Mártires del siglo XX en España

Mons. Yanguas

Mons. YanguasMons. José María Yanguas    Queridos hermanos:

Nos convoca hoy la Iglesia diocesana para celebrar la memoria de los Mártires del siglo XX en España. Como bien sabéis, el pasado 13 de octubre, en Tarragona, en una solemne ceremonia presidida por el Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, fueron beatificados varios centenares más de hombres y mujeres que murieron en los tristes momentos de los años ’30 del siglo pasado en España. No hemos querido que pasara como a escondidas esta fecha del 6 de noviembre en la que la Iglesia en España celebra la memoria de un número tan elevado de sus mártires, y nos deseamos honrar de manera especial a los mártires recientemente beatificados.

Algunas importantes verdades centran la celebración de hoy y es bueno tenerlas presentes para captar con exactitud el sentido de este momento.

La primera verdad la expresan las palabras de Nuestro Señor Jesucristo: Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos. La vida, en efecto, es el bien radical del hombre. La prueba es que todos nos aferramos a ella. La vida es el bien más radical y más alto que el hombre posee y por el que todo lo sacrifica. Nuestros mártires amaron a Dios, lo consideraron su bien supremo, el más grande y precioso, y lo confesaron así con su muerte. Eran, en efecto, muy conscientes de que quien posee a Dios, tiene todo. Sólo Dios basta.

La segunda idea tiene que ver con el culto a los mártires. Lugares de culto ha habido siempre en la historia de los hombres. Los restos que testimonian su existencia  son indicadores seguros de encontramos en presencia de seres y actividades humanas. En esos lugares tenían lugar, plegarias, acciones, ritos o ceremonias, más o menos regladas, liturgias, podemos decir, con las que se honraba a los seres superiores, a los dioses o a los antepasados. La Iglesia dio culto y celebró a los mártires desde los primeros momentos; celebró su dies natalis, el día en que fueron muertos por su fe en el Dios de Nuestro Señor Jesucristo y nacieron así a la vida eterna. Los cristianos se reunían para honrar su memoria, acudían a su intercesión, los nombraban en sus plegarias, se hacían enterrar en torno a sus tumbas. Es lo que hacemos también nosotros.

Los mártires son, en fin, ejemplo, modelos de fe y de vida cristiana coherente. Sabemos que los mártires son lo mejor  de nosotros. Representan la excelencia en la vida de los cristianos.  Creían y amaban a su Señor y Redentor, a aquel que nos salva a todos con su muerte y resurrección e imitaron a su Maestro porque creyeron en su amor y se dejaron “envolver”, “invadir”, por él. Lo pro-pusieron, lo colocaron por delante y por encima de cualquier otro bien. Lo consideraron tesoro riquísimo y perla preciosísima. Ellos nos muestran, pues, el camino; nos dicen que es posible seguirlo hasta el final, aun al precio del bien más alto, al precio de la vida. Ellos son al mismo tiempo, testigos de nuestro combate espiritual, nuestros mejores “seguidores”: nos animan, aplauden y alientan. Son el jugador número doce en el combate de la vida.

Los reconocemos nuestros hermanos mayores en la fe y damos gloria a Dios que ha manifestado en ellos el poder de su brazo.

Veneramos su memoria, llenos de respeto, de admiración y amor.

Acudimos a su intercesión, para que iluminen nuestras vidas con el ejemplo de su fe; para que, como amigos de Dios, rueguen por nosotros, a fin de que sepamos amarlo por encima de cualquier otro bien, y para que aprendamos la suprema lección de perdón de las ofensas que podamos recibir, por graves y dolorosas que sean.

+ José María Yanguas

Obispo de Cuenca

Fuente:: Mons. José María Yanguas

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