Episcopado Colombiano e instituciones pro-vida organizan en Bogotá Conferencia «Sí a la Vida por Colombia»

Bogotá (Lunes, 18-11-2013, Gaudium Press) La Conferencia Episcopal de Colombia (CEC), desde el Departamento de Promoción y Defensa de la Vida, con el apoyo de la Red Provida Bogotá, realizará el próximo sábado 23 de noviembre en la capital colombiana la Conferencia «Sí a la Vida por Colombia».

En el marco de este evento, el actor, productor y líder pro-vida mexicano, Eduardo Verástegui, presentará en exclusiva para Colombia el cortometraje «Crescendo», que narra el dilema del aborto que enfrenta la mamá de Beethoven, quien decide darle un sí a la vida y traer al mundo a uno de los genios más representativos de la historia de la música.

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Durante la Conferencia, que tendrá lugar desde las 9:00 de la mañana hasta la 1:00 de la tarde en el Coliseo el Colegio Sans Façón, también se presentará una puesta en escena que mostrará el Sí de la Virgen María, y el sí a la vida de una mujer que enfrenta también el dilema del aborto. El acto será dirigido por Camilo Arana de la productora católica ‘Totus Tuus film». Como parte de las actividades, los participantes de esta jornada a favor de la vida también se unirán en oración a través del rezo de Santo Rosario por la vida.

Además de la Conferencia, este mismo día durante la noche, también tendrá lugar una cena gala donde el actor y productor mexicano presentará de nuevo el cortometraje pro-vida. Un acto que ocurrirá en la sede de la Nunciatura Apostólica en Colombia.

Ambos eventos, como dijo la Doctora Danelia Cardona Lozada, Directora del Departamento de Promoción y Defensa de la Vida, tienen el objeto de generar mayor conciencia en los ciudadanos sobre el valor y la defensa de la vida desde la concepción hasta la muerte natural: «el propósito de este evento es reafirmar el valor de toda vida humana en Colombia, en vista el último reporte del CEDAW -Comité para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer-, donde específicamente se menciona a Colombia y se ‘sugiere’ al gobierno colombiano implementar una ley que liberalice el aborto totalmente, así como el acceso libre del mismo».

Con la Conferencia y la cena gala el Departamento de Promoción y Defensa de la Vida, así como la Red Provida Bogotá, pretende recoger fondos para los proyectos a favor de las mujeres con embarazos inesperados que se desarrollan en Bogotá y el resto de Colombia.

Gaudium Press / Sonia Trujillo

 

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18 de Noviembre de 2013 / 0 Comentarios

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“Misericordina”, medicina espiritual distribuida en la Plaza de San Pedro
(RV).- Tal como lo sugirió el Papa Francisco a los fieles y peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro para rezar con el Sucesor de Pedro el Ángelus dominical, existe una “medicina espiritual”, llamada “Misericordina”.
Es cuanto contiene una cajita, que algunos voluntarios distribuyeron al final de la oración a la Madre de Dios, que contiene una corona del Rosario, con la cual se puede rezar también la “Coronilla de la Divina Misericordia”, ayuda espiritual para nuestra alma y para difundir en todas partes el amor, el perdón y la fraternidad.
De este modo, como dijo Francisco, será posible concretar los frutos del Año de la Fe, que llega al final.
(María Fernanda Bernasconi – RV).

Fuente:: News.va

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Mons. Pérez GonzálezMons. Francisco Pérez    A punto de finalizar el año de la fe llega la celebración del “Día de la Iglesia Diocesana”. Durante este año hemos atravesado el portal de la fe profesando y desgranando reflexiones sobre todos y cada uno de los artículos del credo con una especial conciencia, sabiendo en quien creemos y haciéndolo con la mente, el corazón y la coherencia de la vida. De esta forma se ha podido cumplir el deseo, del emérito papa Benedicto XVI, cuando promulgó este año para “redescubrir el camino de la fe, para iluminar de manera cada vez más clara la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo” (PF 2)

Precisamente el “Día de la Iglesia Diocesana” se enmarca dentro de estas intenciones proponiéndonos un acto de fe en la Iglesia que, como decimos en el credo, es una, santa, católica y apostólica. La clave fundamental y la expresión más hermosa, más repetida y entrañable para profesar estas notas fundamentales de la Iglesia es la de “madre Iglesia”. Por eso el Papa Francisco ha insistido últimamente en esta adecuada expresión para que por encima de todo “veamos en la Iglesia una madre buena y comprensiva” (Audiencia general (8-IX-13).

