Dios se esconde en un niño

Dios se esconde en un niño

Dios se esconde en un niñoMons. Braulio Rodríguez     Dios se hizo hombre. Se hizo niño. Así cumple su promesa de que Él mismo será “Emmanuel”, un “Dios con nosotros”. Al hacerse niño, Dios nos ofrece un trato de tú: todos pueden tratarle de tú, pues ha alejado toda lejanía. Para nadie es ya inalcanzable, salvo para los que se hayan vuelto tan altivos, que en su vida no pueda ya entrar un niño. Hay una historia rabínica que narra un famoso escritor contemporáneo. Cuenta el relato que Jeshiel, un muchacho pequeño, entró llorando en la habitación de su abuelo, célebre rabí. Decía: “Mi amigo me ha abandonado. Ha sido muy injusto y se ha portado mal conmigo”. El abuelo le pidió que le explicara mejor lo sucedido. “Estábamos jugando al escondite –dijo el niño-, y yo me escondí tan bien que no pudo escucharme y se marchó”. El otro había interrumpido el juego. El maestro acarició al pequeño y le dijo: “Sí, no hay duda de que es muy feo. ¿Ves?, con Dios es exactamente lo mismo. Él se ha escondido, y nosotros no lo buscamos. Piensa: Dios se esconde, y los hombres ni siquiera lo buscamos”.

El misterio de la Navidad es también que Dios se esconde. El no se impone: quiere que entre Él y nosotros se suscite el misterio del amor, que presupone libertad. Dios se esconde a fin de que seamos a su imagen y semejanza, para que pueda darse en nosotros la libertad de encontrarle. A Herodes no se le ocurrió que ese niño pudiera ser Dios y no lo encontró. Y nosotros, ¿lo encontramos realmente? ¿O no será que, como impaciente compañero de juego, hace mucho ya que, en lo más hondo, nos hemos marchado de aquel juego que sería la auténtica verdad de nuestra vida? Mil disculpas, mil razones somos capaces de encontrar en contra de ello. Es verdad, Dios se esconde, pero no es solo ocultamiento. La Navidad es su escondite, si se quiere, pero es al mismo tiempo, junto con la Pascua, la mayor revelación de Dios. Él no nos deja solos en este juego que es la verdad: Él mismo lo ha organizado e iniciado. Él nos sigue constantemente. A través de la creación nos dirige de continuo la palabra siempre que queramos oír y ver, y nos dice: “¡Buscadme!” En la historia sagrada de Abrahán nos ha dejado las reglas, nos ha interpretado los signos para que podamos encontrarlo. Él ha descendido la escala entera de la distancia entre Él y nosotros hasta llegar a la condición de niño, pero no estamos dispuestos a aceptar ese escándalo, siendo nosotros tan sabios. Pero quien comienza a entenderlo cae de rodillas y se llena de la gran alegría que anunció el ángel en la Nochebuena.

“Vayamos a Belén”, se dijeron unos a otros los pastores. Esta invitación quiere dirigir la Iglesia en esta Navidad. Quiere invitarnos a ponernos en marcha, a trasladarnos. De hecho, para encontrar a Dios, es necesario pasar a otro sitio, pues Dios es diferente de nosotros. Si queremos encontrarlo, tenemos que pasar al otro lado, cruzar con nuestro corazón la calle de las contradicciones y encontrar el camino de la transformación, hasta que Él se torne visible. Y para esto no hay que subir al cielo. Dios, dice san Pablo, está muy cerca de ti. Está en tu boca y en tu corazón (Romanos 10, 8-10). Necesitamos esta excursión hacia lo que está bien cerca de nosotros. Tenemos que buscarlo a Él para encontrar el escondite que es su revelación. “Vayamos a Belén”. Con nuestro caminar tenemos que entrar en aquella sencillez de corazón que es capaz de percibir a Dios. Pidamos al Señor que nos dé el impulso, como lo hizo con los pastores. Que nos haga capaces de ponernos en marcha, para que también a nosotros se nos dé la gran alegría que está reservada a todo pueblo: “He aquí que en la ciudad de David os ha nacido el Salvador, Cristo, el Señor”.

¡Feliz Navidad!

X Braulio Rodríguez Plaza

Arzobispo de Toledo

Primado de España

Fuente:: Mons. Braulio Rodríguez

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