Al recibir a la honorable Ileana Argentin, el Papa anima a que se superen las barreras que obstaculizan a las personas minusválidas
(RV).- (Con audio) Al recibir a la honorable Ileana Argentin, el Papa anima a que se superen las barreras que obstaculizan a las personas minusválidas Este mediodía, el Pontífice recibió a la honorable Ileana Argentin. Se trata de una señora minusválida, tal como informa nuestro director general, el P. Federico Lombardi, conocida por su empeño, su responsabilidad y su competencia en el ámbito de la incapacidad, primero en el Ayuntamiento de Roma y ahora en el Parlamento italiano.
El Director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede explicó que la honorable Argentin se había dirigido al Papa mediante una carta personal, en la que le pedía la posibilidad de presentarle diversas problemáticas atinentes a la incapacidad. Y el Papa le respondió después de un breve tiempo, invitándola a mantener un coloquio que tuvo lugar esta mañana en el Palacio Apostólico y que duró casi media hora.
El tema principal sobre el cual la honorable Argentin se detuvo a considerar con el Papa fue el apoyo que se debe dar a los padres de las personas gravemente minusválidas, que viven con gran preocupación la perspectiva de cuanto podrá suceder a sus hijos tras su muerte y la dificultad de ocuparse de ellos por parte de sus hermanos y hermanas. También se refirió a otros argumentos, como por ejemplo la superación de las barreras arquitectónicas en los edificios públicos y en las estructuras eclesiásticas.
El Papa, explicó el Padre Lombardi, manifestó gran atención e interés por cuanto le dijo la honorable Argentin y le aseguró, con expresiones de gran cordialidad, su participación y su aliciente para todas las personas e iniciativas que se empeñan para afrontar, cada vez con mayor empeño y conciencia, los problemas ligados a las minusvalías.
(María Fernanda Bernasconi – RV).

Fuente:: News.va

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La relación con Jesús salva a los sacerdotes de la mundanidad y de la idolatría del 'dios Narciso', dijo el Papa en su homilía
(RV).- (Con audio y video) La relación con Jesús salva a los sacerdotes de la mundanidad y de la idolatría del 'dios Narciso', dijo el Papa en su homilía El verdadero sacerdote, ungido de Dios para su pueblo, tiene un relación estrecha con Jesús: cuando esto falta, el sacerdote se vuelve “untuoso”, un idólatra, devoto del ‘dios Narciso’. Lo afirmó el Papa Bergoglio esta mañana en la homilía de la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta. Con el Pontífice concelebraron el Cardenal Angelo Bagnasco, presidente de la Conferencia Episcopal italiana y un grupo de sacerdotes de la Arquidiócesis de Génova, de la que el Purpurado es su Arzobispo.
Francisco dedicó enteramente su homilía a los sacerdotes. Al comentar la primera Carta de San Juan, que dice que tenemos la vida eterna porque creemos en el nombre de Jesús, el Papa se preguntó cómo es la relación de los sacerdotes con Jesús, porque “la fuerza de un sacerdote – dijo – está en esta relación”. A la vez que “Jesús, cuando crecía en popularidad – observó – iba a lo del Padre”, se retiraba “en lugares desiertos a orar”. Y explicó que “ésta es un poco la piedra miliar de los sacerdotes”, incluyéndose a sí mismo. Porque como se preguntó el Pontífice, si vamos o no vamos a encontrar a Jesús, ¿cuál es el lugar de Jesucristo en mi vida sacerdotal? Se trata, prosiguió, de una relación viva, de discípulo a Maestro, de hermano a hermano, de pobre hombre a Dios, o es una relación un poco artificial… ¿Qué no viene del corazón?”
“Nosotros somos ungidos por el Espíritu y cuando un sacerdote se aleja de Jesucristo puede perder la unción. En su vida, no: esencialmente la tiene… pero la pierde. Y en lugar de ser ungido termina por ser untuoso. ¡Y cuánto mal hacen a la Iglesia los sacerdotes untuosos! Aquellos que ponen su fuerza en las cosas artificiales, en las vanidades, en una actitud… en un lenguaje remilgado… ¡Pero cuántas veces se oye decir con dolor: ‘Pero, este es un sacerdote-mariposa!’, porque está siempre en las vanidades… Éste no tiene relación con Jesucristo! Ha perdido la unción: es un untuoso”.

