Nuestra participación en la Pasión de Cristo
En Lourdes, la Virgen enseña el valor redentor del dolor; da coraje, paciencia, resignación; eleva la mirada interior a la felicidad verdadera y total, que Jesús nos ha asegurado y preparado más allá de la vida y de la historia.
Gruta de Massabielle – Lourdes (Francia)
San Juan Pablo II
En este día tan significativo, en el que recordamos la primera aparición de María Santísima en Lourdes, elevemos también nosotros al Señor, con sus propias palabras, el himno de alegría y de gratitud: «Su misericordia llega a sus fieles de generación en generación». […]
La primera lectura nos ofrece una reflexión sobre las palabras del profeta Isaías, que durante el exilio confortaba al pueblo de Israel con la perspectiva de volver a Jerusalén, la Ciudad Santa, y con la certeza de que, a pesar de todos los dolorosos acontecimientos vividos, Dios no había abandonado al pueblo de la alianza y continuaba siendo su alegría y consuelo siempre: «Como a un niño a quien su madre consuela, así os consolaré yo, y en Jerusalén seréis consolados. Al verlo, se alegrará vuestro corazón» (Is 66, 13-14).
Recordando las apariciones de Nuestra Señora en Lourdes, podemos aplicarnos también a nosotros y a nuestra historia las palabras del antiguo profeta: Dios quiso que María Santísima se apareciera dieciocho veces a la pequeña Bernadette, del 11 de febrero al 16 de julio de 1858, para dejar un mensaje de consuelo y de amor a la Iglesia y a toda la humanidad.
El sentido de la vida en la tierra es su orientación hacia el Cielo
De hecho, en estas apariciones hay un significado que permanece siempre vigente, y que debemos conservar y meditar como preciosa herencia. A mediados del siglo pasado, mientras el racionalismo y el escepticismo se extendían insidiosamente, María, aquella que creyó en la palabra del Señor, venía a ayudar y a confirmar en la auténtica y genuina fe cristiana a la familia de los creyentes.
En Lourdes, María le recordó al mundo que el significado de la vida en la tierra es su orientación hacia el Cielo. Como el pueblo de Israel, también la humanidad está en camino, y su meta es la Jerusalén celestial. Las palabras del profeta Isaías son válidas para los hombres de todos los tiempos, son válidas también para nosotros: «En Jerusalén seréis consolados». La perenne tentación del hombre, tentación que el progreso de hoy hace particularmente sutil y atrayente, es la de circunscribir a la tierra toda perspectiva,concentrando todos los esfuerzos en la construcción de una morada terrenal cada vez más cómoda y segura.
La fe, ciertamente, no condena el compromiso de mejorar las condiciones de vida en la tierra. Al contrario, enseña que este compromiso debe ser visto e interpretado en la perspectiva de la tarea de dominar la tierra, encomendada por Dios al hombre desde el comienzo de su historia. Lo que la fe no admite es que el período terrenal sea entendido por el hombre como la fase definitiva de su existencia, porque sólo es una fase provisional, a ser vivida según el verdadero punto de llegada, situado más allá del tiempo, en el ámbito de lo eterno.
La Virgen, en Lourdes, vino a hablarle al hombre del «Paraíso», para que, al comprometerse activamente en la construcción de un mundo más acogedor y justo, no olvide levantar los ojos al Cielo para atraer el consejo y la esperanza.
El valor redentor del dolor
La Santísima Virgen vino también a recordarnos el valor de la conversión y de la penitencia, proponiendo una vez más al mundo el núcleo del mensaje evangélico. Le dijo a Bernadette, en la aparición del 18 de febrero: «Prometo hacerte feliz, no en este mundo, sino en el otro». Luego la invitó a rezar por los pecadores, y el 24 de febrero repitió tres veces: «¡Penitencia, penitencia, penitencia!». En Lourdes, María indica y subraya la realidad de la redención de la humanidad del pecado a través de la cruz, es decir, a través del sufrimiento. Dios mismo, habiéndose hecho hombre, quiso morir inocente, siendo clavado en una cruz.
En Lourdes, Nuestra Señora enseña el valor redentor del dolor; da coraje, paciencia, resignación; ilumina sobre el misterio de nuestra participación en la Pasión de Cristo; eleva la mirada interior a la felicidad verdadera y total, que el mismo Jesús nos ha asegurado y preparado más allá de la vida y de la historia.
Bernadette, que había entendido perfectamente el mensaje de María, se hizo religiosa en Nevers y, estando gravemente enferma, respondió a quienes la invitaban a ir a la gruta de Massabielle para pedir su curación: «¡Lourdes no es para mí!». En medio de fuertes ataques de asma, a la novicia enfermera que le preguntó: «¿Sufre mucho?», le respondió con sencillez: «¡Es necesario!».
Invitación a la oración humilde y confiada
Finalmente, el mensaje de Lourdes se completa con la invitación a la oración: María aparece en actitud de oración, quiere que Bernadette rece el rosario con su propia corona personal, pide que se construya una capilla en ese lugar y que la gente vaya allí en procesión. Esto es también una recomendación para siempre. Nuestra Señora de Lourdes vino a decirnos, con la autoridad y bondad de una madre, que si de verdad queremos mantener, fortalecer y expandir la fe cristiana, es necesaria la oración humilde y confiada. […]
En la biografía de Santa Bernadette leemos que el jueves 3 de junio de 1858 recibió la Primera Comunión. Le preguntaron qué es lo que le gustaba más: ver a la Virgen o recibir la Primera Comunión. Pronta e inteligentemente respondió: «No se pueden hacer comparaciones; sólo sé ¡que ambos hechos me hicieron completamente feliz!».
Os deseo también a vosotros, hermanos y hermanas, que seáis serenos, o mejor aún, ¡felices como Bernadette, porque estáis sostenidos por la fuerza de la fe y unidos a Jesús eucarístico y a María Santísima! […]
Que María, auxilio de los cristianos, esté a vuestro lado en todas las circunstancias de vuestra vida, para sosteneros en el camino que la Providencia traza ante vosotros, día tras día, en un plan de amor, cuya revelación final será fuente de alegría por toda la eternidad. ◊
Fragmentos de: SAN JUAN PABLO II.
Homilía en la misa con los enfermos, 11/2/1987.