La Iglesia está abierta a todos los pueblos de la tierra para anunciarles la buena noticia del Evangelio. Tiene vocación universal, es decir, católica. El lema de este año expresa esta catolicidad: “LA IGLESIA CON TODOS, AL SERVICIO DE TODOS”. En efecto, las últimas palabras de Jesús antes de ascender al cielo constituyen su encargo más importante, son su testamento: “Id y bautizad a todas las gentes…” (Mt 28, 19) y “hasta los confines de la tierra” (Hch 1,8).

El primer Concilio de Jerusalén indicó que para Dios no hay acepción de personas y que la vocación de la Iglesia es ser universal. Y el Concilio Vaticano II indica que todos los hombres están invitados a formar parte del Pueblo de Dios. “Gracias a este carácter, la Iglesia Católica tiende siempre y eficazmente a reunir a la humanidad entera con todos sus valores bajo Cristo como Cabeza, en la unidad de su Espíritu” (LG 13).

La Iglesia está con todos, no excluye a nadie; camina con la humanidad a la que ofrece la salvación que nos trajo Cristo. No es un grupo de unos pocos elegidos sino que se dirige a todas las personas y proclama el evangelio al mundo entero. En ella somos acogidos con la bondad de la madre que ama a todos sus hijos.  La Iglesia está al servicio de la humanidad. Pero, como Jesús, tiene una especial predilección por los sencillos, los humildes, los más necesitados, pecadores y enfermos a quienes ofrece la caridad que el mismo Jesucristo nos regaló y nos invitó a vivir.

La Iglesia universal con todos sus dones y cualidades se hace presente en las diócesis y en las parroquias ofreciendo la gracia de Dios a través de los sacramentos y socorriendo las necesidades de los hermanos necesitados. Cada año celebramos este “Día de la Iglesia Diocesana” para dar gracias a  Dios por pertenecer a ella y para ayudarla en sus necesidades.

La Iglesia no tiene su base en las  estructuras e instituciones organizativas, ni en las frías piedras, sino en cada persona con un palpitar al unísono con la fe, la esperanza y el amor. Los bautizados tenemos conciencia de que todos formamos la Iglesia y tomamos parte en su misión. Lo que realiza la Iglesia es obra del Espíritu Santo y cooperación nuestra. Por eso debemos estar felices de participar en las incontables obras buenas que la Iglesia realiza y ayudarla para que pueda multiplicarlas.

Sabemos que muchas veces no damos la talla pues nuestras deficiencias e incluso nuestros pecados son expresión de la falta de amor. No hay otra medicina que la misericordia que procede del mismo Señor al que acudimos con su presencia viva en los sacramentos que sanan y curan las heridas de nosotros peregrinos caminando hacia la Casa del Padre. La Iglesia es santa porque su garantía es Jesucristo y es pecadora porque nosotros, sus miembros, estamos aún bajo el peso de la debilidad, fragilidad y pecado. Pero al final sólo vence la salvación en Cristo.

María, madre solícita, es primicia, prototipo y profecía  de lo que ha de ser la madre Iglesia “con todos sus hijos y al servicio de todos”. Que ella nos acompañe y nos haga hijos agradecidos y generosos.

+Francisco Pérez González

Arzobispo de Pamplona y Tudela

 ?@arzobispofperez

Fuente:: Mons. Francisco Pérez

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AGUSTINCORTÉSMons. Agustí Cortés      La Segunda Carta a Timoteo pone en boca de San Pablo esta expresión, que suena a testamento, a palabras definitivas, esenciales, de esas que merecen figurar en un epitafio: “He mantenido la fe” (2Tm 4,7). No era para menos, pues, según su contexto, responden al momento en que el Apóstol se enfrenta a la muerte, considerándose a sí mismo como un “ser sacrificado”: por su mente pasarían momentos de lucha, de combate y de “carrera”, aunque ve ya próximo el triunfo final y la meta. Por tanto podemos entender que esta expresión es todo un programa de vida.

“He mantenido la fe” puede tener un doble significado: haber conservado íntegro el conjunto de verdades que creemos (el Credo) o, también, haber seguido creyendo en Cristo, a pesar de los momentos difíciles que ha vivido.

