Se prepara estreno de película sobre una historia real de defensa de la vida en Estados Unidos

New Jersey (Viernes, 03-01-2014, Gaudium Press) Una nueva cinta que retrata «el amor heroico de una madre por su hijo no nacido», según describió el Presidente de la Pontificia Academia para la Vida, Mons. Ignacio Carrasco de Paula, será estrenada el próximo 24 de enero en Estados Unidos. Su título es Gimme Shelter (Dame refugio) y recoge la historia de una joven de 16 años que elige preservar la vida de su hijo no nacido a pesar de las difíciles circunstancias de su embarazo.

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La cinta «explora cuestiones difíciles sobre el significado de la vida, la familia, el amor y el sufrimiento», agregó Mons. Carrasco, según el informativo LifeSiteNews. El prelado también valoró positivamente el personaje de un sacerdote, el capellán de un hospital, quien «encarna la verdadera naturaleza del alma sacerdotal, de servicio, guía y profundo amor de Dios a todos los hombres, mujeres y niños desde el momento de la concepción».

En la historia, Appel, una joven de 16 años quien vive en la calle y es hija de una drogadicta, resulta en embarazo de forma inesperada sin que su pareja la apoye en su maternidad. En esta situación recibe el apoyo de una institución pero debe enfrentar el drama de su propia vida, incompatible con su nueva misión de madre, pero decidida a emprender el camino para proteger la vida de su hijo.

La cinta se inspira en historias reales y en la obra de Kathy Di Fiore, católica fundadora de las Several Sources Shelters, instituciones de acogida para mujeres que se sienten presionadas a abortar. De hecho el director de la película, Ron Krauss, afirmó que su propia experienca como voluntario en asociaciones de ayuda a mujeres en crisis contribuyó a retratar los sufrimientos y luchas de las madres en circunstancias apremiantes.

Con información de Religión en Libertad.

 

Fuente:: Gaudium Press

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Redacción (Viernes, 03-01-2014, Gaudium Press) ¿De qué se ocupaba la Sagrada Familia? ¿Qué hacían sus miembros en el día a día? Rezaban mucho y con toda el alma, trabajaban a consciencia, no tanto para atender a las necesidades cotidianas, como para glorificar a Dios, por la perfecta sumisión a su Ley; además de eso, amaban intensamente a Dios, que era el fin de todos sus pensamientos, de todos sus esfuerzos, de todas sus aspiraciones; se amaban todos mutuamente, con un amor lleno de desinterés y de abnegación; amaban a todos los hombres, próximos o distantes, cuya salvación era deseo de cada uno de los miembros de la Sagrada Familia.

¿De qué manera la familia humana puede aproximarse de ese ideal realizado por la Sagrada Familia? ¿De qué manera la oración -oración que era como la respiración normal de la Sagrada familia- recuperará su lugar en la familia humana? Pensemos en el gran número de familias que perdieron la fe; unas zozobraron en el materialismo y en la búsqueda de los gozos; otras, mantenidas todavía por un resto de ideal humano, se conservan en una actitud moral que muchas veces solo se inspira en el orgullo. De unas y de otras Dios está prácticamente excluido. Ni siquiera se dan el trabajo de negarlo: lo desconocen, lo que es mucho peor.

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Pensemos también en el considerable número de familias llamadas cristianas, así referidas porque sus miembros se sometieron a las formalidades del bautismo, de la primera Eucaristía, del matrimonio sacramental, de la sepultura religiosa, y que sin embargo perdieron la fe. En ellas nadie hay que se preocupe con la gloria de Dios, con la venida de su Reino, con la oración; si, casualmente, alguno de sus miembros es fiel a las prácticas religiosas, ¿en cuántas de esas familias subsiste la oración en común, expresión de un mismo espíritu, y de una aspiración colectiva? El individualismo, que es una plaga de los días actuales, invadió la vida espiritual, así como la vida social y familiar. «Cada uno para sí y por sí», es el lema inconsciente de la mayor parte de los hombres, y eso todavía en presencia de Dios. El dogma de la comunión de los santos parece ser apenas una desconocida parte del texto del Credo, sin aplicación práctica a la vida. Y, entretanto, ¿no prometió Nuestro Señor que donde dos almas se reuniesen para rezar en su nombre él allí estaría en medio de ellas?
Luego, volver a la vida en común es uno de los esfuerzos que se imponen a todos los cristianos. Por ventura no se esfuerza la Iglesia, para obtener los mismos fines, en despertar el sentido litúrgico entre los fieles para que se realice el pedido hecho por Nuestro Señor a su Padre celestial, «que todos sean uno».