A continuación, el Papa Francisco añadió:
“Nosotros los sacerdotes tenemos tantos límites: somos pecadores, todos. Pero si vamos a lo de Jesucristo, si buscamos al Señor en la oración – la oración de intercesión, la oración de adoración – somos buenos sacerdotes, si bien somos pecadores. Pero si nos alejamos de Jesucristo, debemos compensar esto con otras actitudes… mundanas. Y así, todas estas figuras… también el sacerdote-especulador, el sacerdote-empresario… Pero el sacerdote que adora a Jesucristo, el sacerdote que habla con Jesucristo, el sacerdote que busca a Jesucristo y que se deja buscar por Jesucristo: éste es el centro de nuestra vida. Si no está esto, perdemos todo. ¿Y qué daremos a la gente?”.

Que “nuestra relación con Jesucristo, relación de ungidos para su pueblo – exhortó el Papa – aumente en nosotros” los sacerdotes “cada día más”:
“Pero es bello encontrar a sacerdotes que han dado su vida como sacerdotes, de verdad, de los que la gente dice: ‘Pero, sí, tiene mal carácter, tiene esto, tiene aquello… pero ¡es un sacerdote!’. ¡Y la gente tiene olfato! En cambio, cuando la gente ve a los sacerdotes – por decir una palabra – idólatras, que en lugar de tener a Jesús, tienen a pequeños ídolos…, pequeños…, algunos devotos del ‘dio Narciso’, también… Cuando la gente ve a éstos, la gente dice: ‘¡Pobrecito!’. Lo que nos salva de la mundanidad y de la idolatría que nos hace untuosos, lo que nos conserva en la unción, es la relación con Jesucristo. Y hoy, a ustedes que han tenido la gentileza de venir a concelebrar aquí, conmigo, les deseo esto: ¡pierdan todo en la vida, pero no pierdan esta relación con Jesucristo! ¡Ésta es su victoria! ¡Y adelante, con esto!”.
(María Fernanda Bernasconi – RV).

Fuente:: News.va

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Avanzar con renovada fraternidad y amistad en el diálogo, la colaboración y el ecumenismo, alienta el Papa
(RV).- (con audio) Avanzar con renovada fraternidad y amistad en el diálogo, la colaboración y el ecumenismo, alienta el Papa En su cordial bienvenida, recordando con alegría el medio siglo de vida del Comité católico para la colaboración cultural con las Iglesias ortodoxas y las Iglesias ortodoxas orientales, Francisco aseguró a los becarios que el Obispo de Roma los quiere mucho. El Papa evocó el importante momento histórico en que Pablo VI instituyó este Comité y, renovando el anhelo de impulsar el diálogo entre las Iglesias de hoy y de mañana, agradeció a los benefactores.
El Concilio Vaticano II aún no había concluido cuando Pablo VI instituyó el Comité católico para la colaboración cultural. El camino de la reconciliación y de renovada fraternidad entre las Iglesias, admirablemente marcados por el primer histórico encuentro entre el Papa Pablo VI y el Patriarca ecuménico Atenágoras, requería también experiencias de amistad y compartir, que nacieran del conocimiento recíproco entre los miembros de las diferentes Iglesias y especialmente entre los jóvenes, encaminados al ministerio sagrado. Así nació, por iniciativa de la Sección Oriental de lo que era entonces el Secretariado para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, este Comité. El mismo, entonces como ahora, con la ayuda de generosos benefactores, distribuye becas a clérigos y laicos, de las Iglesias ortodoxas y las Iglesias ortodoxas orientales, que deseen completar sus estudios de teología en las instituciones académicas de la Iglesia Católica, y sostiene también otros proyectos de colaboración ecuménica.
Tras alentar, agradecer y bendecir de todo corazón a los benefactores y al Consejo de Gestión, el Papa dirigió un saludo especial a los estudiantes:
Un saludo especial a ustedes, queridos estudiantes, que están completando sus estudios teológicos en Roma. Su estancia entre nosotros es importante para el diálogo entre las Iglesias de hoy y sobre todo de mañana. Agradeciendo a Dios por esta gran oportunidad de conocerlos, les dijo que el Obispo de Roma los quiere mucho y les deseó que vivan una experiencia gozosa de la Iglesia y de la ciudad de Roma, enriquecedora desde el perfil espiritual y cultural, deseando que no se sientan huéspedes, sino hermanos entre hermanos. Con la seguridad de que con su presencia son una riqueza para la comunidad de estudio que los acoge.
Asegurando a estos queridos hermanos y hermanas, su recuerdo en la oración, el Sucesor de Pedro les pidió que ellos también recen por él y su ministerio y concluyó su saludo rogando la bendición del Señor y el amparo de María.
(CdM – RV)