Respecto del primer significado, es decir, haberse mantenido en la ortodoxia, hay que precisar lo siguiente. La expresión “conservar el depósito de la fe” es engañosa, pues sugiere que lo que creemos es el resultado de una especie de almacenamiento de ideas preservadas de la vida, para evitar su contaminación. En realidad ocurre lo contrario. Ya en la Iglesia primitiva se difundían doctrinas que no coincidían con lo que Jesús había predicado. La voluntad de conservar íntegra la fe no respondía a una manía de inmovilismo, integrismo o cosa parecida, sino que San Pablo y los Apóstoles sabían que una modificación en el contenido de la fe, el mensaje transmitido, siempre suponía un cambio en la vida, en la idea de Dios o en el concepto de ser humano, de la vida, del mundo o de la salvación. De ahí las palabras tan fuertes que dirige San Pablo a quienes modificaban el evangelio que habían recibido (sea un apóstol, un ángel o incluso él mismo: Gal 1,8-9).

Según el segundo significado, la expresión

viene a decir: “a pesar de todas las crisis y sufrimientos de mi vida, o precisamente en ellos, he seguido creyendo”. Este mensaje hoy es urgente, toda vez que para muchos el sufrimiento es motivo de perder la fe. Con San Pablo diremos “nada podrá separarnos del amor que Dios nos ha mostrado en Cristo Jesús, nuestro Señor” (del amor que él nos tiene y del nuestro hacia él: Rm 8,39). Aplicamos a la fe lo que G. Thibon afirmaba del amor en su libro “Una mirada ciega hacia la luz”:

La fe, como el amor, crece y madura “ante los enemigos”, supera los límites del destino, su pureza se mide por la cantidad de crisis que ha podido superar sin morir.

Los momentos difíciles u oscuros de la fe se deben frecuentemente a nuestras negligencias, pero nunca a que la fe cristiana sea una especie de ocultismo o pensamiento enigmático: la causa principal es que la fe consiste en andar un camino de penetración vital en el misterio del amor de Dios. Así lo explicaba H.U. von Balthasar hablando de San Juan de la Cruz. A veces la fe cuesta porque la fe es apertura confiada, y abrirse así no nos nace espontáneamente:

– Abrir el oído a la Palabra que ilumina e interpela.

– Abrir el corazón a una presencia personal y viva que saca de la soledad y la impotencia.

– Abrir los brazos a una amistad, que vincula y compromete.

Abrir los brazos cuesta toda una vida. Alguien ha dicho que Cristo los abrió y los dejó clavados para mantenerlos así por toda la eternidad.

Agustí Cortés Soriano

Obispo de Sant Feliu de Llobregat

Fuente:: Mons. Agustí Cortés Soriano

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La Iglesia DiocesanaMons. Carlos López      El Día de la Iglesia Diocesana, el domingo 17 de noviembre, nos recuerda con el lema de este año 2013 que La Iglesia está con todos, al servicio de todos.

Esta jornada nos ofrece cada año la ocasión de tomar conciencia de nuestra pertenencia a la diócesis, que es definida por el Concilio Vaticano II como “una porción del Pueblo de Dios que se confía al Obispo para ser apacentada con la colaboración de sus sacerdotes, de manera que, adherida a su Pastor y reunida por él en el Espíritu Santo por medio del Evangelio y la Eucaristía, constituya una iglesia particular, en la que se encuentra y opera verdaderamente la Iglesia de Cristo, que es una, santa, católica y apostólica”.

Así pues, en cada Iglesia diocesana está realizado el misterio de la Iglesia de Jesucristo, con la totalidad de sus medios de santificación. Y de la unión socialmente visible de todas las diócesis se constituye la única Iglesia universal, es decir, la “comunión de las iglesias particulares” presidida en la fe y en la caridad por el sucesor de Pedro, que es ahora el Papa Francisco.

En consecuencia, el bautismo recibido en una parroquia, es necesariamente incorporación a una diócesis y, a través de ella, a la Iglesia universal. La parroquia es la presencia más cercana de la Iglesia entre nuestras casas y en cada pueblo o ámbito social donde discurre nuestra vida. Pero la parroquia es por necesidad teológica y social parte integrante de una diócesis, pues el párroco es un colaborador del Obispo en el ejercicio de su ministerio apostólico y todos los párrocos de una diócesis constituyen una unidad de consagración y de misión con el Obispo.

