La fiesta de la Patrona de España y el gozo de las ordenaciones sacerdotales un año más
Mons. Adolfo González Queridos diocesanos:
Hoy es la solemnidad de la Inmaculada, una fiesta enraizada en la tradición religiosa de España como en pocos lugares. El patrocinio de la Inmaculada Virgen María sobre la nación española fue concedido por Clemente XIII, mediante la bulaQuantum Ornamenti, de 25 de diciembre de 1760, solicitud del rey Carlos III, que se sumó así y consiguió se hiciera realidad una solicitud que otros reyes, en nombre de la nación española elevaron al Papa. Así lo reclamaba la historia de nuestro país, cuyos gremios y universidades, secundando la reflexión de sus teólogos, la obra escrita de sus literatos y la piedad mariana del pueblo fiel, daba apoyo fundado a la petición, al defender la “pureza sin mancha” de la Madre del Señor.
La Virgen María es inmaculada en su concepción porque así lo dispuso Dios todopoderoso, liberándola de la herencia del pecado original, con la que todos nacemos, anticipando en ella la redención plena de su humanidad, de la cual nació el Hijo eterno de Dios según la carne. Aunque el dogma de la inmaculada Virgen María se halla ya contenido en las palabras de la anunciación del ángel Gabriel a María: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1,28), la Iglesia ha ido comprendiendo el misterio de la predestinación de María a su divina maternidad cada vez con mayor hondura, sin que haya experimentado variación la fe. Toda la grandeza de María emerge de su destinación por Dios a ser la Madre del Redentor. María, por el puesto que ocupa en la historia de nuestra salvación, goza de una singular intercesión en favor de cuantos a ella acuden.
La solemnidad de la Inmaculada viene a fortalecer la fe recibimos tempranamente de la predicación apostólica. Hemos nacido en un pueblo que ha conocido el protagonismo humilde de la Virgen María en la historia de Jesús y hemos sido educados en la fe de la Iglesia con fuerte sensibilidad mariana, llenos de admiración y amor por la Virgen María, que puso toda su fe en la eficacia de la Palabra de Dios, respondiendo al ángel: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mío según tu palabra» (Lc 1,38).
La Virgen Inmaculada es para el pueblo fiel la imagen de la humanidad nueva iniciada en el mismo Cristo, su hijo al tiempo que Hijo de Dios. María es la figura de la Iglesia, por eso nos estimula su ejemplo y la veneración que le tributamos no la coloca en un supuesto lugar mitológico y fuera de la historia humana, sino que la contempla glorificada por su fidelidad creyente y el generoso y humilde servicio de su divina maternidad, que ella desempeñó en el desarrollo de una vida cotidiana de madre de familia y en las condiciones sociales del pueblo judío de hace veinte siglos. Esposa de José, el hombre justo que creyó las palabras del ángel y confió plenamente en su esposa, consciente de que la intervención creadora de Dios en ella le convertía a él, sin haberlo pretendido, en el custodio del misterio del amor y la misericordia de Dios que sobrepasaba el conocimiento de un carpintero, sencillo y entregado a su trabajo al tiempo que lleno de fe en el poder de Dios.
El gozo que trae esta fiesta grande nos llega un año más con la ordenación sacerdotal de algunos de nuestros seminaristas que han llegado a la meta pretendida. Han trabajado por llegar a este día, secundando mediante la oración, el estudio y la formación del Seminario, ilusionadamente. Los tres jóvenes que reciben hoy la ordenación sacerdotal, asumieron el estado clerical al recibir la ordenación de diáconos, con el propósito de consagrar su persona y su vida al ministerio pastoral como discípulos de Jesús. Han sido llamados a ser colaboradores del Obispo, el primero de los sacerdotes de la diócesis y vicario de Jesús en ella, para llevar a los hombres la buena nueva de la salvación y contribuir con su ministerio a conducir a los fieles a Dios, pastoreando las comunidades cristianas que se les confiarán. Llegan como agua en mayo, cuando son muchas las necesidades de la diócesis y las parroquias que los esperan demandan su presencia en esperanzada solicitud de que llegue a ellas la presencia estable de un sacerdote.
Sobre los tres nuevos sacerdotes que el Señor nos regala pesa el reclamo de una sociedad que de hecho aleja a los jóvenes del discipulado de Jesús, por eso requieren nuestra oración y apoyo. Los confiamos a la Inmaculada Virgen María, para que ella, que tanto ha influido en sus vidas, moldeándolas según el corazón sacerdotal de su Hijo, los acompañe siempre en el ejercicio del ministerio que van a comenzar.
Felicitemos a los nuevos sacerdotes, queridos diocesanos, y que María siga asistiendo a nuestra Iglesia diocesana cuidando las vocaciones de nuestro Seminario.
Con mi afecto y bendición.
+ Adolfo González Montes
Obispo de Almería
Fuente:: Mons. Adolfo González Montes