La tendencia al egoísmo, a encerrarse sobre sí, es profundísima y anterior al Pecado Original

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La tendencia al egoísmo, a encerrarse sobre sí, es profundísima y anterior al Pecado Original

Redacción (Jueves, 16-01-2014, Gaudium Press) El pecado original no es un ‘invento de los curas’ como ciertos afirman, sino que es una realidad tan real y verdadera que uno de los mejores libros de filosofía de todos los tiempos, las «Lecciones Propedéuticas de Filosofía del Derecho» de Javier Hervada -alta obra de carácter estrictamente filosófico-jurídico- tiene que reconocer que el elemento coercitivo de la Ley es incomprensible si no se reconoce una tendencia en el hombre a quebrar la armonía social, a romper la Justicia, tendencia que con frecuencia se realiza y que requiere correctivo, por el beneficio común.

Lo mismo que Hervada constata cuando se sumerge en el Derecho, podemos decirlo de la investigaciones de la recta ciencia psicológica, de la Antropología, de la Sociología, etc. El ser humano en su condición actual es como es, y no de otra manera. Y los teóricos que divagan ilusamente sobre un ser enteramente perfecto, sobre un ‘buenísimo salvaje’, siempre se chocarán contra la realidad.

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El Paraíso Terrenal, de Jacob Bouttats

Museo de Navarra, España

Entretanto, Mons. João Scognamiglio Clá Días, fundador de los Heraldos del Evangelio, va más profundo en la constatación de la tendencia al egoísmo humano. En su excelente obra «Lo inédito sobre los Evangelios», al comentar el Evangelio del Domingo de Ramos del Ciclo A, afirma lo siguiente:

… el dolor encierra innumerables beneficios para nuestra salvación. En primer lugar, es un poderoso medio para aproximarnos de Dios. En efecto, desde antes de la caída [original], Ángeles y hombres, por haber sido creados en estado de prueba, tienen la tendencia a cerrarse sobre sí, cuando deberían estar constantemente abiertos a Dios. Y es en esto que consiste la prueba. Con el pecado esa inclinación se acentuó, y cada falta actual le aumenta la virulencia. Por tal razón, las luchas, reveses y aflicciones surgidas en nuestro camino son elementos eficaces para dirigir nuestro espíritu al Bien infinito y abrir de par en par a Él la puerta de nuestra alma. En esas horas experimentamos el poder de la oración, sentimos nuestra total dependencia con relación al Creador y nos colocamos en sus manos sin reservas, a la procura de amparo y fuerza. [1]

«En esto consiste la prueba», dice Mons. João Clá. Es claro, y veremos por qué.

«Y Yavé Dios le dio al hombre un mandamiento; le dijo: ‘Puedes comer todo lo que quieras de los árboles del jardín, pero no comerás del árbol de la Ciencia del bien y del mal. El día que comas de él, ten la seguridad de que morirás’ «. (Gn 2, 16-17). De dos árboles específicos nos habla el Génesis, del Árbol de la Vida, y del de la Ciencia del bien y del mal. La ‘ciencia del bien y del mal’. ¿Qué era el bien y sobre todo el mal para Adán y Eva? Ellos eran buenos, muy buenos; gozaban interiormente con su bondad intrínseca y sobrenatural, vivían en medio del bien, en un lugar que incluso el propio Dios había juzgado «que era bueno»; el bien era su única realidad.

Entretanto, Dios quería que nuestros primeros padres abrieran su corazón a la total confianza en Él, que no se cerraran, que no cedieran a la tendencia ya entonces presente del ensimismamiento, que estuvieran abiertos incluso a la prohibición misteriosa de Dios, que era una dependencia de Dios. En esto -dada la tendencia mencionada del hombre a cerrarse, a confiar en sus propias fuerzas- consistía la prueba.

En fin, fue en esa tendencia-debilidad sobre la cual ‘trabajó’ la serpiente. Recorramos con admiración y estupefactos el relato del Libro Sagrado:

La serpiente era el más astuto de todos los animales del campo que Yavé Dios había hecho. Dijo a la mujer: ‘¿Es cierto que Dios les ha dicho: No coman de ninguno de los árboles del jardín?’ La mujer respondió a la serpiente: ‘Podemos comer de los frutos de los árboles del jardín, pero no de ese árbol que está en medio del jardín, pues Dios nos ha dicho: No coman de él ni lo prueban siquiera, porque si lo hacen morirán.’ La serpiente dijo a la mujer: ‘No es cierto que morirán. Es que Dios sabe muy bien que el día en que coman de él, se les abrirán a ustedes los ojos; entonces ustedes serán como dioses y conocerán lo que es bueno y lo que no lo es.’ A la mujer le gustó ese árbol que atraía la vista y que era tan excelente para alcanzar el conocimiento. Tomó de su fruto y se lo comió y le dio también a su marido que andaba con ella, quien también lo comió. (Gn 3, 1-6)

El árbol atraía a la vista de Eva, nos dice el impactante relato, pero sobre todo el fruto prohibido atraía a su inclinación a encerrarse en sí, para no depender de Dios, para saber por propia cuenta cosas desconocidas sin el auxilio divino, para convertirse ella en su propio dios. Y Eva cayó junto con Adán.

Como resalta Mons. João Clá, la tendencia a cerrarse sobre sí no ha hecho sino aumentar. Y sin embargo, cuando el hombre adquiere la conciencia de lo fundamentalmente errado de ella, y pide la ayuda de la gracia, esta inclinación básica y nefasta es muy combatible con éxito.

Lo que es importante primero es tener la conciencia de cuanto mal e infelicidad trae el «encerrarse», pues nos priva de las maravillas de la relación con Dios, y de las profundas alegrías que trae el contemplar todas las cosas que Dios puso a nuestro alcance para que en ellas lo amemos.

Por ejemplo, el egoísmo nos sustrae de contemplar a la Iglesia y vivir con la Iglesia, con su maravillosa doctrina, sus vivificadores sacramentos, con su admirable liturgia, con sus autoridades, con todo lo que salió del un día costado traspasado de Cristo.

Pero también nos impide gozar de la felicidad del contemplar y amar a Dios en las maravillas de la Creación. Antes que nada de esas cualidades que Dios puso en los hombres, muchas insignes, incluso en aquellos que no han correspondido al Plan Divino. Es posible polemizar con un doctrinador impío al tiempo que se admiran con gaudio sus cualidades de oratoria, inteligencia, sagacidad.

O el amar a Dios en la maravilla de la naturaleza, en el mar, en las montañas, o en las bellas «nietas de Dios», que son las bellas obras de los hombres.

Salir de sí rumbo a Dios o encerrarse en sí rumbo al llanto y crujir de dientes: está aquí una vez más expuesto el Gran Dilema del ser humano.

Por Lorenzo del Corral

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[1] Mons. João Scognamiglio Clá Días, EP. O inédito sobre os Evangelhos – I. Libreria Editrice Vaticana – Instituto Lumen Sapientiae. Città del Vaticano. 2013. pp. 257-258.

Fuente:: Gaudium Press

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