Creo en la resurección de la carne y en la vida eterna
Mons. Francisco Pérez El credo nos ha presentado la fe en la Santísima Trinidad atribuyendo a cada una de las divinas personas una acción propia. El Padre crea, el Hijo salva, el Espíritu Santo santifica. Todas estas acciones van dirigidas al hombre. Son para que en definitiva llegue a la resurrección y a la vida eterna. El último artículo del credo es como un broche de oro que hace que todo encaje en el poliedro de la fe. Lo que la fe propone y nos hace vivir en nuestras obras tiene como finalidad la salvación del hombre. Responde este artículo a las preguntas más trascendentales y acuciantes de la humanidad: de dónde venimos, a dónde vamos, qué es el hombre, cuál es su finalidad sobre la tierra.
Existe una necesidad personal de respuestas. Todos los hombres de todos los tiempos las han buscado desde la razón filosófica, la ciencia y la religión. Hay quienes afirman que todo termina aquí en la tierra y quienes se abren a un porvenir para el hombre después de esta vida. A lo largo de la historia todas las sociedades humanas, pueblos y culturas, han creído en la trascendencia. Lo demuestran las creencias, los monumentos arqueológicos, los ritos, especialmente los funerarios. Sin embargo, sobre todo en los últimos tiempos, el laicismo, el racionalismo y el humanismo ateo proponen una visión del mundo y de la historia sin Dios y sin trascendencia. El hombre se exalta a si mismo, se cree el centro del universo, hasta el punto de pretender sustituir a Dios. Afirma que la existencia humana se agota aquí en la tierra como la de todos los demás seres. Ésta es una visión puramente materialista y negativa de la vida. Pensar que hemos nacido para terminar en la nada es frustrante y cruel.
El saber humano no tiene respuestas satisfactorias para las grandes preguntas. Sólo la fe apoyada en la Palabra de Dios ilumina las realidades finales. En esta vida el ser humano busca la felicidad, pero se observa imperfecto, incapaz de conseguirla. Siente en su interior una tendencia hacia la plenitud, pero se ve muy limitado. Ansía el infinito. Lo expresa muy bien San Agustín: “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”.
Dios nos llena de consuelo y esperanza cuando nos regala la fe en la resurrección. Jesucristo nos ha dado la respuesta. Hemos nacido a la vida de esta tierra para llegar a vivir un día, eternamente felices, resucitados en el cielo. Los creyentes profesamos que el hombre tiene una vida después de la muerte en la que habitará plenamente en el amor de Dios. Jesucristo resucitado de entre los muertos es nuestra garantía. La fe en la resurrección de los muertos es un elemento esencial y nuclear que nos identifica como cristianos.
Hemos nacido para el cielo. “Creemos firmemente, y así lo esperamos, que del mismo modo que Cristo ha resucitado verdaderamente de entre los muertos, y que vive para siempre, igualmente los justos después de su muerte vivirán para siempre con Cristo resucitado y que Él los resucitará en el último día” (CEC 989 y cf. Jn 6, 39-40).
El Papa Francisco en su catequesis sobre la resurrección dijo: “Es precisamente la resurrección la que nos abre a la esperanza más grande, porque abre nuestra vida y la vida del mundo al futuro eterno de Dios, a la felicidad plena, a la certeza de que el mal, el pecado y la muerte pueden ser derrotados. Y ello lleva a vivir con mayor confianza las realidades cotidianas, a afrontarlas con valentía y con empeño. ¡La resurrección de Cristo es nuestra fuerza!” (Día 3 de Abril del año 2013).
+ Francisco Pérez González
Arzobispo de Pamplona y Tudela
Fuente:: Mons. Francisco Pérez
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