Sin embargo, ¿cómo restaurar la oración en común -que fue el alma y la fuerza de la Sagrada Familia- en nuestra propia familia? Si es verdad, en relación a la sociedad temporal, que la familia es la célula social, así también lo es en relación a la sociedad espiritual, que es la Iglesia. Luego, es fundamental que por todos los medios que estén a nuestro alcance avivemos y alentemos el espíritu de familia, sin embargo no aquel que resulta de una asociación de intereses y de afectos y que se puede definir como «un egoísmo de muchos», sino el que era el de la singular familia de Nazaret, espíritu que une y funde las almas para ofrecerlas todas reunidas y con una misma aspiración a Dios, para la salvación de la totalidad de los hombres.

Cada uno debe pedir a Dios que haga revivir en todos los corazones ese espíritu de familia. Entretanto, como es bien sabido, Dios no nos concede su auxilio sino cuando, de nuestra parte, hacemos todos los esfuerzos posibles. Cuidemos, pues, al mismo tiempo en que rezamos, que renazca y se propague el verdadero espíritu cristiano de la familia a fin de que se sustenten y se desarrollen todas las instituciones espirituales y sociales que existen en torno de nosotros y que tienden a restaurar, a elevar y a reconstruir los hogares cristianos. Esas obras son los instrumentos que Dios pone a nuestra disposición y quiere que nos sirvamos de ellos. Busquemos, pues, conocerlas, para adherir a ellas, y recemos para que se conviertan en instrumentos cada día más perfectos del servicio de Dios.

Sin embargo no todas las ocupaciones de la Sagrada Familia consistían en rezar. Su vida era eminentemente activa, y cada uno de sus miembros trabajaba según su vocación: San José y Nuestro Señor trabajaban en el taller, del cual todos vivían; la Santísima Virgen cuidaba de las múltiples ocupaciones domésticas, que se imponían a toda madre de familia.

Por tanto, el caso de la Sagrada Familia era exactamente el de la inmensa mayoría de las familias actuales. Pero, como se ve con frecuencia, el trabajo es considerado como una pesada carga contra la cual se queja, buscando de ella librarse con el menor esfuerzo posible, pero en Nazaret era él recibido con gusto, como un medio de ser agradable a Dios.

Alguien objetará que, en muchas familias, se trabaja intensamente, ¿pero en esos casos no vemos como el trabajo absorbe todos los momentos, todos los pensamientos? Trabajar cada día más, para ganar más, a fin de satisfacer más ampliamente las necesidades siempre crecientes de la existencia: tal parece ser la única aspiración de un gran número de nuestros contemporáneos. Sin embargo aún así el trabajo corajudamente aceptado y cumplido no deja de ser considerado de una manera puramente humana y como un mal necesario. Para la Sagrada Familia, diferentemente, el trabajo era un bien precioso, por el cual daba sin cesar gracias a Dios, pues por él se rendía al Señor el homenaje de una entera y placentera obediencia. ¿Por acaso no fue Dios quien instituyó la ley del trabajo, a la que es obligado a todo ser humano? Al mismo tiempo los esfuerzos y las fatigas, los cuidados y las inquietudes -que todo trabajo comporta- eran a los ojos de la Sagrada Familia un sacrificio de suave olor que podía ser ofrecido a Dios en reparación por los pecados del mundo.

De esa forma, en Nazaret el trabajo tenía mucho menos por objeto la vida material, que también debía asegurar, cuanto la gloria de Dios, que había de promover. De ahí se concluye que se trabajaba con amor, con gozo, con una consciencia rigurosa. Aplanar una madera y barrer la humilde morada eran actos de amor que, a los ojos de Dios, podían ser tan santos como la más sublime contemplación, y que se podían hacer con el mismo fervor, con el mismo deseo absoluto de perfección.

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Si queremos que nuestra sociedad moderna no naufrague en la anarquía y en la rebelión, es imperioso guiarlas rumbo a esa concepción del trabajo, pues la labor soportada por necesidad suscita en el corazón del hombre el rencor, el odio y la rebeldía, y el trabajo animado apenas por el espíritu de lucha fomenta el egoísmo y el orgullo, que son el principio de la anarquía.

Esforcémonos, pues, para que la ley del trabajo sea, en todas las familias, comprendida y aceptada como la Ley de Dios. Así el trabajo se convertirá en otra oración, y no menos agradable a Dios. Entonces también recuperará, a los ojos de todos, su grandeza y su dignidad, y será nuevamente, para el hombre, una fuente de fuerza y de gozo.

