Podemos ser diferentes… pero hermanos
Mons. Antonio Algora Nos ha dicho el Papa Francisco: «Los migrantes me plantean un desafío particular por ser Pastor de una Iglesia sin fronteras que se siente madre de todos. Por ello, exhorto a los países a una generosa apertura, que en lugar de temer la destrucción de la identidad local sea capaz de crear nuevas síntesis culturales. ¡Qué hermosas son las ciudades que superan la desconfianza enfermiza e integran a los diferentes, y que hacen de esa integración un nuevo factor de desarrollo! ¡Qué lindas son las ciudades que, aun en su diseño arquitectónico, están llenas de espacios que conectan, relacionan, favorecen el reconocimiento del otro!».
De la reciente experiencia de contemplar a los Magos venidos de tierras lejanas a adorar al Niño–Dios, nos debe quedar, a los miembros de la Iglesia, el convencimiento de que todos los hombres, varones y mujeres de todos los pueblos, naciones, religiones y culturas de la Tierra estamos llamados a reconocernos en Jesucristo, nuestro Señor, hermanos. Si ya somos parte de la familia humana que habita esta casa, que es el planeta Tierra, debemos dar pasos firmes y decididos, y marchar en la misma dirección que nos señala Jesucristo, pues nos llama a ser hijos de Dios, sin más excepción de la que pueda venir de la ignorancia o, en su caso, de la libertad de cada uno al aceptar o no los valores de la justicia, la paz, el amor, la verdad, la vida, la santidad y la gratuidad: todo lo que nosotros recibimos al sabernos insertos en el Reino de Dios.
En esta Jornada Mundial de las Migraciones, que celebramos hoy, podemos hacer un ejercicio de revisión en profundidad con el fin de descubrir si mis criterios, sentimientos y acciones son los de Jesucristo o, por el contrario, nos hemos acoplado a la manera de pensar de nuestro entorno social. El Papa Francisco nos habla del temor a que nos cambien la propia identidad cultural. Y, como le gusta decir las cosas en positivo: ¡Qué bien! Cuando, superando desconfianzas, los vemos integrados en el desarrollo económico y social y, más en concreto, en nuestros barrios, parroquias, etc.
Entrando de lleno en nuestra realidad, encontramos menos dificultades para lograr la integración de todos, ellos y nosotros, con los que provienen de Europa y América, pero no sabemos cómo acertar con los que vienen de África y Asia. ¿Qué sucede cuando los que han venido a nuestra tierra no quieren o no saben? Alcanzamos buenos niveles de comunicación a través de las múltiples ayudas que requieren sus muchas carencias, (y, en esta coyuntura de crisis económica, más) pero me temo que todo acaba aquí y, salvo raras excepciones, no damos pasos hacia encuentros más personales. Mantengamos, pues, una actitud vigilante para que, contando con la fuerza de nuestra oración intensa, repetida y constante, logremos del Señor que seamos dóciles y que el Espíritu Santo nos inspire la creatividad necesaria y la generosidad, sin más límites que las propias posibilidades, y podamos construir ese mundo nuevo de la fraternidad universal querida por Dios Padre en Jesucristo.
Después de las oleadas de emigrantes de la década pasada y la vuelta de los muchos que han regresado a sus países de origen a causa de la falta de puestos de trabajo, observamos hoy que tenemos mucha tarea por delante tanto con los que permanecen aquí, como con los que van llegando más lentamente que en el pasado, pero que no cesan de venir. Es un verdadero reto pastoral para nuestras comunidades parroquiales y asociaciones en general que nos debe conmover para poner en marcha procesos de acogida e integración.
Vuestro obispo,
† Antonio Algora
Obispo de Ciudad Real
Fuente:: Mons. Antonio Algora
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