Fuente:: News.va

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Gil_HellinMons. Francisco Gil Hellín     La emigración es una realidad que acompaña a la humanidad como la sombra al cuerpo. Eso explica que, aunque bajo formas diversas y cambiantes, haya existido desde siempre. La novedad actual radica en sus proporciones y en la interacción a nivel global.

Como suele ocurrir con casi todos los fenómenos humanos, la emigración tiene aspectos positivos y negativos. Si, por una parte, pone sobre la mesa las lagunas de los Estados y de la Comunidad internacional, por otra manifiesta la legítima aspiración que tienen los hombres de verse libres de la miseria, asegurar la propia subsistencia, la salud, un trabajo estable, tener acceso a situaciones mejores de instrucción. Brevemente, “hacer, conocer y tener más para ser más”, en palabras de Pablo VI.

Para lograr estas aspiraciones se necesita, en primer lugar, tener una  idea correcta sobre el desarrollo humano. Es evidente que éste no puede ser concebido como un mero crecimiento económico, máxime si es obtenido con cargo a los más débiles e indefensos. Hay que tener la firme persuasión de que el mundo sólo puede mejorar si el punto de mira está dirigido ante todo a la persona; si la promoción de la persona es integral: en todas sus dimensiones, incluida la espiritual; si no se abandona a nadie: pobres, enfermos, presos, necesitados, forasteros y si somos capaces de pasar de la cultura del rechazo a la del encuentro y de la acogida, como señala el Papa Francisco.

Hemos dado muchos pasos en el buen sentido. Es verdad que todavía se siguen oyendo frases como “los emigrantes nos quitan trabajo” y “los emigrantes son un problema”. Pero -como señalan los obispos españoles en un Mensaje para la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado, que celebramos el próximo domingo-, “cada vez son más numerosas las personas conscientes de la aportación que los emigrantes han supuesto y siguen suponiendo para nuestro país. Bastaría fijarse en quiénes son los cuidadores de muchos de nuestros ancianos”. Pero hay que añadir la riqueza que aportan con su edad, su cultura, su sensibilidad y, sobre todo, con la posibilidad que nos ofrecen a nosotros de abrirnos a la solidaridad y a la fraternidad.

La superación del escándalo de la pobreza es la segunda condición para alcanzar las aspiraciones de los emigrantes. Entre otras pobrezas cabe señalar: la explotación de los niños y de las mujeres, la discriminación, la marginación, la restricción de la libertad legítima. Tendría que golpear nuestra conciencia que, mientras muchas personas se ven obligadas a huir de situaciones de miseria o persecución para salvar la vida o mejorar sus condiciones, encuentren desconfianza, cerrazón y exclusión. Es verdad que ningún país puede afrontar él solo todo el problema, pero los hombres deberíamos ser más conscientes de que Dios nos ha hecho a todos hijos suyos y hermanos entre nosotros.

Por último, es necesario superar prejuicios en la evaluación de las migraciones. Pues no es infrecuente que la llegada de emigrantes, de prófugos, de refugiados, de los que piden asilo provoquen sospechas y hostilidad en las comunidades de llegada. Se tiene miedo a que surjan problemas sociales, a perder la propia identidad y cultura, que aumente la competencia en el campo laboral o que se incluyan nuevos factores de criminalidad.