Sin embargo no nos olvidemos que el trabajo es, y debe ser, el medio para que cada uno de nosotros asegure su vida material y la de sus familiares: en nuestra sociedad moderna, infelizmente no siempre es así. Dios quiere que nos ayudemos mutuamente, si queremos que él nos ayude. Luego, no nos alejemos de las obras sociales, que se esfuerzan en suavizar los desagradables efectos de ciertos desniveles y en asegurar a todos el mínimo de bienestar, sin el cual el hombre no es más que una pobre máquina, que anda ahogada bajo el esfuerzo. Más todavía, entremos todos en ese gran movimiento familiar que por sí solo podrá devolver a la familia su dignidad y su influencia social y, al mismo tiempo, ser el fundamento de su prosperidad material.

Para que se realicen esas grandes e indispensables reformas es necesario que se produzca en el seno de cada familia, y entre todas las familias, aquella unión de espíritus y de corazones que tienen su origen en la caridad, en el amor. Que entre los miembros de cada familia, y entre todas las familias, reine el amor. Es una de las intenciones de los esfuerzos y de los sacrificios que tenemos que ofrecer a Nuestro Señor en favor de la familia.

Y, en este punto, la Sagrada Familia nos muestra nuevamente el camino: que haya amor entre los que la componen, sin embargo no aquel sentimentalismo desordenado que impropiamente llamamos de amor cuando no es más que debilidad, si no es egoísmo.

Amar es querer bien a aquellos a quien amamos. ¿No consiste el bien de cada uno de nosotros cumplir la voluntad de Dios? Muy bien lo sabían los componentes de la Sagrada Familia, en Nazaret; sus corazones, a través de la ternura humana que los unía, tendían en primer lugar a ese fin supremo: hacer la voluntad de Dios. La autoridad, en San José, era firme y dulce, humildemente respetuosa para con los derechos de Dios. La obediencia de la Santísima Virgen a San José era completa, afectuosa y alegre, porque era como una manifestación palpable de la sumisión a la voluntad de Dios, y en nada disminuía la autoridad maternal, tan segura y tranquila que sabía ejercer sobre el hijo que el Señor le había confiado. Y, a su vez, el hijo, en la sumisión tan perfecta a los padres, en su docilidad de espíritu y de corazón a todas las enseñanzas que le daban, en su simplicidad y en su humildad daba pruebas antes que todo, de su amor al Padre Celestial, cuya voluntad reconocía en esa institución familiar y social, en cuyo seno había venido a encarnarse.

La familia cristiana debe, pues, buscar recuperar tal sentimiento de amor y de fidelidad a Dios, lo que la ayudará a seguir los pasos de la Sagrada Familia y, al mismo tiempo, asegurará entre todos sus miembros la unión de almas y de corazones, estableciendo entre ellos el amor.

Sin embargo la Sagrada Familia no se encerraba egoístamente en sí. En la ciudad de Nazaret era la providencia visible de todos los débiles, de todos los humildes. ¿Si las oraciones tan fervorosas de la Sagrada Familia, si su trabajo tan constante y tan perfecto era sin cesar ofrecido a Dios en espíritu de reparación por los pecados de los hombres y por la salvación de todos, era posible que ignorase a los que sufrían o estaban descarriados? El amor fraterno más compasivo y más solícito regulaba todas las relaciones de la Sagrada Familia con los que la cercaban.

Pidamos a Dios que avive, en el seno de todas las familias humanas, tal caridad fraterna. Dijimos, a propósito de la oración, que el individualismo domina en todas partes, en la sociedad, y el individualismo es la negación de toda verdadera caridad. Luego, no hay otro punto en el cual tengamos que insistir tanto en nuestras oraciones. Entretanto, evitemos contentarnos solo con oraciones, que serían vanas si nuestros actos no las acompañasen.

Sepamos dar ejemplo de ese amor, que queremos que reine en los corazones. Vamos a dar ese ejemplo en nuestra propia familia, practicando con amor todas las virtudes familiares, e incluso fuera de casa, evitando con cuidado todas las críticas, todas las murmuraciones, que con tanta frecuencia son causa de divisiones entre las familias. Por el contrario, seamos pacíficos, seamos de aquellos que fomentan la paz, que dulcifican los espíritus, que extinguen las desavenencias y que aproximan los corazones. Para eso, ¿qué mejor medio hay a no ser establecer en todos los individuos y entre todas las familias un punto de inteligencia, un principio de unión?

Aún desconocemos mucho la fuerza y la eficacia del principio de asociación. Actuamos separadamente, y, de esta forma, nuestras mejores intenciones se reducen a la impotencia. Promovamos pues, en nosotros, y propaguemos en torno de nosotros, ese importante espíritu de asociación que es -no nos olvidemos- el mismo espíritu de la religión y la esencia del catolicismo. No tengamos recelo de asociarnos a todos los esfuerzos sinceros. Nunca digamos, en presencia de una obra cristiana que tiende a la unión, al esfuerzo común, que «eso no me interesa». Y, en aquellas obras de las cuales hacemos parte, no busquemos tanto el provecho propio que podemos tirar, como lo que a ellas podemos acrecentar, lo que podemos dar de nosotros mismos.

