SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA, MADRE DE DIOS Y ASUNTA AL CIELO EN CUERPO Y EN ALMA – María y el Adviento

Mons. Manuel Ureña

Mons. Manuel UreñaMons. Manuel Ureña     En este año de gracia de 2013, Año de la fe, año de la elección del papa Francisco y año de la gozosa recepción de dos textos pontificios tan importantes como la carta-encíclica Lumen fidei y la exhortación apostólica post-sinodal Evangelii gaudium, la solemnidad de la Inmaculada Concepción de María, la Madre del Señor, coincide precisamente con el segundo domingo de Adviento.

En la fecha de tal solemnidad el Pueblo de Dios levanta los ojos a la Bienaventurada Virgen María, inmaculada y pura, llena de gracia y bendita entre las mujeres, la cual, en previsión del nacimiento y de la muerte salvadora del Hijo de Dios, desde el primer instante de su concepción fue preservada de toda culpa original por singular privilegio del Padre. Como todos sabemos, el 8 de diciembre de 1854, por la bula Ineffabilis Deus (cf DH 2800-2804), la inmaculada concepción de la Virgen María fue definida por el papa beato Pío IX como verdad dogmática recibida por antigua tradición.

El suceso histórico de la concepción inmaculada de María en el seno de su madre pecadora es, sin duda, el primer gran hecho salvífico obrado por Dios en la segunda y última fase de la historia particular de la salvación, pues constituye la causa dispositiva ontológicamente necesaria para que pudiera producirse un día la encarnación del Verbo de Dios en la fe y en el seno de una mujer. Con gran razón proclama el prefacio de la Misa de la solemnidad que “purísima había de ser la Virgen que nos diera al Cordero inocente que quita el pecado del mundo”. Más todavía: la relación de este hecho con el Adviento es muy profunda. Y, finalmente, hay que señalar la gran significación de María Inmaculada para España, pues la tenemos como patrona y protectora desde 1644; su fiesta el 8 de diciembre tiene carácter nacional; y nuestros teólogos y obispos trabajaron denodadamente para elevar la verdad de la Purísima Concepción de María al rango de verdad dogmática, lo que motivó que la Santa Sede otorgara en 1864 a los sacerdotes españoles el singular privilegio de vestir la casulla azul en las celebraciones eucarísticas del día de la solemnidad.

Esto supuesto, la conjunción de estas tres razones hizo que nuestra Conferencia Episcopal dirigiera en su día a la Santa Sede la petición de dispensa para el presente año de 2013 de la observancia de las normas litúrgicas que imponen el traslado de la solemnidad de la Inmaculada Concepción al lunes siguiente, esto es, al día 9. Y la respuesta de la Sede Apostólica al episcopado español fue tan comprensiva como benevolente. La Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, que preside el cardenal español, Su Eminencia Rvdma. Antonio Cañizares Llovera, Arzobispo emérito de Toledo, comunicó al Presidente de nuestra Conferencia Episcopal, Su Eminencia Rvdma. Antonio-María Rouco Varela, Arzobispo Metropolitano de Madrid, que el Santo Padre el Papa accedía con agrado a que la solemnidad de María inmaculada no se trasladase en las Iglesias particulares de España al día 9 y se mantuviese su celebración en el domingo 8 de diciembre, con tal que se cumplieran las siguientes condiciones para no perder el sentido del II domingo de Adviento: a) que la segunda lectura de la Misa fuera la correspondiente al segundo domingo de Adviento y no la de la solemnidad; b) que en la homilía se hiciera una mención bien explícita del Adviento; c) y que en la Oración universal se diera, por lo menos, una petición con el sentido del Adviento y se concluyera con la Oración colecta del domingo segundo de Adviento.

Grande es la relación que guarda María con el Adviento. El Adviento nos señala la imperiosa necesidad que todos tenemos de conversión, de cambio de vida, para salir limpios al encuentro del Señor y, de este modo, hacer que sea posible la entrada de aquél en nuestras vidas. No otra es la voz de Juan el Bautista, el precursor, cuando clama ante los pecadores: “preparad el camino al Señor”. El pecado y la santidad no pueden nunca encontrarse, pues están en total oposición. Dios establece su morada en la santidad, mientras que aparta su rostro del pecado.

Pues bien, la solemnidad de la Inmaculada nos habla de un corazón que no ha conocido el pecado. Ese corazón es puro y sin mancha. Por tanto, es un corazón plenamente preparado para recibir la venida del Señor a él. De entre todas las personas que integraban el Resto de Israel, María era la única que reunía en sí misma las condiciones necesarias de posibilidad para recibir al Señor, para abrirle la puerta tan pronto como Él llamase.

Por eso, si el Adviento es el primer tiempo del año litúrgico en el que intensificamos nuestra conversión a Cristo, conscientes de la necesidad de ser santos para poder encontrarnos con Él, María Inmaculada, la Madre del Señor, se nos ofrece como el gran modelo a seguir. Ella engendra al Redentor bajo la acción del Espíritu Santo porque aquél, el Redentor, encuentra en María la sede de la santidad, de la pureza absoluta. El Adviento nos pone en camino hacia la santidad, una santidad.

Al proclamar a María “llena de gracia” en el acto de la Anunciación y “bendita entre todas las mujeres” en el acto de la Visitación, el ángel Gabriel e Isabel, la prima de la Virgen Madre, están diciéndonos uno y otra a los hombres de todos los tiempos que el encuentro con Dios exige necesariamente la santidad y que el Señor viene a nosotros y monta su tienda entre nosotros cuando nos encuentra preparados para recibirle.

Digamos, pues, con la Oración sobre las ofrendas de la Misa de hoy: “Señor, recibe complacido el sacrificio que te ofrecemos en la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, y así como a ella la preservaste limpia de toda mancha, guárdanos también a nosotros, por su poderosa intercesión, limpios de todo pecado”.

† Manuel Ureña,

Arzobispo de Zaragoza

Fuente:: Mons. Manuel Ureña

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