Los cristianos tenemos mucho que decir y hacer en este campo. Porque nosotros sabemos que la imagen de Dios está impresa en todos los hombres, que el hombre no es un mero productor, que la persona vale más por lo que es que por lo que produce, que los bienes de la tierra han sido creados para que todos podamos vivir de modo digno, que los pobres son los preferidos del Señor, y que lo que hagamos con uno de los emigrantes se lo hacemos al mismo Cristo. Pongamos en valor todas estas creencias y no tengamos miedo al mundo que de ahí saldrá. Porque será más humano y más cristiano.

+Francisco Gil Hellín,

Arzobispo de Burgos

Fuente:: Mons. Francisco Gil Hellín

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AGUSTINCORTÉSMons. Agustí Cortés     La alegría es algo más serio de lo que parece. Sobre todo si es verdad lo que afirmamos, es decir, que la alegría es un grado, una forma, un reflejo de la felicidad. Y definir o vivir la felicidad es tarea ardua.

Pero nos planteábamos el problema de la alegría, no por curiosidad filosófica, sino porque nos preocupa mucho entender esa alegría, que estamos invitados a vivir unida a la fe. Nos preocupa la superficialidad, el cultivo fácil de la imagen, el “caer simpáticos” para ganar adeptos, el gesto artificioso y falso en el marco de un proselitismo fácil…

Pues bien, afirmemos claramente que es legítimo presentar la fe cristiana como si fuera prácticamente sinónimo de la más perfecta alegría. Bastaría con recordar los maravillosos oráculos de los profetas Isaías, Joel o el mismo Jeremías; o los salmos procesionales, empapados de música y gozo desbordante; o la Virgen María cantando el Magníficat, o las palabras de Jesús: “volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y vuestra alegría nadie os la podrá quitar” (Jn 16,22); y tantos santos, cuya alegría seducía tanto o más que sus palabras, como San Felipe Neri…

Pero me parece oportuno citar aquí al famoso escritor C. S. Lewis, conocido por ser el autor de Las crónicas de Narnia. Porque la primera noticia que tuve de él fue hace muchos años a través de un pequeño libro que escribió, plasmando algunos rasgos esenciales de su proceso mental y vital hasta descubrir la fe. El título castellano de este libro era precisamente Yo encontré la alegría, siendo su traducción más cercana al original Sorprendido por la alegría. Aseguro que esta obra, contra lo que en un principio me parecía, no tiene nada de melifluo o ñoño. Tras haber profesado en su juventud el ateísmo, rechazando la educación recibida en su familia (su abuelo materno era pastor anglicano), llegó a convertirse a la fe cristiana, gracias al contacto con el círculo de escritores de Chesterton, Mac Donald y Tolkien. El caso es que su encuentro con la fe cristiana, después de haber crecido en un medio cultural muy rico y haber desarrollado un profundo conocimiento de la vida, significó nada menos que el descubrimiento de la alegría, como si le hubiese sobrevenido a modo de un inmenso regalo. Así expresará su hallazgo:

“Creo en el cristianismo como creo que el sol amanece. No sólo porque lo veo, también porque por ello veo todo lo demás.”

Pero lo verdaderamente interesante es que ese sol iluminador llegó a penetrar la oscuridad más profunda del dolor humano. Una experiencia que explicó en su otra obra El problema del dolor. Que esta iluminación no era una mera compensación psicológica, ni un paliativo artificial, pudo demostrarlo con ocasión del profundo sufrimiento que tuvo que afrontar por la muerte de su esposa, Joy David Gesham, a causa de un cáncer de huesos. Esta tensión interior entre la fe luminosa y la realidad del dolor quedó bellamente plasmada en la película Tierras de penumbra. Aun en el silencio conservaba su fe:

“Un hombre no puede disminuir la gloria de Dios por no creer, al igual que un loco no puede apagar el sol, él solo, por escribir ‘oscuridad’ en la pared de su habitación”.

Se nos abre así algo del secreto de la alegría cristiana, la auténtica alegría que acompaña siempre a la fe, pase lo que pase.