Tal ha de ser nuestro programa de oración y de acción. Tomemos eso muy en serio. La institución familiar está en peligro, y con ella toda la sociedad. Tal vez dependa de nosotros, del fervor de nuestras oraciones, de la sinceridad y de la intensidad de nuestros esfuerzos, que Dios se compadezca de las necesidades apremiantes de nuestra tan perturbada época. Por 10 justos promete Dios perdonar a Sodoma y Gomorra: ¿qué no concederá entonces a quien, no contentándose con apenas rezar, se esfuerza en realizar en sí propio, y en los que lo cercan, aquello que pide?

Sepamos rezar, trabajar y amar, según lo que fue expuesto, y sin duda alguna Dios concederá a la familia las gracias eficaces que podrán salvarla.

(Adaptado del texto de J. Viollet, in Repertorio Universal del Predicador, tomo XIX, pag. 191-196, Editorial Litúrgica Española, Barcelona, 1933).

 

Fuente:: Gaudium Press

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El libro más famoso del P. Loring, listo en aplicación gratuita de Android

Medellín (Viernes, 03-01-2014, Gaudium Press) El Padre Jorge Loring, SJ, quien falleció recientemente, será recordado por los numerosos admiradores de su vida y obra por muchas razones. Una de ellas son las enseñanzas contenidas en su difundido libro «Para Salvarte», del que ya hay más de un millón trescientas mil copias vendidas, sólo en España, que atestiguan la bondad del escrito.

Pues ahora el mismo, y de forma gratuita, estára disponible en versión Android para dispositivos móviles (https://play.google.com/store/apps/details?id=co.lam.parasalvarte). El primer capítulo, que trata sobre Dios, ya puede ser descargado. El mérito de esta importante obra de apostolado le corresponde a un ingeniero colombiano, perteneciente al Movimiento Lazos de Amor Mariano, Germán Darío Tamayo Zuluaga.

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«Realmente la principal ventaja es que es gratuito porque así lo quiso el P. Loring (…), si alguien va en su vehículo o haciendo una labor que no le permite leer, el mismo dispositivo le va leyendo el libro», dice Tamayo Zuluaga.

El 2 de septiembre pasado un gran amigo del P. Loring lo contactó para que los asesorara en el proyecto. Sin pensarlo dos veces, el ingeniero Tamayo se puso «al servicio, porque sentí en mi corazón el llamado de colaborar en esta gran obra de Evangelización».

Dos días después el P. Loring le escribió «y me dijo que estaba feliz de que su libro pudiese llegar a muchas más almas». El primer capítulo fue puesto a disposición el 1 de enero pasado. La aplicación para ser usada «no requiere internet, además se puede calificar, compartir, marcar el lugar de lectura, escucharla (síntesis de voz) y tiene una biografía muy simple del Padre Loring».

Al ser preguntado cómo un padre de familia, con cuatro hijos y que tiene su trabajo para su sustento, le pudo dedicar tiempo sin costo alguno a un proyecto como este, Tamayo respondió que «la Madre Teresa, los grandes santos, los Papas, tienen las mismas 24 horas que uno y han hecho tanto bien a la humanidad, porque uno no va a poder. De ahí el llamado que uno siente».

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«Uno entiende cuando entra en los caminos del Señor que definitivamente Él nunca se deja ganar en generosidad, si nosotros abrimos nuestro corazón a Él y trabajamos para Él, el se encarga de todo lo temporal de nuestra vida de nuestro trabajo de nuestra economía, entonces es ahí donde yo sentí el llamado del Señor de poner al servicio de la evangelización lo poco o mucho que yo haya podido conocer en mi profesión», agregó el ingeniero.

Con información de Aciprensa

 

Fuente:: Gaudium Press

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Redacción (Viernes, 03-01-2013, Gaudium Press) Por su propia naturaleza, el hombre vive constantemente en busca de la felicidad, y todo lo que hace o planea hacer tiene como objetivo ese fin, implícita o explícitamente.

A lo largo de la Historia, cada civilización ha ideado una forma para conseguirla y en ella ha puesto sus mejores esfuerzos. Así, para los griegos el éxito consistía en el dominio de la filosofía; los romanos anhelaban el poder político; el renacentista rendía culto a las artes; la revolución industrial sobrevaloró la producción de bienes materiales; por último, en el siglo XX, se intentó obtenerla mediante la abolición de todas las reglas morales.