La pertenencia a la Iglesia se concreta en la pertenencia a una diócesis. Y el ejercicio de la parte que a cada fiel corresponde en la única misión de la Iglesia ha de realizarse en una diócesis, es decir, en comunión con un obispo, aunque de forma inmediata se realice en una parroquia. La diócesis es necesaria por voluntad de Cristo, mientras la parroquia es el resultado de una división del territorio y de la porción de fieles de una diócesis, hecha por determinación de la propia Iglesia.

La diócesis representa la unidad básica necesaria de constitución, de organización y de misión de la Iglesia; es, por tanto, la unidad originaria para el anuncio, en todas sus formas, de la Palabra de Dios, así como para la celebración de los sacramentos y para el cuidado pastoral de los fieles en la caridad. Por ello, la diócesis es también la forma necesaria y fundamental de la comunión eclesial en la fe, en los sacramentos y en la guía apostólica; y es la forma básica necesaria de realización de la Iglesia como sacramento de salvación en medio del mundo, es decir, como signo e instrumento de la unión de los hombres con Dios a través de Jesucristo y de los fieles entre sí, mediante la unión que en ellos realiza el Espíritu Santo con el don de la vida y del amor de Dios. La misión, el anuncio y testimonio del Evangelio a todas las gentes, es la vocación propia de la Iglesia diocesana y ha de ser su dicha más profunda.

La diócesis es igualmente el ámbito primero para el nacimiento y desarrollo de los diversos estados de vida cristiana, según la vocación de cada uno, y para el ejercicio de los carismas del Espíritu y su desarrollo institucional en las diversas formas de vida consagrada a la práctica de los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia en los institutos religiosos o seculares y en las sociedades de vida apostólica.

En este Año de la Fe es muy oportuno resaltar que la diócesis es el ámbito originario y fundamental para la comunión efectiva de los fieles en la fe, que tiene necesariamente una forma eclesial y se confiesa dentro del Cuerpo de Cristo. La fe es profundamente personal, pero no es algo privado; no es una concepción individual ni una opinión sujetiva. La fe no es una relación exclusiva entre el “yo” del fiel y el “Tú” divino, entre un sujeto autónomo y Dios. Fuera de la comunión eclesial diocesana y universal la fe perdería su medida, no encontraría su equilibrio y no tendría el espacio necesario para sostenerse. El encuentro de amor con Jesús, del que nace la fe, nos llega a través de otros testigos en la historia viva de la Iglesia. La Iglesia diocesana es una madre que nos enseña a hablar el lenguaje de la fe. Y en la Iglesia diocesana aprendemos también el lenguaje comunitario de la caridad.

Por ello, la diócesis es el ámbito fundamental para la Cáritas como institución para el ejercicio de la caridad de los cristianos respecto a todos los hombres a los que Dios ama como hijos suyos.

La diócesis es el ámbito propio para la formación de los sacerdotes en el Seminario y para la comunión entre los presbíteros, tanto en su sentido espiritual y apostólico, por participar en la misión del mismo Obispo, como en su sentido material de comunión fraterna en los bienes materiales. Y la diócesis es también el cauce propio y necesario para la comunión de las parroquias en su misión evangelizadora y en la comunicación de sus medios humanos y de sus bienes materiales, para que a ninguna le falten los recursos humanos y económicos para la acción pastoral y el mantenimiento de su templo e instalaciones necesarias.

Por todo ello, es preciso que los fieles vayamos tomando conciencia cada vez mayor de nuestra pertenencia a la Iglesia diocesana; y es necesario que vivamos más intensamente en ella la vocación a participar en la misión evangelizadora recibida del Señor. Ello implica la responsabilidad de contribuir con los propios bienes, cada uno según sus posibilidades, en el sostenimiento de la propia Iglesia diocesana, bien a través de la asignación tributaria, con la colaboración del Estado, o bien de forma directa mediante las aportaciones ordinarias a la propia parroquia y a la colecta a favor de la Iglesia diocesana, que se realiza anualmente en esta jornada. En correspondencia, la Iglesia reconoce a los fieles el derecho de ser informados sobre sus aportaciones y de tomar parte en la administración de los bienes a través de los consejos de economía, parroquiales y diocesano.

+ Carlos López,

Obispo de Salamanca

Fuente:: Mons. Carlos López Hernández

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Gil_HellinMons. Francisco Gil Hellín    Celebramos hoy en toda España el “Día de la Iglesia Diocesana”, bajo el lema “La Iglesia con todos, al servicio de todos”. Como es lógico, los cristianos de Burgos también nos unimos a esta efeméride con nuestra oración, con nuestra aportación para hacer frente a tantas necesidades que la crisis económica ha agrandado y agudizado y con nuestro compromiso de vivir y difundir el Evangelio de Jesucristo en nuestros ambientes familiares, profesionales y sociales. En última instancia, se trata de un “Día” especial para tomar conciencia de que nuestra fe no la vivimos de modo aislado e independiente sino en comunión con los demás hermanos y con los pastores legítimos.