Agustí Cortés Soriano

Obispo de Sant Feliu de Llobregat

Fuente:: Mons. Agustí Cortés Soriano

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Los frutos del movimiento ecuménicoMons. Lluís Martínez Sistach     Comentaba el pasado domingo la esperanza que suscitó en el mundo cristiano el encuentro en Jerusalén, en enero de 1964 -hace ahora cincuenta años -, de Pablo VI y el patriarca ecuménico de Constantinopla Atenágoras I, que inició una nueva era en las relaciones entre las Iglesias de Oriente y la Iglesia latina. Se iniciaba con aquel hecho un ecumenismo al más alto nivel que ha continuado y está dando frutos muy valiosos. Es bueno que lo recordemos ante la próxima Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, que comienza el día 18 de enero con el lema: “Es que Cristo está dividido?” (1Co 1,13)

Todos desearíamos más frutos visibles del ecumenismo institucional y nos podemos preguntar: ¿qué queda de lo que se ha hecho y se hace en estos últimos años? Queda mucho y en lo mucho que queda está el fundamento del cristianismo del siglo XXI. Debemos ver la situación actual con perspectivas de futuro.

Queda la amistad, la amistad y el respeto, el verdadero conocimiento del otro. En el campo ecuménico este aspecto es fundamental porque a través de la amistad se producen muchos intercambios. Y debemos reconocer que, sobre todo en algunos lugares, era necesario un tiempo largo -en el que estamos todavía- de lo que Juan Pablo II, con mucho acierto, calificó como “purificación de la memoria”.

Sí, en medio de un número considerable de iniciativas, oraciones y encuentros, se han deshecho estereotipos y se ha ido consolidando una red de amistad entre los cristianos de diversas confesiones e incluso -en una etapa aún inicial- entre los seguidores de las diversas religiones.

Con la amistad, queda el diálogo y la paz. La unidad de los cristianos debe tener una función profética y constructora de paz y de convivencia en la diversidad. Según el patriarca Atenágoras, la unidad entre los cristianos debe ser fermento de la unidad humana. “Las Iglesias hermanas -decía- harán pueblos hermanos”.

No podemos caer en la tentación del desencanto en el largo camino del ecumenismo. El movimiento ecuménico no ha dejado de dar frutos y todavía los está dando. El ecumenismo -especialmente entre nosotros- ha contribuido a preparar a nuestra Iglesia y nuestra sociedad para afrontar el gran flujo de migración de las últimas décadas. Debemos valorar la actual convivencia y la falta de conflictos con los recién llegados, de culturas y religiones diversas, muchos de ellos miembros de las Iglesias orientales u ortodoxas. También son numerosas las personas de cultura y religión musulmanas.

En el ecumenismo intercristiano y en el diálogo interreligioso se han alcanzado entre nosotros metas importantes de convivencia en una sociedad plural. Necesitamos continuar trabajando con esperanza en aquellos objetivos que, hace cincuenta años, nos propuso el Concilio Vaticano II en el decreto de ecumenismo y en la declaración sobre las religiones no cristianas.

+ Lluís Martínez Sistach

Cardenal arzobispo de Barcelona

Fuente:: Mons. Lluís Martínez Sistach

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DemetrioMons. Demetrio Fernández      Termina el ciclo litúrgico de Navidad con la fiesta del Bautismo de Jesús, una escena de la vida de Jesús llena de significado. Jesús se pone en la fila de los pecadores para ser bautizado por Juan, significando que él no hace asco de los pecadores, sino que viene a juntarse con ellos, viene a buscarlos.

Entiende su vida como entrega por ellos, por eso se acerca a los pecadores. Así lo presenta Juan el Bautista: “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29). Una de las acusaciones que después le hacen es esa: «Los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: “Este acoge a los pecadores y come con ellos”» (Lc 15,2).

Este es el título de nuestra cercanía con Jesús, que ha venido a buscar a los pecadores: “Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el primero” (1Tm 1,15), decía san Pablo. Esta cercanía de Jesús a los pecadores se llama misericordia.