Sintetizando el auge de ese estado de espíritu libertario, la Revolución de Mayo del 68 dogmatizó: «¡Prohibido prohibir!». Y con la capacidad de contagio de las pasiones desordenadas, más el gancho de la cultura francesa, esa meta utópica conquistó en poco tiempo enormes espacios de la opinión pública internacional, haciéndonos creer que los restos de padrones de orden aún vigentes eran las únicas barreras que separaban al hombre de la felicidad completa.

Casi medio siglo ha pasado desde entonces, ¿y cuál ha sido el resultado? ¿Ha encontrado la humanidad, finalmente, lo que tanto buscaba? ¿Rebosa de felicidad la juventud de hoy día? ¿Vivimos el apogeo de la civilización soñado por tantas generaciones a lo largo de la Historia?

Basta que el hombre contemporáneo abra un poco los ojos para constatar que algo ha salido errado y que los frutos de esa pretendida liberación están lejos de ser como se lo imaginaba. ¿Por qué?

Para responder a esta pregunta, pocas reflexiones podrían ser más oportunas que las hechas por el Papa Benedicto XVI en el discurso pronunciado el pasado 8 de diciembre. En él, el Vicario de Cristo advertía sobre los falsos remedios que el mundo propone para llenar el vacío de alma generado por el egoísmo, y señalaba a María Inmaculada como modelo:

[Ella] nos habla de la alegría, esa alegría auténtica que se difunde en el corazón liberado del pecado. El pecado lleva consigo una tristeza negativa que induce a cerrarse en uno mismo». Al contrario, decía, «el cristianismo es esencialmente un ‘evangelio’, una ‘alegre noticia’, aunque algunos piensan que es un obstáculo a la alegría». Y añadía: «La alegría de María es plena, pues en su corazón no hay sombra de pecado.

Así es, el alma inocente es feliz, y sirve al Señor «con alegría y gratitud» (Dt 28, 47). Excelente conocedor de esta verdad, San Juan Bosco estableció una única regla para el recreo en los colegios salesianos: prohibido estar triste. Su vida misma fue un ejemplo de júbilo en el camino de la santidad. En esto residía el secreto y la fuerza de atracción de su apostolado.

Urge precaver a las nuevas generaciones contra ese dañino equívoco que aparta a tantas almas de las sendas del bien: la verdadera felicidad no se encuentra en el pecado, sino en la virtud. Y el desorden de los vicios no puede traer la tan anhelada paz interior. ?

(Editorial – Revista Heraldos del Evangelio – Febrero 2013)

 

Fuente:: Gaudium Press

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(RV).- La Prefectura de la Casa Pontificia publica una estadística sobre la participación de los fieles en los diversos encuentros con el Papa Francisco en el curso del año 2013 recién concluido, es decir las audiencias generales de los miércoles, las audiencias particulares, las celebraciones litúrgicas y el rezo del Ángelus o del Regina Coeli.
Ante todo se informa que se trata de datos aproximados, que se calculan según las peticiones de participación que llegan a la Prefectura de la Casa Pontificia para estos eventos y de las entradas distribuidas.
Este cuadro refiere sólo los encuentros en la Ciudad del Vaticano, de modo que no comprende otros momentos que el Sumo Pontífice vivió con gran participación de fieles, como durante su viaje apostólico a Brasil, en el mes de julio, con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud en Río de Janeiro, así como sus visitas a la isla de Lampedusa, a Cagliari y a la ciudad de Asís, además de otras visitas que el Papa realizó en su diócesis de Roma.
De este modo se puede decir que, más de seis millones seiscientos mil fieles y peregrinos han podido ver al Papa de marzo a diciembre de 2013.
(María Fernanda Bernasconi – RV).

Fuente:: News.va

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Hace 50 años: el viaje del Papa Montini a Tierra Santa
(RV).- (audio) Hace 50 años: el viaje del Papa Montini a Tierra SantaCon motivo del 50 aniversario de la peregrinación de Pablo VI a Tierra Santa, el Instituto Pablo VI, en colaboración con la Oficina para el Ecumenismo de la diócesis de Brescia y con la Custodia de Tierra Santa, invita a un encuentro que se celebrará en el Centro de Estudios del Instituto Pablo VI en Concesio, el 10 de enero próximo y que tiene la intención de destacar en particular la importancia ecuménica de la visita del Papa Montini en la tierra de Jesús.
Participará en el encuentro el obispo de Brescia, Mons. Luciano Monari. Después de una introducción del presidente del Instituto Pablo VI, Don Angelo Maffeis, intervendrá el Custodio de Tierra Santa, el padre Pizzaballa, sobre el tema de la unidad de la Iglesia y la búsqueda de la paz en Tierra Santa.
Seguirá la proyección de la película “Volver a las fuentes: Pablo VI en Tierra Santa”, producida en 1964 por la Custodia Franciscana de los lugares santos, en ocasión de la peregrinación de Pablo VI. Del documental, que circuló en varias partes de Italia inmediatamente después de la peregrinación del Papa, se había perdido por completo su memoria. En los archivos de Milán, sin embargo, se han recuperado algunas rollos del film, que han sido restaurados. La película es un documento histórico de gran importancia: se muestra una Tierra Santa que ahora ha desaparecido, antes de la Guerra de los Seis Días. Entre las imágenes memorables de la película, sobresalen aquellas que se refieren al conmovedor encuentro ecuménico que tuvo lugar en Jerusalén entre el Papa Pablo VI y el Patriarca Atenágoras de Constantinopla.
ER RV

