“El pueblo cristiano, único sector de la sociedad que se resiste a ser domesticado por el rodillo de la cultura dominante”
Comunicado del Arzobispo de Granada, Mons. Francisco Javier Martínez Fernández.
En relación a la publicación por la Editorial Nuevo Inicio del libro “Cásate y sé sumisa”.
Las tareas propias de mi misión me han impedido seguir la artificiosa polémica generada con la publicación del libro “Cásate y sé sumisa. Experiencia radical para mujeres sin miedo“, de la periodista italiana Costanza Miriano, editado en España por la Editorial Nuevo Inicio.
No es mi intención defender el libro, que se defiende por sí solo, ni justificar su título o el del que le sigue (que será publicado en breve), que forma un díptico con él y que lleva por título “Cásate y da la vida por ella. Hombres de verdad para mujeres sin miedo”. Eso es prerrogativa propia de su autora, que lo ha explicado ya reiteradamente dentro y fuera del libro. ¿Será preciso recordar que ambos títulos se inspiran casi literalmente en un pasaje de la Epístola a los Efesios (Ef. 5, 21), y que la sumisión y la donación —el amor— de que se habla en ese pasaje tienen poco o nada que ver con las relaciones de poder que envenan las relaciones entre hombre y mujer (y no sólo las relaciones entre hombre y mujer) en el contexto del nihilismo contemporáneo?
Tampoco pretendo justificar la posición de la Editorial, que tiene voz propia y que entiendo ha realizado su labor difundiendo una obra que —me consta—, está ayudando a muchas personas.
Desde el ámbito pastoral y eclesial que a mí me corresponde sólo quiero señalar que la obra ha sido positivamente reconocida como “evangelizadora” por “L´Observatore Romano” y que su autora, Dña. Constaza Miriano, ha sido invitada a participar en el reciente Seminario organizado por el Pontificio Consejo para los Laicos con la ocasión del XXV aniversario de la publicación de la Carta Apostólica del Beato Juan Pablo II “Mulieris Dignitatem”, sobre la dignidad de la mujer. Los dos libros han sido recomendados por el Consejo Pontificio para los Laicos y por el Consejo Pontificio para la Familia.
Estos parámetros indican, con mayor claridad que cualquier comentario de prensa, que la posición de la editorial en estos dos libros es acorde con las enseñanzas de la Iglesia, y que otras colecciones de la misma, en las que a veces se publican libros también de autores no católicos, tratan de ser “areópagos” para la nueva evangelización, espacios de diálogo y de reflexión sobre la fe cristiana en el contexto del mundo contemporáneo. Por todo ello, la editorial constituye un humilde, pero precioso instrumento pastoral al servivio de la Nueva Evangelización. Sus publicaciones están marcadas por el amor a lo humano, cuya plenitud se revela y se da en Cristo, y por una libertad grande con respecto a la dogmática de la cultura dominante. En ese contexto, la polémica generada por este libro —que entiendo acorde en su contenido con las enseñanzas sobre el amor esponsal de Juan Pablo II, pero que no pretende más que ser el precioso testimonio de amor y de libertad de una mujer cristiana de hoy—, resulta ridícula e hipócrita. Las personas medianamente informadas saben perfectamente, a estas alturas, que el libro, y hasta mi pobre persona, no somos más que una excusa. Quienes promueven y agitan esta polémica tienen otros intereses y otros motivos que no son precisamente la defensa de la mujer o la preocupación por su dignidad. Se trata, más bien, de dañar a la única institución —al único sector de la sociedad, al único trozo de pueblo vivo— que se resiste a ser domesticado por el rodillo de la cultura dominante: el pueblo cristiano. Ése es el estorbo, y todo lo demás son excusas. Hasta el tiempo elegido para montar todo este ruido está en función de ese fin.
Tanto la historia de la literatura, como, en este momento, los anaqueles de las librerías, están llenos de libros que, de manera irónica, o con toda seriedad —verdadera o pretendidan—, insultan o hacen burla de realidades sagradas, desde el matrimonio hasta la maternidad, desde la libertad de educación en cualquier sentido profundo, hasta las realidades de la fe que profesa una gran parte de nuestro pueblo. Y esos insultos y esas burlas están protegidos por la libertad de expresión. Libertad de expresión que, permítaseme decirlo, es un invento cristiano. Sólo en terreno cristiano podrían haber florecido las grandes críticas a la religión que se hicieron en el siglo XIX —Feuerbach, Nietzsche, Comte, Freud, Marx—por señalar sólo algunas de las más importantes—, de las que la Iglesia siempre está dispuesta a aprender con gratitud en la medida en que buscan la verdad. Fuera de los ámbitos a los que todavía puedan llegar algunos hilillos de esas aguas, aunque sean residuales, del gran río de la Tradición cristiana, el futuro de la libertad en nuestro mundo es más bien negro.
La valoración y la opinión personal sobre la obra que ha desatado la polémica, como sobre cualquier obra literaria, de cualquier tipo, o sobre cualquier pronunciamiento humano, es, por supuesto, libre y legítima, pero no lo son la ofensa, el insulto o la calumnia. Ni esta obra, ni ninguna declaración mía jamás, ha justificado o excusado, y menos aún, promovido, ningún acto de violencia a la mujer. Sí que favorece y facilita la violencia a las mujeres, en cambio, la legislación que liberaliza el aborto, al igual que todas las medidas que debiliten o eliminen el matrimonio, en la medida en que tienden a hacer recaer toda la responsabilidad de un eventual embarazo sobre la mujer dejada a sí misma, sin responsabilidad alguna por parte del varón.
Como sé que ya ha pedido la autora, quien realice tales acusaciones con respecto al libro deberá ser riguroso y especificar la página y el párrafo en que aparezca la más mínima justificación o excusa de ningún tipo de violencia, porque, aparte de descalificaciones gratuitas que cualquiera puede hacer, o de manipulaciones groseras, no las encontrará. Como tampoco las encontrará en en mis palabras. Sencillamente porque esos pensamientos que algunos gratuitamente me atribuyen no son ni han sido nunca míos, ni de mi entorno eclesial, ni de la Tradición cristiana. Quien me acuse de ellos sólo podrá hacerlo tergiversando mis palabras, cuyo contenido es notorio y público, puesto que mi ministerio de predicación tiene lugar siempre en público en la cátedra episcopal que la Iglesia ha confiado.
FRANCISCO JAVIER MARTÍNEZ FERNÁNDEZ
ARZOBISPO DE GRANADA
15 de noviembre de 2013
Fuente:: SIC