Todos los humanos hemos nacido en pecado, es decir, apartados de Dios (excepto María que ha sido librada antes de contraerlo). Y sólo podemos acercarnos a Dios, si Dios viene hasta nosotros. Es lo que ha hecho Dios con su Hijo Jesucristo: enviarlo a buscar a los pecadores. Y no los buscará por fuera ni desde fuera, sino compartiendo el dolor que supone el alejamiento de Dios por el pecado. Siendo inocente, Jesús ha probado el dolor de la lejanía, ha recorrido los caminos que alejan a los hombres de Dios, para acercarlos a Él. “Al que no conocía pecado, Dios lo hizo pecado en favor nuestro, para que nosotros llegáramos a ser justicia de Dios en él” (2Co 5,21). El bautismo de Jesús en el Jordán prolonga el admirable intercambio de la Navidad: Dios se ha hecho hombre para que los hombres lleguen a ser hijos de Dios por Jesucristo.

Y la escena del bautismo de Jesús en el Jordán es una gran epifanía de Dios. Aparece Dios Padre como una voz del cielo, diciendo: “Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto”. Y ese amor del Padre a su Hijo divino, que se ha hecho hombre, se expresa envolviéndolo con el Espíritu Santo, que aparece en forma de paloma. Es una escena, por tanto, en la que el Espíritu Santo desciende sobre Jesús, ungiendo su carne humana y haciéndola capaz de la gloria. El ser humano es incapaz por sí mismo de ver a Dios. En esta escena del Jordán, el Espíritu desciende sobre la carne humana de Jesús, le envuelve con su amor, le unge con su toque y le hace capaz de la gloria. Es lo que se conoce como la unción del Verbo en su carne humana por parte del Espíritu Santo.

Jesús irá después a su pueblo y en la sinagoga de Nazaret dirá con palabras del profeta: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido y me ha enviado a evangelizar a los pobres” (Lc 4,18). Es el Espíritu Santo el que lo conducirá en su misión por los caminos de Palestina hasta el Calvario, hasta la cruz y la resurrección. Todo había comenzado en el bautismo del Jordán, donde Jesús comienza su vida pública y su ministerio.

¿Qué sucede cuando el fuego entra en el agua? –Que el agua sofoca al fuego y lo apaga. En esta escena, sin embargo, ocurre algo sorprendente. Jesús, lleno del fuego del Espíritu Santo (“Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego” Lc 3,16), entra en el agua del Jordán y no se apaga en él el Espíritu Santo, sino que, entrando en el agua, enciende en el agua la capacidad de transmitir el Espíritu Santo. A partir de este momento, el agua se convierte en transmisora del Espíritu Santo para todos los que se acerquen a recibir el bautismo.

“Él que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios” (Jn 3,5). Por eso, en esta escena del bautismo de Jesús en el Jordán tiene origen nuestro propio bautismo, por el que somos hechos hijos de Dios. Porque esa agua ha recibido de Cristo el poder de transmitir el Espíritu Santo, y en el bautismo también nosotros, como Cristo, recibimos el Espíritu Santo, que nos hace hijos y coherederos con Cristo de la gloria preparada. El bautismo es la unción con el Espíritu Santo de cada uno de los bautizados, en orden a capacitarlo para la gloria. En el bautismo de Jesús en el Jordán tiene origen nuestro propio bautismo. Jesús se acerca hasta cada uno de nosotros pecadores, carga con nuestros pecados en su propia carne, nos lava los pecados y, ungiéndonos con su Espíritu santo, nos hace hijos del Padre, hermanos de los demás hombres y herederos del cielo.

Bautismo de Jesús, bautismo de los cristianos. No se trata de simple agua natural, se trata de un agua que lleva dentro el fuego del Espíritu Santo, que nos transfigura haciéndonos hijos de Dios.

Recibid mi afecto y mi bendición:

+ Demetrio Fernández González,

Obispo de Córdoba

@ObispoDemetrio

Fuente:: Mons. Demetrio Fernández

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Mons. Antonio AlgoraMons. Antonio Algora     En la escena que describe el evangelista san Mateo, Jesús aparece en la larga fila de los pecadores que van a recibir el bautismo de Juan el Bautista y, ante su resistencia, Jesús le dice: «Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere». Aclara así el evangelio cual es el motivo de la presencia de Jesucristo allí: cumplir la voluntad de Dios Padre.