Fuente:: News.va

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Ciudad del Vaticano, 2 enero 2014 (VIS).-La Prefectura de la Casa Pontificia ha hecho público un comunicado en el que señala que en el año 2013, a partir de su elección el 13 de marzo, más de 6.600.000 fieles han participado en los diversos encuentros con el Papa Francisco: audiencias generales (1.548.500) y especiales (87.400), celebraciones litúrgicas en la Basílica Vaticana y en la plaza de San Pedro (2.282.000), Ángelus y Regina Coeli (2.706.000). Estos datos se refieren solamente a los encuentros que han tenido lugar en el Vaticano, y no incluyen otros actos con gran participación de fieles, como el viaje apostólico a Brasil en el mes de julio con motivo de la JMJ de Rio de Janeiro, y también varios viajes en Italia, a Lampedusa, Cagliari y Asís, y también las visitas en la diócesis de Roma. El total de los fieles se estima en 6.623.900.
 
La Prefectura de la Casa Pontificia recuerda que se trata de datos aproximados, calculados sobre la base de las peticiones de participación en los encuentros con el Papa y de las invitaciones distribuidas por la Prefectura. Asimismo, se ha realizado una estima del número de presencias en momentos como el Ángelus y las grandes celebraciones en la Plaza de San Pedro.
 
 

Fuente:: News.va

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La mejor aventuraMons. Ciriaco Benavente     En el mensaje para la próxima Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado nos dice el Papa Francisco: “Jesús, María y José experimentaron lo que significa dejar la propia tierra y tener que emigrar. El corazón materno de María y el corazón atento de José, custodio de la Sagrada Familia, mantuvieron siempre la confianza de que Dios no abandona jamás”.

Dios ha querido que su Hijo naciera, creciera y viviera asumiendo la condición humana. Y la manera típica de hacerlo es en una familia. No es porque sea ésta la manera cristiana, sino porque es la manera humana. Los más grandes antropólogos del pasado siglo han afirmado que la familia es el único, el perenne modelo humano en toda la historia capaz de garantizar los elemento esenciales para crecer humanamente, como son el sentido de seguridad, el sentido de pertenencia y la transmisión de los valores más significativos de la vida.

En la fiesta de la Sagrada Familia de este año la liturgia trae a colación la huida a Egipto porque Herodes quiere matar al Niño. Nos presenta, con todo realismo, a la familia de Nazaret dramáticamente inserta en el árbol de la tragedia humana. Jesús ha asumido nuestras características: una familia, un país de origen, una lengua, una tradición cultural y religiosa. El Dios omnipotente, al asumir en toda su verdad la condición humana, ha quedado paradójicamente a merced también de los poderes de este mundo.

José, levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye”. Miles de refugiados y emigrantes han vivido esta misma situación. En medio de la amenaza terrible que sacude a esta humilde familia de Nazaret, sus miembros han permanecido unidos. Pero cuántas familias se han visto obligadas, con inmenso dolor, a la disgregación para salvar la vida o para asegurar el sustento familiar.

Luego, cuando vuelvan a la paz de Nazaret, se nos dirá que el niño crecía en edad, en sabiduría y en gracia. Es a lo que está llamado todo niño que nace. Pero se requiere para ello un ambiente, el que creaban en su hogar María y José, lo que necesita todo niño que viene al mundo: un enraizamiento afectivo, una estabilidad profunda, un padre y una madre. Porque se necesita tiempo para establecer esas relaciones profundas que forman parte de lo constitutivo de nuestra personalidad.

Jesús ha encontrado en José y María unos sencillos y seguros modelos de referencia, como se dice ahora; de ellos ha recibido una educación ligada a la modesta cultura de aquel tiempo, pero una educación esencial, que se manifestaría, en la edad adulta, en la dulzura, la bondad y la ternura con que trataba a sus prójimos.

