Dios se abaja, se hace pequeño y pobre, el trato que damos a nuestros hermanos se lo damos a Jesús, reitera el Papa
(RV).- «Que en esta Navidad, el amor, la bondad y la generosidad entre todos sean un reflejo y una prolongación de la luz de Jesús, que desde la gruta de Belén ilumina nuestros corazones», deseó el Papa Francisco, alentando a pensar en especial en los pobres, los que tienen hambre, los probados por la guerra, con particular atención a los más pequeños. En la última audiencia general de este año, celebrada en la intensidad de la Novena de la Navidad. Centrando su catequesis en el nacimiento de Jesús, cuando falta precisamente una semana, el Santo Padre hizo hincapié en que la Navidad es una fiesta de la confianza y de la esperanza. Recibido con grandes muestras de cariño, por los miles de peregrinos que también esta semana acudieron a la Plaza de San Pedro y que en tantos idiomas le desearon mil felicidades, también por su cumpleaños, antes de dar comienzo a su alocución, como es tradicional el Papa recorrió el recinto de la plaza y se detuvo, siempre sonriente, a saludar, acariciar y bendecir, en particular a los niños y enfermos. Incluso se detuvo para tomar un mate.
«Dios se ha puesto de parte de los hombres, con su amor real y concreto. Y este amor, que enardece nuestro corazón, nos «regala» una energía espiritual que nos sostiene en medio de las luchas y fatigas de cada día», destacó el Santo Padre, añadiendo en su catequesis que «de la gozosa contemplación del misterio del Hijo de Dios hecho carne, se desprenden dos consecuencias: La primera es que, en su natividad, Dios se abaja, se hace pequeño y pobre». Por lo que «si queremos ser como Él, no podemos situarnos por encima de los demás, sino que hemos de ponernos a su servicio, ser solidarios, especialmente con los más débiles y marginados, haciéndoles sentir así la cercanía de Dios mismo».
La segunda consecuencia, explicó también el Obispo de Roma es que «ya que Jesús, en su encarnación, se ha comprometido con los hombres hasta el punto de hacerse uno de nosotros, el trato que damos a nuestros hermanos o hermanas se lo estamos dando al mismo Jesús». Por lo que invitó a recordar que «quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve» (1 Jn 4,20). Y confiando a todos a la protección maternal de María, Madre de Dios y Madre nuestra, rogó asimismo para todos su amparo, lleno de alegría y de paz.
(CdM – RV)
Fuente:: News.va
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