Con que precisión describe también la situación de muchos de nosotros el papa Francisco: «A veces sentimos la tentación de ser cristianos manteniendo una prudente distancia de las llagas del Señor. Pero Jesús quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos la carne sufriente de los demás. Espera que renunciemos a buscar esos cobertizos personales o comunitarios que nos permiten mantenernos a distancia del nudo de la tormenta humana, para que aceptemos de verdad entrar en contacto con la existencia concreta de los otros y conozcamos la fuerza de la ternura. Cuando lo hacemos, la vida siempre se nos complica maravillosamente y vivimos la intensa experiencia de ser pueblo, la experiencia de pertenecer a un pueblo». (Evangelii gaudium, 270).
Entresaco estas dos realidades: «entrar en contacto con la existencia concreta de los otros y (conocer) la fuerza de la ternura». Jesús no se priva de juntarse con los necesitados de la purificación de sus pecados y cumplir así la voluntad de Dios, y es ahí donde y por qué se hace presente el Espíritu Santo que es tanto como decir el amor de Dios, la ternura de Dios.

Os confieso que me ha llamado la atención la humildad del papa Francisco para hablarnos como lo hace, a la vez que manifiesta una firmeza propia del que sabe que puede encontrar una fuerte resistencia a aceptar esta verdad revelada. Esa es la razón por la que habla así: «Es verdad que, en nuestra relación con el mundo, se nos invita a dar razón de nuestra esperanza, pero no como enemigos que señalan y condenan. Se nos advierte muy claramente: “Hacedlo con dulzura y respeto” (1 Pe 3, 16), y “en lo posible y en cuanto de vosotros dependa, en paz con todos los hombres” (Rm 12, 18). También se nos exhorta a tratar de vencer “el mal con el bien” (Rm 12, 21), sin cansarnos «de hacer el bien” (Ga 6, 9) y sin pretender aparecer como superiores, sino “considerando a los demás como superiores a uno mismo” (Flp 2, 3). De hecho, los Apóstoles del Señor gozaban de “la simpatía de todo el pueblo” (Hch 2, 47; 4, 21.33; 5, 13). Queda claro que Jesucristo no nos quiere príncipes que miran despectivamente, sino hombres y mujeres de pueblo. Esta no es la opinión de un papa ni una opción pastoral entre otras posibles; son indicaciones de la Palabra de Dios tan claras, directas y contundentes que no necesitan interpretaciones que les quiten fuerza interpelante. Vivámoslas sine glossa, sin comentarios. De ese modo, experimentaremos el gozo misionero de compartir la vida con el pueblo fiel a Dios tratando de encender el fuego en el corazón del mundo» (EG 271).

Aceptemos pues el Misterio manifestado en el Bautismo de Jesucristo, de quien no necesita purificación de sus pecados pues no los tiene, de quien se presenta como el «Hijo amado de Dios», el «predilecto» precisamente porque viene a salvar, a redimir… Acción que, dice el Papa, es propia de todo evangelizador: «El amor a la gente es una fuerza espiritual que facilita el encuentro pleno con Dios hasta el punto de que quien no ama al hermano “camina en las tinieblas” (1 Jn 2, 11), “permanece en la muerte” (1 Jn 3, 14) y “no ha conocido a Dios” (1 Jn 4, 8)» (EG 272).

Vuestro obispo,

† Antonio Algora

Obispo de Ciudad Real

Fuente:: Mons. Antonio Algora

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El extremismo islámico en Nigeria podría causar un desastre humanitario inimaginable, advierte Obispo

Lagos (Sábado, 11-01-2014, Gaudium Press) El Obispo Hyacinth Egbebo, Vicario Apostólico de Bomadi, Nigeria, hizo un fuerte llamado para controlar las acciones del grupo terrorista radical islámico Boko Haram, responsable de numerosos ataques a los cristianos y causante de un clima de violencia en el país. «No se queden sentados mientras Nigeria se desintegra», exhortó el prelado en entrevista a Ayuda a la Iglesia Necesitada.

Mons. Egbebo alertó sobre las ambiciones del movimiento terrorista y el avance de su ideología en la región. Si esta amenaza no es controlada en Nigeria, «el resto de África puede caer presa de ellos con facilidad». Para el obispo esto constituiría «un desastre humanitario inimaginable».

