Cristo no está dividido y los cristianos forman un solo cuerpo
Mons. Adolfo González Queridos diocesanos:
Mediado el mes de enero vuelve la Semana de Oración por la unidad de los cristianos, el tradicional Octavario que nos recuerda cada año la situación de división de la Iglesia y la meta de la unidad visible, deseada por todos los discípulos de Jesús como cumplimiento de la voluntad del Señor: “Que todos sean perfectamente uno, y el mundo conozca que tú me has enviado” (Jn 17,23).
Nuestro nuevo plan pastoral se acoge a la propuesta de «evangelizar para que crean», pero no será posible la evangelización de nuestro mundo si los cristianos seguimos divididos y enfrentados por nuestras tradiciones culturales en algunos casos, o por nuestras posiciones dogmáticas y prácticas enfrentadas de moralidad cristiana.
El año pasado, del 30 de octubre al 8 de noviembre, se celebró en Busán (Corea del Sur) la X Asamblea Mundial del Consejo Ecuménico de las Iglesias con el lema temático «Dios de la vida, condúcenos a la justicia y a la paz». La Iglesia Católica tiene una relación ecuménica estrecha con este importante foro que agrupa a la mayoría de las Iglesias no católicas, y colabora con el Consejo Ecuménico en busca de la unidad visible de la Iglesia que haga creíble la obra evangelizadora de los cristianos.
Conviene destacar que el lema de la última asamblea mundial del Consejo Ecuménico converge de lleno con la voluntad de la Iglesia Católica de lograr una justicia que logre cotas de dignidad fundamentales para la salvaguarda de la paz y de la convivencia entre las naciones. Será imposible la paz si no se hace justicia a los pueblos que sufren los efectos devastadores de la guerra y los enfrentamientos civiles, víctimas de la manipulación ideológica y del integrismo religioso que ofende a Dios y atenta contra la dignidad y libertad de las personas.
El Papa Francisco viene recabando la necesaria e inaplazable justicia para las personas más vulnerables y desprotegidas, los emigrantes y los pobres y marginados. El Papa pide una paz justa para solucionar la contienda civil que desgarra a los pueblos que han estado sometidos a regímenes que los han privado de libertad y ahora se han de defender de integrismos de inspiración laicista o religiosa.
Los cristianos estamos llamados a ser fieles a Cristo y secundar con la conversión a Dios la oración que el Señor dirigía a su Padre en la hora del testamento: “Que sean uno. Como tú, Padre en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros” (Jn 17,21). El lema del Octavario de este año es la pregunta de san Pablo: “¿Es que Cristo está dividido?” (1 Cor 1,13). Como el Padre y el Hijo son uno, también los cristianos formamos un solo cuerpo, y vivimos de un solo Espíritu; de suerte que tenemos “un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos y actúa por todos y está en todos” (Ef 4,4.5-6).
Como Cristo no está dividido, tampoco nosotros podemos estarlo, ya que estamos llamados a formar un solo cuerpo. Las oposiciones entre los cristianos restan credibilidad a la fe en la unidad de Dios, origen y fundamento del amor humano y de la fraternidad. Por esto, la Comisión Teológica Internacional ha sacado a la luz pública un documento sobre el monoteísmo cristiano como fuente de la unidad del género humano, titulado «Dios Trinidad, unidad de los hombres». Con este documento la Comisión pretende mostrar cómo la comunión de personas en Dios es fundamento y origen de nuestra comunión, que es comunión en libertad personas que viven en amor recíproco. El monoteísmo cristiano no es imposición violenta ni sometimiento de la conciencia religiosa de los pueblos. Dios es amor en libertad de personas que participan de la esencia divina única del único Dios. El fundamentalismo integrista que alimenta sentimientos hostiles a la religión de los demás es contrario a la verdad de Dios y a la religión auténtica.
Contra el laicismo beligerante que habla del monoteísmo como religión de la violencia y pretexto para expulsar la religión de la esfera pública, la comunión divina de amor es el fundamento religioso de la comunión entre los hombres y los pueblos; es el fundamento del diálogo interreligioso, de la tolerancia y generosa entrega a la causa humana. Por eso, los cristianos, que confesamos la unidad de Dios y la comunión de las divinas personas en la Trinidad, estamos ante el reto de superar nuestras divisiones haciendo unidos cuanto podemos —¡y es mucho!—, porque es más lo que nos une que lo que nos separa.
Los pasados días 5 y 6 se han cumplido los 50 años del encuentro histórico en Jerusalén e inolvidable de Pablo VI y el Patriarca Atenágoras I de Constantinopla, en recíprocas visitas del Patriarca al Papa, peregrino en Tierra Santa, el día 5 de enero de 1964, y del Papa al Patriarca, al día siguiente. Un año después, el 7 de diciembre de 1965, Roma y Constantinopla levantaron las también recíprocas excomuniones de 1054. Desde que el Papa Eugenio IV y el Patriarca José II se encontraron en el marco del Concilio de Florencia en 1439, nunca más hubo encuentro alguno personal entre el Papa y el Patriarca. La caída de Constantinopla bajo la dominación turca del Imperio Otomano, el Oriente cristiano y el Occidente vivieron en mutua ignorancia. La nostalgia del Oriente se manifestaba a finales en la segunda mitad del siglo XIX de forma particular, de Pío IX y León XIII a las vísperas del Vaticano II. Hace medio siglo que el beato Juan XIII y el venerable Pablo VI dieron cauce institucional a la búsqueda de la unidad visible de la Iglesia, mediante el diálogo teológico y el diálogo de la caridad entre cristianos orientales y occidentales, que conducta a la restauración de la Iglesia indivisa.
Después de la visita del Beato Juan Pablo II y de Benedicto XVI, el Papa Francisco peregrinará también a Tierra Santa, cubriendo una etapa más del camino que ha de conducir a la unidad entre la Iglesia Católica y Oriente cristiano. Juan Pablo II y el Patriarca Demetrio I de Constantinopla dieron un impulso grande al diálogo, que ha proseguido hasta el esperanzador documento de acuerdo de Ravena entre ortodoxos y católicos, pero no dejan de emerger inseguridades en el camino y recelos, que es preciso superar.
El Octavario tiene así motivación poderosa para intensificar la oración de todos por la unidad visible. Esta oración por la unidad incluye la súplica continuada por la unidad de católicos, anglicanos y protestantes. La Iglesia Católica y las grandes Comuniones eclesiales surgidas de la Reforma del siglo XVI han recorrido un largo camino en los últimos cincuenta años, etapas de superación de obstáculos y reencuentro en la caridad que constituyen un signo para que el mundo crea que Cristo, en verdad no está dividido.
Con mi afecto y bendición.
+ Adolfo González Montes
Obispo de Almería
Fuente:: Mons. Adolfo González Montes
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