Pero ese “Día” no agota nuestra toma de conciencia y nuestra vivencia de que somos Iglesia. Es, más bien, un momento fuerte para impulsarla y vivirla a lo largo de todo el año. Un modo concreto es conocer los acontecimientos que en ella van teniendo lugar, pues lo que no se conoce, no se ama. Por eso, me parece muy oportuno hablar hoy de algunos acontecimientos que tendrán lugar estos días en nuestra diócesis. Concretamente, el “Encuentro Diocesano de Catequistas”, la Clausura del Año de la Fe, el nuevo Plan Diocesano de Pastoral y la encuesta sobre la familia que nos ha enviado la Secretaría del Sínodo.

El Encuentro de Catequistas tendrá lugar el sábado próximo, 23, por la mañana, en el Seminario. Comienza a las 10,30 y concluye después de la comida. Los actos principales son: una conferencia de don Jesús Higueras, Párroco en Madrid, unos talleres de estudio-reflexión y una puesta en común. Es una buena oportunidad para iniciar a los nuevos catequistas y mejorar la formación de los ya veteranos en toda la diócesis. La catequesis, que fue siempre una tarea prioritaria de la Iglesia, hoy tiene una importancia excepcional, dada la ignorancia religiosa de amplios sectores y la necesidad de conocer nuestra fe para poder vivirla y comunicarla. Sería muy deseable que participaran no sólo los que ya son catequistas sino quienes desean serlo o, cuando menos, no descartan esta posibilidad.

La Clausura del Año de la fe tiene lugar a continuación, pero en la iglesia del Carmen. A las 4,30 nos concentraremos en el Paseo del Empecinado y seguidamente entraremos en la iglesia para celebrar una solemnísima Eucaristía en la que participarán sacerdotes y fieles de toda la diócesis. Los responsables la han preparado con mucho detalle y esperan que sea un acto profundamente religioso y apostólico.

El nuevo Plan Diocesano de Pastoral acaba de editarse y se irá presentando en arciprestazgos y parroquias. Se titula “Seréis mis testigos” y se llevará a cabo en el trienio 2013-2016. Su “Objetivo General” es “impulsar la nueva evangelización en nuestra diócesis”. Para realizarlo se contemplan diversas líneas de actuación en un doble proceso: desde la vida a la fe y desde la fe a la vida. Algunas líneas tienen especial importancia, como “anunciar la Buena Noticia en tiempos de crisis” (1ª), el primer anuncio (2ª), la pastoral de adolescentes y jóvenes (5ª) y parroquias evangelizadoras (6ª). Puede adquirirse en la Librería de la Casa de la Iglesia.

Por último, el Secretario General del Sínodo de Obispos ha remitido a todas las diócesis una encuesta sobre la familia, para que se estudie y se envíen propuestas de acción sobre los desafíos pastorales que tiene planteados la familia. Ya la han recibido los párrocos.

Mañana, lunes, comienza la Sesión Plenaria de la Conferencia Episcopal. Entre los asuntos del día figura la presentación y estudio de una Instrucción que acompañará al Catecismo “Testigos del Señor”, que aparecerá en breve. En el capítulo de elecciones, la más importante es la del Secretario General, que hasta ahora era monseñor Martínez Camino. Os agradezco que nos acompañéis con vuestra oración y con vuestro afecto.

+ Francisco Gil Hellín

Arzobispo de Burgos

Fuente:: Mons. Francisco Gil Hellín

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Mons. Carlos OsoroMons. Carlos Osoro    Hemos celebrado los días 8 y 9 de noviembre el Congreso sobre “Parroquia y Nueva Evangelización”. Deseábamos que fuese punto de partida para iniciar un proceso en el que toda la Iglesia Diocesana tomase conciencia viva de que “la Iglesia ha nacido con la finalidad de propagar el Reino de Cristo por toda la tierra para gloria de Dios Padre y, de esa forma, hacer partícipes a todos los hombres de la redención salvadora, y, por medio de esos hombres ordenar realmente todo el mundo hacia Cristo” (AA 2). ¡Qué fuerza han tenido las ponencias y las comunicaciones! Había un fondo común en todas ellas, aparte de los contenidos y experiencias que todas nos daban: tenemos todos un tesoro tan grande y tan necesario para la vida de los hombres y para la vida del mundo, que la gran novedad que la Iglesia debe anunciar al mundo es Jesucristo. La Iglesia tiene que volver siempre a tomar conciencia clara de que anuncia a todo el mundo a Jesucristo, el Hijo de Dios hecho Hombre, la Palabra y la Vida, y que Él ha venido a este mundo y se hizo presente en esta historia para hacernos “partícipes de la naturaleza divina” (2 Pe 1, 4).

