La venida decisiva

Nuestra esperanzaMons. Braulio Rodríguez      ¿Es posible alcanzar la alegría en Navidad? Depende como consideremos el asunto. Si lo que pretendemos es llenar unos días de fiestas en el calendario en curso, como el 24/25 de diciembre, el 31 de diciembre/1 de enero o el 6 de enero, con algunos alicientes para alegrar algo nuestra vida (comida, bebidas, regalos, desenfado…), tal vez logremos una cierta frustración al final de esas fiestas. Y cosecharemos también vacío en el corazón. Si buscamos otra realidad, que nace del Evangelio, entonces debemos cambiar el rumbo de nuestra búsqueda. La alegría llega a nosotros cuando salimos de nosotros mismos, porque sabemos que Alguien nos ha encontrado; para ello es preciso que ese Alguien haya venido y recorrido la distancia entre lo más grande y nuestra pequeñez; la distancia entre nuestras constantes frustraciones y anhelos no logrados y la plenitud que intuimos nos da Él; entre lo inestable de la vida humana y la fortaleza que nace de Dios.

Los cristianos creemos que Dios envió a su Hijo para nuestro desvalimiento, para llenarnos con su gracia, incluso aunque no hubiéramos pecado, de modo que nuestros objetivos como seres humanos se cumplieran. Esto sucedió en el nacimiento de Jesús de Nazaret, de María Virgen, en Belén de Judá hace más o menos 2012 años, en un determinado año de la fundación de la ciudad de Roma, en tiempos de Augusto César, bajo Herodes el Grande. Esa venida fue muy importante, de las cosas más importante que le ha sucedido al mundo en el que estamos; pero fue venida en debilidad, porque el lamado Cristo, cuyas obras y palabras son admirables, se hubieran frustrado tras su muerte y sepultura, pues, como otro hombre cualquiera, su vida no hubiera dejado huellas duraderas, o algunas tan tenues que se hubieran borrado de la memoria de la humanidad.

Pero he aquí que Jesús resucitó y se mostró a sus discípulos –testigos oculares de su resurrección– en su cuerpo glorioso, que vive de otro modo, pero no menos real de lo que vivió en los 30/33 años de su existencia. La muerte ya no tiene dominio sobre Él. Lo cual desencadenó una potencia de vida que el que cree en Él no muere para siempre; la vida de los que son alcanzados por Cristo resucitado cambia de signo, de orientación; sienten su presencia en un encuentro con Él inaudito que, por los llamados sacramentos de Iniciación (Bautismo, Confirmación y Eucaristía) participa en la vida resucitado, del eternamente vivo.

De manera que la posibilidad de ese encuentro abre el futuro a otra venida, ahora definitiva, que cambiará la figura de este mundo que pasa. Y lo que es todavía posible: que su venida, su encuentro conmigo, sea posible a lo largo de mi existencia, como una gracia constante. Ahí radica la posibilidad de una vivencia distinta de la Navidad y, en definitiva, del tiempo y la eternidad. Entonces sí que es posible alegrarse y vivir con sencillez todo lo que la Navidad encierra: la ternura, el bullicio, algunos regalos, el cantar juntos villancicos, desear la buena Navidad, acercarse a aquellos de los que estábamos alejados, y compartir…

Compartir con los más pequeños, los más pobres el amor y cuanto tenemos; también la distinta fortuna o posibilidades de vida y oportunidades, sin humillar. Entonces sí; entonces puedo ver las cosas de otro modo, por ejemplo la economía: «No puede ser que no sea noticia que muere de frío un anciano en situación de calle y que sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa. Eso es exclusión. No se puede tolerar más que se tire comida cuando hay gente que pasa hambre. Eso no es equidad (…) Se considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar» (Papa Francisco, La alegría del Evangelio, nº53). Todo eso lo ha cambiado y lo debe cambiar la venida de Jesucristo. Es una oportunidad que de nuevo tenemos.

X Braulio Rodríguez Plaza

Arzobispo de Toledo

Primado de España

 

Fuente:: Mons. Braulio Rodríguez

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