La Familia de Nazaret tiene todavía, en el siglo XXI, en que es tan difícil la estabilidad familiar, importantes lecciones que darnos. Pese a las buenas intenciones, con el paso del tiempo puede ir apagándose la llama del amor, empezar a pesar la presencia del otro, ponerse en duda la elección hecha. Eso, cuando no se ha procedido a una unión sin hondura, que, a veces, no dura más que la luna de miel. Es que muchas de las personas de la generación emergente reducen el amor a un sentimiento, a una pasión, a tener “química  sexual”; están convencidos de que el amor no puede ser para siempre, de que no se construye sobre el sacrificio y la renuncia; las relaciones se centran en “lo que siento hoy por ti”, más yuxtaposición que unión.

Sabemos de la debilidad humana, pero es hermoso el consejo de Pablo que escuchamos en las lecturas de este domingo: “Dejaos sostener por Cristo”.

La familia de Nazaret es una familia posible, no inalcanzable. Es bueno no dejarse llevar del pesimismo reinante. Hay también muchas experiencias que acreditan la posibilidad de que la aventura del matrimonio es una buenaventura, la mejor aventura. Contamos para ello con la ayuda de Jesús y de su Espíritu.

Pero volvamos al comienzo: No olvidemos que, aunque se encubra de legalidad o de legitimación social, sigue habiendo Herodes, dispuestos acabar con la vida naciente o con la no nacida. Y no olvidemos que numerosas familias viven en su piel el drama lacerante de la emigración forzosa, para salvar la vida o para buscar una posibilidad de futuro.

La peripecia de la Sagrada familia y la normalidad de su vida en Nazaret nos obliga a no olvidar los dramas familiares, cercanos o lejanos, a reactivar el valor y la dignidad de la vida humana y de la familia.

¡Enhorabuena a todas las familias que se sienten felizmente unidas!

+ Ciriaco Benavente Mateos

Obispo de Albacete

 

Fuente:: Mons. Ciriaco Benavente Mateos

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Mons. Casimiro LópezMons. Casimiro López     Queridos diocesanos

El Hijo de Dios, nacido en Belén, nos muestra el rostro amoroso de Dios y el verdadero rostro de ser humano: su verdad y dignidad, su origen y destino. Todas las dimensiones de la vida humana han sido iluminadas y sanadas por el Hijo de Dios. Él nos muestra también el verdadero sentido del matrimonio y de la familia.

El matrimonio es una comunidad de vida y de amor, basada en la donación recíproca, única e indisoluble de un hombre y una mujer. Este es el proyecto originario de Dios, obscurecido por la ‘nuestra dureza de corazón’, y que Cristo ha restaurado en su esplendor originario, revelando lo que Dios ha querido ‘desde el principio’. Las raíces más hondas del matrimonio y de la familia se encuentran en Dios, en su amor creador del ser humano, y, por ello, en la misma naturaleza humana. “Los creó hombre y mujer y los bendijo diciendo: creced y multiplicaos, llenad la tierra” (Gn 1,27-28). En todo hombre y en toda mujer hay una llamada de Dios al amor y a la comunión interpersonal. El amor conyugal nace de la admiración mutua de un hombre y de una mujer ante la belleza y la bondad del otro e incluye una llamada a la comunión y a la transmisión de la vida. Es una llamada de Dios al amor esponsal que les lleva a la íntima entrega mutua para ser padre y madre responsables y amorosos. De la comunión del hombre y de la mujer en el matrimonio surge la familia.

Vivimos, sin embargo, tiempos poco favorables para el matrimonio, con un cambio sustancial en nuestra legislación que afecta gravemente a la familia. En nuestro Código Civil, el matrimonio ha dejado de ser la institución de un consorcio de vida en común entre un hombre y una mujer en orden a su mutuo perfeccionamiento y la procreación, y se ha convertido en la institución de convivencia afectiva entre dos personas; una unión que puede ser disuelta unilateralmente por una de ellas, con tal que hayan pasado tres mees desde la formalización del contrato matrimonial. Con la exclusión de toda referencia a la diferencia entre el varón y la mujer, se da vía libre a las uniones entre personas del mismo sexo. De este modo se han puesto las bases para la destrucción del matrimonio y de la familia, negándoles su valor insustituible para la acogida, la formación y desarrollo de la persona humana y para la vertebración básica de la sociedad.  Sus efectos son, entre otros, el debilitamiento del amor duradero entre los esposos, del amor materno y paterno, del amor filial, el notable aumento de hijos con graves perturbaciones de su personalidad y el desarrollo de un clima que termina con frecuencia en la violencia. Si el matrimonio y la familia entran en crisis, la sociedad misma comienza a estar enferma.