¡Qué alegría hemos vivido en este Congreso todos los que hemos participado, sacerdotes, miembros de la vida consagrada y laicos! Llegados de todas las parroquias de nuestra Archidiócesis de Valencia, de todas las realidades eclesiales e instituciones de la Iglesia, una vez más el Señor nos hizo caer en la cuenta que la misión de la Iglesia y, por tanto, de todas nuestras comunidades parroquiales, es manifestar el inmenso amor del Padre, que quiere que todos seamos hijos suyos y vivamos como tales. Ello significa que tenemos que anunciar a Jesucristo, su muerte y resurrección, que hemos de decir a los hombres que Él es quien nos da la vida. Hemos visto que no hay una fórmula mágica para los grandes desafíos de estos momentos en los que vivimos, que no va a ser una fórmula la que salve, y sí una Persona, que es Jesucristo Señor Nuestro, muerto y resucitado. Por tanto, no busquemos programas, pues éste es el mismo Jesucristo al que hay que conocer, amar, imitar y anunciar, viviendo en Él. Las tres ponencias que hemos escuchado, “La parroquia, hogar de la comunión eclesial”, “La parroquia, Iglesia de Cristo en un lugar” y “La parroquia, plataforma misionera: el primer anuncio”, nos han confirmado que es el anuncio del kerigma el que invita a tomar conciencia de ese amor vivificador de Dios que se nos ofrece en Cristo muerto y resucitado. Y es esto lo que hay que anunciar y también escuchar, con la convicción de que hay que “respetar un principio esencial de la visión cristiana de la vida: la primacía de la gracia” (NMI 38).

Las catorce comunicaciones que se han realizado nos han manifestado de formas diferentes el hambre y la sed que todos los hombres tienen de vida y felicidad. Hoy hay manifestaciones evidentes de cómo se buscan fuentes de vida. Anhelan esa vida nueva que solamente puede dar Cristo. Los hombres y mujeres de todas las latitudes de la tierra no quieren andar en sombras de muerte, quieren la luz de la vida. Los discípulos de Jesucristo, la Iglesia, siente en estos momentos de la historia que se hace más urgente y más evidente su necesidad por la llamada y el mandato de Cristo de “id por el mundo y anunciad el Evangelio”. Una Iglesia misionera, unas comunidades que se hacen “hogar” en el que todos sienten el calor que necesitan para vivir, en los “lugares concretos donde están”, y escuchan con fuerza que “Cristo muerto y resucitado les da la vida”, es lo que desea el Señor de su Iglesia. Y nosotros, en este Congreso, lo hemos escuchado de una manera singular. Hay que anunciar a Jesucristo, pues Él nos ha dicho, “el que cree en mí tiene la vida eterna”.

Las palabras del Papa Benedicto XVI cuando inauguraba su pontificado –“¡no tengáis miedo de Cristo! Él no quita nada y lo da todo” (Homilía inauguración del Pontificado, 24-IV-2005)– tienen un significado muy profundo. Todos los cristianos sabemos que, por el Bautismo, hemos nacido a la vida nueva en Cristo y nos hemos incorporado a la comunidad de los discípulos y misioneros de Cristo, a la Iglesia. El Bautismo nos ha hecho hijos de Dios y nos permite reconocer a Jesucristo como Primogénito y Cabeza de toda la humanidad. Acerquemos a todos los hombres esta vida que se fortalece acogiendo su Palabra y alimentándonos en la Eucaristía. Anunciemos a Jesucristo con obras y palabras y quitemos las sombras de muerte. Él lo da todo, nos da una nueva manera de ser y vivir, de relacionarnos con los demás –todos son nuestros hermanos–, de manifestar la importancia que tiene el prójimo para mí, sea quien sea, pues me lleva hasta dar la vida. Hemos salido del Congreso sobre “Parroquia y Nueva Evangelización” con unos deseos enormes de ponernos al servicio de la vida de todos los hombres, siguiendo las huellas de Jesucristo, como nos lo muestra con el ciego de nacimiento, cuando pasa junto a él y oye su voz y su necesidad: “¿qué quieres que haga por ti?”; o en el encuentro con la samaritana a la que devuelve su dignidad y le hace vivir en la verdad; o cuando estando con los discípulos ve a un pueblo hambriento y les dice “dadles vosotros de comer”; o cuando come y bebe con los pecadores para hacerles llegar su misericordia y su perdón; o cuando libera a los enfermos y a los endemoniados; cuando deja que una mujer pecadora unja sus pies; o cuando Él mismo nos muestra cómo hay que amar a los enemigos y estar al lado de los más pobres. Él, además, para que hagamos todo esto los discípulos, no nos deja solos, se queda con nosotros y nos regala los sacramentos y su Espíritu Santo. ¡Qué fuerza tienen sus palabras!: “El que me coma vivirá por mí” (Jn 6, 57).

