivar la llama de la fe, esa llama que nos ha sido confiada en el día del Bautismo, para que la custodiemos y la compartamos». Junto con su gratitud, en nombre de toda la Iglesia, Francisco, puso de relieve la importancia de la caridad, que nace de la fe cristiana vivida en cada momento y ambiente, en especial en las dificultades y sufrimientos, dejando que Dios, con su amor indestructible, nos tome en sus brazos:

«En nombre de la Iglesia, les agradezco, y juntos demos gracias al Señor por todo el bien que nos permite cumplir. En este tiempo de gracia, hemos podido redescubrir lo esencial del camino cristiano, en el que la fe, junto con la caridad, ocupa el primer lugar. La fe, en efecto, es cimiento de la experiencia cristiana, porque motiva las opciones y los actos de nuestra vida cotidiana. Es la vena inagotable de todas nuestras acciones, en la familia, en el trabajo, en la parroquia, con los amigos, en los diferentes entornos sociales. Y esta fe firme y genuina, se ve, en especial en los momentos de dificultad y de prueba: entonces el cristiano se deja tomar en brazos por Dios, y se aferra a él, con la seguridad de confiar en un amor fuerte, como roca indestructible. Precisamente en las situaciones de sufrimiento, si nos abandonamos a Dios con humildad, podemos dar un buen testimonio».

Destacando el valioso servicio de voluntariado de estos queridos amigos, en los diversos eventos del Año de la Fe, que les ha dado la oportunidad de percibir, mejor que otros, el entusiasmo de las diversas categorías de personas, que han estado participando, el Papa hizo hincapié en que la fe en Cristo reaviva los corazones e impulsa el anuncio del Evangelio, a todos sin distinción:«Juntos tenemos que alabar verdaderamente al Señor por la intensidad espiritual y el ardor apostólico, suscitados por las numerosas iniciativas pastorales promovidas en estos meses, en Roma, y en todo el mundo. Somos testigos de que la fe en Cristo es capaz de reavivar los corazones y de llegar a ser realmente la fuerza impulsora de la nueva evangelización. Una fe vivida en profundidad y con convicción tiende a abrirse con largo alcance al anuncio del Evangelio. ¡Es esta fe la que hace que nuestras comunidades sean misioneras! En efecto, para un apostolado valiente, se necesitan comunidades cristianas comprometidas, para llegar a las personas, en los ambientes donde se encuentren, aun en los más difíciles».

Renovando su gratitud, el Santo Padre reiteró su exhortación a no quedar encerrados, a salir al encuentro con los demás, en especial de los que más necesitan percibir la cercanía de Jesús:«Esta experiencia que han madurado en el Año de la Fe, les ayuda en primer lugar, a ustedes a abrirse, junto con sus comunidades, al encuentro con los demás, – esto es importante, diría esencial. Se habla tanto de pobreza, pero no siempre pensamos en los pobres de fe – sobre todo los que son los más pobres de fe y de esperanza en sus vidas. Hay tantas personas que necesitan un gesto humano, una sonrisa, una palabra verdadera, un testimonio a través del cual percibir la cercanía de Jesucristo. Que no le falte a nadie este signo de amor y de ternura que nace de la fe».

(CdM – RV)

Fuente:: SIC

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