En Nigeria habitan unos 30 millones de católicos, principalmente en el sur del país, mientras que el norte es mayoritariamente musulmán. La convivencia pacífica en el norte del país se vio atacada por el grupo terrorista, cuyo nombre significa «la educación occidental es pecaminosa».

Según explicó el Vicario Apostólico, Boko Haram «desea un estado islámico en el norte, que imponga la ley sharia a todos». Cualquier obstáculo a la imposición de la ideología radical es manejado con medios violentos. Las instituciones de inspiración cristiana como las escuelas y, sobre todo, los templos han sido víctimas de ataques terroristas, justificados en la supuesta asociación de la religión cristiana con los poderes de los países occidentales.

Para Mons. Egbebo, los extremistas no quedarán satisfechos incluso si consiguen expulsar el cristianismo en el norte del país, ya que entonces «pondrían sus ojos en el sur». Mientras que el grupo terrorista es culpable de casi dos mil muertes de cristianos, la Iglesia Católica ha contenido los deseos de venganza, «condenando fuertemente el asesinato de musulmanes a manos de cristianos».

El Obispo comentó que esta situación es uno de los más grandes desafíos de la nación, junto con la generación de mejores condiciones de vida que evitarían que muchas personas optaran por la pertenencia a grupos violentos. Sobre todo en el sur del país, y por ejemplo en el Vicariato Apostólico de Bomadi, «estamos muriendo por falta de comida, por falta de cosas muy básicas», denunció.

Con información de Ayuda a la Iglesia Necesitada.

 

Fuente:: Gaudium Press

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Taketa (Sábado, 11-01-2014, Gaudium Press) Un descendiente de los cristianos que padecieron persecución en Japón, Goto Atsusi, descubrió hace tres años una expresión particular de la fe en medio de las dificultades. Los creyentes que protagonizarían el llamado milagro de oriente en 1865, por haber conservado su fe sin presencia de la Iglesia por más de 200 años, tallaron verdaderas catacumbas a cielo abierto en medio de los bosques de la región. Hasta el día de hoy se han hallado ocho capillas excavadas en la roca sólo en la región de Taketa y se sospecha la existencia de un centenar, según destacó el diario de la Santa Sede, L’Osservatore Romano.

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Catacumba cristiana en la Prefectura Miyagi, Tome Towa, Japón.

La fe católica llegó a Japón con la llegada del heroico misionero San Francisco Javier, en 1549. 60 años más tarde el florecimiento de la Iglesia fue detenido con brutalidad por la persecución del Shogun (jefe militar del país) que resultó análoga en crueldad con la llevada a cabo en el imperio romano contra los primeros cristianos. La terrible violencia desatada se sumó a lo que parecería poner fin a la fe en el país: el aislamiento total del territorio, que impidió efectivamente la llegada de sacerdotes u Obispos y la predicación del Evangelio.

Muchos creyentes dieron su vida o se vieron obligados a apostatar de manera pública, mientras otros consiguieron ocultarse y mantener su fe, comunicándola de padre a hijo a pesar de las graves limitaciones. La comunidad de creyentes, conocidos como Kakure Kirishitan (cristianos ocultos), consiguió preservar su conocimiento de la fe orando en secreto, representando a Cristo y la Santísima virgen en imágenes de apariencia estética budista y, como lo revelan los descubrimientos recientes, creando lugares de culto en cuevas en medio de los bosques. Las oraciones cristianas tomaron la forma de cantos parecidos a los budistas, mientras que sus letras conservaban palabras del latín, español y portugués directamente preservadas de los primeros evangelizadores.

Lamentablemente sólo unos 300 cristianos habitan hoy en Taketa, de quienes sólo unos cuantos son católicos y deben viajar más de una hora entre las montañas para participar en la Eucaristía en la último templo de la región. La comunidad católica más numerosa estuvo presente en la ciudad de Nagasaki, donde habitaban dos tercios de los fieles de todo el país para 1945. A causa del estallido de la bomba atómica precisamente en esa ciudad, la presencia católica fue reducida de forma severa nuevamente. Actualmente los católicos japoneses suman más de medio millón de personas, en medio de una población total de 126 millones de habitantes.

Con información de L’Osservatore Romano y Zenit.

 

Fuente:: Gaudium Press

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