El primer ámbito de comunión y de misión es la Diócesis, presidida por el Obispo. El nombre de Iglesia solamente se puede aplicar a la Diócesis, pues todo lo demás son comunidades eclesiales. Hemos de hablar de Iglesia particular. Y todas las comunidades se tienen que sentir insertas activamente en este ámbito. Por eso mismo, todas las parroquias se han de convertir en células vivas de la Iglesia (cf. AA 10). Son lugares privilegiados para tener una experiencia concreta de Cristo, de comunión eclesial y de misión. Todos los miembros de las comunidades parroquiales tienen que sentirse discípulos y misioneros de Jesucristo en la comunión. Desde ella hay que anunciar a Jesucristo, lo que “hizo y enseñó” (Hch 1, 1) mientras estuvo con nosotros. Nos decía el Beato Juan Pablo II que “hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión: éste es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza si queremos ser fieles al designio de Dios y responder a las profundas esperanzas del mundo (…). Sin este camino, los instrumentos externos de comunión (…) se convertirán en medios sin alma, máscaras de comunión más que sus modos de expresión y crecimiento” (NMI 43). Localizar la Iglesia en un territorio, eso es la parroquia que tiene que acoger, tiene que celebrar y tiene que evangelizar y realizar el imperativo de Cristo a los discípulos: la misión. Todo se concentra en la celebración de la Eucaristía que es culmen de la vida cristiana, renueva la vida en Cristo, fortalece a los discípulos de Cristo, es signo de unidad con todos y es escuela de vida en la que se aprende a construir la “nueva ciudad”, porque hace posible la “conversión personal y pastoral”.

Con gran afecto, os bendice

+ Carlos Osoro,

Arzobispo de Valencia

Fuente:: Mons. Carlos Osoro

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No obstante los desórdenes y desgracias que turban al mundo, el proyecto de bondad y misericordia de Dios se cumplirá, afirmó el Papa
(RV).- No hay que dejarse engañar, ni paralizarse por el miedo, exhortó Francisco, en la reflexión previa a la oración del Ángelus que rezó con la multitud de peregrinos, que verdaderamente acampan desde más de dos horas antes para escuchar y rezar con él.
El Papa reflexionó a partir del Evangelio en el que Jesús responde a las preguntas de cuando será el fin del mundo y cuáles serán los signos. Jesús cambia la atención a la cuestión de no dejarse engañar por los falsos salvadores, a no tener miedo y a vivir el tiempo de espera como tiempo de testimonio y perseverancia. “Es una invitación al discernimiento –afirmó el Vicario de Cristo-. También hoy, en efecto, hay falsos “salvadores”, que tratan de sustituir a Jesús: líderes de este mundo, santones, personajes que quieren atraer a sí las mentes y los corazones, especialmente de los jóvenes. Jesús nos pone en guardia: ¡No los sigan!. Y el Señor también nos ayuda a no tener miedo: frente a las guerras, a las revoluciones, pero también a las calamidades naturales, a las epidemias, Jesús nos libera del fatalismo y de las falsas visiones apocalípticas.”
El Sucesor de Pedro explicó que Jesús nos preanuncia que habrá pruebas dolorosas y persecuciones pero que a su vez nos recuerda que estamos totalmente en las manos de Dios. “Las adversidades que encontramos por nuestra fe y nuestra adhesión al Evangelio –dijo- son ocasiones de testimonio; no deben alejarnos del Señor, sino impulsarnos a abandonarnos aún más en Él, en la fuerza de su Espíritu y de su gracia.”
Al final, Jesús hace una promesa que es garantía de victoria –dijo-: “Con su perseverancia salvarán sus almas” (v. 19). ¡Cuánta esperanza en estas palabras! Son un llamamiento a la esperanza y a la paciencia –afirmó Francisco- porque “¡A pesar de los desórdenes y de los desastres que turban al mundo, el designio de bondad y de misericordia de Dios se cumplirá! Este mensaje de Jesús nos hace reflexionar sobre nuestro presente y nos da la fuerza para afrontarlo con coraje y esperanza, en compañía de la Virgen, que camina siempre con nosotros”. Jesuita Guillermo Ortiz -RV