No cabe duda que esta situación va minando también la conciencia de muchos católicos. A veces se escucha que la Iglesia ha de ‘adaptarse’ a la sociedad, olvidando que la Iglesia no es dueña, sino servidora, y que no puede abandonar su fidelidad al Evangelio ni su fidelidad al ser humano según el plan de Dios. Se acepta como algo probado que la Iglesia se opone al presunto ‘progreso’ de la sociedad. Pero ¿son de verdad un progreso humano el ‘divorcio expres’, las uniones de hecho, el número creciente de familias rotas o el sufrimiento de los hijos que lo padecen?.

La Jornada de la Familia, el Domingo de la Sagrada Familia de Nazaret, nos invita a volver nuestra mirada a Dios para acoger, proclamar y vivir el Evangelio del matrimonio, de la familia y de la vida en la comunión en la fe y en la moral de nuestra Iglesia.

Con mi afecto y bendición,

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

Fuente:: Mons. Casimiro López Lorente

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Gil_HellinMons. Francisco Gil Hellín      Todos los hombres somos hermanos. Todas las naciones de la tierra formamos una unidad y compartimos un destino común. Pese a la diversidad de etnias, sociedades y culturas, cada día se percibe con más claridad que existe una semilla que nos impulsa a formar una comunidad de hermanos que se acogen mutuamente y se preocupan los unos de los otros.

Sin embargo, con frecuencia los hechos contradicen y desmienten esta vocación de fraternidad. Ahí están para testificarlo todas las guerras armadas y esas otras guerras, menos visibles, pero no menos crueles que se libran en el campo económico y financiero y que destruyen vidas, familias y empresas: la explotación laboral, el blanqueo ilícito de dinero, la prostitución, la trata de personas, la esclavitud, el trato inhumano de los emigrantes, la exclusión del no nacido y del anciano, la destrucción de alimentos mientras millones pasan hambre.

Esta dramática situación lleva a preguntarse a muchos si alguna vez lograremos un mundo en el que reine de verdad la fraternidad entre las personas y las sociedades y si algún día seremos capaces de vencer el odio, el egoísmo y la indiferencia. Algunos piensan que este ideal es inalcanzable y se contentan con aspirar a una convivencia regida por la tolerancia mutua y el pacto. De ahí  que reclamen y privilegien como único camino para la paz las leyes nacionales e internacionales.

Quienes tenemos fe en el Dios que nos presenta la Biblia y nos reveló Jesucristo, creemos que esas leyes y  tratados son, ciertamente, importantes y hasta necesarios. Pero insuficientes, pues ellos no son el verdadero fundamento de la fraternidad. El fundamento verdadero de la fraternidad entre todos los hombres y mujeres es la paternidad de Dios. Dios es Padre de todos y no un Padre genérico y abstracto, sino un Padre que tiene un amor extraordinariamente concreto y puntual por cada ser humano. Si ese amor es acogido, se convierte en el agente más asombroso para trasformar las relaciones de los unos con los otros y abre a los hombres a una verdadera y eficaz solidaridad y reciprocidad.

De esa paternidad universal fluye no sólo la fraternidad universal, sino el imperativo y el instrumento adecuado para alcanzarla. Porque lleva necesariamente a una conversión continua de los corazones, que permite reconocer en el otro un hermano, no un extraño, ni adversario, ni enemigo. De esa conversión nace el auténtico espíritu de fraternidad que vence el egoísmo personal y colectivo que es, en el fondo, el manantial de todos los conflictos. Baste pensar que detrás de las actuales crisis económicas y financieras, de la corrupción capilar de las sociedades actuales, de todas las explotaciones siempre se encuentra un corazón egoísta, que mira a su propio provecho sin preocuparse de los demás. Más aún, que no duda en eliminarlos cuando les considera obstáculos que se interponen a sus pretensiones.

Por otra parte, a nadie se le oculta que todos estos desórdenes generan injusticias, desigualdades profundas, envidias y odio entre las personas y las clases. En otras palabras, conflictos armados o no, pero conflictos. Construir un mundo sobre esta realidad es tanto como situarlo sobre un potente y peligrosísimo polvorín que, más pronto o más tarde, explotará y producirá consecuencias devastadoras. En cambio, fundamentar la convivencia humana sobre la paternidad de Dios y la fraternidad  entre sus hijos –todos los hombres y mujeres del mundo- es la mejor garantía para construir una sociedad en paz y prosperidad. Paz y prosperidad que todos anhelamos y que Dios es el más interesado en que las vivamos. En la “Jornada Mundial de la paz” es una buena oportunidad para pensar y vivir que la fraternidad es el fundamento y el camino para la paz.

+Francisco Gil Hellín,

Arzobispo de Burgos

Fuente:: Mons. Francisco Gil Hellín

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