La venida decisiva

La venida decisivaMons. Braulio Rodríguez    Cuando los hombres y mujeres viven en un clima tan enrarecido como para que los “placeres” de este mundo les parezcan suficientes para anestesiar el anhelo de la vida eterna, entonces la situación hace que el compromiso radical de tantos cristianos resulte inexplicable. De manera que Cristo, su misericordia, pero también su justicia, el comportamiento moral normal de los cristianos, que no quieren que les oprima la cultura dominante, resultan peligrosas para la sociedad que nos rodea. Pero con eso tenemos que contar.

La elección por parte de los cristianos de la vida según el Espíritu, de la que tanto nos habla san Pablo en Rom 8, fácilmente se convertirá en ocasión de bromas e ironías, e incluso motivo de llevar a los tribunales. También el fin de la vida cristiana –bien sea el paraíso o el infierno- será tenido por quimera, mito o puro fruto de la fantasía. Pero también al revés: cuando se sabe quién es Dios, entonces, el permanecer lejos de Él resulta insufrible, de manera que nace en nosotros una decisión: apartarme, como sea, de lo que me distraiga o me aleje de Dios, de su Jesucristo.

Pero Cristo viene. Vino y vendrá. Pero viene. He aquí la esperanza. La Navidad hay que enfocarla, en el tiempo de preparación, en este Adviento/Venida, como la venida decisiva de Jesús a mi persona, a mi familia, a mi entorno, a mi parroquia, a mi Iglesia, a la sociedad donde vivo. Hay, pues, horizontes; hay futuro; hay salvación para esta humanidad, a los hombres y mujeres que ama el Señor. Hay venida última del Señor, con la que acabará la historia en este mundo.

Seamos nosotros los que en el Adviento alaban y sirven a Dios, y no a los impíos. Yo mismo, aunque sea un gran pecador y no haya logrado todavía superar la tentación ni las insidias del diablo, me esfuerzo en practicar el bien y, por temor al juicio futuro, trato al menos de irme acercando al Señor, que es la perfección. Después de haber escuchado de verdad la palabra del Dios, podemos obtener la salvación, la vida; pues la vida en este mundo tiene un fin, pero se abre a otra vida que eterna. Arrepintámonos, y así serviremos de modelo a aquellos jóvenes, que porque se ha hecho desaparecer todo horizonte de vida que trasciende ésta, no quieren consagrarse a la bondad y el amor de Dios.

Practiquemos el bien, para que nos salvemos. Bienaventurados los que obedecen los preceptos de Dios; aunque por un poco de tiempo hayan de sufrir en este mundo, cosecharán el fruto de la resurrección incorruptible. Por eso, no ha de entristecerse el justo si en el tiempo presente sufre contrariedades: le aguarda un tiempo feliz; volverá a la vida junto a sus antecesores y gozará de una felicidad sin fin y sin mezcla de tristeza. Tampoco ha de hacernos vacilar el ver que los amos y los pillos se enriquecen, mientras los siervos de Dios viven en la estrechez. Sostenemos el combate del Dios vivo y lo ejercitamos en esta vida presente, con miras a obtener la corona de la vida futura.

Acuérdate de mí Señor, “en la hora de nuestra muerte y en el día del juicio”, dice una vieja oración. ¿Quién habla de la hora de su muerte? ¿Quién recuerda el día del juicio? Solamente quien sabe que Dios puede salvarnos y salvar nuestra vida con sus avatares y disparates: Y esto por la venida de Cristo, y “por su preciosa muerte y sepultura; por tu gloriosa resurrección y ascensión y por la venida del Espíritu Santo”.

X Braulio Rodríguez Plaza

Arzobispo de Toledo

Primado de España

Fuente:: Mons. Braulio Rodríguez

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