Fuente:: News.va

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La oración del hombre es la debilidad de Dios, dice el Papa en su homilía
(RV).- (Con audio) La oración del hombre es la debilidad de Dios, dice el Papa en su homilía La oración del hombre es la debilidad de Dios. Lo afirmó el Papa durante la Misa matutina presidida en la capilla de la Casa de Santa Marta el sábado 16 de noviembre. En esta ocasión participaron los canónigos del Capítulo de la Basílica de San Pedro y entre los concelebrantes se encontraba el Cardenal Arcipreste Angelo Comastri.
El Papa centró su homilía en el Evangelio en el que Jesús invita a rezar sin cesar, relatando la parábola de la viuda que pide con insistencia a un juez inicuo que se le haga justicia. De este modo, dijo Francisco, “Dios hace y hará justicia a sus elegidos, que gritan día y noche hacia Él”, como sucedió con Israel guiado por Moisés fuera de Egipto:
“Cuando Moisés clama le dice: ‘He sentido el llanto, el lamento de mi pueblo’. El Señor escucha. Y en la primera Lectura hemos escuchado lo que hizo el Señor, esa Palabra omnipotente: ‘Del Cielo viene como un guerrero implacable’. Cuando el Señor toma la defensa de su pueblo es así: es un guerrero implacable y salva a su pueblo. Salva, renueva todo: ‘Toda la creación fue modelada de nuevo en la propia naturaleza como antes. ‘El Mar Rojo se convierte en un camino sin obstáculos… y aquellos a los que tu mano protegía, pasaron con todo el pueblo’”.
El Señor – prosiguió diciendo el Papa – “ha escuchado la oración de su pueblo, porque ha sentido en su corazón que sus elegidos sufrían” y los salva de modo poderoso:
“Ésta es la fuerza de Dios. ¿Y cuál es la fuerza de los hombres? ¿Cuál es la fuerza del hombre? Esta de la viuda: llamar al corazón de Dios, llamar, pedir, lamentarse de tantos problemas, tantos dolores y pedir al Señor la liberación de estos dolores, de estos pecados, de estos problemas. La fuerza del hombre es la oración y también la oración del hombre humilde es la debilidad de Dios. El Señor es débil sólo en esto: es débil con respecto a la oración de su pueblo”.
“El culmen de la fuerza de Dios, de la salvación de Dios – explicó el Papa – está “en la Encarnación del Verbo”. Y dirigiéndose a los canónigos de San Pedro les recordó que su “trabajo es precisamente llamar al corazón de Dios”, “rezar, rezar al Señor por el pueblo de Dios”. Y los canónigos de San Petro, “precisamente en la Basílica más cercana al Papa” a donde llegan todas las oraciones del mundo, recogen estas oraciones y las presentan al Señor: este “es un servicio universal, un servicio de la Iglesia”:
“Ustedes son como la viuda: rezar, pedir, llamar al corazón de Dios, cada día. Y la viuda no se adormecía jamás cuando hacía esto, era valerosa. Y el Señor escucha la oración de su pueblo. Ustedes son representantes privilegiados del pueblo de Dios en esta tarea de rezar al Señor, por tantas necesidades de las Iglesia, de la humanidad, de todos. Les agradezco este trabajo. Recordemos siempre que Dios tiene fuerza, cuando él quiere que cambie todo. ‘Todo fue modelado de nuevo’, dice. Él es capaz de modelar todo de nuevo, pero también tiene una debilidad: nuestra oración; su oración universal cercana al Papa en San Pedro. Gracias por este servicio y vayan adelante así por el bien de la Iglesia”.
(María Fernanda Bernasconi – RV).

Fuente:: News.va

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