La poderosa intercesión de San Blás

Redacción (Miércoles, 05-02-2014, Gaudium Press) Recordamos la vida de San Blas, venerado desde Oriente hasta Occidente, que nació en Armenia, en el siglo III, fue médico y obispo en Sebaste. Como doctor, usaba sus conocimientos para rescatar la salud, no sólo del cuerpo, sino también del alma, pues se ocupaba de la evangelización de sus pacientes.

En la época de este santo hubo una fuerte persecución religiosa, y por esta razón, el santo obispo procuró exhortar a sus fieles en la firmeza de la fe. A su vez, San Blas, que era testimonio de seguridad en Dios, se retiró a un lugar desolado, con el fin de continuar gobernando aquella Iglesia. Sin embargo, fue descubierto por soldados y les dijo: «Benditos sean, me traen una buena nueva: que Jesucristo quiere que mi cuerpo sea inmolado como hostia de alabanza».

Murió en el 316. Cuando las persecuciones comenzaron bajo el Emperador Diocleciano (284 – 305). San Blas huyó a una caverna donde cuidó algunos animales salvajes. Años más tarde, fue encontrado por cazadores que lo llevaron preso hasta el gobernador Agrícola, de Capadocia, en la baja Armenia, esto mientras se seguían las persecuciones del Emperador Licinius Lacianianus (308-324). San Blas fue torturado con hierros candentes y después fue decapitado.

La costumbre de bendecir las gargantas en su día continúa hasta hoy, las velas se utilizan en las ceremonias conmemorativas. Son utilizadas para recordar el hecho que la madre de un niño curado por San Blás, las llevaba para él a la prisión. Muchos eventos milagrosos son mencionados en los estudios sobre San Blas y es muy venerado en Francia y España.

Sus reliquias se encuentran en Brunswick, Mainz, Lubeck, Trier y Colonia en Alemania. En Francia en Paray-le-Monial. En Dubrovnik en la antigua Yugoslavia y en Roma, Tarento y Milán en Italia.

En la liturgia de la Iglesia Católica San Blas es representado con velas en las manos y frente a él, una madre cargando un niño con la mano en la garganta, como para pedirle una cura. Desde allí se originó la bendición de la garganta en su día.

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A los pies de una montaña, en una gruta, en los campos de Sebaste, en Armenia, vivía un hombre puro e inocente, dulce y modesto. El pueblo de la ciudad, movido por las virtudes del Santo Varón, inspirados por el Espíritu Santo, lo escogió como Obispo. Los habitantes de la ciudad y hasta los animales, iban en su búsqueda para obtener el alivio de sus males.

Un día, los soldados de Agrícola, gobernador de Capadocia, buscaban fieras y bestias en los campos de Sebaste, para martirizar a los cristianos en la arena, y se encontraron a muchos animales feroces de todas las especies: leones, osos, tigres, hienas, lobos y gorilas conviviendo en la mayor armonía. Mirando estupefactos y asombrados, se preguntaban que era lo que ocurría, cuando de una negra gruta surgió, de la oscuridad a la luz, un hombre caminando entre las fieras, levantando la mano, como bendiciéndolas. Tranquilas y en orden regresaron para sus cuevas y lugares de donde vinieron.

Un enorme león de melena rubia permaneció en el lugar. Los soldados muertos de miedo, lo vieron levantar una pata y poco después, San Blas se aproximó para extraerle una astilla que tenía clavada. El animal, tranquilo, se fue.

Al enterarse del hecho, el gobernador Agrícola ordenó capturar al hombre de la caverna. Blas fue puesto preso sin la menor resistencia.

Al no conseguir doblegar al santo anciano, que rechazó adorar a los ídolos paganos, Agrícola ordenó castigarlo con latigazos y que después lo encerrasen en la más negra y húmeda de las mazmorras.

Muchos iban en búsqueda del Santo Obispo, que los bendecía y curaba. Una pobre mujer lo buscó, afligida, con su hijo en brazos, casi estrangulado por una espina de pez que le atravesaba la garganta. Conmovido por la fe de aquella pobre madre, San Blás pasó su mano por la cabeza del niño, levantó sus ojos, rezó por un instante, hizo la señal de la cruz en la garganta del niño y pidió a Dios que lo ayudase. Poco después, el niño estaba curado del mal que lo afligía.

En varias ocasiones el santo fue llevado delante de Agrícola, pero siempre perseveraba en la fe de Jesucristo. En represalia era torturado. Movido por su fidelidad y amor a Nuestro Señor Jesucristo, San Blas curaba y bendecía. Siete mujeres que cuidaron sus heridas – provocadas por los suplicios de Agrícola – fueron también castigadas. Después el gobernador fue informado que ellas habían lanzado sus ídolos al fondo de un lago cercano, y mandó matarlas.

San Blas lloró por ellas y Agrícola, enfurecido, lo condenó a muerte, decretando que lo lanzasen al lago. Blas hizo la señal de la cruz sobre las agua y avanzó sin hundirse. Las aguas parecían un camino bajo sus pies. En medio del lago se detuvo y desafió a los soldados:

– ¡Vengan! ¡Vengan y pongan a prueba el poder de sus dioses!

Varios aceptaron el desafío. Entraron al lago y se hundieron al instante.

Un ángel del Señor apareció al buen Obispo y le ordenó que regresase a tierra firme para ser martirizado. El gobernador lo condenó a la decapitación. Antes de presentar su cabeza al verdugo, San Blas suplicó a Dios por todos aquellos que lo habían ayudado en el sufrimiento y también por aquellos que le pedirían ayuda, después que él hubiera entrado en la gloria de los cielos.

En aquel instante, Jesús apareció y le prometió concederle lo que pedía.

Murió San Blas en plena época de ascensión del Cristianismo, en Sebaste, el 3 de febrero. Era natural de Armenia.

Blás, brasa, llama de amor de Dios, de la fe, de amor al prójimo. La vida heroica de San Blas es un estimulo para que mantengamos también en nuestras almas encendida la brasa de la fe, que en medio de las tinieblas siempre arda el celo, fidelidad y valentía en favor del bien.

Entre los milagros que rodearon la vida de este gran santo, hay uno que llama particularmente la atención: su dominio sobre los animales salvajes, que, en la compañía del santo, se tornaban mansos como corderos. ¿Cuál es el sentido de este hecho?

En el Paraíso Terrenal, antes del pecado original, Adan y Eva tenían poder sobre los animales, que vivían en armonía con el hombre y lo servían. Como castigo del primer pecado, que fue una rebelión contra Dios, la naturaleza se reveló contra el violador del orden y los animales comenzaron a hostilizar al hombre.

Por el apaciguamiento que San Blas operaba en los animales salvajes, quiso Dios mostrar a los pecadores el poder de la virtud, que ordena hasta la naturaleza indomable de las fieras.

Hoy en día, la humanidad llora bajo el peso del caos, provocado por el pecado. Y los hombres practican actos de ira nunca antes vistos. Busquemos la solución para el desorden del mundo en la Ley de Dios. Por la fuerza de la virtud, no sólo los hombres, sino incluso la propia naturaleza entrarán en orden. Y entonces, ¿qué maravillas surgirán de una sociedad, donde todos practiquen el bien y amen la verdad?

(Tomado de la Revista Heraldos del Evangelio, Febrero/2002, n. 2, págs. 22-23)

 

Fuente:: Gaudium Press

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